Habiendo abordado ya el tema de la igualdad entre los seres humanos y las diferencias entre las culturas, y luego de habernos recordado nuestra tendencia a desconfiar de aquellos a quienes no conocemos, el autor aborda ahora 4 elementos fundamentales a tener en cuenta en el Medio Oriente: el origen colonial de los Estados; el hecho que sus pueblos se han visto obligados a esconder a sus verdaderos líderes; el sentido del tiempo; y el uso político de la religión.
Este artículo es la continuación de:«Comprender las relaciones internacionales (1/2)», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 18 de agosto de 2020.
La Gran Mezquita de los Omeyas, en Damasco, la capital siria, es el único lugar dedicado al culto religioso en todo el mundo donde judíos, musulmanes y cristianos dirigen sus plegarias a un único dios, diariamente y desde hace siglos.
Una región histórica, víctima de una división artificial
Al contrario de todo lo que se da por sentado o por conocido, nadie sabe exactamente qué son el Levante, el Oriente Próximo o el Medio Oriente. La significación de esas denominaciones ha cambiado en función de diferentes épocas y situaciones políticas.
Sin embargo, los países que hoy conocemos como Egipto, Israel, el Estado de Palestina, Jordania, Líbano, Siria, Irak, Turquía, Irán, Arabia Saudita, Yemen y otras monarquías del Golfo tienen varios milenios de historia común.
Pero su división política es reciente ya que data de la Primera Guerra Mundial y se debe a los acuerdos secretos negociados, en 1916, entre Mark Sykes (representante del Imperio Británico), Francois Georges-Picot (representante del Imperio Francés) y Serguei Sazonov (representante del Imperio Ruso). El proyecto de tratado negociado entre estos tres diplomáticos había fijado la repartición del mundo entre las tres grandes potencias de aquella época con vista a la postguerra. Debido al derrocamiento del zar ruso y al hecho que la guerra no se desarrolló conforma a lo previsto, aquel proyecto de tratado se aplicó sólo al Medio Oriente y a través de los británicos y los franceses, bajo la denominación de «Acuerdos Sykes-Picot» y su contenido fue revelado posteriormente por los bolcheviques, quienes se opusieron a lo pactado por los zaristas, principalmente cuestionando el Tratado de Sevres (1920) y ayudando a su aliado turco, Mustafá Kemal Ataturk.
Como resultado de todo lo anterior, los habitantes de esta parte del mundo constituyen una sola población que se compone a su vez de una multitud de pueblos diferentes entre sí, con presencia en casi toda la región y muy mezclados entre sí. Cada conflicto actual es la continuación de batallas del pasado y es imposible entender los acontecimientos actuales si no conocemos los episodios anteriores.
Por ejemplo, los libaneses y los sirios de la costa mediterránea son descendientes de los fenicios, que dominaron el comercio en el Mediterráneo de la Antigüedad y acabaron siendo superados por los pobladores de Tiro (en el actual Líbano), quienes crearon la mayor potencia de su época, Cartago (en el actual Túnez). Cartago fue arrasada por Roma (en la Italia actual) y el general Aníbal Barca se refugió en Tiro (Líbano) y en Bitinia (Turquía). Aunque no se tenga conciencia de ello, el conflicto entre la gigantesca coalición (autoproclamada) de los llamados «Amigos de Siria» y la actual República Árabe Siria es la continuación de la destrucción de Cartago por Roma y el conflicto de los mismos supuestos «Amigos de Siria» y el jefe de la resistencia libanesa Hassan Nasrallah es la continuación de la persecución de Aníbal por parte de los romanos después de la caída de Cartago. De hecho, es absurdo limitarse a una lectura de los acontecimientos entre los Estados actuales sin conocer los diferendos entre los Estados del pasado o ignorándolos deliberadamente.
Otro hecho interesante es que, al crear el ejército yihadista conocido como Emirato Islámico o Daesh, Estados Unidos amplificó la revuelta contra el orden colonial franco-británico, o sea contra los Acuerdos Sykes-Picot. El llamado «Estado Islámico en Irak y el Levante» afirma querer ni más ni menos que descolonizar la región. Antes de tratar de distinguir entre la verdad y la propaganda hay que aceptar entender cómo perciben los acontecimientos las poblaciones que los viven.
Guerra perpetua
Desde el “inicio” de la Historia, esta parte del mundo ha sido teatro de guerras e invasiones, ha dado nacimiento a civilizaciones sublimes y ha sido también escenario de numerosísimas masacres de las que han sido víctimas casi todos los pueblos de la región en diferentes momentos históricos. En tal contexto, sobrevivir es la preocupación número uno de cada grupo humano. Es por eso que los únicos acuerdos de paz que pueden resultar duraderos son aquellos que tienen en cuentan sus consecuencias para los demás grupos humanos.
Por ejemplo, en 72 años ha resultado imposible llegar a un acuerdo entre los colonos europeos que pueblan el actual Israel y los palestinos precisamente porque no se tienen en cuenta las consecuencias de tales acuerdos para los demás actores regionales. El único intento de alcanzar la paz que llegó a reunir a todos los protagonistas fue la conferencia de Madrid, convocada en 1991 por Estados Unidos (George Bush padre) y la URSS (Mijaíl Gorbachov). Aquel encuentro pudo haber arrojado resultados concretos, pero la delegación de Israel seguía aferrada al proyecto colonial británico.
En medio de su historia de conflictos, los pueblos del Medio Oriente aprendieron a protegerse ocultando a sus verdaderos jefes.
Por ejemplo, en 2012, cuando los servicios secretos de Francia sacaron de Siria al «primer ministro» Riad Hijab, en París creyeron haber logrado el concurso de un “pez gordo” para acabar con la República. Sin embargo, en el sentido estrictamente constitucional, Riad Hijab no era propiamente un «primer ministro» sino sólo el «presidente del consejo de ministros» de Siria, algo así como el jefe de gabinete o “jefe de equipo” de la Casa Blanca estadounidense, no más que un alto funcionario encargado de organizar las reuniones del gobierno… o sea no era un político. La deserción de ese personaje no tuvo ninguna consecuencia. Aún hoy, los dirigentes occidentales siguen preguntándose quiénes son las personalidades realmente importantes alrededor del presidente sirio Bachar al-Assad.
Esa forma de organización de la dirección del Estado, indispensable para la supervivencia del país, es ciertamente incompatible con un régimen democrático pero las grandes opciones no deben discutirse en público. Es por eso que los Estados del Medio Oriente se presentan como Republicas o monarquías absolutistas. El presidente o el emir encarnan la Nación. En el caso de las Repúblicas, el presidente es personalmente responsable ante el sufragio universal. Los grandes carteles con la efigie del presidente sirio Bachar al-Assad no tiene absolutamente nada que ver con el culto a la personalidad que puede observarse en ciertos regímenes autoritarios, sólo ilustran la importancia del cargo que ocupa.
Todo lo que dura es lento
Los occidentales están acostumbrados a anunciar lo que quieren hacer. Por el contrario, los orientales enuncian sus objetivos pero disimulan la manera como esperan alcanzarlos.
Acondicionados por los canales de televisión que transmiten noticias durante todo el día, los occidentales creen que toda acción tiene un efecto inmediato. Piensan que es posible declarar guerras de un día para otro y “resolver” así las situaciones que les desagradan. Los orientales saben, por el contrario, que las guerras se planifican con al menos una década de antelación y que los únicos cambios duraderos son cambios de mentalidad… que exigen una o varias generaciones.
Teniendo en cuenta lo anterior, es evidente que las llamadas «primaveras árabes» de 2011 no son explosiones espontaneas de cólera para derrocar dictaduras. Fueron la aplicación de un plan cuidadosamente elaborado por la diplomacia británica en 2004, y que fue revelado en aquel momento por alguien cuyas advertencias no fueron escuchadas. Fue un plan concebido siguiendo el esquema de la «Gran Revuelta Árabe» de 1916-1918. En aquella época, los árabes estaban convencidos de que se trataba de una iniciativa del cherif de La Meca, Hussein ben Alí, contra la ocupación otomana. En realidad era una maquinación británica, que Lawrence de Arabia se encargó de concretar, para apoderarse de los pozos petroleros de la península arábiga y poner en el poder a la secta de los wahabitas. Los árabes nunca lograron la libertad que creyeron poder alcanzar con aquella revuelta, que sólo reemplazó el yugo otomano por el yugo británico. Exactamente de la misma manera, las «primaveras árabes» no tenían como objetivo ninguna forma de liberación sino sólo el derrocamiento de gobiernos que serían sustituidos por la Hermandad Musulmana –la cofradía política secreta organizada según el modelo de la Gran Logia Unidad de Inglaterra–, cofradía que asumiría el poder en toda la región.
La religión es simultáneamente
lo peor y lo mejor
La religión no es solamente un intento de vincular al hombre con lo trascendente. Es también una forma de identidad. Las religiones producen hombres ejemplares y estructuran sociedades.
En el Medio Oriente, cada grupo humano se identifica con una religión. Es una región donde existe una increíble cantidad de sectas y donde la creación de una religión es a menudo una decisión política.
Por ejemplo, los primeros discípulos de Cristo eran judíos en Jerusalén, pero los primeros cristianos –o sea los primeros discípulos de Cristo que dejaron de considerarse judíos– estaban en Damasco (en la actual Siria) congregados alrededor de San Pablo (Pablo de Tarso). Idénticamente, los primeros discípulos de Mahoma estaban en Arabia, incluso eran considerados cristianos que habían adoptado un rito beduino particular. Pero los primeros discípulos de Mahoma que se diferenciaron de los cristianos y se proclamaron musulmanes estaban en Damasco (actual Siria), alrededor de los califas omeyas. Posteriormente, los musulmanes se dividieron en chiítas y sunitas según la manera en que siguieron el ejemplo de Mahoma y su enseñanza. Pero Irán se hizo chiita sólo porque un emperador safávida decidió que los persas tenían que diferenciarse de los turcos (sunnitas). Por supuesto, hoy en día cada religión o denominación religiosa ignora ese aspecto de su historia.
Ciertos Estados actuales, como Líbano e Irak, se basan en la repartición de los cargos en cuotas que se atribuyen a cada denominación religiosa. En Líbano, con el peor de los sistemas, esas cuotas se aplican no sólo a las más altas funciones del Estado sino incluso a los funcionarios públicos de todos los niveles, desde la cúpula hasta los funcionarios de más bajo nivel. Y los jefes religiosos son más importantes que los jefes políticos. Eso tiene como consecuencia que cada comunidad religiosa se pone bajo la protección de una potencia extranjera: los chiitas bajo la protección de Irán, los sunnitas bajo la de Arabia Saudita –y quizás próximamente bajo la protección de Turquía–, y los cristianos buscan la protección de las potencias occidentales. De hecho, cada comunidad religiosa libanesa trata de protegerse de las demás como puede.
Otros Estados de la región, como Siria, están basados en la idea de que sólo la unión de todas las comunidades permite la defensa de la Nación, sin importar quién sea el agresor e independientemente de los vínculos que ese agresor pueda tener con alguna de las comunidades. La religión es una cuestión de orden privado. Cada cual es responsable de la seguridad de todos.
La población del Medio Oriente está dividida entre laicos y religiosos. Pero las palabras tienen aquí un sentido particular. No se trata de creer o no en dios sino de poner la religión en el ámbito de la vida pública o mantenerla en el marco de la vida privada. Generalmente, ver la religión como algo privado resulta más fácil para los cristianos que para judíos y musulmanes ya que Jesús no fue un jefe político mientras que Moisés y Mahoma si lo fueron.
Al mezclar la percepción de dios con la identidad de grupo, las religiones pueden provocar reacciones irracionales y extremadamente violentas, como tanto ha podido verse en el caso del islam político.
El «Emirato Islámico», también llamado «Estado Islámico» o Daesh, no es un espejismo de un grupo de locos sino que se inscribe dentro de una concepción política de la religión. Sus miembros son mayoritariamente gente normal, deseosa de hacer el bien. Es un error demonizarlos o considerarlos adoctrinados por una secta. Más bien habría que preguntarse qué los lleva a la ceguera ante la realidad y los hace insensibles al extremo de llegar al crimen.
Conclusión
Antes de plantear algún tipo de juicio sobre este o aquel actor regional, hay que conocer su historia y sus traumas para poder entender sus reacciones ante un acontecimiento. Antes de juzgar la calidad de un plan de paz, es conveniente preguntarse no tanto si beneficia a todos los que lo firman sino qué perjuicio puede implicar para otros actores regionales.
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