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sábado, 2 de abril de 2016

Siria: Moscú cambia las reglas del juego occidental


Por:   Luis Rivas
Hace apenas un mes, el Secretario de Defensa norteamericano, Ashton Carter, designaba a Rusia como una de las mayores amenazas para la seguridad de Estados Unidos, junto al Estado Islámico y Corea del Norte.

Horas antes de la decisión rusa de retirar parte de sus tropas de Siria, Washington —y París—, acusaban a Moscú de entorpecer las negociaciones de paz en Ginebra entre Damasco y los opositores. 

El primero intentaba justificar así su petición de aumento de presupuesto para el Pentágono; los segundos, presionar en la mesa de negociaciones para ganar puntos en el pulso que se va a disputar por el futuro político en Siria.
La decisión del Kremlin cogió por sorpresa al mundo y obliga, en cierto modo, a cambiar parte del discurso de sus contrincantes políticos internacionales. Los "spin doctors" de los principales dirigentes mundiales debieron reaccionar en caliente y sin haber previsto la jugada de Vladímir Putin.

Pasados ya varios días desde el anuncio del repliegue ruso, hay algo evidente: el movimiento de Moscú va a exigir a los negociadores de la paz en Ginebra un compromiso mucho más claro para avanzar en la búsqueda de una solución. Ello incluye, por supuesto, al gobierno de Damasco que, liberado del temor a perder la guerra gracias a la ayuda del Ejército ruso, se ve forzado a llegar a acuerdos políticos, como la comunidad internacional espera.

En algo en que las conclusiones de los despistados analistas coinciden es en decir que el "matrimonio" entre Moscú y Damasco no es tal. Rusia "no está casada con Bashar Asad", dicen casi todos ahora. Antes, otros se atrevieron a afirmarlo, pero la propaganda que trataba de demonizar tanto a Moscú como a Siria se llevaba cualquier reflexión en frío por delante.
Moscú está de acuerdo en que unas elecciones bajo el auspicio de la ONU se celebren en Siria 18 meses después del inicio de las negociaciones de paz en Ginebra. El régimen de Asad no puede contradecir este punto, aunque necesite mostrarse soberano políticamente y sugiera otras fechas decididamente inviables.

Cinco años después del inicio del conflicto en Siria, Rusia ha conseguido borrar una de las premisas que para Washington y sus aliados europeos era incuestionable: la retirada política de Asad del escenario sirio, antes de ponerse a pensar en el futuro del país. 

La credibilidad de muchos políticos depende de las videotecas y si repasáramos las declaraciones del Presidente de Francia, François Hollande, o del inquilino de la Casa Blanca, Barack Obama, comprobaríamos que las posiciones de fuerza basadas en intereses propios se diluyen ante una realidad sobre el terreno traducida en aviones, helicópteros y sistemas antimisiles.

Cinco meses de operaciones militares rusas en territorio sirio han servido no solo para frenar la ofensiva de las fuerzas de oposición armada al régimen —tanto las consideradas «moderadas», como del Estado Islámico o Daesh, y el Frente Al Nusra, ambos proscritos en varios países, entre ellos Rusia- sino también para poner en evidencia algo que en el Occidente políticamente correcto no se podía mencionar en voz alta: la implicación de Ankara en el tráfico de yihadistas, de petróleo y de otras mercancías que "moderados" y "radicales" islamistas organizaban desde el interior de Siria.

La Europa fofa y débil, perdida ante el desastre humano de los refugiados, se ve obligada a negociar con Turquía para desembarazarse de un problema que destroza la imagen moral que durante años su "soft power" lleva vendiendo al mundo. Esa Turquía miembro de la OTAN, aliada de grupos armados islamistas y en guerra contra su minoría kurda no pudo obtener la zona de control que soñaba frente a su frontera con Siria. La intervención rusa se lo impidió.

Rusia recibe ahora elogios de muchos que hasta hace unas horas le hacían responsable de "matanzas" en territorio sirio. El New York Times ofrece sus columnas a sesudos profesores que exigen a Washington aceptar a Moscú como un socio internacional indispensable. La prensa francesa del "establishment" observa frustrada su doble esperanza de ver caer a Bashar Asad y de ver humillado militar y económicamente a Putin con la operación rusa en Siria.
De Siria a Ucrania 
Es en esa ola de reflexiones y puestas al día de la diplomacia internacional en la que se inscribe ya la posibilidad de que el retorno de Rusia a la escena mundial como un socio indispensable sirva también para que la negociación política selle un final en el conflicto que enfrenta a Kiev y Moscú.

Capitales europeas críticas con Moscú por su papel en Siria empiezan ya a pensar en sus propios intereses y evocar el eventual levantamiento de las sanciones comunitarias hacia Rusia. A ese coro se unen los que desde un principio han considerado absurdo ese castigo. El vicecanciller alemán, el socialdemócrata Sigmar Gabriel, y varios ministros franceses han vuelto a abogar por el fin de las sanciones.

Henry Kissinger, ex secretario de Estado norteamericano y viejo demonio de la política de la Guerra Fría no se cansa de insistir y de considerar como un absurdo tratar a Rusia como un enemigo. Para muchos de los sucesores de Kissinger, el final de esa guerra fría suponía una victoria de Estados Unidos sobre su eterno enemigo. Una victoria que se debía celebrar con una humillación.

El episodio sirio ha obligado a muchos a aceptar, de nuevo, que la resolución de los conflictos internacionales pasa por una inevitable cooperación entre intereses divergentes. Justo como durante la Guerra Fría.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

La altivez de EEUU le hizo enemistarse con Rusia



Fuente:     Sputniknews.com

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