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miércoles, 29 de febrero de 2012

Los niños hermosos de la Sierra Maestra



La niña Anabel. Foto: Javier Montenegro/Cubadebate
La niña Anabel. Foto: Javier Montenegro/Cubadebate
La niña Anabel era tan hermosa, que uno no sabía lo que le iba a decir. Yo, por ejemplo, le pregunté el nombre, qué edad tenía, qué quería ser cuando fuera grande, si estaba feliz, en fin, obviedades de ese tipo. Las suficientes para darme cuenta de que nosotros no teníamos nada que hacer allí.
Cuando digo nosotros, me refiero a un grupo, alrededor de medio centenar de estudiantes de Periodismo. Cuando digo allí, me refiero a la escuela primaria y multigrado de Ocujal de Turquino, un pueblito humilde y lejano, un sitio casi fantasmal y consumido entre dos fuegos: los embates del mar Caribe y la imponencia de la Sierra Maestra.
Así como casi todos los filólogos y los historiadores de arte, casi todos los estudiantes de Periodismo posan de intelectuales y casi todos los economistas de tipos prácticos y casi todos los físicos y los matemáticos de genios (por eso estrujan sus camisas y no limpian los zapatos y adoptan ese aire de desahucie total). Aunque haya habido un solo Reed y un solo Einstein, estos tipos de clichés se extienden como cánceres y no dejan de ser graciosos y no tienen remedio y, por lo mismo, a pesar de todo, hay que reírse de ellos pero también mirarlos con cierto temor.
Visto el caso, pensé que nosotros, que habíamos ido a Oriente a subir el Pico Turquino, pintábamos poca cosa visitando -como embajadores de Buena Voluntad, o delegación extranjera, o pléyade de monjitas caritativas- aquellos niños de la Sierra Maestra, tan felices y olvidados del mundo, con su escuela, su maestra y sus ríos y terrenos por conocer. No hace falta, creo yo, nada más para ser feliz. Un  poco de comida, quizás.
Pues como decía, fuimos allá. Alguien me convenció de que no era tan como me figuraba y de que a esos niños se les podía donar, por ejemplo, libros de valiosa utilidad, libros a los que no tenían ningún tipo de acceso. Me pareció comprensible y cerré la boca (yo quisiera que alguien me regalara la obra completa de Bolaño o de Celine, a las que tampoco tengo ningún tipo de acceso).
Llegamos. Los muchachos se pusieron de pie, nos dijeron tres o cuatro lemas, dos o tres consignas honrosamente declamadas (¡a los niños hasta las consignas les quedan bien!) y terminado el recibimiento uno de los nuestros empezó el espectáculo. El espectáculo de la formalidad intelectual, naturalmente. Alguien largó un candoroso discurso, otro recitó un poema insufrible, aquel derivó en el melodrama (también cantaron “El Mayor” y un tema de Celia Cruz cuyo título desconozco. Tamaña e inconsciente ironía quizás haya sido el punto más alto de la velada).
Todo, sin embargo, perdonable, no digo que no. Gente, tampoco digo que no… gente llena de buenas intenciones, pero con la perspectiva atrofiada.
Repartieron benévolamente algunas libretas, algún caramelo, algún que otro lápiz, unos de colores y otros no. Esto trajo sus diferencias. Fuimos, ya me iba pareciendo, a joderles la mañana a esos muchachos. Hasta que llegó la hora de entregarles los textos, los libros que les traíamos desde La Habana.
Y cuando yo pensaba que nos íbamos a redimir… los estudiantes de periodismo les regalaron a los niños de Ocujal del Turquino… les regalaron a los niños… les regalaron a los niños… los estudiantes de periodismo… madre santa… les regalaron a los niños de Ocujal de Turquino… santo cielo… cargaron desde La Habana hasta Santiago de Cuba… para regalarles a pioneros de seis, ocho y nueve años de edad… permítaseme que tome un respiro porque no es creíble… cuando vi aquello me fui de bruces… me llevé tres palmos de narices…  ya se los dije, la gente tiene sus poses, les llevaron… ¡cáspitas!… déjame soltarlo de un tirón… les ofrecieron como obsequio invaluable para sus formaciones ilustradas… les ofrecieron… ¡aaarrrrggghhh!… entre otras cosas… …para que se leyeran después del recreo… …dios mío… …comisarios de la academia sueca… -elrecursodelmétodo-laconsagracióndelaprimavera-cienañosdesoledad-yloscuentosdealejocarpentier.
La niña Anabel era tan hermosa, que uno no sabía lo que le iba a decir.
Escuel multigrado de Ocujal del Turquino. Foto: Javier Montenegro/Cubadebate
Escuel multigrado de Ocujal del Turquino. Foto: Javier Montenegro/Cubadebate

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