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domingo, 19 de febrero de 2012

Atlántico Sur: Del colonialismo al imperialismo del siglo XXI



*TOMADO DE ALAI AMLATINA

El conflicto de las islas Malvinas entre Argentina y Reino Unido tiene su origen casi dos siglos atrás, pero se extiende al presente como parte del proyecto de la OTAN global.

La presidenta de Argentina, Cristina Fernández,  dando un discurso sobre las islas Malvinas en el palacio presidencial en Buenos Aires, el pasado 7 de febrero. Foto: AFP
La presidenta de Argentina, Cristina Fernández, dando un discurso sobre las islas Malvinas en el palacio presidencial en Buenos Aires, el pasado 7 de febrero. Foto: AFP
*Rina Bertaccini
Una serie de acontecimientos desarrollados en el último período en torno a Malvinas nos obliga a fijar la mirada en el Atlántico Sur, esa inmensa superficie marítima que vincula tres continentes: África, América y la Antártida.  
Una observación atenta nos indica que la cuestión Malvinas tiene su origen casi dos siglos atrás, pero se extiende al presente como parte del proyecto de la OTAN global.
Desde el siglo XIX, las Malvinas y los otros archipiélagos argentinos del Atlántico Sur (Georgias del Sur y Sandwich del Sur) se encuentran en la mira del colonialismo. Producida la Revolución de Mayo (1810) y con ello  la independencia respecto a la Corona Española, el gobierno patrio toma posesión del archipiélago como parte del territorio heredado de España (por sucesión de Estados en virtud del principio del “Uti Possidetis Jure”).
Instala en 1823 un gobernador y en 1829 una guarnición militar encabezada por un comandante político y militar. Pero en los años 30, Gran Bretaña, con el apoyo activo de Estados Unidos, y tras una serie de actos agresivos, que culminan con el ataque a Puerto Soledad, desaloja a la guarnición argentina y concreta militarmente la ocupación de las Islas el 3 de enero de 1833. Esta puntualización es importante para arrojar luz sobre el absurdo de la pretensión británica de presentar el caso Malvinas como un tema de autodeterminación de los isleños.
Comenzó entonces y continúa hasta el presente la usurpación británica de una parte de nuestro territorio nacional. Aquella acción pirata de 1833 también pone a la vista la fuerte alianza entre el gobierno de EE.UU. y la Corona británica, alianza que se consolidaría luego en el marco de la OTAN.
Otra necesaria referencia histórica nos lleva a mediados del siglo XX. Es pertinente recordar que, en 1947, Washington impuso a los países de la región el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), un tratado que –según sus impulsores- protegería a nuestros países del ataque de alguna potencia extracontinental; y en 1948 promovió la fundación de la Organización de Estados Américanos (OEA), verdadero ministerio de Colonias al servicio de la política expansionista y el intervencionismo de los Estados Unidos en el continente.
A nivel mundial impulsó la firma de pactos militares en varias regiones así como la creación en abril de 1949 de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), todos ellos instrumentos de naturaleza agresiva que minaban la idea de la seguridad colectiva basada en el principio de la coexistencia pacífica establecido en 1945 en la Carta de las Naciones Unidas. En la actualidad la OTAN ha crecido hasta integrar a 28 países, mucho más allá de los doce Estados del Atlántico Norte que le dieron nacimiento, y en la Cumbre realizada en Portugal, en noviembre de 2010 ha proclamado abiertamente su condición de poder militar global.
En los años 80 del siglo XX todavía la OTAN no se había expandido. Al asumir la presidencia de Estados Unidos el 20 de noviembre de 1981, Ronald Reagan se planteó el objetivo de desplegar una política ofensiva de “recuperación de los espacios políticos, geográficos y estratégicos”, para lo cual iba a emprender un gigantesco programa de armamentismo y  reactivación de la economía. Reclamando más atención de Washington hacia las Américas, Reagan insiste en que “los Estados Unidos deben asumir de nuevo su papel de fuerza de cohesión indesafiable en la construcción de una comunidad del Hemisferio Occidental”.
Con ese propósito, la administración Reagan trabaja para la creación de “un acuerdo regional para la seguridad del Atlántico Sur”, un acuerdo que no llegó a concretarse -entre Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay- y que se visualizaba como una Organización del Tratado del Atlántico Sur (OTAS), complementado con la participación de África del Sur entonces bajo el régimen del Apartheid. Tales objetivos han sido explicitados tanto en el conocido Documento de Santa Fe (1980) como en otro documento aprobado ese mismo año por el Consejo de Seguridad Nacional de  Estados Unidos, el denominado  Plan para el Océano Libre donde, explicando la importancia estratégica del Atlántico Sur, se afirma: “Aun cuando los Estados Unidos puedan contar con un apoyo efectivo y duradero de la Unión Sudafricana y de la República de Chile, y eventualmente de la Argentina (entonces bajo la dictadura de 1976/83), que facilite la ejecución de sus planes para el extremo sur de los tres océanos, es indispensable contar con el apoyo de Gran Bretaña (…) que debe ser nuestra principal aliada en esa área, no sólo porque es nuestra amiga más confiable en el orden internacional, sino porque todavía ocupa diversas islas en el Atlántico Sur que, en caso de necesidad, podrían convertirse en bases aeronavales, de acuerdo con el modelo de Diego García, o en punto de apoyo logístico como la isla Ascensión”.
Este es el trasfondo real de la posición yanqui en la Guerra de Malvinas: desde una política de fuerza, estratégica y militar, el gobierno norteamericano no tuvo dudas en alinearse con Gran Bretaña, su principal aliado en la OTAN, contra la Argentina, a pesar de que, en virtud del TIAR, debía haberla defendido frente a una “agresión extracontinental”.  Y, al fin de la guerra de 1982, Washington logra, entre sus objetivos militares, la construcción de  una gran base militar en Malvinas que permitirá a la OTAN el control de las rutas oceánicas del Atlántico Sur y una posibilidad concreta de proyectar su poder hacia el continente Antártico.
Aparte de las razones geopolíticas ya mencionadas, la ocupación de los archipiélagos del Atlántico Sur tuvo y tiene para los imperialistas un  interés adicional asociado a la explotación de los cuantiosos recursos naturales de la región. Al respecto, lo que realmente importa es la extensa plataforma continental argentina, el mar que rodea a las islas, la abundancia de peces, el krill y las riquezas del suelo submarino. Algunos de esos recursos, particularmente el petróleo tienen una enorme  importancia estratégica, y además ya en el presente les reportan grandes  ganancias que obtienen de la venta ilegal de licencia de pesca.
La militarización

Terminada la Guerra de Malvinas, y desde que Inglaterra retoma el control total del archipiélago, el proyecto de instalar una base militar aeronaval se concreta con los trabajos de ampliación de las pistas y las instalaciones del aeropuerto de Mount Pleasant, en la Isla Soledad. Las obras concluyen en 1985 y la base comienza a operar en 1986. Hoy, la Fortaleza Malvinas que dispone también de una estación naval de aguas profundas -llamada Mare Harbour- donde atracan submarinos atómicos, se ha constituido en uno de los cinco principales enclaves militares extranjeros del Hemisferio Occidental, y funciona en conexión con la red mundial de bases de control y espionaje que la OTAN tiene en el planeta.
La descripción y los alcances de esta Fortaleza merecen un artículo especial. Digamos por ahora que los buques y aeronaves militares que van y vienen desde Gran Bretaña, vía Isla Ascensión, son portadores de armas  nucleares. En la actualidad, con la reactivación en 2008 de la IV Flota de guerra de  EE.UU. los peligros que se derivan de la instalación de la Fortaleza Malvinas a 700 kilómetros de nuestra costa patagónica, se han agravado considerablemente.
Las recientes medidas adoptadas por Gran Bretaña no hacen sino empeorar la situación. Nos referimos a la decisión de establecer alrededor de las Islas Georgias del Sur y Sandwich del Sur una zona de exclusión pesquera con una extensión de un millón de kilómetros cuadrados, zona que será  patrullada por naves de la marina de guerra del Reino Unido; así como al envío del buque de guerra “HMS Dauntless”, armado con misiles, helipuertos y 60 marines, para reforzar la custodia de nuestras Islas.
Con ello, además de transgredir la Resolución de la ONU que reclama hacer  del Atlántico Sur una Zona de Paz y Cooperación, agregan nuevas  tensiones, con las que intentan bloquear el proceso de negociaciones políticas imprescindibles para avanzar en la solución del diferendo de soberanía y encontrar el camino pacífico de la descolonización de los archipiélagos del Sur.  
A despecho de los planes del imperialismo, este es el camino que ha elegido Argentina y cuenta hoy con el apoyo fundamental de la Unasur, el  Mercosur, la ALBA, la Celac y todos los pueblos de la región.

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