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lunes, 31 de octubre de 2022

Guerra, propaganda y ceguera

por Thierry Meyssan

La propaganda idiotiza. Se sabe que los nacionalistas integristas ucranianos perpetraron ‎masacres, sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial. Pero los europeos ignoran ‎lo que los nacionalistas integristas ucranianos contemporáneos han estado haciendo, a ‎las puertas de Europa, durante los últimos 30 años; ignoran principalmente la guerra ‎civil que los portadores de esa forma de pensamiento han estado librando contra sus ‎supuestos compatriotas desde hace 8 años. La ignorante estupidez de los europeos ‎los lleva a sumarse a los llamados a la guerra que sus responsables políticos repiten ‎incansablemente a favor de aquellos criminales.‎


Slava Stetsko, la viuda de Yaroslav Stetko, el primer ministro que los nazis impusieron en la ‎Ucrania ocupada, abrió los trabajos del parlamento ucraniano en 1998 y 2002.‎

Cuando estalla una guerra, los gobiernos siempre se creen obligados a elevar la moral de la ‎población inundándola de propaganda. Lo que está en juego es tan importante, la vida y la ‎muerte, que los debates se polarizan y aparecen inevitablemente las posiciones extremas. Eso es ‎exactamente lo que estamos viviendo en Europa. Y las ideas que defienden unos y otros no tienen nada ‎que ver con sus tendencias ideológicas sino con su grado de proximidad con el poder. ‎

En el sentido etimológico, la propaganda es sólo el arte de convencer, de propagar ideas. Pero en ‎la época moderna, es principalmente una forma de manipular la realidad para denigrar al ‎adversario y glorificar a las tropas de quien hace la propaganda. ‎

Contrariamente a la creencia instaurada en Occidente, la propaganda no es un invento de ‎los nazis ni de los sovieticos. La inventaron los británicos y los estadounidenses durante la ‎Primera Guerra Mundial [1]. ‎

Hoy en día, la OTAN coordina su propaganda desde Riga, la capital de Letonia, donde ese bloque ‎bélico tiene su Centro de Comunicación Estratégica [2]. Ese centro identifica los puntos sobre los que quiere actuar y organiza programas ‎internacionales para concretar esa acción. ‎

Por ejemplo, la OTAN ha identificado a Israel como un “eslabón débil” –el ex primer ministro ‎israelí Benyamin Netanyahu era amigo personal del presidente ucraniano Volodimir Zelenski pero ‎su sucesor, Naftali Bennett, reconoció las razones de Rusia e incluso aconsejó a Kiev devolver ‎Crimea y el Donbass y, sobre todo, desnazificar Ucrania. El actual primer ministro de Israel, Yair ‎Lapid, ha resultado más vacilante que Bennet. Lapid no quiere apoyar a los nacionalistas ‎integristas de hoy, sucesores de los nacionalistas integristas ucranianos que masacraron ‎al menos un millón de judíos antes y durante la Segunda Guerra Mundial… pero quiere seguir ‎manteniendo buenas relaciones con las potencias occidentales. ‎

Así que, para que Israel no se aparte del camino “correcto”, la OTAN está tratando de hacer creer al ‎gobierno israelí que, en caso de victoria rusa, Israel perdería su posición en el Medio Oriente ‎‎ [3]. ‎

Para alcanzar ese objetivo, la OTAN difunde lo más ampliamente posible la mentira que trata de ‎presentar a Irán como un aliado militar de Rusia. La prensa internacional repite constantemente ‎que los drones rusos son iraníes y pronto dirá que también son iraníes los misiles de alcance ‎intermedio que Rusia utiliza en el campo de batalla. Rusia e Irán han desmentido constantemente ‎esas alegaciones –Rusia domina perfectamente la fabricación de drones y de misiles de alcance ‎intermedio– pero los responsables políticos occidentales, que al parecer usan más la prensa que ‎el cerebro, se apresuran ahora a adoptar sanciones contra los fabricantes iraníes de ‎armamento. ‎

‎¿Resultado? El primer ministro israelí Yair Lapid, hijo del presidente del Memorial Yad Vashem, ‎se verá pronto forzado a ponerse del lado de los criminales cuyos abuelos participaron en el ‎genocidio contra los judíos en la Ucrania de la Segunda Guerra Mundial. ‎

Los británicos, por su parte, son tradicionalmente expertos en el uso a gran escala de los medios ‎de difusión y en el reclutamiento de artistas que usan en su propaganda. El MI6 británico ‎se apoya en un grupo de 150 agencias de prensa que trabajan en el seno de PR Network [4], convenciendo a esas firmas de prensa de convertirse en repetidores de sus ‎acusaciones y eslóganes. ‎

El fundador del nacionalismo integral ucraniano, Dimitro Dontsov, dio ‎muestras de un odio obsesivo contra los judíos y los gitanos. Durante la Segunda Guerra ‎Mundial, Dontsov se fue de Ucrania para convertirse en administrador del Instituto Reinhard ‎Heydrich. Desde su sede en Checoslovaquia, el Instituto Reinhard Heydrich se dio a la tarea de ‎planificar el exterminio de todos los judíos y los gitanos, misión que le fue asignada por ‎los nazis durante la Conferencia de Wannsee. Después de la guerra, Dimitro Dontsov terminó ‎sus días plácidamente en Estados Unidos.

El MI6 británico y su red de propaganda han convencido sucesivamente a los europeos de que:‎
‎1. el presidente ruso Vladimir Putin está muriéndose; ‎
‎2. de que se ha vuelto loco; ‎
‎3. de que está acorralado por una fuerte oposición en Rusia;‎
‎4. de que está a punto de ser derrocado por un golpe de Estado. ‎

Esa labor de propaganda se mantiene ahora con la publicación de entrevistas cruzadas de ‎soldados en Ucrania. Usted leerá –u oirá– a los soldados ucranianos decir que ellos son ‎nacionalistas y a los soldados rusos decir que sienten miedo al luchar por Rusia. ‎Usted leerá u oirá que los ucranianos no son nazis y que los rusos –como viven bajo una ‎dictadura– son obligados a ir a la guerra. Lo cierto es que gran parte de los soldados ucranianos ‎no son “nacionalistas” –en el sentido de que defienden su país– sino «nacionalistas integristas» ‎‎–en el sentido descrito por dos poetas, el francés Charles Maurras y el ucraniano Dimitro Dontsov ‎‎ [5] –dos conceptos muy diferentes.‎

Hubo que esperar hasta 1925 para que el papa Pío XI condenara el «nacionalismo integral». Para ‎entonces, Dimitro Dontsov ya había escrito Націоналізм (“Nacionalismo”), en 1921. El francés ‎Maurras y el ucraniano Dontson definen la nación como una tradición y conciben su ‎‎“nacionalismo” en contra de los demás –Maurras contra los alemanes y Dontsov contra ‎los rusos. Tanto Maurras como Dontsov aborrecían la Revolución Francesa, los principios de ‎Libertad, Igualdad y Fraternidad y denunciaban sin descanso a los judíos y los francmasones. Tanto ‎Maurras como Dontsov veían la religión como algo “útil” para organizar la sociedad, pero los dos ‎parecen más bien agnósticos. Esas posiciones llevaron a Maurras a ser un partidario de Philippe ‎Petain –el general francés que dirigió un gobierno de colaboración con los nazis– y a Dontsov ‎a convertirse en hitleriano. ‎

Con el tiempo, Dontsov se hundió en un delirio místico sobre los Varegos (los vikingos suecos). ‎El siguiente papa, Pío XII, anuló la condena que su predecesor había emitido contra los ‎‎«nacionalistas integristas»… justo antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Al final de la ‎guerra, Maurras fue condenado en Francia por «entendimiento con el enemigo», después de ‎haber sido germanófobo, pero Dontsov quedó bajo el ala protectora de los servicios secretos ‎anglosajones, se exiló en Canadá y luego se instaló tranquilamente en Estados Unidos. ‎

En cuanto a los soldados rusos cuyas entrevistas vemos en la televisión occidental, en realidad ‎no nos dicen que “los obligan” a luchar sino que no son fanáticos –lo cual los diferencia de los ‎nacionalistas integristas. Esos soldados rusos consideran que la guerra –aun tratándose de la ‎guerra en la que defienden a los suyos– es siempre un horror. ‎

Los franceses, por ejemplo, no reconocen a Rusia como una democracia porque creen que una ‎democracia no puede ser “autoritaria”. Pero olvidan que la II República francesa (1848-1852) fue ‎simultáneamente una democracia y un régimen autoritario. ‎

Si nos convencen fácilmente es porque nada sabemos sobre la historia y la cultura ucranianas. ‎Sabemos, cuando más, que la Novorossiya fue gobernada por un aristócrata… ¡francés!, Armand-‎Emmanuel du Plessis de Richelieu, amigo personal del zar Alejandro III. Aquel aristócrata francés ‎prosiguió así la obra del príncipe ruso Grigori Potemkin, quien quería construir aquella región ‎según el modelo de Atenas y Roma, lo cual explica por qué la Novorossiya sigue siendo hoy de ‎cultura rusa –no ucraniana– sin haber conocido nunca el sistema de servidumbre. ‎


Imagen del Memorial de Babi Yar, en Kiev. En 2 días, el 29 y el 30 de ‎septiembre de 1941, las Waffen SS ucranianas y los Einsatzgruppen de Reinhard Heydrich ‎fusilaron 33 771 ucranianos judíos. Los nacionalistas integristas de aquella época celebraron ‎aquella masacre como una victoria. Actualmente, y por decisión del gobierno ucraniano, la ‎gran avenida que conduce al Memorial lleva el nombre del nacionalista integrista Stepan ‎Bandera, en homenaje al mayor criminal de la historia de Ucrania.

El 6 de mayo de 1995, pocos meses después de ser electo, Leonid Kuchma, el ‎segundo presidente de la Ucrania postsoviética, viajó a Munich para reunirse con Slava ‎Stetsko, la viuda del primer ministro impuesto por los nazis a la Ucrania ocupada durante la ‎Segunda Guerra Mundial. Leonid Kuchma aceptó inscribir en la nueva Constitución ucraniana ‎una referencia explícita al nazismo: “preservar el patrimonio genético del pueblo ucraniano es ‎responsabilidad del Estado” (sic).

Tratándose de Ucrania, los europeos de Occidente prefieren ignorar las atrocidades que allí se ‎perpetraron después de la Primera Guerra Mundial y durante la Segunda Guerra Mundial –se habla ‎principalmente de violencias cometidas en tiempos de la URSS. Nadie menciona que el teórico ‎Dimitro Dontsov y su discípulo Stepan Bandera no vacilaron en masacrar a todo aquel que no se ‎plegaba al «nacionalismo integral», primero los judíos, después los rusos y luego los comunistas, ‎los anarquistas de Nestor Majno y muchos más. ‎

Los «nacionalistas integristas», convertidos en fervientes admiradores de Hitler y profundamente ‎racistas, volvieron a escena con la disolución de la URSS [6]. El 6 de mayo de 1995, Leonid Kuchma, el ‎segundo presidente de la Ucrania postsoviética, viajó a Munich y se reunió –en los locales de la CIA– con Slava ‎Stetsko, la viuda del primer ministro que los nazis impusieron en Ucrania –la señora acababa de ‎ser electa diputada de la Ucrania postsoviética pero no había podido ocupar su escaño porque ‎había perdido la nacionalidad ucraniana. Un mes después de aquel encuentro, Ucrania adoptaba ‎su actual Constitución, cuyo Artículo 16 estipula que «preservar el patrimonio genético del pueblo ‎ucraniano es responsabilidad del Estado» (sic). Posteriormente, Slava Stetsko abrió en dos ‎ocasiones los debates del parlamento ucraniano, concluyendo las dos veces con la frase «¡Gloria ‎a Ucrania», la consigna de los nacionalistas integristas. ‎

La Ucrania postsoviética construyó pacientemente su régimen nazi. Después de haber consagrado ‎la defensa del «patrimonio genético del pueblo ucraniano», adoptó otras leyes del mismo corte. ‎En la primera, el Estado concede el beneficio de los derechos humanos sólo a los ucranianos, ‎no a los extranjeros. La segunda define quiénes son la mayoría de los ucranianos y la tercera –‎promulgada por el propio Zelenski– define quiénes son considerados minorías. Astutamente, ‎ninguna de esas leyes menciona a los rusoparlantes, a quienes sin embargo los tribunales ‎ucranianos no reconocen –por defecto– la protección de los derechos humanos. ‎

Desde 2014, los nacionalistas integristas emprendieron una guerra civil contra las poblaciones ‎rusoparlantes, principalmente las de Crimea y el Donbass. Cuando esos elementos ya habían ‎asesinado 20 000 rusoparlantes, la Federación Rusa, en aplicación de su «responsabilidad de ‎proteger», inició una «operación militar especial» para concretar la aplicación de la resolución ‎‎2202 del Consejo de Seguridad de la ONU (los Acuerdos de Minsk) y poner fin al martirio de las ‎poblaciones rusoparlantes. ‎


El presidente Zelenski con su amigo Benyamin Netanyahu. Este último ha ‎convertido su apoyo a Ucrania en su principal tema de campaña electoral. Benyamin ‎Netanyahu es hijo del secretario particular de Zeev Jabotinsky. Ucraniano de origen judío y ‎padre del sionismo revisionista, Jabotinsky se alió a los nacionalistas integristas en contra de ‎los bolcheviques. Cuando trató de poner la comunidad judía ucraniana al servicio de los ‎nacionalistas integristas, quienes ya habían perpetrado masacres antisemitas, Jabotinsky fue ‎unánimemente denunciado en el seno de la Organización Sionista Mundial.

La propaganda de la OTAN nos muestra constantemente el sufrimiento, real, de los ucranianos ‎arrastrados a la guerra. Pero no menciona los 8 años de torturas, asesinatos y masacres ‎perpetrados antes contra las poblaciones rusoparlantes de Ucrania. La propaganda de la OTAN ‎habla a Occidente de ‎«nuestros valores comunes con la democracia ucraniana». ‎

Pero tendríamos que hacernos dos preguntas: ¿Qué valores compartimos con los nacionalistas ‎integristas? ¿Dónde está la democracia en Ucrania?‎

Nuestro deber no es escoger un bando sino defender la paz y, por consiguiente, defender los ‎Acuerdos de Minsk y la aplicación de la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU. ‎

La guerra enloquece a todos. Se produce entonces una inversión de los valores. Con eso ganan ‎los más extremistas. Ciertos ministros europeos hablan de «ahogar a Rusia». Quienes apoyan ‎tales declaraciones no perciben que están apoyando las ideas contra las cuales dicen combatir. ‎

Thierry Meyssan


voltairenet.org

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