Guevorg Mirzayán, en exclusiva para RBTH
A simple vista, Rusia parece haber adoptado en las últimas semanas una postura algo pasiva en relación con los acontecimientos desarrollados en Oriente Próximo. Esto se debe a que los intereses nacionales de Moscú, a diferencia de otros estados extranjeros, requieren que se alcance la estabilidad en la región.
“En Siria demostramos al mundo árabe que estamos dispuestos a defender a nuestros socios y, al mismo tiempo, mostramos al mundo que tenemos la capacidad de detener una invasión estadounidense en proyección.
La campaña de comunicación dio buenos resultados, sobre todo en términos de influencia sobre Egipto, Yemen, Irak y Líbano. La postura de Rusia despertó el optimismo en toda una serie de países árabes”, comenta el arabista ruso y catedrático de la Escuela Superior de Economía de Moscú, Leonid Isáev
Sin embargo, la pasividad actual de Rusia plantea dudas a algunos analistas, cuando se esperaba un regreso de Moscú a la región.
La postura neutral de Rusia alcanza a lo que ocurre en Gaza; su participación en el conflicto se limita actualmente a la preparación de los ciudadanos rusos para su evacuación. Los dirigentes palestinos han solicitado a Rusia en más de una ocasión que hiciera al menos una declaración en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Sin embargo, Moscú respondió con una negativa. “Los palestinos siguen creyendo que Rusia, como sucesora de la URSS, debería inclinarse más hacia el lado palestino. Sin embargo, Moscú ya ha cambiado su punto de vista: el mismo Putin mantiene una buena relación con Israel, mientras que para Rusia la importancia de Israel es significativamente mayor que la de Palestina”, explica Alexéi Malashenko.
Por otra parte, no se descarta que el silencio de Moscú se deba a los acuerdos entre Vladímir Putin y Mahmud Abbas, quien estuvo recientemente de visita en Rusia. “Y es que el bombardeo de Gaza no beneficia tanto a Israel como a Fatah; cuesta encontrar una parte más interesada en la operación”, continúa Leonid Isáev.
“Sí, Fatah y Hamás han formado un gobierno de unidad nacional; sin embargo, solo han dado este paso para ganar puntos en el entorno político del mundo árabe. Mahmud Abbas no puede manifestarse abiertamente en contra de Hamás, el propio pueblo palestino no lo entendería. La caída del adversario a manos de los israelíes es una opción que le conviene”.
Por su parte, Rusia no experimenta ningún remordimiento; en general, la relación de Moscú con Hamás es complicada, especialmente después de que estos, siendo líderes del Movimiento, se negaran a apoyar a Bashar Al-Asad. Precisamente por eso Fatah es la única fracción palestina con la que Rusia está llevando a cabo negociaciones.
La relación con el gobierno egipcio
Por ejemplo, Rusia apoya plenamente al nuevo presidente de Egipto, Abdel Fatah al Sisi. A diferencia de los países occidentales, Moscú no intervino de manera activa contra el derrocamiento del general y entonces presidente Mohammed Morsi, además de ser uno de los pocos Estados que no protestó contra la sentencia de muerte dictada a casi mil islamistas.
“Estoy convencido de que el pueblo egipcio —dotado de la sabiduría que le otorga su rico patrimonio histórico y su civilización milenaria— está capacitado para tomar las decisiones adecuadas con respecto al papel y el lugar que debe ocupar en la sociedad cada organización, incluida de los Hermanos Musulmanes, sin necesidad de una intervención externa”, declaró el ministro de Asuntos Exteriores de la Federación de Rusia, Serguéi Lavrov.
La postura de Rusia tiene varias explicaciones. En primer lugar, Moscú ha logrado establecer una buena relación económica con el nuevo régimen: en febrero los dos países aprobaron un contrato para el suministro de armamento y tecnología militar por un importe que supera los 3.000 millones de dólares.
“En este ámbito tenemos intereses comunes”, explica Leonid Isáev. Egipto quiere reducir su dependencia de EE UU en el ámbito tecnológico-militar. Además Sisi parece tener también un interés personal: se trata de un hombre nuevo en el entorno político y está tratando de aprovechar el apoyo de Moscú para desarrollar una política independiente del cuerpo de generales egipcios, muy dependientes de Washington. Rusia, a su vez, ve en él a un hombre en el que confiar y del que podría recibir apoyo en los asuntos árabes, especialmente en la cuestión siria”.
En segundo lugar, Moscú está impresionado por el carácter laico del nuevo régimen egipcio, su disposición a luchar contra el radicalismo islamista y la declaración de compromiso de Al-Sisi con una forma modernizada de nasserismo.
“Esta ideología resulta coherente y comprensible para Rusia. Por otra parte, la mención del nombre de Gamal Abdel Nasser despierta cierta nostalgia entre la élite rusa: la generación de expertos en Oriente Próximo más mayor recuerda que las relaciones con Egipto se encontraban en su punto álgido durante el mandato de Nasser. Y estos sentimientos se trasladan al Kremlin”, opina el codirector del programa ‘Religión, sociedad y seguridad’ del Centro Carnegie de Moscú, Alexéi Malashenko.
Guevorg Mirzayán es investigador en el Instituto de Estados Unidos y Canadá adscrito a la Academia de las Ciencias rusa.
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