miércoles, 3 de septiembre de 2025

¿El “nulo derecho a existir” de Israel? Una crítica desde la disidencia judía


Cada vez que alguien se atreve a cuestionar a Israel, aparece la carta más gastada de su baraja: “Usted niega el derecho de Israel a existir”.

Por Alberto García Watson

Y con esa frase mágica, se clausura cualquier debate. Crítica neutralizada, opositor demonizado, Palestina borrada del mapa. Una jugada de propaganda tan simple como efectiva, confundir a un Estado con un pueblo, la política con la existencia misma.

Pero vayamos con la crudeza que merece el asunto, ningún Estado tiene un derecho inherente a existir. Lo recordó Noam Chomsky con su acostumbrada claridad, “Ningún Estado exige un ‘derecho a existir’ ni se le concede tal derecho, ni debería hacerlo” (carta a Philip Weiss, 2006). Los Estados son construcciones políticas, surgen, cambian, desaparecen. El apartheid sudafricano existía, ¿debía existir por derecho? La historia está llena de Estados que se derrumbaron cuando su existencia se volvió insostenible.

Israel no es una excepción. Es, en todo caso, el único Estado que ha logrado convertir una consigna propagandística en dogma internacional. Como explicó Chomsky, la fórmula “derecho a existir” fue inventada en los años 70, cuando los países árabes y la OLP aceptaron la Resolución 242 de la ONU, reconociendo a Israel dentro de fronteras seguras. Eso era demasiado peligroso, podía abrir paso a negociaciones serias sobre los territorios ocupados. ¿La respuesta? Elevar la altura de la valla. Ya no bastaba con reconocer a Israel, había que reconocer su “derecho a existir”, es decir, el derecho de legitimar la expulsión palestina como si fuese un acto de justicia.

La trampa es evidente. No se pide que los palestinos reconozcan un hecho, la existencia de Israel, sino que bendigan su propia desposesión. Como ironiza Chomsky, “No hay razón por la que los palestinos deban reconocer la legitimidad de su propia expulsión”. Es como exigir a los pueblos indígenas de América que reconozcan el derecho a existir de Estados Unidos precisamente sobre las tierras que les arrebató.

Israel existe, sí, y de sobra. Existe en los muros de hormigón que cercan aldeas, en los checkpoints que humillan a diario, en los drones que vigilan los cielos de Gaza. Existe en las colonias ilegales que crecen cada semana, en las cárceles llenas de jóvenes palestinos. Existe como una maquinaria militar y burocrática diseñada para garantizar la supremacía judía sobre cualquier otra población. El problema, entonces, no es si Israel existe, sino cómo existe.

Chomsky lo ha dicho sin rodeos: los llamados “amigos de Israel” son en realidad sus peores enemigos, porque apoyan políticas que conducen a su “destrucción última”. No una destrucción física, sino moral y política. Porque un Estado que basa su identidad en la exclusión étnica y en la negación de derechos no puede sostenerse indefinidamente. Lo hizo Sudáfrica durante décadas, al final, se derrumbó bajo el peso de su propio racismo.

Entonces, cuando se nos exige reconocer el “derecho a existir” de Israel, ¿qué significa en realidad? Significa aplaudir la Nakba, justificar la ocupación, y normalizar el apartheid. Significa aceptar que los palestinos deben agradecer el robo de su tierra y el despojo de su vida. Significa confundir el recuerdo legítimo del Holocausto con un cheque en blanco para oprimir a otro pueblo.

No soy judío, y precisamente por eso puedo decirlo sin miedo al chantaje de la identidad, Israel, como Estado etnocrático y colonial, no tiene ningún derecho a existir. Lo que sí tiene derecho a existir es un futuro en Palestina donde todos, judíos, musulmanes, cristianos, vivan como iguales. Esa es la única existencia que merece el nombre de derecho.

Todo lo demás es propaganda. Y propaganda de la peor especie: la que disfraza un crimen de principio moral.

Etiquetas


No hay comentarios: