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miércoles, 2 de marzo de 2022

CRECEN LAS TENSIONES (8)‎ Vladimir Putin en guerra contra los “straussianos”‎

por Thierry Meyssan

Rusia no está en guerra contra el pueblo ucraniano sino contra un pequeño grupo de ‎individuos que, desde el seno del poder estadounidense, logró transformar Ucrania ‎sin que los ucranianos percibiesen esa transformación. Se trata de los discípulos de ‎Leo Strauss. Ese grupo, formado hace medio siglo, ya ha cometido una increíble ‎cantidad de crímenes en Latinoamérica y en el Medio Oriente, incluso a espaldas de los ‎estadounidenses. Aquí abordamos su historia. ‎

Leo Strauss

Este artículo da continuación a los trabajos
1. «Rusia quiere obligar Estados Unidos a respetar ‎la Carta de la ONU», 4 de enero de 2022.‎
2. «Washington prosigue en Kazajastán el plan de la ‎RAND Corporation, que ya continúa ‎en Transnistria», 11 de enero de 2022.
3. «Washington se niega a escuchar a Rusia y ‎a China‎», 18 de enero de 2022.
4. «La increíble sordera de Washington y Londres», ‎1º‎ de febrero de 2022.
5. «Washington y Londres tratan de mantener su ‎dominación sobre Europa», ‎8 de febrero de 2022.
6. «Dos interpretaciones sobre la cuestión de Ucrania», 16 de febrero de 2022.
7. «Washington hace sonar el clarín pero sus aliados retroceden», Red Voltaire, 22 de febrero de 2022.

En la madrugada del 24 de febrero, fuerzas rusas entraron en Ucrania. Al anunciar lo que llamó ‎una «operación especial», el presidente Vladimir Putin declaró, a través de la televisión rusa, ‎que era el inicio de la respuesta de su país a «quienes aspiran a la dominación mundial» y ‎quienes extienden las infraestructuras de la OTAN hasta las puertas de Rusia. ‎

En esa larga alocución, el presidente Putin recordó como la OTAN destruyó Yugoslavia, en un ‎ataque iniciado sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, llegando incluso a ‎bombardear Belgrado en 1999. Seguidamente recordó como Estados Unidos ha sembrado la ‎destrucción en el Medio Oriente –en Irak, en Libia y en Siria. Sólo después de esa extensa ‎exposición de los hechos, anunció su decisión de enviar tropas rusas a Ucrania, con la doble ‎misión de destruir las unidades militares ucranianas vinculadas a la alianza atlántica y de acabar ‎con los grupos neonazis armados por la OTAN. ‎

Todos los Estados miembros de ese bloque bélico denunciaron de inmediato lo que presentaron ‎como una ocupación de Ucrania comparable a la de Checoslovaquia en el momento de la ‎‎«Primavera de Praga» –en 1968. Según esos países, la Rusia de Vladimir Putin habría optado por ‎la «doctrina Brezhnev», como la extinta Unión Soviética. Por consiguiente, el «mundo libre» ‎tiene que castigar al «Imperio del Mal» imponiéndole «costos devastadores». ‎

Esa interpretación de las potencias atlantistas apunta ante todo a privar a Rusia de su principal ‎argumento haciendo ver que… es cierto que la OTAN no es una confederación de Estados ‎iguales entre sí sino una federación jerarquizada sometida a las órdenes de los anglosajones ‎‎[Washington y Londres], pero que Rusia hace lo mismo porque niega a Ucrania la posibilidad de ‎escoger su destino, como los soviéticos la negaron antes a los checoslovacos. En otras palabras, ‎la OTAN, debido a su funcionamiento, viola los principios de soberanía y de igualdad de ‎los Estados, principios inscritos en la Carta de las Naciones Unidas, pero no debe ser disuelta ‎mientras exista Rusia. ‎
Parece lógico pero probablemente no lo es. ‎
El discurso del presidente Putin no estaba dirigido contra Ucrania. Ni siquiera contra ‎Estados Unidos sino directamente contra «quienes aspiran a la dominación mundial», o sea ‎contra los «straussianos» (discípulos de Leo Strauss) instalados en el seno del poder ‎estadounidense. Fue una verdadera declaración de guerra a esos individuos. ‎

El 25 de febrero, el presidente Vladimir Putin calificaba el régimen de Kiev de «banda de ‎drogadictos y neonazis». Según los medios de difusión atlantistas, estaba hablando como un ‎enfermo mental. ‎

Durante la noche del 25 al 26 de febrero, el presidente ucraniano Volodimir Zelenski hacía llegar ‎a Rusia, a través de la embajada de China en Kiev, una propuesta de alto al fuego. Moscú ‎respondió rápidamente planteando sus condiciones:
arresto de todos los nazis –Dimitro Yarosh [1], los elementos del batallón Azov, ‎etc.–;‎
eliminación de todos los nombres de calles y de los monumentos que glorifican a quienes ‎colaboraron con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial –como Stepan Bandera y otros–;
orden de deponer las armas. ‎

La prensa atlantista optó por silenciar ese hecho mientras que el resto del mundo, que lo conoció ‎sólo parcialmente, retenía la respiración. La negociación fracasó horas más tarde… después de la ‎intervención de Washington. Sólo entonces se informó a la opinión pública occidental, pero ‎siempre manteniendo ocultas las condiciones planteadas por la parte rusa. ‎

‎¿De qué habla el presidente Putin? ¿Contra qué está luchando? ¿Por qué se mantiene sorda ‎y muda la prensa atlantista?‎

Paul Wolfowitz

BREVE HISTORIA DE LOS STRAUSSIANOS
Detengámonos un momento en ese grupo, los “straussianos”, sobre el cual los occidentales ‎no saben gran cosa. Son un grupo de individuos que aunque son todos judíos no son ‎representativos de los judíos estadounidenses ni de ninguna otra de las comunidades judías ‎existentes a través del mundo. Deben la denominación de “straussianos” al hecho de haber sido ‎formados por el filósofo alemán Leo Strauss, quien se refugió en Estados Unidos en el momento ‎del ascenso del nazismo y se convirtió en profesor de filosofía en la universidad de Chicago. ‎Según numerosos testimonios, Leo Strauss se rodeó allí de un pequeño grupo de alumnos fieles a ‎sus ideas a quienes dispensaba enseñanzas orales, debido a lo cual no hay escritos sobre ‎lo que él les inculcaba. En todo caso, según testimonios posteriores, Leo Strauss explicaba a ‎esos discípulos que, en aras de protegerse de un nuevo genocidio, los judíos tenían que instaurar ‎su propia dictadura. Leo Strauss llamaba a sus discípulos los «hoplitas», como los ciudadanos-‎soldados de la Antigua Grecia, y solía enviarlos a sembrar el desorden en las clases de los profesores ‎rivales. Fuera de ese detalle, Leo Strauss los enseñó también a ser “discretos” e incluso elogiaba ‎lo que llamaba la «noble mentira». Leo Strauss falleció en 1973 pero el núcleo de sus ‎discípulos más cercanos se mantuvo unido. ‎

En 1972 –o sea, hace ya medio siglo– estos straussianos comenzaron a formar un grupo político. ‎Todos eran miembros del equipo del senador demócrata Henry “Scoop” Jackson, principalmente ‎Elliott Abrams, Richard Perle y Paul Wolfowitz, y trabajaban en estrecho vínculo con un grupo de ‎periodistas trotskistas también judíos que se habían conocido en el City College of New York y ‎que editaban una revista llamada Commentary. Estos últimos eran llamados los New York Intellectuals, o sea ‎‎«los intelectuales neoyorquinos». ‎

Estos dos grupos estaban muy vinculados a la CIA y, simultáneamente y a través del suegro de ‎Richard Perle –el estratega militar Albert Wohlstetter–, a la RAND Corporación, el think tank o ‎‎“tanque pensante” del complejo militaro-industrial estadounidense. Muchos de aquellos jóvenes ‎se casaron entre sí y formaron un grupo compacto de un centenar de personas. ‎

En 1974, en plena crisis del Watergate, este grupo redactó y obtuvo la aprobación de la ‎‎«Enmienda Jackson-Vanik» que obligaría la Unión Soviética a autorizar la emigración de su ‎población judía hacia Israel bajo la amenaza de sanciones económicas. Ese fue el acto ‎fundacional de los “straussianos”. ‎

En 1976, Paul Wolfowitz [2] fue uno de los artífices del Team B o ‎‎«Equipo B» al que el presidente Gerald Ford encargó la tarea de evaluar la «amenaza ‎soviética» [3]. El Team B presentó un informe delirante donde acusaba a la Unión ‎Soviética de estar preparándose para alcanzar una «hegemonía global». Aquel informe ‎modificaba la naturaleza de la guerra fría, ya no se trataba de aislar a la URSS mediante el ‎llamado containment sino de “detenerla” para salvar el «mundo libre». ‎

Los “straussianos” y los «Intelectuales neoyorquinos», todos de izquierda, se pusieron ‎al servicio del presidente republicano Ronald Reagan. Pero es importante entender que esos ‎grupos no son verdaderamente de izquierda ni tampoco de derecha. Algunos de sus miembros ‎han “migrado” 5 veces del Partido Demócrata al Partido Republicano y a la inversa. ‎Lo importante para ellos es infiltrarse en el poder, sin importar la ideología de quien lo tenga. ‎

Por ejemplo, en los años 1980 Elliott Abrams se convirtió en asistente del secretario de Estado. Así ‎dirigió una operación en Guatemala, donde puso en el poder a un dictador y experimentó –con el ‎concurso de oficiales del Mossad israelí– sobre la creación de reservas para los pobladores ‎originarios mayas, con vista a hacer lo mismo después en Israel con los árabes palestinos –una ‎importante obra de testimonio sobre ese tema le valió el Premio Nobel de la Paz a la indígena ‎guatemalteca Rigoberta Menchú. ‎

Pero Elliott Abrams continuó sus fechorías en Salvador y posteriormente en Nicaragua –contra ‎los sandinistas–, llegando incluso a verse gravemente implicado en el escándalo Irán-Contras. ‎

Por su parte, los «Intelectuales neoyorquinos», que pasaron a denominarse ‎‎«neoconservadores», crearon el «Fondo Nacional para la Democracia» (la National Endowment ‎for Democracy, más conocida bajo las siglas NED) y el US Institute of Peace, dispositivo que ‎organizó numerosas «revoluciones de colores», comenzando por China con el intento de golpe ‎de Estado del primer ministro Zhao Ziyang, que condujo a los hechos de la Plaza Tiananmén. ‎

Al final del mandato presidencial de George Bush padre, Paul Wolfowitz, quien ocupaba entonces ‎el tercer puesto de mayor jerarquía en el Departamento de Defensa, elaboró un documento cuyo ‎idea central era que, a raíz de la desaparición de la URSS, Estados Unidos tenía que concentrarse ‎en evitar la aparición de nuevos rivales, comenzando por… la Unión Europea [4]. ‎Paul Wolfowitz concluía aconsejando la realización de acciones unilaterales, o sea poner fin a la ‎concertación en el seno de la ONU. Wolfowitz es sin dudas quien ideó la «Tormenta del ‎Desierto», la operación de destrucción de Irak que permitió a Estados Unidos cambiar las reglas ‎del juego e imponer un mundo unilateral. Fue en esa época cuando los straussianos implantaron ‎los conceptos de «cambio de régimen» y de «promoción de la democracia». ‎

Gary Schmitt, Abram Shulsky y Paul Wolfowitz infiltraron la comunidad de inteligencia de ‎Estados Unidos gracias al Grupo de Trabajo sobre la Reforma de la Inteligencia (en inglés, ‎‎Consortium for the Study of Intelligence’s Working Group on Intelligence Reform. Estos ‎personajes criticaron la idea preconcebida según la cual los demás gobiernos razonan de la misma ‎manera que el de Estados Unidos [5]. Después criticaron la ausencia de ‎conducción política de la inteligencia, afirmando que esta se perdía en temas sin importancia ‎en vez de concentrarse en los que ellos consideraban realmente esenciales. Politizar la ‎inteligencia era precisamente lo que Wolfowitz ya había hecho con «Equipo B» y comenzó ‎nuevamente a hacerlo, con éxito, en 2002, con la Oficina de Planes Especiales (Office of Special ‎Plans), inventando argumentos para desatar nuevas guerras contra Irak y contra Irán, siguiendo ‎así el principio de Leo Strauss, quien elogiaba la «noble mentira». ‎

Durante la presidencia de Bill Clinton, los straussianos se vieron apartados del poder. ‎Se refugiaron entonces en los think tanks de Washington. En 1992, William Kristol y Robert ‎Kagan –el esposo de Victoria Nuland, ampliamente mencionada en trabajos anteriores de esta ‎serie– publicaron en la revista Foreign Affairs un artículo deploraban la tímida política exterior ‎del presidente Clinton y llamaban a renovar «la hegemonía benevolente de Estados Unidos» ‎‎(benevolent global hegemony) [6]. Al año siguiente ‎fundaron el «Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense» (Projet for a New American ‎Century, PNAC) en las oficinas del American Enterprise Institute. Gary Schmitt, Abram Shulsky y ‎Paul Wolfowitz aparecen como miembros del PNC. Todos los admiradores no judíos de Leo ‎Strauss, como el protestante Francis Fukuyama –el autor de El Fin de la Historia– se unen ‎inmediatamente a ellos. ‎

Richard Perle

En 1994, Richard Perle –convertido en traficante de armas– aparece en Bosnia-Herzegovina como ‎consejero del presidente bosnio y ex nazi Alija Izetbegovic. Es precisamente Richard Perle quien ‎trae de Afganistán a Osama ben Laden con su Legión Árabe, antecesora de al-Qaeda. Perle será ‎incluso miembro de la delegación bosnia que firma en París los Acuerdos de Dayton.‎

En 1996, varios miembros del PNAC –como Richard Perle, Douglas Feith y David Wurmser– ‎redactan un estudio en el seno del Institute for Advanced Strategic and Political Studies (IASPS), ‎por cuenta del nuevo primer ministro de Israel, Benyamin Netanyahu. Ese informe aconseja la ‎eliminación física del líder histórico palestino Yasser Arafat, la anexión de los territorios palestinos, ‎una guerra contra Irak y el traslado de los palestinos a este último país [7]. ‎El informe está inspirado en las teorías de Leo Strauss y también en las de su amigo Zeev ‎Jabotinsky, el fundador del «sionismo revisionista», quien tuvo como secretario particular al ‎padre de Benyamin Netanyahu. ‎

Robert Kagan

El PNAC recogió fondos para la candidatura de George Bush hijo y publicó, antes de la segunda ‎llegada de un Bush a la Casa Blanca, su célebre informe «Reconstruir las defensas de América» ‎‎(Rebuilding America’s Defenses), donde expresa la esperanza de que una catástrofe comparable ‎a la de Pearl Harbor permita empujar al pueblo estadounidense a una guerra por la hegemonía ‎global, exactamente las palabras que el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, otro miembro ‎del PNAC, utilizó el 11 de septiembre de 2001. ‎

Los atentados del 11 de septiembre permitieron que Richard Perle y Paul Wolfowitz pusieran al ‎almirante Arthur Cebrowski bajo el ala protectora de Donald Rumsfeld en el Departamento ‎de Defensa, donde Cebrowski desempeñó un papel comparable al que Albert Wohlstetter había ‎tenido en tiempos de la guerra fría. El almirante Cebrowski impuso la estrategia de la «guerra ‎sin fin», en virtud de la cual Estados Unidos ya no trataría de ganar guerras sino sólo las ‎iniciaría para prolongarlas por el mayor tiempo posible. El nuevo objetivo sería destruir las ‎estructuras políticas de los Estados en los países designados como blancos de esa estrategia para ‎privarlos de toda posibilidad de defenderse de Estados Unidos [8]. Esa es la estrategia que ha venido aplicándose durante los últimos 20 años ‎contra Afganistán, Irak, Libia, Siria y Yemen. ‎

En 2003, los straussianos sellaron su alianza con los sionistas revisionistas en el marco de una ‎gran conferencia realizada en Jerusalén, conferencia a la que personalidades políticas israelíes de ‎todas las tendencias creyeron estar en el deber de asistir [9]. ‎Así que nada tiene de sorprendente que Victoria Nuland –la esposa de Robert Kagan–, entonces ‎embajadora en la OTAN, haya sido la persona que intervino para proclamar el alto al fuego que ‎permitió –en 2006– que el derrotado ejército de Israel pudiera retirarse del Líbano sin ser ‎perseguido por las fuerzas del Hezbollah. ‎

Bernard Lewis (a la izquierda) con Benyamin Netanyahu‎
Oficina de Prensa del Primer Ministro de Israel

Bernard Lewis es de los que trabajaron con los tres grupos –con los straussianos, los ‎neoconservadores y los sionistas revisionistas. Ex agente de la inteligencia británica, Bernard ‎Lewis adquirió las nacionalidades estadounidense e israelí, fue consejero de Benyamin Netanyahu ‎y miembro del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos. A la mitad de su carrera, ‎Bernard Lewis aseguraba que el islam era incompatible con el terrorismo y que los árabes ‎terroristas eran agentes soviéticos, pero después cambió de canción y comenzó a decir, con el ‎mismo aplomo que antes, que la religión musulmana predica el terrorismo. Lewis inventó la ‎historia del «choque de civilizaciones» para el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos ‎y con vista a instrumentalizar las diferencias culturales para lanzar a los musulmanes contra los ‎cristianos ortodoxos, concepto que fue popularizado por Samuel Huntington, asistente de Bernard ‎Lewis en el Consejo de Seguridad Nacional estadounidense. Sólo que Samuel Huntington ‎no presentó el «choque de civilizaciones» como una estrategia sino como una fatalidad frente a ‎la cual había que reaccionar. Huntington comenzó su carrera como consejero de los servicios ‎secretos del régimen sudafricano del apartheid y después escribió un libro, The Soldier and the ‎State [10], donde aseguraba que los militares, ya sean soldados ‎regulares o mercenarios, son una casta aparte, la única capaz de entender las necesidades de la ‎seguridad nacional. ‎

Después de la destrucción de Irak, los straussianos fueron objeto de todo tipo de polémicas [11]. ‎Todos se sorprenden entonces de que un grupo tan pequeño, respaldado por los periodistas ‎neoconservadores, haya logrado adquirir tanta autoridad sin ser objeto de un debate público. ‎El Congreso de Estados Unidos designa un Grupo de Estudios sobre Irak –la llamada «Comisión ‎Baker-Hamilton»– para la política de dicho grupo. La Comisión Baker-Hamilton condena, ‎sin nombrarla, la estrategia Rumsfeld-Cebrowski y deplora los cientos de miles de muertos que ‎esa estrategia ya ha dejado. El secretario de Defensa Donald Rumsfeld dimite… y el Pentágono ‎sigue inexorablemente adelante con la aplicación de esa estrategia, ya condenada pero ‎nunca adoptada oficialmente. ‎

Bajo la administración Obama, los straussianos encuentran refugio en el equipo del vicepresidente ‎Joe Biden. El actual consejero de seguridad nacional de Biden, Jacob “Jake” Sullivan, desempeñó ‎entonces un papel central en la organización de las operaciones contra Libia, contra Siria y ‎contra Myanmar mientras que otro consejero de Biden, el hoy secretario de Estado Antony ‎Blinken, se concentraba en Afganistán, Pakistán e Irán. Fue Blinken quien supervisó las ‎negociaciones secretas con el Guía Supremo iraní, Alí Khamenei, negociaciones que ‎desembocaron en el encarcelamiento de los principales miembros del equipo de trabajo de ‎Mahmud Ahmadineyad a cambio del acuerdo sobre el programa nuclear de Irán. ‎

En 2014, son los straussianos quienes organizan el «cambio de régimen» en Kiev. Desde ‎su puesto de vicepresidente, Joe Biden se implica de lleno. Victoria Nuland viaja a Kiev para ‎respaldar a los neonazis de Pravy Sektor (Sector Derecho) y supervisar el comando israelí “Delta”, ‎que cometen múltiples actos de violencia [12] en la Plaza Maidan. ‎

Fue en aquel momento cuando la intercepción de una conversación telefónica entre Victoria ‎Nuland y el embajador de Estados Unidos permitió conocer el deseo de la señora Nuland de ‎‎«darle por el culo a la Unión Europea» –«Fuck the EU!», según exclamó en su conversación con ‎el embajador– lo cual concuerda con lo expresado en el informe que Wolfowitz había redactado ‎en 1992. Pero, los dirigentes de la Unión Europea al parecer “no entendieron” plenamente ‎lo que había querido decir esta “dama” y sólo mascullaron una débil protesta [13]. ‎

También en aquella época, Jake Sullivan y Antony Blinken –pese a la oposición del secretario de ‎Estado John Kerry– meten a Hunter Biden, el hijo del vicepresidente Joe Biden, en el consejo de ‎administración de Burisma Holdings, una de las principales compañías de explotación del gas ‎natural ucraniano. Este hijo de Joe Biden es literalmente un drogadicto que servirá de pantalla ‎para cubrir una monumental estafa en detrimento del pueblo ucraniano. Bajo la supervisión de ‎Amos Hochstein, Hunter Biden designa después a varios amigos, tan drogadictos como él, para ‎utilizarlos como “representantes” de varias empresas y saquear el gas ucraniano. A ellos ‎se refería el presidente ruso Vladimir Putin cuando hablaba de «banda de drogadictos». ‎

Jake Sullivan y Antony Blinken también se apoyan en el mafioso Igor Kolomoiski, el tercer ‎personaje más adinerado de Ucrania. Aun siendo judío, Igor Kolomoiski financia a los matones de ‎Pravy Sektor (Sector Derecho), una organización neonazi que trabaja para la OTAN y que ‎participa en los hechos de violencia de la Plaza Maidan durante la operación de «cambio de ‎régimen» de 2014. Kolomoiski utiliza su influencia para asumir el control de la comunidad judía ‎europea hasta que sus correligionarios se rebelan y lo expulsan de sus asociaciones ‎internacionales. Sin embargo, Kolomoiski logra que el cabecilla de Pravy Sektor, Dimitro Yarosh, ‎sea nombrado secretario adjunto del Consejo Nacional de Seguridad y de Defensa instaurado por ‎el nuevo régimen y se hace nombrar gobernador del oblast de Dnipropetrovsk. Kolomoiski y ‎Yarosh serán rápidamente apartados de las funciones políticas. Igor Kolomoiski y Dimitro Yarosh, ‎recientemente nombrado consejero especial del jefe de las fuerzas armadas ucranianas, así como ‎sus seguidores, son los neonazis a los que el presidente Putin aludía en su discurso sobre ‎Ucrania. ‎

En 2017, Antony Blinken funda WestExec Advisors, una firma de consejería en la que se reagrupan ‎ex altos funcionarios de la administración Obama y numerosos straussianos. Esta firma es ‎extremadamente discreta sobre sus actividades pero utiliza las relaciones políticas de sus ‎empleados para ganar dinero, precisamente lo que en cualquier país del mundo sería considerado ‎‎«tráfico de influencias» y «corrupción». ‎


Joe Biden no es un straussiano pero ha estado estrechamente vinculado a ellos desde hace ‎‎15 años. Aquí lo vemos con Antony Blinken, su actual secretario de Estado.‎

LOS STRAUSSIANOS MANTIENEN SU LÍNEA DE SIEMPRE

Desde que Joe Biden regresó a la Casa Blanca, ahora como presidente de Estados Unidos, los ‎discípulos de Leo Strauss controlan todas las palancas del sistema. “Jake” Sullivan es consejero de ‎Seguridad Nacional y Antony Blinken es secretario de Estado, con Victoria Nuland como ‎subsecretaria. Como ya señalé en artículos anteriores de esta serie, Victoria Nuland viajó a Moscú ‎en octubre de 2021 y amenazó con aplastar la economía de Rusia si ese país no se somete. Ahí ‎comienza la actual crisis.‎

La subsecretaria de Estado Victoria Nuland trae de regreso a Dimitro Yarosh lo impone ‎al presidente ucraniano Volodimir Zelinki, un actor de televisión sin experiencia política… pero ‎protegido por Igor Kolomoiski. El 2 de noviembre de 2021, el presidente Zelinski nombra a ‎Dimitro Yarosh consejero especial del jefe de las fuerzas armadas, el general Valeri Zaluzhni. ‎Este último, un verdadero demócrata, protesta pero acaba aceptando la nominación de Yarosh. ‎Al ser interrogado sobre esta sorprendente asociación, el general se niega a responder y habla ‎que es una cuestión de «seguridad nacional». Yarosh aporta todo su respaldo al «Fuhrer ‎blanco», el ahora coronel Andrei Biletsky, y al batallón Azov, la tropa de Biletsky. El batallón ‎Azov es una copia de la división SS Das Reich y desde el verano de 2021 está bajo las órdenes ‎de mercenarios estadounidenses de la antigua Blackwater [14].‎

Toda la información anterior estaba destinada a lograr que ustedes sean capaces de identificar a ‎los straussianos, lo cual hace más comprensible las explicaciones de Rusia.

Liberar el mundo de ‎los straussianos sería lo más adecuado para hacer justicia al más de un millón de personas que ‎han muerto en las guerras artificialmente provocadas por esos personajes… y también para salvar ‎incontables vidas. Está por ver si esta intervención en Ucrania es la mejor manera de lograrlo. ‎

En todo caso, si bien los straussianos son responsables de los actuales acontecimientos, cabe ‎destacar que quienes les dejaron las manos libres también tienen su parte de responsabilidad, ‎comenzando por Alemania y Francia, que firmaron los Acuerdos de Minsk –hace 7 años– y que ‎después no hicieron nada para forzar su aplicación por parte de Kiev.

También tienen su parte ‎de responsabilidad los más de 50 Estados que firmaron las declaraciones de la OSCE prohibiendo ‎la ampliación de la OTAN más allá de la línea Oder-Neisse pero que nunca trataron de impedir ‎dicha expansión. Sólo Israel, que acaba de deshacerse de los sionistas revisionistas, ha expresado ‎‎–hasta el momento– una posición matizada sobre los actuales acontecimientos.‎

Esa es una de las lecciones que debemos aprender de esta crisis: los pueblos gobernados ‎democráticamente son responsables de las decisiones que sus dirigentes prepararon por ‎largo tiempo y que han seguido aplicándose sin importar los cambios de tendencias o de ‎por partidos políticos que ejercen el poder. ‎

Thierry Meyssan




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