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lunes, 25 de agosto de 2014

Sísifo y Palestina


Cuando aquel mandatario israelí dijo que haría negociar a los palestinos 20 años sólo para dar el primer paso hacia la constitución de su estado, se quedó bastante corto. La estrategia del sionismo, desde el mismo momento de la abyecta partición ilegal y unilateral de la Palestina histórica, ha consistido en negarse a reconocer y dialogar con su contraparte utilizando las más arteras maniobras para dilatar un proceso de paz que jamás ha existido realmente. Cuando, en determinadas ocasiones, tras presiones internacionales, Israel ha accedido a negociar con representantes palestinos, siempre han dejado tantas vías de escape, tantos diabólicos detalles sin concretar, tantas minas en el camino, que este nunca se ha comenzado si quiera a recorrer. Ahí están los hechos sobre el terreno para comprobarlo.

Más aún, durante todos los periodos de «no negociación», Israel ha ido consolidando nuevos status quo, nuevas apropiaciones territoriales y, cualquier posibilidad de renuncia a ellas, siempre trata de presentarlas como una dolorosa concesión que evita abordar temas de fondo, que son la verdadera raíz del problema. Así, clausurar unos pocos checkpoints para facilitar el tránsito diario por Cisjordania, liberar algunos presos o desmantelar un puesto avanzado (una precolonia) pretenden convertirlos en moneda de cambio para arrancar concesiones permanentes e irreversibles del otro lado. Pero, aunque se hable de ello, el sionismo jamás pone encima de la mesa la máxima de Paz por Territorios que recoge la Resolución 242 de Naciones Unidas dictada tras la guerra de los Seis Días, en la que el estado hebreo se anexionó de facto lo que quedaba de tierras palestinas, violando las fronteras del que debería ser un nuevo estado con todas las de la ley, algo que Israel y Estados Unidos han tratado y tratan de evitar con todos los medios a su alcance.

Claro que todo esto no habría sido posible sin el control de la información publicada en buena parte del planeta, sin la explotación mediática de la llamada Industria del Holocausto, sin la complicidad directa o indirecta de la mayoría de las potencias internacionales y sin los antidemocráticos bloqueos norteamericanos en Naciones Unidas de cualquier solución medianamente justa del conflicto. De esta forma, la propaganda occidental logró presentar a los palestinos como terroristas, como nazis, como gentes sin razón que se oponen a cualquier acuerdo de paz, como pueblo que no reconoce a Israel y quiere tirar al mar a los judíos… Mientras, Israel se arroga sin problemas el derecho de asesinar a miles de árabes (que no han merecido ni el tratamiento de persona), de secuestrar, de torturar, de ejecutar sin juicio, de propiciar la limpieza étnica de Jerusalén o Hebrón, de confiscar tierras y viviendas, de robar el agua y otros recursos naturales, etc.

De vez en cuando, para dar la sensación de cierta normalidad y sensatez diplomática, Israel y los suyos presentan algún denominado plan de paz disparatado que contiene una oferta que los palestinos no podrán rechazar y que, cuando esto obviamente sucede, se les hace recaer sobre sus espaldas toda la responsabilidad sobre el fracaso por dejar pasar, una tras otra, supuestas oportunidades históricas de tener un estado propio y viable.

Nada mas lejos de la realidad. Ningún dirigente en su sano juicio, por muy cooptado que esté por Estados Unidos o por Israel, aceptará ceder la totalidad de Jerusalén y los santos lugares musulmanes, renunciar al control de las fronteras, de las aguas territoriales, del espacio aéreo, del río Jordán, de las aguas subterráneas, de los asentamientos ilegales ocupados por colonos supremacistas armados, etc., etc., etc. Cuando esto se ha puesto de manifiesto después de cualquier negociación fallida, se desataba todo el poder comunicacional del sionismo para manipular a la opinión pública y hacerla participe de los postulados mas afines al discurso colonial de Occidente. Las frases no hay con quien hacer la paz, no tenemos interlocutor válido, no hay nadie al otro lado se repiten una y otra vez en artículos, editoriales e informativos con insistencia goebbeliana. ¡Cómo si la paz se tuviera que firmar sólo con amigos! Así se ha llegado a justificar incluso la eliminación física del adversario o magnicidios como el de Arafat.

Tras cada escenificación de ruptura sigue un largo periodo para buscar y modelar a un nuevo interlocutor más afin, que será desechado si no sirve completamente a sus fines. Del colaboracionista Abbas siempre se dijo en Occidente que jamás se encontraría a nadie mejor con quien negociar, pero los acuerdos que Israel ofrece son claudicaciones tan grandes a cambio de nada o casi nada, que nunca serán refrendadas por la población palestina por muy desesperada que se encuentre.

En julio pasado, Israel se hallaba en una compleja coyuntura, el ‘divide y vencerás’ interpalestino había tocado a su fin, un gobierno tecnocrático e integrador se estaba poniendo en marcha tras años de disputas intestinas. Providencialmente, otra vez, una extraña acción terrorista vino en ayuda de Israel. Sea como fuere, la muerte de los tres jóvenes israelíes fue hábilmente usada para concitar apoyos para una operación militar contra Gaza que llevaban largo tiempo sopesando y preparando. La excusa perfecta fue fraguada dilatando la entrega de los cadáveres, convirtiendo en secuestro los asesinatos (o el accidente) y emprendiendo una campaña de odio interna y externa dirigida al punto más complejo de la coalición gubernamental palestina: Hamás.

Aún considerada por muchos países del eje norteamericano como grupo terrorista, esta facción de la resistencia, que combina la acción política y social con la resistencia legítima, no está domesticada hasta el punto de no reconocer a Israel mientras que esta parte haga lo propio con Palestina, una cuestión que puede parecer de pura lógica pero que en la práctica no es así. Y es que, aunque la Autoridad Palestina reconoce el derecho a la existencia de Israel como estado, Israel nunca lo ha hecho con Palestina, reaccionando violenta y extemporáneamente cuando, por ejemplo, hartos de esperar resultados a su total y servil allanamiento, decidieron solicitar su ingreso como estado observador ante la ONU. Los reconocimientos sobre el papel que ha hecho el régimen hebreo siempre han sido ardides para dar la sensación de voluntad negociadora, pero nada más. La confrontación con la ocupación y la exigencia de reciprocidad es lo que convierte a Hamas en ‘terrorista’, hace mucho que la organización abandonó prácticas que pudieran considerarse así a ojos de Occidente. No obstante, para Israel, el gobierno palestino surgido días antes del «secuestro» era un ejecutivo terrorista y había que derribarlo como fuera.

Y en esas están, una vez más. Israel ha desatado toda la barbarie imaginable sobre Gaza, la aldea gala que resiste ahora y siempre al invasor. Los gazatíes están soportando artillería pesada, F-16 y drones, bombas antibúnker, fósforo blanco, bombas de racimo, DIME, bombardeos de hospitales, de escuelas, de campamentos de refugiados de la ONU, la destrucción de las infraestructuras básicas esenciales… El objetivo del, este sí, terrorismo israelí no es otro que doblegar a la resistencia. Israel sabe que no podrá acabar con ella sin pagar un altísimo coste en vidas humanas y en años de contienda mediante la reocupación directa de la Franja, algo que no parece dispuesta a hacer. Busca, por tanto, su debilitamiento, pero no su desaparición, así cuenta con la excusa perfecta para evitar las negociaciones y seguir robando tierras a los palestinos. Pedir en las negociaciones de alto el fuego el desarme de Hamás equivale a pedir que los palestinos se dejen matar sin prestar resistencia, un verdadero disparate que no les llevará a ninguna parte. No hay más que ver qué sucede en Cisjordania y los avances acaecidos en los últimos años desde que se desactivó la lucha armada: ya no queda sitio para el establecimiento de un estado viable, muros alambradas, checkpoints, apartheid y guetos donde la vida es imposible.

Sin embargo, esta vez no ha sido como en anteriores ocasiones. La ubicuidad de internet y el uso masivo de las redes sociales han logrado destapar las mentiras de Israel, les ha puesto nombres y apellidos a los muertos y heridos y nos ha permitido ver la magnitud de la devastación con toda su crudeza. Es como si cada misil sionista hubiera caído en los hogares de los cinco continentes. Aunque los medios de comunicación no se han comportado de manera muy diferente a otras «operaciones», quien haya querido ha podido enterarse de lo que sucedía realmente tras las fronteras de Gaza bajo el edulcorado tratamiento informativo convencional sin mucha dificultad. El daño a años de cuidadosa propaganda israelí es irreversible, ya muchos se plantean que la propia existencia de un estado asesino, terrorista y agresor es un error histórico subsanable. También lo es el daño a la moral de su otrora poderoso ejército, hundido por los ataques de unas renovadas brigadas al Qassam.

Los gazatíes han demostrado que prefieren morir de pie a morir de inanición. Nadie los va a desarmar, no aceptarán cualquier paz que los deje sumidos por más tiempo en la miseria encerrados en una cárcel al aire libre tras cuyos muros son disparados a placer. No hay vuelta atrás hacia la situación previa antes de Margen Protector, cuando antes lo asuma Israel, Estados Unidos, Egipto o la Unión Europea, mejor para todos. Los túneles se excavarán de nuevo, los cohetes artesanos se repondrán con otros más precisos, las ganas de resistir nunca faltarán. No habrá paz sin justicia ni reparación. Esta vez puede que la maldición de Sísifo se rompa para siempre y, de los escombros de la demolida Gaza, surjan los cimientos del definitivo estado palestino.

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