por Thierry Meyssan
Tratándose de relaciones internacionales, muchas cosas parecen ser tan evidentes que no hay necesidad de recordarlas. Pero siempre es mejor decirlas. En la primera parte de este trabajo, el autor aborda ese sentimiento de superioridad que todos albergamos y nuestros prejuicios inconscientes sobre la “maldad” de nuestros interlocutores. En la segunda parte abordará el caso específico del Medio Oriente.
En esta representación de la batalla de Poitiers, que tuvo lugar en el siglo VIII, los musulmanes son presentados como bárbaros lascivos y violentos.
Numerosos intercambios por correo electrónico me han demostrado que muchas cosas que yo puedo dar por sentadas no son vistas de la misma manera por algunos lectores. Por eso quiero retomar aquí varias ideas que algunos de ustedes pudieran considerar banales, pero que quizás sorprenderán a otros.
Todos somos humanos, aunque seamos diferentes
Es posible viajar a algún país lejano y limitarse visitar sus hoteles y sus playas. Y está bien que queramos broncearnos pero, en el plano humano, limitarse a eso es dejar pasar una oportunidad. Cualquier país que visitemos estará poblado de personas iguales a nosotros, cuyo aspecto puede ser o no diferente al nuestro, pero con quienes pudiéramos establecer algún tipo de contacto. Si lo hiciésemos seguramente llegaríamos a establecer lazos de amistad con algunas de esas personas.
Generalmente, todo viajero trata de disponer de medios más importantes que los de la gente de los países que visita. Y es algo lógico porque el viajero quiere estar en situación de poder enfrentar cualquier problema que se presente durante su viaje. Sin embargo, desde esa situación confortable, ¿se lanzará el viajero hacia lo desconocido y tratará de relacionarse realmente con las personas del país? Y, si llegara a hacerlo, ¿le hablarían esas personas libremente, confiarían sus logros, sus sueños y angustias a un rico viajero?
Lo mismo sucede con las relaciones internacionales. Siempre es muy difícil llegar a saber lo que realmente sucede en el exterior y entenderlo.
En las relaciones internacionales participan actores diferentes que están alejados de nosotros. Son hombres y mujeres cuyos traumas y han ambiciones no conocemos y que tenemos que compartir antes de llegar a comprenderlos. Lo que es importante para esos actores puede no serlo a nuestros ojos. Pero es muy probable que ellos tengan razones para concederle importancia, razones que nosotros tendremos que descubrir si aspiramos a avanzar junto a ellos.
Cada uno de nosotros tiende a creer que sus propios valores son cualitativamente superiores a los valores de los demás… hasta que entiende por qué “el otro” piensa diferente. Los griegos veían a los extranjeros como “bárbaros” y todos los pueblos, independientemente de su nivel de educación, tienden a creer lo mismo. Ni siquiera es una forma de racismo sino simple ignorancia.
Lo anterior no quiere decir que todas las culturas y civilizaciones sean iguales entre sí y que uno quiera o pueda vivir en cualquier lugar. Hay lugares donde la gente tiene la mirada turbia y otros donde las miradas son luminosas.
El desarrollo de los medios de transporte nos ha dado la posibilidad de poder viajar a cualquier parte en muy poco tiempo. En cuestión de horas podemos proyectarnos hacia un mundo totalmente diferente y vernos sumergidos en él, pero seguimos pensando y actuando como lo hacíamos en casa. En el mejor de los casos, quizás hayamos leído algo sobre esos “extranjeros” antes de irnos a su mundo, pero antes de tenerlos frente a nosotros no podremos saber si lo que leímos es cierto o si el autor no percibió las cosas realmente importantes.
Pero tampoco es absolutamente necesario viajar a un país para entender a sus habitantes. Ellos también pueden viajar. En ese caso, tenemos que tener cuidado en no equivocarnos de interlocutor porque los hijos que dicen haber tenido que huir de sus padres y los critican fuertemente, a menudo tienen más de mentirosos que de héroes. Y no son obligatoriamente malas personas sino que se esfuerzan por decirnos lo que ellos creen que nosotros queremos oír y hasta puede suceder que, cuando ya los conocemos mejor, acaben modificando su versión inicial. En todo caso, siempre tenemos que ser extremadamente cuidadosos con lo que dicen los “exiliados” políticos –no podemos creer que el iraquí Ahmed Chalabi en Londres será igual que el francés Charles De Gaulle que se exilió en la capital británica. De Gaulle disponía de un verdadero respaldo popular mientras que Ahmed Chalabi llegó a Londres huyendo de Irak… perseguido como estafador, y mentía en todo. Charles De Gaulle liberó Francia de la ocupación nazi pero Chalabi abrió las puertas de su país a la invasión extranjera.
Además, la gente cambia con la edad. Los pueblos también, pero más lentamente. Las características de un pueblo se forman a lo largo de siglos y hay que estudiar su historia profundamente para llegar a entenderlo, incluso aunque ese pueblo ignore su propio pasado, como los pueblos musulmanes que ven erróneamente las épocas anteriores a la aparición de su religión como “tiempos oscuros”. Tenemos que saber que es imposible entender a un pueblo sin conocer su historia, no sus últimos 10 años, sino a lo largo de milenios. Hay que ser muy arrogante para creerse capaz de entender una guerra yendo al teatro de operaciones sin haber estudiado profundamente la historia y las motivaciones de los protagonistas.
Lo que permite conocer a la gente es también eficaz para dominarla. Es por eso que los británicos formaron sus espías más célebres y sus diplomáticos en el British Museum.
Los «malos»
Lo que no entendemos a menudo nos da miedo.
Cuando una élite o una sola persona ejerce algún tipo de autoridad, dominio o incluso opresión sobre un grupo humano, sus pares, sólo puede hacerlo con alguna forma de asentimiento de estos. Eso puede verse en las sectas. Si se quiere ayudar a los oprimidos, la solución no es adoptar sanciones que los afectarán a ellos mismos o tratar de eliminar a su jefe sino más bien refrescar la visión que tienen de las cosas, ayudarlos a tomar conciencia de que pueden vivir de otra manera.
Los grupos sectarios representan sólo un peligro relativo para el resto del mundo ya que se niegan a comunicar con ese mundo. Son peligrosos sobre todo para sus propios miembros porque pueden llevarlos a autodestruirse.
No hay dictadura que pueda imponerse a la voluntad de la mayoría, es simplemente imposible. Ese es precisamente el origen del sistema democrático: la aprobación de los dirigentes por parte de una mayoría previene toda forma de dictadura. En toda mi vida, el único régimen que oprimía a la mayoría de su población fue la Unión Soviética de Mijaíl Gorbachov. Pero este dirigente no tenía nada que ver con esa dominación y acabó disolviéndola él mismo.
Ese es el principio que Estados Unidos ha venido aplicando para organizar las «revoluciones de colores»: ningún régimen puede sobrevivir si la gente se niega a obedecerlo, se derrumba instantáneamente. Así que basta con manipular a las multitudes durante un corto espacio de tiempo para provocar un «cambio de régimen». Por supuesto, es imposible predecir qué pasará después, cuando la gente despierte y vea que ha sido manipulada. Esas supuestas revoluciones duran sólo algunos días, no tienen nada que ver con un verdadero cambio social, algo que exige años, o al menos una generación.
Pero siempre es muy fácil describir un país lejano como una dictadura abominable para justificar una supuesta necesidad de acudir en ayuda de la población “oprimida”.
Aunque todos los hombres son razonables, también pueden dejarse arrastrar por la locura cuando dejan de lado la Razón en nombre de alguna ideología o de una religión. Es algo que no tiene nada que ver con el proyecto específico de la ideología ni con la fe de la religión. Los nazis pretendían construir un mundo mejor que el mundo del Tratado de Versalles, pero no tenían conciencia de sus propios crímenes. Así que los nazis desaparecieron y el mundo sólo retuvo de ellos cosas como los vehículos Volkswagen y la conquista del espacio –iniciada por Estados Unidos gracias a la colaboración del científico nazi Wernher von Braun. Los islamistas (y no me refiero a los fieles de la religión musulmana sino a los militantes del movimiento político) creen ser servidores de la voluntad divina pero no tienen conciencia de sus crímenes y acabarán por desaparecer sin llegar a lograr algo. La ceguera es un elemento común en nazis e islamistas y ambos grupos fueron fácilmente manipulados: los nazis fueron utilizados contra los soviéticos y los islamistas han sido utilizados por los británicos contra los movimientos independentistas.
Todas las religiones están expuestas al peligro de ser manipuladas, sin importar la naturaleza de su mensaje. En la India, el yogui Adityanath –vinculado al actual primer ministro Narendra Modi– exhortó la multitud a destruir la mezquita de Ayodhya, en 1992, y 10 años después sus seguidores masacraron a los musulmanes del Estado indio de Gujarat, acusándolos de haber querido vengarse. En Myanmar, el monje budista Ashin Wirathu –quien no tiene ningún vínculo con el ejército birmano y mucho menos con la líder Aung San Suu Kyi– predica que hay que matar a los musulmanes.
La violencia humana no tiene límites cuando dejamos de lado la Razón. Quienes ponen en práctica esa violencia hacen de ello una especie de arte, se dotan de un estilo y conciben el crimen de forma espectacular. La crueldad en grupo no es un placer sádico solitario sino un ritual colectivo cuya finalidad es lograr que el espanto paralice a todos y los obligue a aceptar la sumisión.
El Emirato Islámico –también llamado Estado Islámico, ISIS o Daesh– creaba toda una escenografía del crimen y lo filmaba, sin vacilar en recurrir al uso de efectos especiales para acentuar el espanto.
Es poco probable que los nazis hayan tenido inicialmente la intención de matar prisioneros por millones. Más bien pretendían explotarlos como fuerza de trabajo, sin preocuparse por sus vidas, y por eso perpetraron sus crímenes en secreto, haciendo desaparecer a sus víctimas en la noche y la niebla [1].
Por el contrario, durante la guerra civil rusa contra los ejércitos blancos, los bolcheviques decidieron acabar con las clases sociales favorables al zarismo. Pero aquella decisión no tenía nada que ver con su ideología sino con la naturaleza de la guerra civil, así que se limitaban al fusilamiento.
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