Artículos de Opinión | por Juan Francisco Coloane
La obscenidad de veinte niños y seis adultos asesinados en la escuela Sandy Hook en Connecticut se vinculan íntimamente con la otra obscenidad de miles de niños muertos e impactados en Siria y el Medio Oriente en los enfrentamientos del último año. En Sandy Hook fue un ser con marcada disfunción social y mental. En Siria y el Medio Oriente, es la acción de seres también marcados con disfunciones sociales y mentales indebidamente insertados en conflictos armados.
La llegada a Damasco, Siria, el viernes pasado, de la Encargada de la ONU para Asuntos de los Niños en conflictos armados, Leila Zerrougui, responde a una invitación del gobierno Sirio para evaluar el impacto directo de la crisis Siria sobre los niños. La medida llega un poco tarde, aunque en este largo conflicto nada es tarde si se trata del cierre definitivo de las operaciones militares.
En el bando opositor al Gobierno, no se ha hecho ningún atisbo de detener el influjo masivo de terroristas para combatir al ejército Sirio. Éste a su vez está acorralado en la disyuntiva del cese al fuego y dejar a la nación Siria al arbitrio del terrorismo.
Los esfuerzos de las naciones para erradicar el uso de niños en conflictos armados como soldados y en cualquier otra función, han sido insuficientes, particularmente en las zonas donde se han instalado los terroristas amparados por esa matriz flexible del ejército rebelde, como es en la actualidad el caso más patente en Siria.
James P. Grant, el campeón de la causa de los niños, quizás como ningún otro desde la Segunda Guerra, Director Ejecutivo del UNICEF durante el período de 1980-1995, hizo un discurso fundacional en la reunión del Tercer Comité de la Asamblea General de la ONU, del 11 de noviembre de 1994.
Planteó una tarea indispensable en pos de la protección de los niños: “Los derechos de los niños constituyen un imperativo moral central en nuestro tiempo”. Lo asoció directamente a los derechos de los niños en los conflictos armados. “Niños y niñas además de convertirse en las primeras víctimas, son usados no solamente como soldados sino como escudos de los bandos en conflicto. Por cierto que ultraje, heridas y muerte no son las únicas consecuencias del conflicto armado; también se presentan el desplazamiento, la orfandad, la destitución, el trauma y la pérdida de educación”. (Noviembre.1994)
Jim Grant fue un gran estadista que en 15 años dejó literalmente su vida en pos de los derechos de los niños. Su cruzada por denunciar los abusos a niños y niñas en las guerras en África Austral perpetradas por el Apartheid y la administración Reagan, es legendaria. Quedó plasmada en el trabajo “Children On The Front Line”, para cuya realización tuvo un protagonismo clave una compatriota nuestra, la actual Vice-Presidenta del Comité de Naciones Unidas sobre Derechos del Niño, la socióloga y Ex Directora Regional del UNICEF, Marta Maurás.
El episodio aislado aunque no poco frecuente en EEUU y el flagelo permanente en Siria, comparten un común denominador: los niños son víctimas de un mismo régimen que daña. Ambas situaciones responden a un régimen común que ha atrapado al globo frente al cual no se conocen ni respuestas ni medidas para superarlo. Es mucho más que un clima o un resplandor de lo político. Es un régimen que inculca con mucha eficacia una violencia engendrada por el nivel de desolación de la sociedad global.
La figura de la globalización ha convertido al sistema capitalista en una entidad altamente destructora de la matriz ética que sostiene la convivencia. El exceso de individualismo se expresa en la sociedad de masas corporativamente.
En Sandy Cook, Newtown, Connecticut, es el ser que aplasta a otros con su enajenación individual. Respecto a Siria, son 130 países respaldando una operación que incorpora abiertamente al terrorismo como instrumento para desestabilizar al estado. En ambos casos el límite ético queda suspendido por la consecución del objetivo y para todos los efectos, más allá de las disfunciones mentales, son síntomas de un clima fascista.
En Gaza e Israel, es la distorsión de sociedades militarizadas sumidas en disconformidad histórica por haber sido obligadas a protegerse al margen de sus sentimientos más íntimos: Nadie quiere vivir en guerras.
Barack Obama, como presidente de Estados Unidos tiene la posibilidad de invocar ese imperativo moral central de nuestro tiempo, Los Derechos de los Niños, del que James P.Grant hacía su bandera de lucha. Esta vez para ponerle fin a la guerra en Siria. Es la gran oportunidad de colocar su sello de Premio Nobel de la Paz.
Fuente: Rebelión
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