Muchos no saben lo que les voy a relatar, que no me lo contaron, sino que lo viví personalmente. Quizás Omar Pérez Salomón, autor del libro Fidel, soldado de la ideas, no había nacido aún o era muy joven |
El fundador de la informática en Cuba es Fidel y se darán cuenta cuando lean mi relato. En el año 1969, en el laboratorio de electrónica de la Universidad de La Habana (UH), bajo la dirección de un brillante ingeniero llamado Luis Julián Carrasco Pérez, rodeado de un pequeño grupo de ingenieros, físicos y matemáticos entre los cuales se destacaba Orlando Ramos y su esposa Mirtha, se estaba tratando de rediseñar (clonar) una computadora de segunda generación Elliott 803B que manos amigas habían hecho llegar a Cuba. Ellos querían producirla también en el país. Estos compañeros ya han fallecido.
Era un sueño casi irrealizable. Una madrugada, como tantas otras en la UH, se aparece Fidel con Chomi (el doctor José Miyar Barruecos) en ese laboratorio para interesarse en lo que estaban haciendo aquellos “muchachos”. Quedó impresionado y les preguntó cuánto les hacía falta para fabricar el prototipo. Se trataba de una cifra irrisoria para un proyecto de esa envergadura (20.000 usd), destinada a la compra de componentes, pasajes, hoteles y comida. Recibieron lo necesario y con ese dinero, Ramos salieron a Europa Ramos y Carrasco para comprar los componentes “en la calle”, no a una firma reconocida, porque nadie le vendía equipamiento electrónico a Cuba por el bloqueo yanqui (era ya el año 1969…).
Cuando los compañeros estaban en la Plaza L´Invalide de París, en una librería pública, encontraron un librito de la firma norteamericana Digital Equipment Corporation, donde se ofrecía los esquemas estructurales (no los circuitos lógicos) de una minicomputadora de tercera generación: la PDP-8. Compraron los libros, se fueron al hotel y tomaron una decisión magistral: no clonar la Elliott 803B (de segunda generación, vieja y obsoleta), sino crear el prototipo cubano de esa moderna computadora yanqui de tercera generación.
Para ello diseñaron los diagramas lógicos y definieron los componentes básicos para producirla, que no encontraron en Europa, y tuvieron que viajar a Japón, ya sin dinero ni siquiera para dietas y hoteles, donde gracias a la colaboración del Consejero Comercial de Cuba en la embajada, Iraídu Istokazu -cubano de descendencia japonesa, ya fallecido-, se pudo comprar los componentes y embarcarlos en la cabina del avión de regreso hacia Cuba en más de 10 comandos (maletines de mano), que ambos compañeros llevaban en sus hombros.
Como en la Universidad de La Habana no había espacio para “ensamblar aquel “muñeco” de máquina”, Fidel les proporcionó una casa situada junto al Río Kibú (o Quibú), a unos 200 metros del hoy Palacio de las Convenciones, que aún no existía. Aquel grupito de la UH creció con otros ingenieros mecánicos, químicos, técnicos calificados, etc., de tal forma, que a finales de aquel mismo año, a inicios de 1970, ya aquel “Frankenstein” se hizo y lo más sorprendente, funcionaba a las mil maravillas. Se diseñó un software-ensamblador, que nombraron LEAL (Lenguaje Algorítmico), creado por dos matemáticos de la UH, y un programa de aplicación para jugar ajedrez.
Los periféricos de aquella primera máquina cubana, bautizada con el nombre de CID-201, eran un teletipo RFT convencional (que servía de impresora y teclado), una grabadora de audio convencional SONY (que era el soporte de almacenamiento magnético externo) y una cassetera de audio para cargar el LEAL y los software de aplicación. El prototipo no tenía pantalla, luego se le incorporó un televisor soviético de entonces. La caja de la Unidad Central (de la lógica) era de madera, y todos los cables de conexiones con la periferia estaban regados en la sala de la casa donde se ensambló. Cuando todo estuvo listo se invitó a Fidel a una demostración. El Comandante llegó a la casa en horas de la madrugada, vio aquello y preguntó si funcionaba. Todos dijeron que sí, que si él quería podía jugar ajedrez con ella. Se sentó ante la máquina y estuvo más de una hora jugando al ajedrez hasta que la máquina perdió. A Fidel nunca le gustaba perder en nada…
Enseguida, con la visión tremenda que le caracteriza, dijo que le pasaran la mano a aquel equipo para que apoyara la Zafra de los Diez Millones. Propuso que se instalara en el central Smith Comas para controlar el “chucho” del ferrocarril del central y algunas tareas de control estadístico de la zafra. Así se hizo, y durante toda esa zafra el primer prototipo de computadora cubana se ocupó de cumplir aquella misión asignada por nuestro querido Comandante en Jefe.
Viendo el éxito del equipo, Fidel sugirió que se le asignaran a la Universidad de La Habana otras casas alrededor de la primera, y así surgiría oficialmente el Centro de Investigación Digital (CID), o Planta Piloto, que derivó en el actual Instituto Central de Investigación Digital (ICID), cuyo director actual fue uno de aquellos enormes “muchachos”. Así empezó en Cuba la Informática, gracias a Fidel, a su genio visionario. Con el tiempo se produjeron, bajo otras condiciones técnicas, y siempre con el apoyo directo del líder cubano, más de 400 minicomputadoras de la serie CID cubanas -en universidades, politécnicos, empresas, fábricas en todos los territorios del país-, que constituyeron la base de la preparación de muchísimos especialistas de alto nivel en la Informática, hoy profesores de nuestros hijos y nietos.
*El lector Abel Boca incluyó este testimonio como comentario de la nota publicada por Cubadebate, Fidel y el sueño de la tecnología al servicio de todos.
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