jueves, 18 de abril de 2019

El derrocamiento de Omar el-Bechir‎

por Thierry Meyssan

Omar el-Bechir ha sido derrocado pero todo sigue igual. Varias regiones sudanesas ‎siguen en guerra y en Kartum todavía hay un gobierno militar. Thierry Meyssan estima ‎que, después de 30 años de dictadura de la Hermandad Musulmana, el problema ‎sudanés es más bien de orden cultural. Lo que acaba de suceder en Sudán no tiene ‎nada que ver con la aspiración a la libertad sino sólo con el hambre. ‎


El ahora ex presidente de Sudán, Omar el-Bechir (a la derecha), y el general Ahmed Awad ‎Ibn Auf, durante una ceremonia oficial.‎

La simultaneidad de los acontecimientos registrados en Argelia, Libia y Sudán trae a la mente ‎lo sucedido en Túnez, Libia y Egipto en 2011. Algunos hablan de un movimiento revolucionario ‎contra las dictaduras mientras que otros afirman que es una reedición, orquestada por los ‎británicos, de la Gran Revuelta Árabe de 1916, igualmente estimulada por Londres. ‎
Sobre lo sucedido en 2011, la publicación de los correos electrónicos internos del ministerio ‎de Exteriores del Reino Unido –sacados a la luz por Derek Pasquill–, el papel y la coordinación de ‎la Hermandad Musulmana en todos esos países demostró definitivamente que todo fue resultado ‎de un movimiento que los británicos habían preparado durante 7 años, antes de concretarlo con ‎ayuda de Estados Unidos, para reemplazar regímenes laicos nacionalistas por regímenes ‎religiosos prooccidentales. ‎
‎¿Y qué está sucediendo ahora, en 2019? Sería pretencioso decir que vamos a responder esa ‎pregunta tratándose de acontecimientos que sólo acaban de comenzar y sin saber gran cosa de ‎los nuevos actores y de sus intenciones ni de las capacidades extranjeras. Lo más que se puede ‎hacer por ahora es no engañarnos, como se engañan a sí mismos quienes repiten las ‎consignas de la prensa occidental. 
A menudo hemos mencionado las situaciones existentes en Argelia y Libia. Aquí examinaremos ‎hoy la de Sudán y mostraremos la particularidad de ese país. ‎
El presidente sudanés Omar el-Bechir fue derrocado el 11 de abril de 2019 en medio de una ‎oleada de manifestaciones masivas que sacudían el país. Omar el-Bechir había llegado al poder ‎hace 30 años, durante un golpe de Estado militar y deja el poder expulsado por otro golpe de ‎Estado militar. Bajo su reino, nunca hubo paz ni elecciones libres en Sudán. ‎
Sudán ha desempeñado un papel especial en la escena internacional, el papel del Malo, mientras ‎mantenía, más o menos secretamente, relaciones privilegiadas con las potencias occidentales, ‎que siempre mantuvieron su disimulado respaldo a Omar el-Bechir. Dado ese contexto, la prensa ‎internacional hoy finge ignorar la verdad sobre ese doble juego y presenta la caída de Omar el-Bechir ‎como una revolución provocada por los crímenes que le atribuyen a él en particular. Pero todo eso es ‎falso. ‎
En primer lugar, los orígenes de la guerra que ensangrentó y que sigue ensangrentando el suelo ‎sudanés son anteriores a la Primera Guerra Mundial. Una secta inspirada en el islam se rebeló ‎contra la colonización anglo-egipcia. Su jefe era considerado como el «Mahdi» [1] y sus miembros lucharon contra las tropas anglo-egipcias –que ‎se componían de cristianos y musulmanes– tratando de imponer un modo de vida que reservaba ‎un gran espacio al esclavismo y a los castigos corporales. En su lucha, los miembros de esa secta ‎destruían las tumbas de los santos y las mezquitas de los musulmanes que ellos consideraban ‎‎«infieles». En ese particular contexto, los británicos se abstuvieron de tratar de convertir el país ‎al cristianismo –lo que hasta entonces habían hecho en todas partes– y, con ayuda del Gran ‎Muftí de Egipto y de la universidad al-Azar, optaron por inventar una forma de islam compatible ‎con la colonización. ‎
Aquella guerra se reinició 40 años después, incluso antes de la independencia de Sudán, decretada ‎en 1956. De 1972 a 1983 hubo un alto al fuego relativo seguido de una reactivación de ‎la guerra. Omar el-Bechir, quien no llegó al poder hasta 1989, no tiene por consiguiente ‎ninguna responsabilidad en el reinicio de esa guerra y no pasa de ser un tardío protagonista. ‎De hecho, el conflicto de ese inmenso país es resultado de la oposición entre una parte de la ‎población que desea simultáneamente liberar Sudán de los colonizadores e imponer su propio ‎modo de vida a otros grupos de la población –animistas, cristianos y musulmanes tradicionales– ‎que se resisten a aceptarlo. ‎
La Corte Penal Internacional (CPI) acusa a Omar el-Bechir, desde 2009, de crímenes contra la ‎humanidad y crímenes de guerra y desde 2010 lo acusa también de genocidio, pero lo hace ‎basándose en una interpretación de los acontecimientos que ignora el contexto que rodea ‎los hechos y atribuyendo por principio toda la responsabilidad al jefe de Estado. Las acusaciones ‎se sustentan por demás en las fantasiosas investigaciones del fiscal Luis Moreno Ocampo, ‎notoriamente corrupto además de violador, y han sido rechazadas tanto por la Liga Árabe‎ como ‎por la Unión Africana. ‎
El paracaidista Omar el-Bechir se apoyó durante mucho tiempo en el carisma del intelectual ‎Hassan al-Turabi. Los dos eran miembros de la Hermandad Musulmana y trataron de adaptar la ‎ideología de Hassan al-Banna y Sayyed Qutb a las condiciones de Sudán. En 1999, al-Turabi trató ‎infructuosamente de deshacerse de el-Bechir, pero fue este último quien logró encarcelar a al-‎Turabi en 2004-2005, después le concedió una medida de gracia y al-Turabi murió finalmente de ‎muerte natural en 2016, a los 84 años. ‎
Toda esta situación se hace aún más confusa dado que la Hermandad Musulmana fue creada ‎por egipcios en el contexto de la alianza entre el Gran Muftí de Egipto y los británicos, ‎precisamente contra los mahdistas sudaneses, y que fue disuelta por los egipcios después de la ‎Segunda Guerra Mundial, antes de ser finalmente recreada por los británicos. ‎
Como todos los demás miembros de la Hermandad Musulmana, el-Bechir y al-Turabi han ‎cambiado de retórica en función de sus interlocutores, quienes los calificaron en diferentes ‎momentos de sinceros o de hipócritas, así como de fascistas o de comunistas. Además, el-Bechir ‎y al-Turabi reprodujeron el conflicto de los mahdistas contra los egipcios y se volvieron así ‎disidentes en relación con el resto de la Hermandad Musulmana. Así que adoptaron la misma ‎ambigüedad, no sólo ante la opinión pública internacional sino también ante el resto de la ‎Hermandad Musulmana. ‎
A lo largo de 30 años, Omar el-Bechir se mantuvo en el poder maniobrando hábilmente, ‎sin preocuparse nunca por mejorar el nivel de instrucción de los sudaneses. ‎
Omar el-Bechir restableció así, en la mayoría del país, la interpretación sudanesa de la charia ‎como ley penal. En Sudán se practica –supuestamente en nombre del islam– la amputación del ‎clítoris, la homosexualidad se castiga con la muerte, la flagelación y la pena de muerte por ‎lapidación son parte de las prácticas de la justicia, aunque su aplicación se había hecho poco ‎frecuente en los últimos años. 
Es común oír que Omar el-Bechir es el único culpable de las masacres perpetradas en la región de ‎Darfur. Pero no se dice que sus milicias baggaras (los «Janjawid») actuaban bajo la dirección ‎de una firma privada estadounidense de «seguridad», DynCorp International, que había recibido ‎del Pentágono la misión de alimentar el caos en esa región petrolera sudanesa para impedir que ‎China pudiera explotar sus recursos.‎
En el plano internacional, Sudán ofrece a las potencias occidentales una zona neutral ante los ‎conflictos ideológicos regionales. Sudán albergó y al mismo tiempo mantuvo bajo vigilancia a ‎elementos que se decían «antiestadounidenses», algunos sinceramente –como Ilich Ramírez ‎Sánchez (el célebre «Carlos») y otros sólo para engañar al público –como el mercenario de la OTAN ‎Osama ben Laden. La realidad es que, en definitiva, Sudán acabó entregando a «Carlos» pero ‎protegió a ben Laden. ‎
Sudán también se implicó en varios teatros de operaciones en el extranjero, sobre todo contra ‎Uganda, la República Democrática del Congo y la República Centroafricana, dando su apoyo a una ‎secta sanguinaria: el Ejército de Resistencia del Señor.‎
Más recientemente, Sudán recibió de Qatar mil millones de dólares para que retirara al general ‎sudanés que dirigía la misión de la Liga Árabe‎ en Siria porque aquella misión había desmentido la ‎propaganda sobre la existencia de una «revolución» contra el presidente sirio Bachar al-Assad. ‎Posteriormente, en 2015, Sudán envió fuerzas –que por cierto incluían numerosos menores de ‎entre 14 y 17 años– a luchar en Yemen contra los chiitas houthis bajo las órdenes de Israel y de ‎Arabia Saudita. Y en 2017, Sudán “alquiló” por 99 años la isla de Suakin a Turquía, que podrá ‎controlar desde esa isla sudanesa el Mar Rojo en detrimento de Arabia Saudita, Egipto e Israel. ‎En 2018, Omar el-Bechir hizo un viaje oficial a Damasco, etc. Pero no existe una lógica que ‎conecte esos actos entre sí, sólo una táctica bien estudiada que convierte a Sudán en un país ‎completamente aparte, simultáneamente amigo y enemigo de todos.‎
En todo caso, la realidad es que el actual levantamiento no tiene nada que ver con algún tipo de ‎aspiración democrática sino sólo con el alza de precios que asola el país desde que se proclamó ‎la independencia de Sudán del Sur –en 2011– con la consiguiente pérdida de los campos ‎petrolíferos que se hallan en ese territorio. El derrumbe económico provocado por ese hecho ha ‎resultado particularmente cruel para la población más pobre de Sudán. Un plan elaborado por el ‎Fondo Monetario Internacional (FMI) entró en aplicación en 2018… provocando en pocos meses ‎una inflación del 70% y, a partir de diciembre, un alza brutal del precio del pan, que se multiplicó ‎por 3, dando lugar a las actuales manifestaciones de la población, manifestaciones que acaban ‎de desembocar en el derrocamiento de Omar el-Bechir. Su sucesor, el general Ahmed Awad ‎Ibn Auf, dimitió al día siguiente a favor de otro general, Abdel Fattah Abdelrahman al-Burhan. ‎Este último supuestamente presidiría una transición de 2 años antes de entregar el poder a un ‎gobierno civil. En espera de ese momento, los militares han derogado la Constitución.‎
Por el momento no se sabe qué ha pasado con Omar el-Bechir, tampoco se sabe si sus sucesores ‎son o no miembros de la Hermandad Musulmana, lo cual hace imposible explicar lo que sucede ‎con conocimiento de causa. ‎
Hasta el momento, la situación sigue siendo inestable pero nada ha cambiado en realidad, ni en ‎el plano cultural, ni en el plano político. Sudán sigue siendo una sociedad «islámica» que vive ‎bajo una dictadura militar. ‎
Los acontecimientos de los últimos días son una reacción popular ante la angustia provocada por el ‎recuerdo de la hambruna que se vivió en la región de Darfur en los años 1980, hambruna que ‎no fue resultado de la escasez de alimentos sino del hecho que los alimentos no estaban al alcance de los pobres. ‎
Esos hechos no tienen nada en común con lo que sucede en Argelia, un país con un buen nivel ‎de educación pero cuyo gobierno ha sido «privatizado» por un cártel de tres pandillas. ‎Tampoco tienen puntos comunes con lo que sucede en Libia, donde la OTAN destruyó el Estado ‎libio y asesinó a Muammar el-Kadhafi, haciendo así imposible las posibilidades de entendimiento ‎entre las tribus libias, condición previa para una solución democrática.
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