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domingo, 26 de julio de 2020

Líbano ante sus responsabilidades

por Thierry Meyssan

La economía libanesa se vino abajo en 7 meses. Los libaneses comienzan a sufrir los ‎embates del hambre. Es posible hallar una solución, pero sólo si se analizan ‎correctamente las causas del problema. También es necesario que cada cual ‎reconozca sus errores y saber distinguir entre los factores estructurales y los factores ‎vinculados a los problemas de la región. Es inútil limitarse a acusar al enemigo ‎tradicional –Israel– o al aliado brutal –Estados Unidos– de haber causado un problema ‎que ya tiene siglos de duración. Y también resulta peligroso ignorar la evolución de Irán, el principal aliado actual de la resistencia libanesa. ‎

El general Chamel Roukoz ‎(en la foto) ‎es la personalidad libanesa que cuenta con el mayor grado de ‎legitimidad para reformar el país. Pero Estados Unidos preferiría que el general Joseph Aoun –‎sin parentesco cercano con el actual presidente de la República, Michel Aoun– asumiese el ‎papel de “dictador”, en el sentido que ese título tenía en la Roma de la Antigüedad.‎
Un problema estructural heredado del pasado
Desde el inicio de los acontecimientos registrados en Líbano durante los últimos meses, hemos ‎señalado desde la Red Voltaire que el problema actual de ese país no es la corrupción sino la ‎organización misma del Líbano como un sistema comunitario confesional [1]. Además, incluso antes de que el problema bancario saliera a la luz del día, ‎nosotros ya lo habíamos anunciado y habíamos explicado que, como todos los bancos en general, ‎los bancos libaneses son dueños solamente de una décima parte de los fondos que guardan en sus ‎bóvedas. Por consiguiente, cuando surge una crisis política de envergadura capaz de afectar la ‎confianza de los clientes, ningún banco es capaz de devolver los fondos a su clientela. ‎

Seguimos señalando que los libaneses se equivocan cuando atribuyen la responsabilidad de la ‎crisis únicamente a los corruptos. Sólo los propios libaneses son responsables de haber aceptado que ‎se mantuviera hasta ahora ese sistema feudal –heredado de la ocupación otomana– arropado ‎por el comunitarismo confesional –heredado de la ocupación francesa. Un grupo de familias ‎siguen controlando el país desde hace siglos y la guerra civil (1975-1990) no aportó ninguna ‎modificación esencial. ‎

Es totalmente sorprendente oír a los musulmanes libaneses negar la colonización otomana y a los ‎cristianos maronitas caer en estado de adoración ante la menor mención de su «Madre Francia» ‎‎(sic). Tanto los musulmanes libaneses como los cristianos maronitas tienen sus razones para ‎haber adoptado tales actitudes pero la ceguera sobre las realidades del pasado no permite ‎construir un futuro viable. ‎
Estados Unidos e Israel no están tratando de destruir el Líbano
Es evidente que Estados Unidos está presionando en contra del Hezbollah. Sin embargo, como ‎declaró el general Kenneth McKenzie, jefe del CentCom, durante su reciente visita en Beirut, ‎se trata más bien de una presión indirecta sobre Irán. Nadie trata de destruir el Hezbollah, que ‎posee el primer ejército no estatal del mundo. Nadie urde una guerra contra el Líbano, Israel ‎menos que nadie. ‎

Establecer lo anterior con toda precisión se hace especialmente necesario dado el hecho que ‎Estados Unidos ha amenazado al Líbano con la adopción de represalias en caso de que este país ‎no acepte la arbitraria línea divisoria que propuso el embajador estadounidense Frederic Hof para ‎delimitar las zonas marítimas israelí y libanesa de manera que Israel tenga acceso a la ‎explotación de las reservas de gas descubiertas. Estados Unidos también presiona al Líbano, ‎en función de sus necesidades tácticas, en contra de Siria: un día exige al Líbano que ‎se abstenga de toda forma de intervención en Siria y al día siguiente le exige que acoja a los ‎refugiados sirios y los mantenga en territorio libanés, para hundir la economía siria. ‎

En cuanto a Israel, ese país se ha convertido en el único Estado del mundo gobernado por dos ‎primeros ministros a la vez. El “primer” primer ministro, Benyamin Netanyahu, es un colonialista ‎en el sentido anglosajón de la palabra. Pretende extender el territorio de Israel «desde el Nilo ‎hasta el Éufrates», conforme a lo que simbolizan las dos franjas azules de la bandera israelí. ‎El “segundo” primer ministro, Benny Gantz, es un nacionalista israelí que espera vivir en paz con ‎los países vecinos. La oposición entre Netanyahu y Gantz hace que estos se paralicen entre sí ‎mientras que el ejército ve con inquietud los daños que el Hezbollah podría infligir ‎a Israel en caso de guerra. ‎
El proyecto persa que nadie quiere
El Líbano es un pequeño Estado artificial diseñado por los franceses. No tiene ‎ninguna posibilidad de sobrevivir por sí mismo y sin contacto con el exterior y depende ‎obligatoriamente no sólo de sus dos vecinos –Siria e Israel– sino también de toda la región. ‎

La presión de Estados Unidos se concentra sobre Irán. Hace 3 semanas una importante ‎explosión en la base militar de Tarchin, al suroeste de Teherán, dio lugar a una serie de ‎declaraciones oficiales poco convincentes. La semana pasada, 7 pequeños barcos militares ‎iraníes estallaron en el Golfo Pérsico, sin suscitar declaraciones de fuentes militares iraníes o ‎estadounidense. ‎

Bajo la presidencia de Hassan Rohani, Irán, país de mayoría chiita, cambió de rumbo desde 2013. ‎Hoy en día, su objetivo estratégico, oficialmente adoptado en 2016, es la creación de una ‎federación de Estados conformada por Líbano (país de mayoría relativa chiita), Siria (país laico), ‎Irak (mayoría chiita) y Azerbaiyán (de mayoría turco-chiita). El Hezbollah asimiló ese proyecto al ‎‎«Eje de la Resistencia» que se había constituido frente a las invasiones israelíes y ‎estadounidenses. Pero Israel y Estados Unidos no fueron los únicos que se opusieron. También ‎se opusieron al proyecto iraní los países que supuestamente serían miembros de esa federación –‎todos son resueltamente contrarios a la reconstitución de un imperio persa. ‎

Sayyed Hassan Nasrallah, el secretario general del Hezbollah, estima que esa federación respetaría ‎los sistemas políticos diferentes de los países que la integrasen. Pero otros dirigentes, como los ‎partidarios del secretario general adjunto del Hezbollah, Naim Qassem, piensan, por el contrario, ‎que todos los Estados miembros de tal federación tendrían que admitir la autoridad de una junta ‎de sabios como la que describe Platón en su libro La República y como la que instauró en Irán ‎el ayatola Rullah Khomeiny (gran conocedor de ese filósofo griego) bajo la denominación de ‎‎Velayat-e faqih. Es importante entender que el Hezbollah ya no es sólo la red de resistencia que expulsó del Líbano a los ‎ocupantes israelíes sino que sea ha convertido en un partido político en cuyo seno existen ‎tendencias y facciones. ‎

Sin embargo, el Velayat-e faqih, que parece una institución interesante, hoy se traduce en la ‎práctica en la autoridad que ejerce el Guía de la Revolucion, el ayatola Alí Khamenei. Teherán ‎no logrará extender a sus aliados un sistema que, de hecho, ya está siendo fuertemente ‎cuestionado en Irán. Es un hecho que todos los actores regionales, incluyendo a sus enemigos, ‎admiran al Hezbollah, pero también es un hecho que nadie quiere el proyecto iraní, que tendría ‎que obtener el respaldo de otros actores, aparte del secretario general del Hezbollah, Hassan ‎Nasrallah. ‎

La semana pasada, el embajador de Irán en Damasco declaró públicamente que comparte los ‎objetivos de Rusia contra los ejércitos yihadistas pero diverge en cuanto al futuro de la región. ‎Es la primera vez que una voz oficial iraní admite lo que venimos escribiendo desde hace mucho ‎tiempo. Rusia y Estados Unidos también coinciden en cuanto a que no quieren –ni uno ni otro– ‎esta supuesta federación chiita de la resistencia. ‎

Esta semana, la agresión de Azerbaiyán (turco-chiita) contra Armenia (país ruso-ortodoxo), fuera ‎de la tradicional zona de enfrentamiento del Alto Karabaj, viene a demostrar que el problema ‎vinculado al proyecto iraní de federación se extiende más allá del Gran Medio Oriente. ‎

Una eventual renuncia del Hezbollah a ese proyecto tendría importantes consecuencias ya que ‎disolvería el sueño de un nuevo imperio persa. Pero, como nadie quiere ese proyecto y que ‎por ende tal federación no tiene posibilidades de llegar a constituirse, el Hezbollah prefiere ‎alimentar las dudas sobre su posición y seguir aprovechando por el mayor tiempo posible la ‎cooperación de su aliado iraní. ‎

La presión de Estados Unidos busca más bien obligar el Hezbollah a dar el paso que lo separaría ‎de ese proyecto. Para aplacar la agresividad de Washington y sus aliados bastaría que el Hezbollah ‎declarara que no opta por el proyecto de federación de la resistencia. ‎
¿Cómo curar al Líbano?
Sin embargo, eso no resolvería el problema actual del Líbano. Cada una de las partes libanesas ‎tendría que renunciar a sus privilegios de tipo comunitario confesional. O sea, no sólo se trata ‎de que los cristianos maronitas renuncien al privilegio de que sólo un miembro de esa comunidad ‎confesional pueda ejercer la presidencia de la República, o de que los musulmanes sunnitas ‎renuncien al privilegio de que sólo un sunnita pueda ejercer el cargo de primer ministro, o de que ‎los chiitas renuncien al privilegio en virtud del cual sólo un chiita puede presidir la Asamblea ‎Nacional. Todos los grupos confesionales tendrían que renunciar a los puestos de diputados que la ‎actual Constitución les asigna y también a toda otra forma sectaria de distribución de los cargos ‎en la administración pública. Sólo entonces los libaneses podrán proclamar la igualdad de todos ‎los ciudadanos, en virtud del principio «una persona, un voto» y convertirse por fin en la ‎democracia que hasta ahora decían ser y que nunca han sido. ‎

Ese cambio fundamental debería poner fin a siglos de confesionalismo, sin tener que pasar por ‎una guerra civil. Pero será casi imposible lograrlo sin una fase autoritaria, que será lo único capaz ‎de frenar los antagonismos durante el periodo de transición. Quien desempeñe el papel de ‎reformador tendrá que disponer simultáneamente del apoyo de la mayoría y no estar en ‎conflicto con ninguna de las 17 comunidades confesionales existentes en Líbano. ‎

Algunos se inclinan por el general Chamel Roukoz, el jefe militar que derrotó al grupo yihadista ‎Fatah al-Islam en Nahr al-Bared, en 2007, mientras que otros prefieren al jeque salafista Ahmed ‎al-Assir, cuyos partidarios yihadistas atacaron al ejército libanés en la ciudad de Saida, en 2013. ‎

Pero el prestigioso general Chamel Roukoz tiene en contra el hecho de ser uno de los yernos del ‎actual presidente de la República, Michel Aoun, lo cual –precisamente a causa de la distribución ‎de los cargos en función de criterios confesionales– le impidió llegar a ser jefe de las fuerzas ‎armadas. Estados Unidos prefiere que el poder vaya a manos del militar que finalmente llegó a ‎encabezar las fuerzas armadas, el general Joseph Aoun –quien como ya señalamos no tiene ‎parentesco con el actual presidente de la República. ‎

Para mejorar sus posibilidades, el general Roukoz acaba de lanzar un llamado a la dimisión de los ‎‎«tres presidentes», o sea el presidente de la República –su suegro, el cristiano maronita Michel ‎Aoun–, el del gobierno –el primer ministro musulmán sunnita– y el presidente chiita de la Asamblea ‎Nacional. ‎

El ejército regular del Líbano no ha llegado nunca a disponer del armamento necesario para ‎defender el país y debido a ello se apoya en el Hezbollah para prevenir una nueva invasión ‎israelí. Tanto el general Chamel Roukoz como el general Joseph Aoun han mantenido siempre ‎buenas relaciones con el Hezbollah. Los dos cuentan con una reputación de imparcialidad ante ‎todas las comunidades. ‎

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