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miércoles, 25 de julio de 2012

La Madre de todos los vetos





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A lo largo de 20 meses, los círculos dirigentes de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia han insistido en presentar en el Consejo de Seguridad de la ONU resoluciones sobre Siria cuando saben que serán vetadas por Rusia y China. Descartada la estupidez, la pregunta es: ¿Por qué lo hacen? Obviamente, no se trata de vocación de perdedores sino probablemente de una maniobra finamente calculada.
La apuesta norteamericana y su estrategia en Siria se fundamentan en la presunción de que el gobierno de Bashar al-Assad no sobrevivirá a lo que ya se califica como la mayor conspiración desde que Ronald Reagan auspició la Guerra Sucia en Centroamérica [1] contra el gobierno sandinista y el movimiento revolucionario en El Salvador.
Tal como se conduce la conspiración que lanza sobre Siria a todo Occidente, Turquía, la OTAN, la Liga Árabe, Arabia Saudita y las monarquías del golfo Pérsico, y cuando su único aliado, Irán, poco puede ayudar, un resultado desfavorable al gobierno sirio no sólo cambiaría el panorama geopolítico y la correlación de fuerzas en la región sino que dejaría a Rusia en el bando perdedor, cosa que disminuiría su escaso protagonismo internacional.
No se trata de que Putin, su canciller y los formuladores de estrategias del Kremlin sean ingenuos sino que, entre seguir a Washington como socio menor o dar batalla con la única arma disponible, el veto, optaron por lo segundo. Por otra parte, aunque son cada día más remotas, existe la posibilidad de que el actual régimen sobreviva, incluso sin Bashar al-Assad, escenario en el cual Rusia sumaría algún capital político.
En cuanto a China, parece tratarse de una posición entre pragmática y acomodaticia. Debido a que un solo veto basta para paralizar al Consejo de Seguridad e impedir que se aplique el Capítulo VII de la Carta de la ONU, que autoriza el uso de la fuerza, el voto chino en contra no define nada, cosa que saben todos los actores.
No obstante, cualquiera que sea el desenlace, el símil con la Guerra Sucia en Centroamérica es pertinente. Ahora como entonces se trata de un crimen perpetrado a la luz del día, con amplio respaldo mediático y con la complicidad de unos actores internacionales, la indiferencia de otros y la impotencia de los que quisieran y no pueden.
En los años 1980, Nicaragua y El Salvador contaron con la determinación de la Revolución Cubana y de Fidel Castro que, sin veto ni cohetes y sin poder confrontar abiertamente la maniobra, contribuyeron a salvar lo que se pudo. El hecho de que los sandinistas y el Frente de Liberación de El Salvador estén hoy en el poder en sus respectivos países y que, mal que bien, haya democracia en Centroamérica dice mucho. Allá nos vemos.
Fuente: Moncada

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