La prensa internacional nos relata con parsimonia los acontecimientos de Bolivia. Describe el derrocamiento del presidente Evo Morales, señala que es un enésimo golpe en la historia de ese país, pero no logra entender lo que realmente sucede. No percibe el surgimiento de una nueva fuerza política, hasta ahora desconocida en Latinoamérica. Thierry Meyssan señala que si las autoridades religiosas del continente no asumen inmediatamente sus responsabilidades, nada podrá impedir la propagación del caos.
La autoproclamada nueva presidente de Bolivia agita los “Cuatro Evangelios” y denuncia los “ritos satánicos” de los pueblos originarios. Contrariamente a los comentarios de la prensa internacional, Jeanine Áñez no ataca a los indígenas bolivianos (en su mayoría cristianos) como etnia. Más bien impone un fanatismo religioso.
El 14 de octubre de 2019, el presidente Evo Morales anunciaba, en entrevista concedida a la televisora GigaVisión, que tenía en su poder grabaciones que demostraban que personalidades de la extrema derecha y ex militares estaban preparando un golpe de Estado en previsión de que él volviera a ganar la elección presidencial [1].
Pero lo que sucedió no fue un golpe de Estado militar sino el derrocamiento del presidente constitucional. Nada permite pensar que el nuevo régimen sea capaz de estabilizar el país. Estamos viendo el inicio de un periodo de caos.
Los motines iniciados el 21 de octubre, y que llevaron al presidente y al vicepresidente de la República, a la presidente del Senado, al presidente de la Cámara de Diputados y al vicepresidente del Senado a dimitir uno tras otro, no cesaron con la entronización de Jeanine Áñez, la segunda vicepresidente del Senado, el 12 de noviembre. El partido político de la señora Áñez, el Movimiento Demócrata Social, sólo cuenta con 4 diputados y senadores de un total de 130. Y su decisión de instaurar un nuevo gobierno sin representantes de los pueblos originarios (pueblos que los occidentales llamarían “indígenas”) llevó a los miembros de esos grupos étnicos a lanzarse a las calles, en lugar de los grupos de matones que habían sacado del poder al gobierno del presidente Evo Morales.
Mientras la violencia interétnica se propaga por todo el país, la prensa boliviana publica relatos sobre las humillaciones públicas, las violaciones y el diario conteo de manifestantes muertos a manos de la policía y el ejército.
Si bien es evidente que el ejército está respaldando a la nueva “presidenta” Áñez, nadie sabe exactamente quién sacó del poder al presidente Evo Morales y se estima que pudo ser tanto una facción local como una transnacional o ambas. La reciente anulación de un megacontrato para la explotación del litio boliviano puede significar que algún competidor invirtió en el derrocamiento del presidente Evo Morales.
Lo único seguro es que Estados Unidos se alegra del giro que han tomado los acontecimientos, pero es posible que Washington no haya intervenido para provocarlos, aunque ciudadanos y funcionarios estadounidenses están probablemente implicados, como indicó el director del SVR [2] ruso, Serguei Narichkin.
La publicación de una conversación entre la nueva ministra colombiana de Exteriores, Claudia Blum, y el embajador de Colombia en Estados Unidos, Francisco Santos –conversación grabada en un café de Washington– no deja lugar a dudas [3]: el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, se opone actualmente a toda intervención en Latinoamérica; abandona al individuo que se autoproclamó presidente de Venezuela, Juan Guaidó, lo cual inquieta al antivenezolano gobierno de Colombia, y rechaza todo contacto con los numerosos aprendices golpistas latinoamericanos.
Esto nos muestra que la nominación de Elliot Abrams como representante especial de Estados Unidos en Latinoamérica no sólo fue una concesión a cambio del cierre de la investigación del fiscal Robert Mueller sobre la supuesta «trama rusa» [4] sino también una astucia para acabar con la influencia de los neoconservadores en la administración estadounidense. El “diplomático” Abrams se portó tan mal y cometió tantos errores que destruyó en unos meses toda esperanza de intervención imperialista estadounidense en Latinoamérica.
En todo caso, el Departamento de Estado es actualmente una zona de desastre: los altos diplomáticos desfilan uno tras otro por el Capitolio para prestar testimonio contra el presidente Donald Trump ante la comisión de la Cámara de Representantes encargada de destituirlo.
Pero, si la administración Trump no está orquestando lo que sucede en Latinoamérica, ¿quién está haciéndolo? Todo indica que aún no han desaparecido las redes que la CIA instauró en ese continente en los años 1950-1970. Cuarenta años después, esas redes siguen existiendo en numerosos países latinoamericanos y logran actuar por sí mismas con un mínimo de respaldo externo.
Las sombras del pasado
A la derecha, el arzobispo católico de Zagreb, monseñor Aloysius Stepinac, estrecha la mano a su protegido, el líder ultranacionalista croata Ante Pavelic, jefe de la milicia de los ustachis. Hoy en día, Ante Pavelic es considerado uno de los peores criminales de la Segunda Guerra Mundial, mientras que Aloysius Stepinac fue beatificado por haber combatido al líder de la resistencia antinazi Josip Broz Tito.
Cuando Estados Unidos decidió iniciar contra la URSS su estrategia de containment, el primer director de la CIA, Allen Dulles, y su hermano, el secretario de Estado John Foster Dulles, reciclaron numerosos líderes de las milicias ultranacionalistas creadas por las potencias del Eje utilizándolos en la lucha contra los partidos comunistas. Esos elementos, previamente evacuados por Estados Unidos de los países donde habían perpetrado numerosos crímenes durante la Segunda Guerra Mundial, fueron agrupados en el seno de la Liga Anticomunista Mundial (WACL, siglas en inglés) [5], la cual organizó en Latinoamérica el «Plan Cóndor» [6], una estructura de cooperación entre los regímenes proestadounidenses de Latinoamérica para secuestrar y asesinar líderes revolucionarios en cualquier país donde buscaran refugio.
Fue así como, después de haber participado en el golpe militar que instaló en la presidencia de Bolivia al general René Barrientos, en 1964, el general Alfredo Ovando puso la búsqueda del Che Guevara, en 1966, en manos del nazi Klaus Barbie, quien había sido jefe de la Gestapo en la ciudad francesa de Lyon. Después de ser capturado por el ejército boliviano, Guevara fue asesinado a sangre fría, por orden del dictador Barrientos, en 1967.
Bajo las dictaduras de los generales bolivianos Hugo Banzer (1971-1978) y Luis García Meza (1980-1981), el nazi fugitivo Klaus Barbie –conocido en Francia como “el Carnicero de Lyon”– y el neofascista italiano Stefano Delle Chiaie –miembro del Gladio italiano que había organizado en 1970 el fallido golpe de Estado del príncipe Borghese en Italia– trabajaron juntos en la restructuración de la policía y de los servicios secretos bolivianos.
Sin embargo, después de la dimisión del presidente estadounidense Richard Nixon, en 1974, ya se había iniciado en Estados Unidos la ola de revelaciones de las comisiones Church, Pike y Rockefeller sobre las actividades secretas de la CIA. El público vio solamente la espuma de esa ola, pero hasta eso era demasiado. En 1977, el presidente James Carter nombraba director de la CIA al almirante Stansfield Turner, ordenándole sacar de la agencia a los colaboradores que habían trabajado para el Eje nazi-fascista y convertir las dictaduras proestadounidenses en «democracias». Así que cabe preguntarse, ¿cómo pudieron entonces el nazi alemán Klaus Barbie y el neofascista italiano Stefano Delle Chiaie convertirse en supervisores de la represión en Bolivia hasta agosto de 1981?
Es evidente que habían logrado organizar la sociedad boliviana de una manera que les permitía no depender del apoyo de Washington y de la CIA. Les bastaban el discreto respaldo de algunos funcionarios estadounidenses y el dinero de un grupo de transnacionales. Los golpistas de 2019 han actuado probablemente de la misma manera.
Durante el periodo de la lucha anticomunista, Klaus Barbie había facilitado la instalación en Bolivia de numerosos fugitivos croatas ustachis que antes lo habían ayudado a él a huir de Europa [7]. Creada en 1929, la organización de los ustachis reivindicaba ante todo una identidad católica croata y contó con el apoyo del Vaticano para luchar contra la URSS. Después de la Primera Guerra Mundial y antes del inicio de la Segunda, los ustachis perpetraron numerosos asesinatos políticos, como el atentado que costó la vida al rey ortodoxo Alejandro I de Yugoslavia durante una visita en Francia. Durante la Segunda Guerra Mundial, los ustachis se aliaron a los fascistas y a los nazis y perpetraron masacres contra los cristianos ortodoxos pero enrolaron a musulmanes.
En total contradicción con el cristianismo original, los ustachis promovieron una visión racialista del mundo, según la cual los eslavos y los judíos no pueden ser considerados enteramente humanos [8].
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, los ustachis huyeron de Europa hacia Argentina, donde fueron acogidos por el general Juan Domingo Perón. Pero algunos rechazaron el peronismo y prefirieron volver a emigrar. Fueron por consiguiente los más recalcitrantes los que emigraron a Bolivia [9].
Según el neoustachi boliviano Luis Fernando Camacho, “Bolivia pertenece a Cristo”, algo que nadie discute en ese país, donde el 98% de la población es de confesión cristiana. ¿De qué habla entonces este individuo?
Los ustachis en Bolivia
Ya se sabe que las razones éticas no son motivo suficiente para que la CIA acepte renunciar a un arma. Así que no hay que sorprenderse de que los colaboradores que la administración Carter había expulsado de esa agencia estadounidense hayan colaborado después con el vicepresidente de Ronald Reagan y ex director de la CIA, George Bush padre. Algunos de ellos formaron el “Antibolchevik Bloc of Nations” [10]. Esos elementos eran principalmente ucranianos [11] e individuos provenientes de los países bálticos [12] y de Croacia. Todos esos criminales de guerra están hoy en el poder.
Los ustachis bolivianos se han mantenido vinculados a sus correligionarios en Croacia, principalmente durante la guerra de 1991-1995, donde apoyaron al partido cristiano-demócrata (HDZ) de Franjo Tudman.
En Bolivia, esos elementos crearon la “Unión Juvenil Cruceñista”, una milicia conocida por sus incursiones violentas y asesinatos de miembros del pueblo originario aymara. Uno de los antiguos jefes de la Unión Juvenil Cruceñista, el abogado y hombre de negocios Luis Fernando Camacho, preside actualmente el Comité Cívico Pro Santa Cruz y dirige abiertamente a los matones que expulsaron del país al presidente Evo Morales, miembro de la etnia aymara.
Al mismo tiempo, parece que el nuevo comandante de las fuerzas terrestres de Bolivia, el general Iván Patricio Inchausti Rioja, es de origen croata. En todo caso, es ese general quien dirige actualmente la represión contra la resistencia de los pueblos originarios, luego de haber recibido lo que se ha denunciado como una «licencia para matar», concedida públicamente por la autoproclamada presidente Jeanine Áñez.
La fuerza de los ustachis bolivianos no reside en su número, ya que son sólo un grupúsculo. Si lograron derrocar al presidente Evo Morales es porque utilizan la religión para justificar sus crímenes y, en un país eminentemente católico, pocos se atreven a oponerse abiertamente a quien dice hablar en nombre de Dios.
Los cristianos racionales que leyeron u oyeron las declaraciones de la presidente autoproclamada cuando anunciaba el regreso de la Biblia al palacio de gobierno –en realidad eran los Cuatro Evangelios pero la señora Áñez no parece conocer la diferencia entre esos dos libros– y que recordaron las denuncias de la nueva jefa de Estado sobre los «ritos satánicos» que ella atribuye a los pueblos originarios quedaron estupefactos y creyeron, con desagrado, que esta señora proviene de alguna secta. No, es una ferviente católica.
Hace años que venimos denunciando a los responsables del Pentágono partidarios de la estrategia Rumsfeld/Cebrowski. Hemos advertido repetidamente que esos militares estadounidenses pretenden repetir en la Cuenca del Caribe lo que ya hicieron en el Medio Oriente ampliado.
Pero en Latinoamérica, su plan encontraba una importante dificultad: la ausencia de una fuerza regional comparable a la Hermandad Musulmana y al-Qaeda. En Latinoamérica, todas las manipulaciones terminaban volviendo a la tradicional oposición entre «capitalistas liberales» y «socialistas del siglo XXI». Ya no es así. Ahora existe dentro del catolicismo una corriente política que predica la violencia en nombre de Dios. Esa corriente hace posible el caos. Los católicos latinoamericanos se ven ahora ante la misma situación que los sunnitas árabes: tendrán que condenar urgentemente a esos fundamentalistas o serán arrastrados por la violencia que estos predican.
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