La expulsión de las fuerzas de ocupación estadounidenses de Asia Occidental es clave para una paz y estabilidad duraderas.
Por: Alireza Salehi *
Desde que entró en la política, el ex magnate inmobiliario y estrella de la televisión Donald Trump ha hecho un esfuerzo consciente por cultivar la imagen de sí mismo como un pacificador.
A menudo se jacta de haber evitado grandes guerras, se atribuye el crédito por desescalar las tensiones globales e incluso ha afirmado de manera audaz que merece el Premio Nobel de la Paz.
Su lema de campaña para 2024, “poner fin a las guerras interminables”, resonó con un público estadounidense cansado de los enredos en Asia Occidental. Sin embargo, esta imagen cuidadosamente elaborada resultó ser un espejismo.
Lejos de extinguir las llamas, Trump echó gasolina sobre los conflictos latentes. Su presidencia, como las de sus predecesores, ha revelado una brutal continuidad: Estados Unidos no está interesado en traer la paz a Asia Occidental, sino en seguir avivando las llamas de los conflictos para servir a sus intereses imperiales.
La postura de Estados Unidos como una fuerza estabilizadora en Asia Occidental es un peligroso mito. Durante décadas, las intervenciones de Washington han producido sistemáticamente la misma inestabilidad que afirma querer resolver.
La invasión de Afganistán en 2001, lanzada bajo falsos pretextos de lucha contra el terrorismo, dejó un rastro de cadáveres civiles, infraestructura destruida y pobreza profundizada en el país del sur de Asia.
La guerra de Irak en 2003, vendida bajo la premisa de armas de destrucción masiva fabricadas, mató a más de un millón de personas, dio origen a Daesh e incendió la violencia sectaria. En Libia, el bombardeo “humanitario” de la OTAN en 2011 redujo a escombros un estado funcional, desatando una crisis de refugiados que desestabilizó Europa.
En Siria, los envíos de armas de Estados Unidos avivaron una militancia respaldada por extranjeros que desplazó a la mitad de la población. En Yemen, las bombas estadounidenses y el apoyo logístico facilitaron la campaña de muerte de Arabia Saudí, creando la peor crisis humanitaria provocada por el hombre en ese momento.
En el Golfo Pérsico, las patrullas navales de Estados Unidos cerca del estrecho de Ormuz y las sanciones draconianas contra Irán intensificaron las tensiones hasta niveles cercanos a la guerra. Esto no es incompetencia; es política. Washington se beneficia de la guerra: sus vendedores de armas abastecen a los déspotas, sus sanciones estrangulan economías y su complejo industrial-militar se alimenta de la carnicería.
La hipocresía es asombrosa. Mientras predica la democracia, Estados Unidos arma a dictaduras regionales que aplastan la disidencia con armas estadounidenses. Mientras condena las violaciones de soberanía, lanza ataques ilegales con drones sobre Pakistán y Siria. Mientras se presenta como campeón de los derechos humanos, impone sanciones sobre Irán y Yemen que hacen morir de hambre a los niños y les niegan medicamentos. Esto no es mantenimiento de la paz, es incendiario.
Fotos opuestas a la paz
Los supuestos avances de Trump se desploman al ser examinados. Sus cumbres con el líder norcoreano Kim Jong-un fueron teatro político, grandes gestos que no produjeron desarme nuclear.
El Acuerdo de Doha de 2020 con los talibanes fue una rendición unilateral que aseguró el colapso del gobierno afgano y el regreso al poder de los talibanes.
Los Acuerdos de Abraham, presentados como un logro histórico de paz, fueron una normalización forzada entre Israel y los estados vasallos árabes, excluyendo deliberadamente a los palestinos y consolidando el apartheid.
El “alcance” de Trump hacia Irán fue igualmente cínico. A puertas cerradas, abandonó el histórico acuerdo nuclear de 2015 y desató una campaña de “máxima presión” mediante sanciones y asesinatos, culminando con el asesinato en 2020 del principal comandante anti-terrorista, el general Qasem Soleimani.
Su retórica pública fue aún más incendiaria. En 2019, amenazó a Irán con “aniquilarlo”, una provocación genocida que no recibió condena de la comunidad internacional.
Trump escaló la situación al reconocer a Al-Quds ocupada como la capital de Israel y los altos del Golán como territorio ocupado, autorizando el bloqueo de Yemen por Arabia Saudí mientras aceleraba las ventas de armas y apoyaba el expansionismo israelí y las masacres en Gaza, políticas que Joe Biden más tarde intensificó.
Trump no es una anomalía, sino un síntoma. El problema central es el diseño del Imperio de Estados Unidos: su presencia en Asia Occidental existe para controlar los recursos petroleros, proteger a los regímenes clientelistas y mantener bases militares ilegales.
Necesidad de autodeterminación regional
Los presidentes cambian; la lógica imperial no. Obama expandió las guerras con drones mientras aceptaba el Premio Nobel de la Paz. Biden financió la guerra genocida de Israel en Gaza. Trump simplemente operó esta máquina de manera más grosera, abandonando la diplomacia multilateral, abrazando a autócratas y tratando las relaciones internacionales como un enfrentamiento de televisión de realidad.
La verdadera estabilidad nunca llegará desde Washington. La solución es la autodeterminación regional.
Asia Occidental no necesita un “policía”. Cuando se libera de la interferencia extranjera, sus naciones han demostrado ser capaces de resolver conflictos sin la intervención externa. La reconciliación entre Arabia Saudí e Irán demuestra que la seguridad emerge del diálogo, no de la intimidación y hostilidad estadounidense.
Las fantasías del Premio Nobel de Trump son delirantes y grotescas. Sus políticas destructivas, sanciones, acuerdos de armas y respaldos al “limpieza étnica” lo desenmascaran no como un pacificador, sino como un beneficiario de la guerra.
Sin embargo, el problema trasciende a Trump. Ningún presidente estadounidense puede ser un pacificador en Asia Occidental porque la presencia de Estados Unidos es la raíz del caos y la desestabilización. Sus bases son puestos de ocupación. Sus ventas de armas alimentan el genocidio. Sus sanciones son armas de sufrimiento masivo.
La verdad está escrita en la pared: Estados Unidos debe ser destituido de su autoproclamado rol de pacificador. La paz duradera requiere desmantelar el imperialismo y restaurar la soberanía de Asia Occidental.
Para empezar, las fuerzas estadounidenses deben retirarse de la región y poner fin a su ocupación. Deben desocupar las bases militares, desde Catar y Baréin hasta Arabia Saudí y Turquía, y permitir que las condiciones para una paz genuina echen raíces.
* Alireza Salehi es escritor y comentarista político radicado en Teherán.
Texto recogido de un artículo publicado en PressTV.
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