“Los franceses, los británicos y los estadounidenses no tienen ninguna idea de lo que ocurre aquí desde el verano de 2012”, dijo un diplomático extranjero en Siria. “En aquella época era posible para un extranjero como yo, llegado recientemente a Siria a partir de Londres, imaginar una salida inmediata del poder de Bashar al Assad.” Un funcionario del Departamento de Estado de EEUU había calificado incluso a Assad de “hombre muerto que camina”. Sin embargo, los occidentales que habían pasado muchos años en Siria discrepaban. Ellos rechazaban los informes de la prensa estadounidense sobre la caída del gobierno. Assad, decían, era “muy popular entre las minorías”. Por otro lado, la lealtad del Ejército era casi absoluta.
Hoy en día, Assad es mucho más poderoso de lo que era hace 15 meses. Esto a pesar de todas las predicciones de una caída inminente de su gobierno. La maquinaria baasista sigue siendo un elemento que funciona bien en Siria. A pesar del conflicto, la vida cotidiana en Damasco, bastión principal de Assad, continúa, en gran parte, como antes. No hay grandes deserciones y en todas partes el Ejército Árabe Sirio, a pesar de los 30.000 muertos en sus filas, continúa mostrando su lealtad a Assad.
En estos dos últimos meses, el Ejército ha recuperado territorios alrededor de Damasco. Sin embargo, en lugar de reajustar su respuesta, Washington ha estado atado a los mismos objetivos políticos estrechos: la expulsión de Assad del poder. Eso es un intento nada realista. Tras haber fracasado en el objetivo de derrocar a Assad, la insistencia en el mismo sólo servirá para prolongar la violencia. Los representantes del gobierno sirio no han ido a la mesa de negociaciones para abandonar sus ganancias. El famoso comunicado de Ginebra-1, que constituye la base de la demanda de Kerry, no pide la partida de Assad. Y este último no está dispuesto a partir. Las opciones de Washington son limitadas por el hecho enormemente embarazoso de que la oposición, que ha acudido a Suiza para intentar tomar el poder en Siria, no dispone de una base importante en el país. Sus miembros no tienen influencia sobre los muyahidines que combaten a las fuerzas gubernamentales.
Una gran parte del territorio sirio que escapa al control del gobierno está en poder de grupos vinculados a Al Qaida, que se oponen a las negociaciones de paz. Ellos son consciente de que podrían beneficiarse de cualquier intento occidental para expulsar del poder a Assad. Incluso los elementos “moderados” de la oposición están fuera del control de Washington.
Durante varias semanas, John Kerry intentó conseguir un asiento para Teherán en las negociaciones de Montreaux porque él comprendía que la presencia de Irán, en tanto que potencia regional, es indispensable para lograr progresos. Esto irritó a Arabia Saudí, la teocracia sunní que se muestra alarmada por el deshielo en las relaciones entre Teherán y Washington. Como principal suministrador de fondos a la oposición, Arabia Saudí ha jugado un papel en la transformación de Siria en un refugio para los yihadistas extranjeros que comparten la misma ideología que aquellos que llevaron a cabo los ataques del 11 de Septiembre de 2001.
Todo eso explica por qué Assad ha ridiculizado las negociaciones calificándolas de “broma”. Su decisión de enviar una delegación respondió a los deseos de sus aliados rusos, que trabajaron para impedir un ataque estadounidense contra Siria el pasado año. Los rusos están impacientes por demostrar la utilidad de la diplomacia.
Sin embargo, el marco de las negociaciones parece ya obsoleto. Establecidas en 2012 por Kofi Annan, entonces emisario de la ONU sobre Siria, estas disposiciones del Comunicado de Ginebra-1, que llaman al establecimiento de un órgano transitorio por consentimiento mutuo, fueron aprobadas en una época en la que Assad parecía débil y la oposición daba la impresión de estar unida.
Las grandes potencias occidentales que han ayudado a preparar la Conferencia de Ginebra-2 anticipando quizás la caída de Assad, se han negado a apoyarla. Para los sirios ordinarios, las negociaciones recuerdan a un circo. Assad, que tiene un sentimiento triunfador, se niega a partir. La oposición interna, profundamente dividida, se niega a rebajar sus demandas. Occidente, que no tiene la voluntad de intervenir militarmente o de hacer frente a Rusia e Irán, mira la situación con impotencia.
Tomado de: http://www.almanar.com.lb
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