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A medida que se acercan las elecciones en Alemania, si la CDU y la propia Merkel pretenden continuar en el poder, no tendrán más remedio que aflojar los recortes internos que también están aplicando (aunque allí sí que hay donde recortar), subir los salarios y permitir medidas en la Unión Europea de estímulo al crecimiento económico para poder calentar la economía y mover un anquilosado mercado interno.
El caso de Francia también es muy significativo. Ayer anunciaron oficialmente que no podrían cumplir con el objetivo del déficit del 3% de este año y hablaron abiertamente de la posibilidad de flexibilizar los plazos, a lo que el comisario económico, Olli Rehn, contestó inmediatamente que era perfectamente plausible siempre que se hubieran hecho correctamente los deberes impuestos por la Comisión.
Siempre se había comentado en la prensa económica que Alemania no haría nada significativo por salvar el proyecto europeo hasta que Francia estuviera realmente en problemas. En estos días las dos palabras que mas se repiten al hablar de la situación económica gala son quiebra y bancarrota. Probablemente se acerque el momento del cambio. Con Hollande alejándose de las políticas de rigor mortis impuestas por Alemania, Merkel no podrá aguantar así mucho tiempo más. Se arriesga incluso, por su ataque crónico de intransigencia, a perder las elecciones y a tirar por tierra muchos de sus esfuerzos de años si una alianza rojiverde alcanza el poder.
De esta recesión sólo se saldrá con más Europa o con el abandono general del proyecto de integración continental. No caben más medias tintas. No puede ser que la economía más fuerte de la Unión se financie a coste cero mientras hunde en la miseria por su exposición a los mercados de los países periféricos mientras el Banco Central se niega financiar a los estados regalándoles el dinero a la banca para que se haga de oro revendiéndola a los estados. El endeudamiento por causa de los intereses está sumiendo a las poblaciones mediterráneas (más Irlanda) que apenas habían sido capaces de poner en marcha un incipiente estado del bienestar, a la pobreza, el desamparo, la exclusión social, la muerte civil y, en muchas más ocasiones de las aireadas, hasta el suicidio.
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