Por Husni Mahli (*)
Erdogan cree que ha convertido a Turquía en una superpotencia que puede desafiar a todos los demás países, gracias a su intervención en la llamada “Primavera Árabe” que ha llegado a su décimo año.
Fuente: Al Mayadeen
Con la llegada al poder del partido “Justicia y Desarrollo” en noviembre de 2002, cuando ganó dos tercios de los escaños del parlamento, a pesar de haber obtenido solo un tercio de los votos a nivel nacional, los círculos políticos y mediáticos estadounidenses y europeos no tardaron en hablar de la importancia de la victoria de este partido “islámico” en un estado laico democrático y musulmán.
El anuncio del proyecto “Gran Oriente Medio” se produjo en junio de 2004, cuando Erdogan señaló que era un “socio clave en este proyecto”, para hacer de Turquía el centro de atención e interés de todos, especialmente después del éxito que tuvo este partido en la apertura hacia la región árabe a través de la puerta de Siria, después de la visita del primer ministro Abdullah Gül a Damasco el 4 de enero de 2003.
Esta apertura hacia Siria contribuyó al desarrollo de las relaciones turco-árabes, y luego las relaciones turco-iraníes, pero también las relaciones con “Israel”, y todo esto se reflejó en las relaciones de Ankara con todos los países del mundo, especialmente los occidentales, que le proporcionaron todo tipo de apoyo económico y financiero. Este apoyo contribuyó al logro de un salto cualitativo en los proyectos de desarrollo turcos en todos los ámbitos, que es lo que Erdogan aprovecho para promover al partido “Justicia y Desarrollo”, y ¡cuyos impresionantes éxitos fueron motivo de alabanza por parte de los islamistas!
La llamada “Primavera Árabe” vino para transformar por completo la imagen del partido “Justicia y Desarrollo”, después de que Ankara se convirtiera en una fuerza importante en todos los acontecimientos de esta “Primavera”, proporcionando todo tipo de apoyo a los movimientos islámicos y sus grupos armados en los países donde se produjo la “Primavera Árabe”.
A pesar del apoyo árabe y occidental a este papel, la caída del gobierno de la Hermandad Musulmana en Egipto y la firmeza del Estado sirio colocaron a Erdogan ante nuevos cálculos, luego de que su proyecto ideológico e histórico sufriera graves reveses, compensado este revés con un acercamiento con Rusia, por lo que se disculpó en junio de 2016 con el presidente Putin por derribar el avión ruso el 24 de noviembre de 2015, abriendo una nueva página en las relaciones turco-rusas en todos los niveles.
Este fue el inicio de la coordinación y cooperación turco-rusa en Siria, a la que ingreso el ejército turco el 24 de agosto de 2016 después de obtener la luz verde de parte de Moscú, repitiendo esto en enero de 2018 en Afrin, y luego en octubre de 2019, cuando el ejército turco se desplegó al este del Éufrates, para controlar alrededor del nueve por ciento del territorio sirio.
El presidente Erdogan consideró esta luz verde como la anuencia de parte de Rusia con el total de sus movilizaciones regionales, por lo que envió su ejército a Qatar, para convertirse en un actor clave en la región del Golfo, después de la tensión que se produjo entre Doha por un lado y Arabia Saudita, los Emiratos, Bahréin y Egipto por el otro.
Ankara se movilizaba en todos los frentes árabes y africanos, estableciendo estrechas relaciones con las facciones islámicas en Libia y Somalía y continuando con sus operaciones militares en el norte de Irak; la inteligencia turca, a su vez, estuvo activa en un gran número de países y continentes, dicho esto por el presidente Erdogan, quien inauguró el 6 de enero pasado la nueva sede de la inteligencia turca en Estambul, la cual fue llamada la “Fortaleza”, señalando que: “el cuerpo de Inteligencia Nacional ha tenido un papel importante en todos los éxitos y victorias de la política exterior de Turquía en los últimos años”.
La expansión militar turca en Siria, Qatar, Libia, Iraq, Somalía, Azerbaiyán, Albania y relativamente en Afganistán, y la extensa actividad de inteligencia que la acompañó en todos los países de la región, alentó al presidente Erdogan a obtener más “victorias”, que la oposición consideró como aventuras peligrosas, después de que Ankara trasladara a los mercenarios desde Idleb a Libia y Karabaj, y quizás posteriormente a Azerbaiyán.
En los últimos años, el presidente Erdogan no ha dejado de hablar reiteradamente de estas “victorias” que lo ayudaron, y aún lo hacen, a inspirar el sentimiento nacional y religioso entre sus votantes y partidarios, y a quienes promete de vez en cuando descubrir reservas de gas y petróleo, y eleva su moral, al hablar de la fabricación de automóviles, tanques y misiles, hecho que la oposición pone en duda constantemente.
Cualquiera que sea la postura de la oposición, Erdogan, quien controla los medios estatales y el noventa y cinco por ciento de los medios privados, ha logrado, con sus declaraciones entusiastas, persuadir a sus partidarios y seguidores, especialmente después de su guerra con su ex aliado, el predicador Fethullah Gülen; así como logró superar su crisis más grave cuando los seguidores de Gülen filtraron grabaciones de audio que demostraban su participación, junto con su hijo Bilal y varios de sus ministros, en casos de corrupción muy graves.
Esta crisis terminó con el fallido intento de golpe de Estado (15 de julio de 2016), señalando Erdogan que “Gülen estaba detrás del mismo”, y aprovechando esto para deshacerse de más de cien mil seguidores y simpatizantes de Gülen en todas las instituciones e instalaciones estatales, siendo las más importantes el ejército, la inteligencia, los cuerpos de seguridad y el poder judicial.
Logrando Erdogan controlar después de esto todas las instalaciones e instituciones antes mencionadas, luego de cambiar el sistema político a uno presidencial en el referéndum de abril de 2017; el líder del Partido Republicano del Pueblo, Kemal Kılıçdaroğlu, acusó de fraude al Alto Comité Electoral, haciendo caso omiso de las acusaciones de la oposición en su contra de “eliminar la democracia, instaurar un régimen autoritario y llevar al país al borde de la bancarrota, después de su participación junto con los que lo acompañan en casos de corrupción muy graves”.
No transcurre un solo día sin que la oposición revele nuevos casos de corrupción por el monto de miles de millones de dólares, que destruyeron los sueños del pueblo turco que atraviesa sus días más difíciles, luego de que la tasa de desempleo alcanzara el 18 por ciento , mientras que los expertos calculan que el número de ciudadanos que viven por debajo del umbral de la pobreza puede alcanzar los 20 millones, del total de los 83 millones de habitantes de Turquía.
La oposición acusa a Erdogan y a su yerno, el ex ministro del Tesoro, de saquear y robar USD 128 mil millones del Banco Central; los expertos economistas dicen que sus reservas han caído a menos de USD 58 mil millones, sin que estas palabras de los expertos y las acusaciones de la oposición afecten la postura del presidente turco, que se muestra indiferente ante los expedientes de corrupción que han afectado gravemente al ciudadano turco; convenciendo a sus leales, que representan alrededor del 30 por ciento, de que “Occidente envidia a Turquía por sus grandes victorias y éxitos”.
A estos no les ha importado el grave nivel de corrupción en proyectos de desarrollo, como carreteras, puentes colgantes, túneles y hospitales gubernamentales; estimando la oposición su monto en cientos de miles de millones de dólares, y este es el caso de la mayoría de las instituciones del sector público que fueron privatizadas en unos USD 70 mil millones, para cubrir los gastos de este “desarrollo” que generó más deudas externas las cuales superaron los USD 400 mil millones, en momentos en el que los expertos estiman que los gastos militares y de inteligencia de Turquía en Siria, Libia, Irak, Somalía y otros lugares del mundo son otro de los causante de su crisis financiera, después de que las instituciones financieras estadounidenses, occidentales e internacionales se negaran a conceder nuevos préstamos a Ankara a causa de su política exterior.
Estas políticas han molestado a muchas capitales europeas, que no ocultan su preocupación por el control del poder judicial por parte de Erdogan, quien ya no es ninguna garantía o protección ante las inversiones extranjeras que obtienen ganancias inimaginables y a las cuales el gobierno siempre le ha brindado todos sus “servicios”, a través de cientos de leyes y regulaciones, como por ejemplo, la prohibición de las semillas locales permitiendo a las empresas israelíes exportar lo que desean de semillas genéticamente modificadas a Turquía, hecho que se refleja peligrosamente en la salud del pueblo turco.
Parece que este pueblo ya no cree lo que Erdogan le cuenta sobre las historias de desarrollo que han demostrado ser un fracaso, y ya no cree en las grandes victorias que canta en Siria, Libia, Irak y Azerbaiyán, “y en donde los otomanos han colocado un pie”, (expresión del propio Erdogan).
En todos los casos, y sea cual fuese la posición de sus partidarios y seguidores en el país y en el exterior, quienes hablan del “gran desarrollo” que Turquía ha logrado en los últimos años, las cifras han demostrado lo contrario a estas victorias que le han costado y le costarán a Turquía más de lo que esperan muchos de los partidarios de Erdogan; pero él se ve obligado a continuar con estas políticas que buscan acariciar los sentimientos de sus seguidores y simpatizantes, para que no se dejen influenciar por las palabras de la oposición, incluso con las amargas consecuencias de la realidad económica y financiera y solo lo logrará continuando con sus consignas nacionales, religiosas e históricas y las consecuencias de las mismas, como la permanencia en Siria, Libia, Irak, Somalía, Azerbaiyán y Chipre, y con las políticas de escalada en otros lugares, porque apartarse de las mismas significaría admitir la derrota, algo que no aceptaría, cueste lo que cueste para él, para el pueblo y para el Estado turco, mientras crea que ha logrado victorias históricas y estratégicas en el exterior, lo cual es suficiente para que enaltezca estas victorias, las cuales él desea que recuerden a sus partidarios y seguidores la “victoria de sus antepasados otomanos”.
Sentir la euforia de la victoria moral sobre todos los enemigos de la nación y el estado, en el interior y en el extranjero, puede ser lo más importante para Erdogan, quien cree que ha hecho de Turquía una superpotencia que puede desafiar a todos los demás países, no solo en la región, pero también en cualquier parte del mundo y esto es gracias a la “Primavera Árabe” en su décimo año, la cual logró explotar para hacer de Turquía un brazo largo que llega a todas partes, ¡sin importar el costo de esto!
(*) Hosni Mahli es periodista, investigador de relaciones internacionales y especialista en asuntos turcos. Tiene un doctorado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, ha trabajado como corresponsal de SANA en Turquía durante varios años y como reportero para numerosos medios de comunicación árabes e internacionales.