Entrevista, realizada el pasado viernes, a Juan Carlos Monedero aprovechando su participación en un seminario que tubo lugar en la Universidad de Granada.
Entrevistas | Francisco Fernández
¿Cuál es el panorama político que se le ha presentado a Maduro durante las elecciones?
Maduro ha recibido dos golpes. El primero ha sido la muerte de Chávez, quien ha sido líder claro y absoluto del proceso bolivariano a niveles excesivos, que llevaron a que él cargase con demasiado trabajo, impidiendo al mismo tiempo que, en su entorno, surgieran liderazgos alternativos. El segundo golpe que recibe Maduro es en las elecciones, donde no se esperaba un resultado tan ajustado. Este segundo susto lo ha tenido que procesar y digerir más rápido, pero ha tenido como consecuencia dos elementos muy positivos para el proceso. En primer lugar, Maduro ha entendido que el liderazgo tiene que ser colectivo, algo que lo ha llevado a acentuar la labor colegiada del gobierno. Y, en segundo lugar, la necesidad de reconstruir la hegemonía de Venezuela, que no ha heredado de Chávez y que solamente la puede armar recorriendo el país para hablar con todos los agentes políticos y sociales, cosa que ya ha anunciado que va a hacer.
A parte de esos dos sustos ha recibido un regalo dramático, y es que la oposición ha vuelto a sacar su verdadero rostro, que es fascista; ha generado ocho muertos, centros de diagnósticos integral devastados, militantes golpeados, miembros del Consejo Nacional Electoral amenazados… De esta forma, esa derecha patética, fascista y golpista pensaba que iba a acabar con el gobierno, sin embargo lo que ha conseguido ha sido reforzar el proceso de liderazgo de Maduro.
En otro sitio has señalado que Maduro pertenece al «socialismo bolivariano». ¿Cuáles serían las líneas fundamentales de ese ideario?
Maduro es una persona que pertenece a la izquierda del movimiento bolivariano. Así como hay otros actores políticos que se han identificado con la boliburguesía o con posturas más moderadas, Maduro viene de una formación política en la Liga Socialista y de una socialización de lucha. En su discurso, el mismo día de las elecciones, fue muy claro al decir que se iba ahacia la constitución del socialismo y que no había diálogo posible con la burguesía; podía haber diálogo con actores de la oposición, pero no se iba a producir ningún tipo de negociación con aquellos que quieren vivir del trabajo de los demás. Con lo cual el perfil de izquierda de Maduro está claro.
Y es bolivariana porque también durante estos catorce años él ha sido una persona que ha estado constantemente con el presidente Chávez y en todos los debates; desde la asamblea (en toda la elaboración legislativa, con el impulso de leyes, en el debate de las mismas…) hasta como canciller, armando una integración regional diferente, como es UNASUR o también como es el ALBA, donde hay un presupuesto de izquierda diferente en esa integración que es inédita en el mundo.
A diferencia de la construcción de la Unión Europea, que se hace sobre criterios capitalistas y competitivos, con pequeñas franjas de solidaridad, la concepción del ALBA se traduce, muy al contrario, en un acuerdo de cooperación y de ayuda. Esa propia concepción del ALBA acompaña a Nicolás Maduro y va a ser un referente en su gestión de gobierno.
Sin embargo, los medios de comunicación no reflejan precisamente esta imagen, más bien apuntan en direcciones bien distintas…
Maduro recibe una parte de las críticas que se suelen realizar sobre el proceso bolivariano, al que se ha acusado de autoritario, de castro-comunista, que cierra medios… Unas críticas vacías de contenido y que generalmente son mentira. Él ha incorporado una crítica nueva: es conductor de autobús. Es decir, es un trabajador. Entonces la figura de Maduro molesta a la derecha porque ésta cree que, como diría el Partido Popular, la «marca Venezuela» se ve deteriorada por tener como representante a un conductor de autobús, a un trabajador. Como si no hubiéramos visto a licenciados y doctores arruinar países.
Entonces las críticas que ha recibido y que va a recibir Nicolás Maduro no van a ser muy diferentes a las que tradicionalmente ha recibido Chávez. Lo hemos visto durante las elecciones: se le ha acusado de fraude electoral –y no se ha demostrado porque es mentira–,se le acusa de violencia policial utilizando una foto de la represión en Egipto, se le acusa, con el ejemplo de una pequeña población, de cometer un fraude habiendo más electores que votantes –sin embargo el candidato Capriles, habiendo dos mesas, solamente muestra una urna–. Es decir, las acusaciones que hemos visto durante todos estos años sobre Venezuela han sido mentira, lo cual no implica que no haya problemas en el país. Sin embargo, sí es cierto lo que decía Bertrand Russell sobre Thomas Paine: «era un hombre con defectos, como cualquier ser humano, pero no se le atacaba por sus defectos sino por sus virtudes». Por lo general, los ataques que leemos al proceso bolivariano no suelen coincidir con las cosas que realmente hacen mal, sino que son ataques que están vinculados a que se hacen cosas bien que perjudican a sectores privilegiados.
¿Y por qué esas críticas se realizan especialmente desde Estados Unidos y Europa? ¿Cuáles son los intereses?
Venezuela es la mayor reserva de petróleo del mundo. La geoestrategia política y económica norteamericana está vinculada a los recursos naturales. En el mapa de América Latina se superponen recursos naturales, conflictos sociales y bases norteamericanas, es una constante. Pero, Venezuela no sólo tiene petróleo, además, es la Amazonía –las tierras, el agua, el gas– y, también, es un control de toda la zona. Esto lo ha entendido muy bien Brasil y por eso la alianza de Chávez y Lula ha sido absoluta, porque han entendido perfectamente la estrategia norteamericana. Y Maduro va a hacer lo mismo, es decir, la no-integración latinoamericana va a ser una integración del respeto de la soberanía.
Por otra parte, en América Latina también encontramos otros procesos de emancipación, como el zapatismo, que guardan, al mismo tiempo, ciertas similitudes y ciertas diferencias con el socialismo bolivariano.
Sí, entre el socialismo bolivariano y el zapatismo hay afinidades y hay diferencias. El zapatismo, si hacemos caso a la expresión de John Holloway de «cambiar el mundo sin tomar el poder», basada en el propio movimiento, se contradice radicalmente con el presupuesto bolivariano de «tomar el poder para cambiar el mundo».
Los procesos de transformación de Venezuela, Ecuador o Bolivia se hacen desde el Estado. Y ahí también surge una discusión que Chávez tuvo muy clara: el Estado puede ser una palanca, pero si no se contrarresta con poder popular se convierte en un monstruo. La herencia que Chávez señaló como lo mejor del socialismo bolivariano es la creación del «Estado comunal», y le reclamó a Nicolás Maduro que hiciera de la constitución del Estado comunal su principal obra. Y el Estado comunal no es sino el contrapeso del Estado representativo neoliberal; algo inédito, algo que hay que inventar, pero que pone en paralelo a los elementos comunitarios con los elementos estatales representativos, que creo que ahora mismo es el camino correcto.
El zapatismo, con toda su dignidad y toda su lucha complicada contra un estado corrupto como es el mexicano, no puede ir más allá de construir caracoles, es decir, nichos de dignidad condenados a ser islas de resistencia, mientras que el proyecto desarrollado por Chávez ha cambiado el continente.
¿Y es posible que algunos elementos de la política venezolana puedan llegar a Europa?
La política venezolana va a terminar viniendo a Europa. El cierre informativo que se ha construido sobre los procesos de cambio en América Latina se va a traducir en un creciente interés. Muchas de las reivindicaciones que observamos en la Unión Europea van a encontrar ejemplos en lo que hace quince años se empezó a hacer en América Latina. Sobre todo, en estrategias contra el neoliberalismo que se traducen en procesos constitucionales que, a su vez, se transforman en procesos antiimperialistas que conducen a procesos anticapitalistas.
Igual que el 15-M y el movimiento de los indignados descubrieron la política y las luchas por la justicia y por la igualdad, la Europa insurgente, la Europa disidente, va a acabar encontrándose con el ejemplo de América Latina. Igual que lo que ocurrió en el norte de África ayudó a poner en marcha el proceso de transformación en Europa, cuando se conozcan los procesos latinoamericanos creo que va a ocurrir algo similar pero más radicalizado. Mientras que las luchas en el mundo árabe tenían como objetivo primero echar a dictadores, el objetivo de las luchas en América Latina era desterrar la injerencia de Estados Unidos en las economías nacionales, y eso tiene más que ver con los problemas que tenemos en Europa.
A este debate habría que añadir otra discusión, ya abierta en América Latina, sobre el extractivismo y el respeto a la Pachamama, que es una lucha a la que es muy sensible Europa y de la que también terminará haciéndose eco.
¿Bajo qué formas pueden aparecer en Europa estos elementos que ya se encuentran en Venezuela?
De Venezuela nos deben interesar las preguntas más que las respuestas. Aquí no va a haber un Chávez, aquí no vamos a esperar de los militares una tarea de impulso del proceso emancipador, aunque hay que contar con ellos. Aquí no hay un población desestructurada como la que se encontró Chávez, no hay una disolución de las estructuras sociales intermedias como las que había en Venezuela, no somos un país rentista, no somos un país con petróleo, tenemos una estructura estatal diferente…
Lo que compartimos con Venezuela son los males del modelo neoliberal, el sometimiento a patrones extranjeros o la necesidad de arma una identidad nacional o plurinacional pero que comparta elementos comunes.
Pero, volviendo a un punto que has señalado antes, ¿los escraches no suponen ya un síntoma de una mayor atención a las estrategias políticas desarrolladas en América Latina contra el neoliberalismo?
Hace más de un año escribí un artículo donde planteaba que el escrache era la única solución que veía a la brutal transferencia de los pobres a los ricos; me parecía intolerable que los ricos pudieran disfrutar con absoluta impunidad de ese despojo. Cuando planteé aquello ya era muy consciente de la labor de los hijos de los desaparecidos en Argentina, quienes pusieron en marchar los escraches. Por lo tanto, el Sur ya nos ha dado claves de comportamiento frente a las instituciones que aquí no habíamos considerado; en las nuevas protestas, que coinciden con las de América Latina, y que son protestas contra el neoliberalismo, vamos a encontrar líneas de actuación similares.
¿Y no crees que los escraches han producido un efecto mediático similar al causado por el SAT el verano pasado?
Efectivamente. Tanto los escraches como la expropiación de siete carritos son superaciones de los mecanismos de la democracia representativa cuando ésta ya no da respuestas. Expropiar siete carritos del supermercado es recordar que hay gente que está pasando hambre, incumpliéndose por tanto la Constitución española. Y los escraches, a su vez, son recordatorios de la ausencia de representatividad de nuestros de representantes. Es decir, son una impugnación de la democracia liberal representativa.
Gracias a los escraches recordamos que los que se entienden como ‘mandatarios’ realmente son ‘mandatados’, que quien manda es el pueblo y ellos lo que tienen que hacer es obedecer. Pero habían construido una burbuja institucional blindada con privilegios que provenían de la lucha contra la monarquía absoluta y que se convierten en anacronismos para sinvergüenzas que se escudan en la inmunidad parlamentaria para robar o para obtener privilegios.
La expropiación de siete carritos se convirtió en una crisis casi de Estado, algo que asustó a las élites porque seguramente les recordó otros sucesos parecidos; por ejemplo, cuando los pobres asaltaban las tiendas, una imagen muy latinoamericana y que, de repente, te invalida todo un régimen. Después del asalto a las tiendas en Venezuela hubo una respuesta represora muy fuerte, y de ahí sale Chávez. Si robar siete carritos implicara una respuesta represora por parte del Estado, se desarrollaría un enfado profundo de la ciudadanía y seguramente se produciría al mismo tiempo un cuestionamiento radical del régimen.
Y los escraches, igual que robar carritos evidencia la fragilidad e ilegitimidad del sistema, dejan claro que ese grupo de privilegiados ya no tiene el favor popular, y que, por tanto, no puede seguir ofreciendo a los banqueros europeos el bienestar de los españoles, no puede seguir negociando con Merkel el endurecimiento de nuestros pensiones, no puede vaciar instituciones o cajas de ahorros para después irse a restaurantes caros a gastárselo… Es decir, se acaba la impunidad de ese grupo.
Y, del mismo modo que se intentó penalizar y sancionar la acción del SAT, ahora se está produciendo –sobre todo desde el Partido Popular– una criminalización de los escraches. ¿Qué explica tal estrategia?
Los escraches atacan la línea de flotación del sistema. Apuntan a la propiedad privada, a la identificación del Estado como garante de la sociedad privada, a los cuerpos de seguridad como cuerpos represivos que protegen la propiedad privada y dejan en evidencia que «el Emperador está desnudo» al dinamitar el artículo catorce de la Constitución, donde se dice que «los españoles son iguales ante la ley», y el artículo nueve, que afirmar que los poderes públicos removerán «los obstáculos que impidan o dificulten» el libre desarrollo de los españoles y españolas. Por tanto los escraches se sitúan en la defensa de lo más emancipador de la Constitución y los que persiguen a los escraches se sitúan en lo más represivo de nuestro sistema constitucional.
Una vez más tenemos una lucha entre el derecho a la propiedad privada y los derechos humanos. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca, y quienes realizan los escraches, se sitúan a favor de los derechos humanos. En cambio, quienes reciben los escraches renuncian a los derechos humanos y apuestan por la propiedad privada.
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