La entrevista online entre el presidente iraní Masud Pezeshkian y el periodista estadounidense Tucker Carlson, en julio de 2025, trasciende el espectáculo mediático para convertirse en un acto político de alto voltaje simbólico.
Por Xavier Villar
En un momento donde Oriente Medio se asoma al abismo, y la narrativa occidental insiste en reducir la complejidad iraní a una amenaza monolítica, la presencia de Pezeshkian en un espacio como el de Carlson —uno de los programas políticos más vistos y debatidos a escala internacional— introduce una fisura en los marcos habituales de interpretación. No es solo un testimonio: es una irrupción en el relato dominante, una invitación a la matización y el cuestionamiento.
Este análisis se propone desentrañar el sentido de la intervención de Pezeshkian, el contexto en que se produce y el significado de la entrevista como síntoma de la crisis de la política internacional contemporánea. Lo hace reconociendo la legitimidad de las preocupaciones iraníes y la necesidad de escuchar su voz, sin caer ni en apologías ni en demonizaciones.
La entrevista se inscribe en una coyuntura marcada por ataques israelíes y estadounidenses contra instalaciones nucleares iraníes, seguidos de una respuesta militar de Teherán. El clima regional es de incertidumbre, miedo a la escalada y sensación de que la diplomacia ha sido desplazada por la lógica de la fuerza. Las sanciones, la presión internacional y el aislamiento han llevado a Irán a buscar nuevos canales para defender su narrativa y disputar el sentido de los acontecimientos.
En este escenario, Pezeshkian emerge como un líder que, sin renunciar a la firmeza, apuesta por el diálogo y la negociación. Su insistencia en que Irán “nunca ha iniciado una guerra” y que “no desea que ninguna guerra continúe” opera tanto como declaración de principios como intento de desmontar la imagen de Irán como potencia desestabilizadora. El presidente se muestra como un actor racional, abierto a la negociación, pero marcado por una desconfianza estructural hacia Occidente.
La narrativa de Pezeshkian pivota sobre tres ejes: soberanía, transparencia y traición. La defensa de la soberanía nacional no es retórica vacía, sino una respuesta a décadas de injerencia, sanciones y amenazas externas. Frente a la acusación de opacidad, el presidente subraya que Irán ha permitido inspecciones de la AIEA en todos los sitios bajo su supervisión y que ha estado dispuesto a negociar incluso bajo presión extrema. La denuncia de que Israel ha utilizado información de las inspecciones para perpetrar sabotajes y asesinatos selectivos introduce la dimensión de la traición, que a ojos de Irán justifica la cautela y la resistencia a una mayor apertura.
La cuestión nuclear, lejos de ser un simple pretexto para la confrontación, se convierte en el terreno donde se juega la dignidad y la autonomía del Estado iraní. Pezeshkian insiste en que Irán no busca armas nucleares, citando el decreto religioso que prohíbe su desarrollo, y señala que la destrucción de equipos de monitoreo tras los ataques recientes ha complicado la verificación, pero no la voluntad de transparencia. Aquí la narrativa iraní no es la de un país que se niega a rendir cuentas, sino la de un Estado que exige garantías de que los mecanismos internacionales de control no serán instrumentalizados en su contra. La disposición a reanudar las negociaciones y permitir la supervisión, siempre que se restablezcan las condiciones mínimas de confianza, es una invitación a repensar la relación entre Irán y la comunidad internacional desde el respeto mutuo y la no injerencia.
El discurso de Pezeshkian sobre la defensa de la patria está lejos de la glorificación del conflicto. Al afirmar que “estamos preparados para defender a nuestro pueblo, nuestra independencia y la libertad de nuestra patria hasta el último aliento, y no tenemos miedo a la muerte”, recurre a una retórica de resistencia que resuena con la cultura política iraní del martirio, pero no se traduce en una apología de la guerra. Más bien, es la expresión de una ética política donde la defensa de la patria es tanto un derecho como una obligación moral frente a la amenaza existencial.
Pezeshkian lamenta la “vergüenza y el pesar” de quienes buscan desestabilizar la región, sugiriendo que la verdadera responsabilidad por la violencia recae en actores externos que perpetúan el ciclo de guerra y venganza. La defensa de la patria, en este marco, es inseparable de la crítica al intervencionismo y la exigencia de un trato digno y soberano.
La dificultad de confiar en Estados Unidos y sus aliados atraviesa toda la entrevista. Pezeshkian sostiene que “podríamos resolver muy fácilmente las diferencias y los conflictos con Estados Unidos mediante el diálogo y las conversaciones”, pero que la experiencia reciente ha minado la credibilidad de Washington como interlocutor. Esta desconfianza no es solo coyuntural, sino el resultado de décadas de injerencia, sanciones, golpes de Estado y promesas incumplidas. La última ronda de negociaciones nucleares, mediada por Omán, es presentada como una oportunidad frustrada por la ofensiva israelí y estadounidense. Así, la paz aparece siempre postergada por la lógica de la fuerza y la sospecha, y cualquier avance diplomático es vulnerable a la irrupción de la violencia.
En este escenario, el papel de Tucker Carlson es el de un intermediario mediático cuya relevancia reside más en el alcance de su plataforma que en su capacidad para transformar el sentido de la conversación. Carlson no actúa como apologista de Irán ni como adversario frontal; representa una corriente crítica con las guerras de intervención estadounidenses, pero su escepticismo hacia la política exterior de su país no implica necesariamente una apertura genuina hacia las posiciones iraníes. Durante la entrevista, asume el rol de interlocutor distante, incluso receloso, que formula preguntas incisivas y, en ocasiones, reproduce los marcos de sospecha habituales en el discurso mediático occidental. Si bien su formato permite que la voz iraní alcance a una audiencia amplia—habitualmente poco expuesta a perspectivas alternativas—, la dinámica no escapa a la lógica de confrontación y vigilancia que caracteriza las relaciones entre Irán y Estados Unidos.
La conversación entre Tucker Carlson y Masud Pezeshkian es, en última instancia, un reflejo de las tensiones y ambivalencias que atraviesan el orden internacional contemporáneo. Más que un enfrentamiento de posiciones irreconciliables, la entrevista funciona como un espacio donde se exponen, sin resolver, las paradojas de la soberanía y la intervención, la transparencia y la sospecha, la víctima y el victimario.
Pezeshkian, al construir su relato en torno a la dignidad nacional y la apertura condicionada, no solo desafía los marcos de demonización habituales, sino que también deja al descubierto los límites y las posibilidades de la diplomacia en un entorno donde la desconfianza es estructural. La entrevista no ofrece soluciones ni síntesis, pero sí evidencia la necesidad de repensar los términos del diálogo entre Occidente e Irán, lejos de los automatismos y las simplificaciones. En ese intercambio, lo que está en juego es menos la imagen de un país que la posibilidad misma de imaginar una política internacional menos marcada por la lógica de la fuerza y más abierta a la complejidad del otro.
Este análisis sugiere, en última instancia, la importancia de escuchar con atención y matizar los juicios apresurados, especialmente en contextos marcados por la polarización y la desconfianza. Apostar por la diplomacia y el reconocimiento mutuo no es solo una consigna, sino una condición necesaria para abordar los conflictos internacionales con alguna esperanza de resolución. La perspectiva iraní, lejos de ocupar un lugar periférico, resulta fundamental para comprender las dinámicas actuales y futuras de la
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