La crisis de Ucrania no ha modificado radicalmente el panorama internacional, pero sí puede decirse que está acelerando los cambios que ya habían comenzado. La propaganda occidental, que nunca antes había sido tan intensa, esconde principalmente a los pueblos de los países miembros de la OTAN la realidad de la decadencia de Occidente. Pero esa propaganda carece de efectos concretos sobre la realidad política. Rusia y China, y junto a ellas los demás países del grupo BRICS, van ocupando progresivamente el lugar que les pertenece por derecho en las relaciones internacionales.
La crisis ucraniana ha puesto en evidencia la magnitud de la manipulación de las opiniones occidentales por los grandes medios de comunicación televisivos, como CNN,Fox News, Euronews, Televisa y la mayoría de la prensa escrita alimentada por las agencias noticiosas. La manera en que el público occidental está desinformado es impresionante, pese a que hay abundante información disponible en Internet.
Es muy preocupante que muchos ciudadanos del mundo se dejen llevar por una rusofobia jamás vista, ni en los peores momentos de la guerra fría. La imagen que la maquinaria mediática nos impone es que los rusos son unos «bárbaros atrasados» frente a los «civilizados occidentales».
El importantísimo discurso de Vladimir Putin el 18 de marzo, después del referendo en Crimea, fue prácticamente boicoteado en todos los medios. En cambio, se dedicaron amplios espacios a las reacciones occidentales. Naturalmente, todas negativas. En ese discurso, Putin explicó detalladamente que la crisis en Ucrania no fue provocada por Rusia y presentó con toda racionalidad la posición rusa y los legítimos intereses estratégicos de su país en la era postconflicto ideológico.
Humillada por el trato que le impuso Occidente a partir de 1989, Rusia despertó con Putin y empezó a reanudar una política de gran potencia buscando reconstruir posiciones en la línea histórica tradicional de la Rusia zarista y después de la Unión Soviética. La geografía determina muchas veces la estrategia. Rusia, después de haber perdido –según la fórmula de Putin– gran parte de sus «territorios históricos» y de su población rusa y no rusa, se fijó como gran proyecto nacional y patriótico, recuperar su estatus de superpotencia, de actor «global», asegurando en primer lugar la seguridad de sus fronteras terrestres y marítimas. Eso es precisamente lo que quiere impedir un Occidente inmerso en su visión unipolar del mundo.
Como buenos ajedrecistas, Putin y su equipo tienen varias jugadas de adelanto, basadas todas en un conocimiento profundo de la historia, de la realidad del mundo y de las aspiraciones de gran parte de las poblaciones de los territorios anteriormente controlados por la ex Unión Soviética. Vladimir Putin conoce a la perfección las divisiones de la Unión Europea, sus debilidades, la capacidad militar real de la OTAN y el estado de las opiniones públicas occidentales, poco deseosas de aumentar los gastos militares en un periodo de recesión económica. A diferencia de la Comisión Europea, cuyo proyecto coincide con el de Estados Unidos en cuanto a consolidar un bloque euroatlántico político-económico-militar, los ciudadanos europeos no quieren seguir ampliando la Unión Europea hacia el este ni admitir en ella a Ucrania, Georgia ni ningún otro país ex soviético.
Con sus gesticulaciones y amenazas de sanciones, la Unión Europea, siguiendo servilmente a Washington, no demuestra otra cosa que el estado de impotencia en que se encuentra para poder castigar seriamente a Rusia. Su peso real no está a la altura de sus ingenuas ambiciones de moldear el mundo a su imagen.
Por su lado, el gobierno ruso, reactivo y astuto, aplica respuestas graduales, poniendo en ridículo las medidas punitivas de Occidene. Putin se dio incluso el lujo de anunciar que iba a abrir una cuenta en el Rossiya Bank, de Nueva York. Él todavía no habla de limitar el suministro de gas a Europa occidental, conservando esta carta en su manga, por si acaso, pero obliga a los occidentales a pensar en una reorganización total de sus fuentes de energía, algo que tardará años en concretarse.
Aprovechando los errores y divisiones de Occidente, Rusia está en posición de fuerza. Putin goza de una popularidad extraordinaria en su país y en las comunidades rusas de las naciones vecinas. Sus servicios de inteligencia tienen seguramente informaciones de primera mano sobre las fuerzas en presencia en toda la zona ex soviética. Su aparato diplomático le da sólidos argumentos para arrebatar a los países occidentales el monopolio de la interpretación del derecho internacional, en particular sobre la autodeterminación de los pueblos. Como era de esperarse, Putin se refirió al caso de Kosovo para resaltar la incoherencia de los occidentales y su papel en la desestabilización y guerra de los Balcanes.
Las vociferaciones occidentales bajaron entonces de tono y en la cumbre del 24 de marzo, en La Haya, el G7 decidió no excluir a Rusia del G8, contrariamente a lo anunciado días antes, sino limitarse a «no participar en la cumbre de Sochi», dejando así abierta la posibilidad de reactivar en cualquier momento el G8, foro privilegiado de diálogo con Rusia creado... a petición del G7, en 1994. Moscú no pide nada. Los occidentales tendrán que dar el primer paso. Eso fue un primer retroceso del G7.
El segundo retroceso fue el de la OTAN. Obama fue muy claro al anunciar que no habrá intervención militar occidental para ayudar a Ucrania, solamente una promesa de cooperación militar para reconstruir el potencial militar de Ucrania, que actualmente se limita en gran medida a material soviético obsoleto. Van a tardar años en construir un nuevo ejército. Y ¿quién va a pagar eso? No se sabe con certeza en qué estado están las fuerzas armadas ucranianas. Moscú invitó a los militares que lo desearan, herederos del Ejército Rojo, a incorporarse al ejército ruso. La flota de Ucrania pasó totalmente a control ruso.
Tercer retroceso de Estados Unidos: se habla de conversaciones secretas muy adelantadas entre Washington y Moscú para imponer a Ucrania una nueva constitución, aprovechar las elecciones del 25 de mayo para establecer un gobierno plural –sin los extremistas neonazis–, llegar a un acuerdo de «finlandización» de Ucrania, excluyendo su ingreso a la OTAN pero permitiendo acuerdos económicos tanto con la Unión Europea como con Rusia. De paso, Moscú y Washington dejarían a la Unión Europea fuera de la jugada, manteniéndose así las dos superpotencias en un tête-à-tête excluyente para los europeos. Con tales garantías Moscú podría dejar de alentar el separatismo de otras provincias ucranianas y en Transnistria [1], cumpliendo así el compromiso de respeto de las fronteras europeas y ofreciendo a Obama una salida decorosa. La jugada de Putin es magistral.
El G7 no calculó que tomando medidas para aislar a Rusia, aparte de aplicarse a sí mismo una serie de «castigos sadomasoquistas», según la fórmula del ex canciller francés Hubert Védrine, estaba acelerando un proceso muy profundo de recomposición del mundo a favor de un bloque no occidental liderado por China y Rusia reunidos en el grupo de los BRICS.
En reacción al comunicado del G7 del 24 de marzo los cancilleres de los BRICS, también reunidos en La Haya, expresaron su rechazo inmediato a cualquier medida de aislamiento contra Rusia, aprovechando de paso su reunión para condenar el espionaje estadunidense a sus líderes y exigir a Estados Unidos que ratifique la nueva repartición de los derechos de voto en el FMI como primer paso hacia un «orden mundial más equitativo».
El G7 no esperaba una reacción tan contundente y rápida de los BRICS. En la práctica esto quiere decir que el Grupo de los 20 (G20), del cual el G7 y los BRICS son los dos pilares, podría pasar por un momento de crisis antes de su próxima cumbre en Brisbane, Australia (15 y 16 de noviembre), sobre todo si el G7 persiste en querer excluir a Rusia. Es casi seguro que una mayoría de países del G20 condenará las sanciones adoptadas contra Rusia, aislando así al G7. En su comunicado, los cancilleres de los BRICS consideran que definir quién es miembro del G20 y para qué sirve es una decisión a tomar por todos los miembros del grupo «en igualdad de condiciones» y que «ningún integrante [del G20] puede unilateralmente determinar su naturaleza y carácter».
Los BRICS llaman a resolver la crisis actual, en el marco de las Naciones Unidas, «de manera serena y de alto nivel, abandonando el lenguaje hostil, las sanciones y contrasanciones». Bofetada con guante blanco. El G7 ya está avisado: tendrá que hacer muchas concesiones para conservar algo de influencia en el G20. Se ha metido en un callejón sin salida.
En los próximos meses se perfilan dos acontecimientos fundamentales:
Uno es la visita de Vladimir Putin a China, en mayo. Los dos gigantes están a punto de firmar un convenio energético de gran alcance que va a modificar profundamente el mercado energético mundial, estratégica y financieramente. Las operaciones compraventa ya no se harían en dólares sino utilizando las divisas nacionales de cada país. Si Europa occidental decide cambiar de proveedor, Rusia no tendrá ningún problema para reorientar las exportaciones de sus recursos naturales. En el mismo movimiento de acercamiento, China y Rusia están desarrollando una cooperación industrial para la producción del cazabombardero Sukhoi 25.
El otro hecho es que en la próxima cumbre de los BRICS, que tendrá lugar en Brasil en julio, después del mundial de futbol, se podría acelerar el lanzamiento del Banco de Desarrollo, decidido en 2012, en reacción a la falta de voluntad de los países del G7 de cambiar las reglas del juego en el FMI y el Banco Mundial para dar más peso a los países emergentes y a sus monedas junto al dólar en las transacciones internacionales.
Finalmente, otros factores poco comentados por los medios occidentales revelan que la interdependencia entre Occidente y Rusia es también una realidad en el terreno militar. Desde 2002, Rusia aceptó cooperar con la OTAN en Afganistán para facilitar la logística de las tropas occidentales. A petición de la OTAN, Moscú autorizó el tránsito por el territorio ruso de suministro no letal para las tropas de la International Security Assistance Force(ISAF), por vía aérea y terrestre, entre Duchambé (Tayikistán), Uzbekistán y Estonia, vía una plataforma multimodal en Ulianovsk, Siberia. Se trata de abastecer un ejército de varios miles de hombres (lo cual representa toneladas de cerveza, vinos, queso, hamburguesa, lechuga, indispensables para mantener en alto la moral de las tropas). Y eso se hace con aviones civiles rusos ya que las fuerzas aéreas europeas no tienen los aviones de carga necesarios para sostener un despliegue militar de tal envergadura. El acuerdo de la OTAN y Rusia firmado en octubre de 2012 profundiza esa cooperación, indispensable para los occidentales e incluye la presencia de un importante destacamento ruso, dotado de 40 helicópteros, en territorio afgano, donde capacitan al personal afgano principalmente para la lucha contra el narcotráfico. Pero Rusia se negó a dejar pasar por su territorio el material pesado de la OTAN repatriado hacia Europa, lo que obligó a la ISAF a utilizar una ruta aérea (Kabul-Emiratos Árabes Unidos) y marítima hasta los puertos occidentales, multiplicando así por 4 el costo de la retirada. Es el precio a pagar para evitar los ataques de los talibanes contra los convoyes que se retiran entre Kabul y el puerto de Karachi. Para el gobierno ruso, la intervención de la OTAN fue un fracaso, pero su retirada precipitada de Afganistán antes de fines de año va a generar un caos que puede afectar la seguridad de Rusia y desencadenar un nuevo brote de terrorismo.
Rusia tiene también muchos contratos de armamento con países europeos. El más importante es la fabricación en Francia de 2 buques portahelicópteros [clase Mistral] por un monto de 1 300 millones de euros, ya pagados por Rusia. Si [Francia] cancela el contrato, las consecuencias serán miles de empleos perdidos en ese país, que tendrá además que rembolsar a Rusia los pagos ya realizados y multas por incumplimiento de contrato. Sin hablar de algo muy importante en el mercado del armamento: la pérdida de confianza en el proveedor, que podría afectar la industria armamentista francesa, como ya subrayó el ministro ruso de Defensa.
No hay que olvidar tampoco que sin la intervención de Rusia los países occidentales no habrían logrado un acuerdo con Irán sobre el tema de la proliferación nuclear, ni tampoco con Siria sobre el desarme químico.
Estos son los hechos que no comentan los medios occidentales. La realidad es que, por su arrogancia, torpeza y desconocimiento de la historia, el bloque occidental está precipitando la deconstrucción sistémica del mundo unipolar, ofreciendo en bandeja a Rusia y China una oportunidad única para fortalecer un nuevo bloque con el apoyo de la India, Sudáfrica y Brasil, y probablemente de muchas otras naciones. El cambio ya estaba en marcha, pero a un paso lento y gradual. Ahora todo se acelera y la interdependencia cambia todas las reglas de la globalización.
En cuanto al G20 de Brisbane, será interesante ver cómo se posiciona México después de las cumbres del G7 en Bruselas (en junio) y de los BRICS en Brasil (julio). La situación va a evolucionar muy rápidamente y va a exigir mucha agilidad diplomática. Si el G7 persiste en su actitud de aislar a Rusia, el G20 podría desintegrarse. México, atrapado en las redes del TLCAN [2] y del TPP [3], tendría entonces que escoger entre zozobrar con el Titanic occidental o adoptar una línea autónoma, conforme a sus intereses de potencia regional con vocación mundial, acercándose a los BRICS.
Pierre CharasseFuente
La Jornada (México)
Tomado de: Red Voltaire
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