Por: Norberto Bacher
Con la designación e instalación de la nueva Directiva de la Asamblea Nacional en las próximas horas, seguramente encabezada por su Presidente actual, el camarada Diosdao Cabello, comenzará a cerrársele a la derecha local la posibilidad de generar conflictos institucionales artificiales para escamotearle a la Revolución los dos victorias electorales estratégicas que el pueblo le ha dado, primero en las presidenciales del 7 O e inmediatamente en la de gobernadores.
Está a la vista que una derecha gravemente escorada después de esa seguidilla de derrotas contundentes, intenta utilizar la coyuntura de la enfermedad del Comandante Chávez para forzar su salida de la Presidencia, objetivo que vienen buscando sin resultado desde que la asumió por primera vez en 1999, tanto por la vía del golpe de Estado como por la electoral. Ahora esperan encontrar en la incertidumbre de la biología lo que la política les viene negando desde hace 14 años: salir de Chávez.
Embarcados en esta suerte de fuga de su propia crisis, distintos voceros de la derecha comenzaron a hacer interpretaciones interesadas y amañadas de los contenidos de los artículos constitucionales 231 al 235, que establecen las diversas alternativas en casos de ausencia del Presidente. El recurso de una lectura retorcida del texto constitucional apunta a que la Asamblea Nacional declare lo antes posible la ausencia absoluta del Presidente y se habilite una nueva elección presidencial en treinta días. La derecha cree que por esta vía le caerá en sus manos una inesperada segunda oportunidad para asaltar la dirección del país.
El batifondo de interpretaciones leguleyas que la derecha está realizando en las cadenas mediáticas locales e internacionales – como era previsible con la ayuda de una vocera del Departamento de Estado yanqui – no le alcanzará para forzar esa salida. Ni en la Asamblea, ni en la calle, ni en los mandos militares, tienen la fuerza suficiente como para torcer la decisión del pueblo. Tampoco las fuerzas de la Revolución se lo van a permitir. Lo dejó en claro en una reciente entrevista el Vicepresidente, camarada Nicolás Maduro.
Porque la democracia real es mucho más que el respeto y apego a las normas constitucionales. Es antes que nada legitimidad política, es decir respeto irrestricto a la voluntad del pueblo libremente expresada. Y si alguien tiene legitimidad política es el gobierno de Hugo Chávez. No sólo porque ganó todas sus elecciones por un margen amplísimo, sino, antes que nada, porque siempre ha convocado al pueblo a votar un programa, un proyecto, del cual nunca se apartó, siempre mantuvo con firmeza – a pesar de contingencias coyunturales – la fidelidad a los lineamientos programáticos. No ha sido distinto en la reciente elección presidencial: el pueblo no sólo fue convocado a ratificar al Presidente Chávez sino a ratificar un programa de transición al socialismo, a darle continuidad al Plan Nacional Simón Bolívar a través del Programa de la Patria.
Nadie puede decir que desconocía la propuesta programática a la cual lo convocó Chávez. Por eso entre el período presidencial que está terminando estos días y el que se iniciará el día 10 no hay ninguna transición. Por el contrario, hay una continuidad absoluta, no sólo en la personalidad de quién encabeza el gobierno sino en el programa a realizar, el programa de la Revolución. La mayoría del pueblo votó para asegurar esa continuidad. Ningún formalismo jurídico puede desconocer ese veredicto inapelable del pueblo. Respetar ese mandato es lo que da legitimidad política, base y sustento de cualquier proceso democrático. Por cierto legitimidad cada vez más difícil de encontrar en las democracias burguesas, donde – a diferencia de lo que hace Chávez – los electos se sienten liberados del cumplimiento de sus compromisos previos, si es que acaso asumen alguno.
Hasta tanto Chávez regrese a sus tareas, la garantía de cumplimiento del mandato popular es el equipo de gobierno que él designó, con Maduro al frente. Si más adelante las circunstancias determinasen que el Comandante no pudiese volver a sus tareas – circunstancia que ahora no están dadas – entonces sería necesario una revalidación del mandato popular en los términos exigidos por la Constitución. Para ese supuesto, las fuerzas de la Revolución también están mejor preparadas que las de la derecha: tienen un programa que se está ejecutando, tienen una estructura política y tienen un candidato alternativo designado por Chávez para enfrentarla y asegurar la continuidad del proceso revolucionario en el gobierno de la República.
Una fortaleza del campo revolucionario que no es desdeñable, aunque puedan señalarse múltiples debilidades y contradicciones. Fortaleza que se dimensiona mejor si se compara con la evolución interna del propio proceso revolucionario. Valga recordar que al comenzar Chávez su segundo mandato en 2006, a pesar de haberle ganado en aquella oportunidad al candidato de la derecha, Rosales, con una diferencia porcentual mayor que en la elección última, difícilmente se hubiera podido sostener el gobierno sin su participación directa y cotidiana.
Ahora las perspectivas son otras. El tramo recorrido desde entonces permitió afianzar un equipo que asegure por un período las funciones de gobierno, aunque la Revolución es mucho más que gobernar correctamente.
Aunque la fortaleza de la Revolución contrasta con la crisis política que cruza a la derecha, no puede olvidarse que ésta sigue siendo una amenaza para el proceso revolucionario, no sólo por su influencia cultural a través de los medios masivos de desinformación, sino porque sus raíces más profundas se nutren del imperialismo y de la burguesía local, que aunque en retroceso todavía controla gran parte de la estructura económica y financiera del país.
El cambio estructural y cultural que implica una revolución aún está en sus comienzos. Y allí es donde resalta el papel del Comandante como estratega de la revolución, como factor de unidad de las múltiples fuerzas sociales que hacen posible la Revolución Bolivariana en un camino de transición al socialismo que no reconoce antecedentes históricos y como principal impulsor de la autocrítica, que es inseparable de toda acción revolucionaria.
Uno de los desafíos que enfrenta el proceso revolucionario es que esas fuerzas sociales que lo sostienen, trabajadores, comunidades, campesinos, intelectuales, etc, puedan consolidar su expresión política en un liderazgo colectivo. Era una necesidad antes de la enfermedad de Chávez; sigue siendo una exigencia de este momento.
La derecha derrotada está preocupada por recuperar el gobierno mediante un golpe de mano “institucional” para acabar con la Revolución. Las mujeres y hombres que votamos por Chávez estamos preocupados por sostener al equipo de gobierno designado por Chávez, hasta que el Comandante se recupere para cumplir su papel dirigente en la Revolución.
Se equivoca la derecha si cree que podrá forzar una nueva elección presidencial mientras el Comandante se recupera. Se equivoca la derecha si se ilusiona con ganarle al candidato alternativo designado por Chávez, si llegase esa instancia. Se equivoca la derecha si sueña con que la Revolución colapsará por las contradicciones internas de sus fuerzas.
Se equivoca la derecha si se sigue engañando con que el voto del pueblo a Chávez es sólo un voto carismático, un voto a la indudable identificación del Comandante con la mujer y el hombre sencillo. Se equivoca la derecha si persiste en desconocer que de la mano de Chávez se desarrolló la conciencia democrática, antiimperialista y socialista del pueblo que lo vota. El carisma es intransferible; el programa es una construcción colectiva que el pueblo ya tomó en sus manos y no está dispuesto a abandonar.
Viviremos y venceremos !!!
Qué viva Chávez !!!
Norberto Bacher
Fuente: http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article45778
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