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viernes, 4 de mayo de 2012
Cultura de la muerte
La violencia ha formado un espíritu de resignación, quemeimportismo o temor en el pueblo
Jaime Galarza Zavala
jaigal34@yahoo.es
En el Ecuador existe desde siempre -es decir, desde 1830, en que se fundó la República- una cultura de la muerte. No nos referimos a los diversos cultos funerarios que practica la población, y que difieren conforme las costumbres ancestrales de indígenas, mestizos, afrodescendientes, creyentes, etc. Nos referimos a esa especie de menosprecio a la vida de los demás, al facilismo con que se atenta contra la existencia del prójimo, aun si hechores o malhechores recitan diariamente el No Matarás que figura entre los 10 Mandamientos.
En lo político, el mencionado año fundacional ocurrió el asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, por obra de militares y gobernantes ambiciosos, enemigos de Bolívar y de la Gran Colombia. Desde allí, hasta el 30-S, todo sería un río de sangre atravesando la historia patria: masacres de trabajadores y gente pobre el 15 de noviembre de 1922, de estudiantes y pueblo el 2 y 3 de junio de 1959, de obreros del Ingenio Aztra en octubre de 1977, de indígenas y montubios en los feudos de los gamonales, la Iglesia y empresas extranjeras, ejecuciones bajo la pena de muerte con García Moreno o Caamaño, ejecuciones ilegales bajo el pretexto de combatir a elementos subversivos, la “Hoguera Bárbara” de 1912, el magnicidio del presidente Jaime Roldós, y una interminable lista de víctimas del odio y el desprecio de los poderosos del país y de sus mandones de fuera, entre los que se destacan órganos imperiales como la CIA, esa central norteamericana del terrorismo y el espionaje que ha hecho la desgracia de numerosos pueblos de la Tierra. Con lo cual tenemos que más de 180 años de violencia han configurado un espíritu de resignación, quemeimportismo o temor en el seno del pueblo, o una especie de fatalismo ante la muerte por acción de los otros. A ello contribuye, sin duda, la impunidad que se ha dado siempre en la investigación y castigo de estos crímenes. En todo ello hay una cultura de la muerte.
En este ambiente y con tales antecedentes, el país sufre actualmente una ola interminable de toda clase de violencia social, expresada en abultadas cifras de asaltos, asesinatos, violaciones, con presencia de bandas delictivas en el campo y las urbes, así como de crecientes grupos de sicarios. Mucho de ello como consecuencia de haberse convertido el país en plaza y nudo vial del narcotráfico, y como secuela también de la influencia de la invasión mediática a todos los hogares, con periódicos que chorrean sangre y programas televisivos donde reinan las armas, las explosiones, los gánsteres y los policías corruptos. Dentro de este mundo siniestro, los diarios episodios de muerte en las carreteras, por obra de conductores trasnochados o irresponsables, no son sino una expresión de esta cultura de la muerte. ¿Hay soluciones para este grave mal o estamos condenados a perecer bajo su peso descomunal? Sí, hay soluciones, pero a largo plazo, pues consisten en desarrollar una cultura de la vida, y esto entraña el desarrollo de la solidaridad humana, la cooperación entre unos y otros, la estricta regulación de los medios, el abandono de esa hoy común mentalidad de aspirantes a millonarios. Es decir, hace falta una revolución de los corazones y los espíritus.
Fuente:
http://www.telegrafo.com.ec/index.php?option=com_zoo&task=item&item_id=38117&Itemid=29
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