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domingo, 22 de julio de 2012

Uribe y Santos Se muestran los dientes



Por Rubén Zamora
Interesantes polémicas agrian el debate entre los mayores exponentes del modelo neoliberal. Nada sustantivo para los intereses de la patria,cosa de ambiciones caudillistas por los beneficios sustraídos alcontrolar la enorme burocracia del Estado. No ha de perderse de vista que en la ideología de la mordida al bien público, se han inspirado el transfuguismo político y las más siniestras alianzas teñidas con la sangre de cientos de milesde luchadores sociales y patriotas.
Uribismo o santismo, resumidos en la Unidad Nacional, representan ni más ni menos que laascensiónde poderosos grupos de mafiosos, parapolíticos, y de la paraeconomía donde también consignanlas corporaciones multinacionales,con inversiones en el país, campeones en el concurso de lavado de activos del narcotráfico.
Juan Manuel Santos, abriga con juicioso celo los monstruosos huevos de la seguridad democrática, la confianza inversionista y cohesión social. Con el uribismo ha gobernado e incorporado un nuevo paquete de legislación colombiana  y de reformas a la Constitución Nacional, verdaderos engendros antipatrióticos y antidemocráticos. Alardea estar en el centro de las malas influencias del país, refiriéndose a Uribe y a las FARC, fingiendo con etéreo cinismo estar en el mismo lugar de las  víctimas.
Los fundamentos ideológicos de este gobierno son los mismos del consenso de Washington, con su obvia reingeniería,posible gracias a la desaforada práctica de terrorismo de Estado, artillería que ha bombardeado siempre las esperanzas de paz de los colombianos. Esta  oligarquía vasalla se resiste a dar el paso histórico de resolver el único conflicto armado en el continente, y en cambio replica la doctrina neoliberal  y de la guerra que simbolizan el más rotundo fracaso del sistema capitalista mundial con gravísimas consecuencias para la humanidad y la vida en el planeta.
Parece ser que la sociedad se recobra del embrujo mediático. Las últimas reformas impulsadas por el gobierno despertaron  airadas reacciones, iniciativas como el referéndum tomaron fuerza contra la llamada reforma a la justicia. Apenas gateaba cuando la condena pública la hizo hundir entre la putrefacción donde fue engendrada. Pilatos se lavó las manos y luego los congresistas de la Unidad Nacional rebatieron a la espectacular salida demagógica del gobierno. El problema del gobierno no fue que le pusieron micosa la reforma sino de simple cálculo político, era insospechable la indignación que estalló con evidente riesgo  para los grandes barones electorales.
Los indignados hundieron de paso los proyectosde reforma tributaria y pensional, en espera de la próxima legislatura, cuyos contenidos serían mayores sacrificios para la clase media y las masas empobrecidas a beneficio de los grandes inversores de capital. Ninguna maniobra demagógica del Presidente ha de desvirtuar el enorme significado que ha tomado la disconformidad social y política en este justo momento, ni esta debe despreciar su formidable capacidad de producir los acontecimientos que dignifiquen el ser de las grandes mayorías, haciendo de la política un ejercicio virtuoso de servicio social y patriótico por la paz y el bien común.
Los hechos de la seguridad democrática han ido demasiado lejos, escándalos de corrupción, terror y narcotráfico. Los narcos, la élite política, militar, policial y económica se complementan. Ninguno escapa a la sucesión  de escándalos.  Los 50 Generales literalmente señalados en el diario de `Chupeta’, son apenas una pequeña pieza gangrenada de las fuerzas militares y de policía. El caso del General Santoyo, solicitado en extradición por narcotráfico, descodifica los intríngulis mafiosos en Casa de la seguridad democrática que ahora involucran al ministro Germán Vargas Lleras.La resurrección de ‘fritanga’ no deja dudas de la tamaña complicidad de altos funcionarios de Colombia y Washington con el crimen. Todo conduce a demostrar la  inmoralidad, ilegalidad e ilegitimidad del régimen. No queda más que invocar la sabiduría popular para edificar el nuevo ordenamiento patriótico, pluralista, democrático y bolivariano.
Las diferencias entre Uribe y Santos jamás serán como las de ambos con el país que soñaron las víctimas de su conjura. O la que estos encarnan con los soldados que dan la vidapor ellos en el campo de batalla, pasando por los expulsados del mercado del trabajo, de los derechos económicos y sociales, de las víctimas de su miserable sistema de salud, de los millones de colombianos a los que volvieron pordioseros, los campesinos que expulsaron de sus tierras para desarrollar la explotaciones minero energéticas y los proyectos agroindustriales hasta los insurgentes de esta gesta heroica de sacrificios por la paz de Colombia.
Uribe y Santos, iniciaron bien temprano la campaña política, da tiempo al país decente para interponer recursos contra las iniciativas que conducen a que las mafias y la corrupción sigan controlando los poderes públicos.
Las diferencias no dejan de ser interesantes, uno más rancio que otro e iguales de oportunistas y ambiciosos, empero, identificados en la esencia fundamental del régimen neoliberal. La contradicción insoslayable la encarnan las fuerzas patrióticas que deben imponerse con monumental fuerza si se quiere de verdad salir del estercolero de infamias a que condujeron la nación esta verdulera clase política.

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