Trump aspira a ser pacificador y Nobel de Paz, pero sus gestiones en conflictos muestran más contradicciones que logros reales.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lleva años deseando el Premio Nobel de la Paz, un reconocimiento que, en sus palabras, sería un “gran honor”.
En su última intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas (AGNU), Trump arremetió contra la ONU por su inoperancia y se puso de ejemplo como artífice de la paz, lo que, a su juicio, le haría merecedor del Nobel. De hecho, el inquilino de la Casa Blanca afirma haber detenido siete guerras y se erige como el líder capaz de conseguir lo que Naciones Unidas no logra.
Aunque el mandatario presume de haber frenado numerosos conflictos, el panorama internacional muestra que muchos de esos escenarios permanecen abiertos o apenas han cambiado. La retórica de victoria contrasta con la realidad de enfrentamientos aún activos, lo que deja en duda hasta qué punto sus decisiones contribuyeron de verdad a cerrar los frentes bélicos.
Régimen de Israel e Irán
Una guerra de 12 días estalló el 13 de junio, cuando Israel lanzó una agresión sin motivo contra el país persa, atacando instalaciones militares, nucleares y civiles en Teherán y otras ciudades, lo que dejó alrededor de 1100 muertos, entre ellos varios altos mandos militares, destacados científicos nucleares y civiles. A los ataques israelíes se unió una semana después Estados Unidos, bombardeando tres sitios nucleares clave.
Irán respondió la agresión con fuerza lanzando cientos de misiles balísticos y drones contra objetivos estratégicos israelíes en los territorios ocupados en el marco de la operación sin precedentes ‘Verdadera Promesa III’, y un ataque de represalia contra la mayor base estadounidense en la región, lo que logró detener el asalto ilegal e imponer un alto el fuego a los agresores el 24 de junio.
Trump se presentó como mediador, aunque asumió un rol claramente beligerante al autorizar el uso de bombas contra instalaciones nucleares iraníes en respaldo al régimen de Tel Aviv. Esta decisión contrasta con su discurso de pacificador global y evidencia una estrategia más militar que diplomática. El enfrentamiento se interrumpió tras 12 días, no por un acuerdo político, sino por un cese táctico de hostilidades.
Camboya y Tailandia
Camboya y Tailandia sellaron un alto el fuego el pasado julio, tras cinco días de enfrentamientos que causaron 35 muertos y alrededor de 300 000 desplazados a ambos lados de sus respectivas fronteras.
El conflicto se contuvo gracias a un alto el fuego impulsado principalmente por la mediación de Malasia y la ASEAN, bajo la atenta mirada de China y Estados Unidos.
En ese contexto, Trump recurrió a la amenaza de aranceles como mecanismo de presión, un gesto que pudo haber influido en el acuerdo. Sin embargo, la tregua se mantiene inestable y marcada por denuncias mutuas de incumplimientos, por lo que resulta prematuro presentarlo como un desenlace definitivo de la guerra.
Serbia y Kosovo
En el caso de Serbia y Kosovo, la guerra concluyó en 1999, mucho antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca. Lo que su Administración consiguió en 2020, durante su primer mandato, fue un pacto de alcance económico y limitado, sin resolver las fricciones políticas de fondo.
La ausencia de un tratado de paz formal y la permanencia de fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en la zona reflejan que la estabilidad sigue siendo precaria; de hecho, en 2022 las tensiones volvieron a intensificarse. Presentar este escenario como el fin de un conflicto resulta, por tanto, una evidente exageración.
Congo y Ruanda
Respecto a la República Democrática del Congo y Ruanda, el acuerdo respaldado por Washington se quebró rápidamente, sin frenar las masacres ni los desplazamientos de población, mientras el grupo guerrillero M23 continúa operando en la región.
Lo que sí prosperó fue la autorización a una compañía estadounidense para extraer minerales de alto valor estratégico. Así, más que un avance real hacia la paz, el balance refleja intereses económicos que eclipsan la resolución del conflicto.
Un nuevo reporte de un equipo de expertos de la oficina de derechos humanos de Naciones Unidas, que visitó la región entre marzo y agosto, advirtió a principios de septiembre de posibles crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad que se habrían cometido las fuerzas armadas de República Democrática de Congo y los rebeldes del M23 respaldados por Ruanda desde finales de 2024 y desde que el conflicto de varias décadas en la nación del centro de África se intensificó en enero, cuando los combatientes del M23 tomaron la estratégica ciudad oriental de Goma.
De acuerdo con la información, los combates han matado a unas 3000 personas, aumentado el temor a una guerra regional más amplia y creado una de las crisis humanitarias más graves del mundo.

India y Pakistán
La tensión se desató cuando India responsabilizó a Pakistán de un ataque mortal ocurrido en abril en la zona de Pahalgam, dentro de la disputada Cachemira. Islamabad rechazó tajantemente las acusaciones y reclamó la apertura de una investigación internacional e independiente. Pese a ello, la crisis escaló con rapidez hasta convertirse en un enfrentamiento militar directo entre ambas potencias nucleares.
En este mismo caso, la narrativa volvió a repetirse. Trump se atribuyó la mediación de un alto el fuego, gesto que Pakistán celebró con entusiasmo hasta el punto de anunciar que propondría su nombre para el Nobel de la Paz. India, en cambio, rechazó de plano esa interpretación y defendió que su decisión no estuvo condicionada por ninguna intervención extranjera.
Si bien los combates disminuyeron, no existen garantías de estabilidad duradera, y las raíces históricas del conflicto siguen intactas. Más que una estrategia de paz consistente, lo que se observó fue una táctica de presión, en gran medida comercial, con resultados limitados.
Egipto y Etiopía
Las tensiones entre Egipto y Etiopía giran principalmente en torno al Gran Presa del Renacimiento Etíope (GERD, por sus siglas en inglés), una enorme infraestructura hidroeléctrica que Etiopía construyó sobre el río Nilo Azul, afluente clave del Nilo.
Para Etiopía, la presa representa un proyecto de desarrollo nacional: permitirá generar electricidad para millones de personas, impulsar la industrialización y exportar energía a países vecinos. Desde su perspectiva, se trata de un derecho soberano al aprovechamiento de sus recursos naturales.
Para Egipto, sin embargo, la presa supone una amenaza existencial. El país depende del Nilo para cerca del 90% de su agua dulce, y teme que el llenado y la gestión unilateral del embalse reduzcan significativamente el caudal disponible para la agricultura, el consumo humano y la industria. Egipto insiste en que se garantice un acuerdo vinculante que regule la velocidad de llenado de la presa y los mecanismos de gestión en épocas de sequía.
Estados Unidos tomó parte en varias rondas de negociación, pero no logró avances decisivos. La controversia sobre el agua del Nilo continúa vigente, y la actuación de la Administración Trump se limitó en este caso a un rol más simbólico que efectivo.
Armenia y Azerbaiyán
Las tensiones entre Armenia y Azerbaiyán se centran en Nagorno Karabaj, una región de mayoría étnica armenia ubicada dentro de Azerbaiyán. Tras la disolución de la Unión Soviética, el área se convirtió en escenario de un conflicto armado que dejó miles de muertos y desplazados, con el control territorial disputado durante décadas. Aunque un alto el fuego se estableció en 1994, la situación nunca se resolvió completamente, y los enfrentamientos esporádicos han continuado a lo largo de los años, con escaramuzas fronterizas y bombardeos que agravan la inestabilidad regional.
Entre 2020 y 2024 sus relaciones estuvieron marcadas por una fuerte tensión y constantes enfrentamientos. En septiembre de 2020 estalló una guerra a gran escala que duró seis semanas, en la que Azerbaiyán logró recuperar amplias zonas del Karabaj que había perdido a comienzos de los 1990. En 2023, Azerbaiyán lanzó una operación militar relámpago que resultó en la rendición de las fuerzas armenias en la región y el colapso de la administración separatista.
Finalmente, Armenia y Azerbaiyán suscribieron en Washington una declaración de intenciones para avanzar hacia la paz tras años de enfrentamientos por Nagorno Karabaj. A pesar de que ambos mandatarios reconocieron el papel de Trump y lo mencionaron como posible candidato al Nobel, el acuerdo final aún no se ha ratificado y quedan demandas por resolver. Por ahora, se trata de un avance parcial, más que del cierre definitivo del conflicto.

Ucrania y Gaza, dos conflictos que siguen abiertos
El intento de Trump de mediar entre Ucrania y Rusia resultó infructuoso, ya que su Administración no logró avanzar en negociaciones sustanciales ni en un alto el fuego duradero. A pesar de proclamar un rol de facilitador, la diplomacia estadounidense careció de propuestas concretas y de presión equilibrada sobre ambas partes, mientras los combates y las tensiones territoriales continuaban. La ausencia de un acuerdo sólido refleja que, más que un logro de paz, la intervención de Trump tuvo un impacto limitado y testimonial en un conflicto complejo y prolongado.
En efecto, el republicano mantiene una ambigüedad estratégica en torno al conflicto, alentando a Ucrania sin comprometer el apoyo de Estados Unidos.
Hasta ahora, y en medio de su impulso por negociar un alto el fuego entre Kiev y Moscú, Trump había insistido en que Ucrania debía estar dispuesta a ceder y perder territorios en manos de Rusia. No obstante, en su intervención ante la AGNU, señaló que considera que Kiev puede recuperar sus fronteras originales antes de la guerra en curso.
Por otro lado, el intento proclamado de Trump de facilitar la paz en Gaza contradice el papel desestabilizador que ha jugado Estados Unidos al respaldar firmemente los crímenes del régimen de Israel.
En su discurso ante la AGNU, Trump criticó el reconocimiento de Palestina como Estado, sin mencionar la crisis humanitaria en Gaza. De hecho, no reconoció la alarmante cifra de muertos palestinos en la guerra, que ha superado los 65 400, pese a que Israel intensifica su ofensiva terrestre y sus intensos bombardeos sobre Gaza.
Washington ofrece un respaldo militar, financiero y político al régimen sionista para perpetrar el genocidio en Palestina. La semana pasada, Estados Unidos utilizó por la sexta vez su poder de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CSNU) y rechazó un proyecto de resolución que habría exigido un alto el fuego inmediato, incondicional y permanente en Gaza, así como el levantamiento de todo el bloqueo israelí a la entrega de ayuda humanitaria al enclave palestino.
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