jueves, 3 de octubre de 2019

La unión nacional en Siria y en Venezuela

por Thierry Meyssan

Fuimos los únicos en anunciarlo, a principios de este mes, y los hechos han ‎venido a confirmar lo que escribimos en este sitio web. El 16 de septiembre, un paso decisivo ‎hacia la paz tuvo lugar simultáneamente en Siria y en Venezuela. ‎Esos países ya no se fuerzan a negociar con terroristas. Sus gobiernos han ‎iniciado la construcción de un nuevo régimen en cooperación con la oposición ‎patriótica. ‎

Los presidentes de Siria, Bachar al-Assad, y de Venezuela, Nicolás Maduro. ‎

Siria y Venezuela apuestan por el futuro en el mismo momento, aunque de forma paralela. Y es ‎perfectamente normal ya que el origen de sus conflictos no era nacional sino resultado de la ‎estrategia del Pentágono tendiente a destruir las estructuras de los Estados que no se pliegan a la ‎globalización, primeramente en el «Medio Oriente ampliado» (o «Gran Medio Oriente») y ‎ahora en la «Cuenca del Caribe», estrategia enunciada en la doctrina Rumsfeld/Cebrowski [1]. ‎

La situación y las capacidades de Siria y de Venezuela son muy diferentes. Pero la resistencia de ‎ambos países frente al imperialismo global es idéntica. Hugo Chávez (presidente de Venezuela ‎de 1999 a 2013) fue el portavoz de los pueblos de la periferia no globalizada ante las ambiciones ‎de las transnacionales. Decepcionado por el Movimiento de Países No Alineados –al final de la ‎guerra fría, ciertos miembros de ese movimiento se convirtieron en vasallos de Estados Unidos–, ‎el presidente Hugo Chávez había pensado, con el presidente sirio Bachar al-Assad, refundarlo ‎sobre bases nuevas en un Movimiento de Aliados Libres [2]. A quienes se interrogaban sobre el tiempo necesario para alcanzar ese ‎objetivo, el presidente venezolano había respondido augurando que su homólogo sirio ‎se convertiría en su sucesor en la escena internacional. En el plan quinquenal 2007-2013, que ‎había redactado personalmente, Hugo Chávez impartía a todas las administraciones de Venezuela ‎instrucciones claras para respaldar al lejano aliado político: Siria [3].‎

Hace 18 años que la guerra devasta el Gran Medio Oriente y hace 8 años que esa guerra ‎se extendió a Siria, después de haber destruido Afganistán, Irak y Libia. Yemen es sometido a un ‎cerco por hambre. En el caso de Siria, Estados Unidos y algunos de sus aliados reconocieron un ‎gobierno en el exilio y todos los bienes del país en el exterior fueron confiscados. La Liga Árabe‎ ‎expulsó al gobierno constitucional sirio, otorgó el puesto de Siria en esa organización a un ‎gobierno alternativo y los vasallos regionales del Pentágono se pusieron a las órdenes de ‎la OTAN. ‎

En la Cuenca del Caribe, ya se ha avanzado en sentar los pretextos para la guerra, principalmente ‎contra Nicaragua y Cuba. En cuanto a Venezuela, Estados Unidos y algunos de sus aliados han ‎reconocido a un presidente autoproclamado y todos los bienes del país en el exterior han sido ‎confiscados. La Organización de Estados Americanos (OEA) aceptó ilegalmente que un gobierno ‎alternativo representara –también ilegalmente– la República Bolivariana y los vasallos regionales ‎del Pentágono activaron contra Venezuela el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca ‎‎(TIAR). ‎

En Siria, la guerra está terminándose porque la presencia militar rusa hace imposible el envío de ‎más tropas contra ese país, ya sean tropas regulares estadounidenses, mercenarios oficialmente ‎contratados por el Pentágono o yihadistas reclutados extraoficialmente por los aliados de ‎la OTAN. Sin embargo, la victoria del Ejército Árabe Sirio sobre las decenas de miles de ‎mercenarios extranjeros lanzados contra Siria todavía no significa el regreso de la paz. ‎

La paz sólo es posible, tanto en Siria como en Venezuela, si se repara la sociedad, fracturada ‎en Siria por la guerra y en Venezuela por la creación de las condiciones para la guerra. En Siria, ‎esa reparación de la sociedad se inicia a través de la redacción, y de la posterior adopción, de ‎una nueva Constitución, paso previsto hace 4 años en la resolución 2254 del Consejo ‎de Seguridad de la ONU. En Venezuela, idénticamente, esa reparación de la sociedad se dirige ‎hacia la creación de un régimen de unión nacional entre los chavistas y la oposición patriótica. ‎

Tanto en Siria como en Venezuela, la dificultad reside en lograr marginar a la oposición ‎mercenaria –remunerada por Estados Unidos o por sus aliados y dispuesta a todo con tal de ‎seguir cobrando su salario– y en movilizar eficazmente la oposición patriótica, la que se mantiene ‎en el país y se preocupa por la defensa de la nación. ‎

Con el consentimiento del presidente estadounidense Donald Trump y a pesar de la oposición de ‎ciertos generales del Pentágono y de diplomáticos del Departamento de Estado, Siria y Venezuela lograron avanzar por esa vía el 16 de septiembre. Ese día, Irán, Rusia y Turquía ‎anunciaron la formación de la «Comisión Constituyente siria» [4] y Venezuela anunció la apertura de una «Mesa de Diálogo Nacional» ‎entre representantes del gobierno constitucional y de la oposición que rechaza la intervención ‎extranjera [5]. Esta Mesa de ‎Diálogo Nacional se anuncia en Caracas cuando el autoproclamado “presidente encargado”, ‎Juan Guaidó, acababa de dar por «agotado» el diálogo que se había desarrollado en Barbados, ‎y en presencia de mediadores noruegos, entre los representantes de su gobierno virtual y los del ‎gobierno del presidente constitucional Nicolás Maduro. De forma similar, la Comisión ‎Constituyente siria reemplaza las negociaciones que el gobierno sirio había desarrollado durante ‎años con yihadistas «moderados» en presencia de un enviado de la ONU. ‎

En Siria, el principio de la unión nacional fue imponiéndose gradualmente desde el inicio de ‎la guerra. En 2014, el presidente Bachar al-Assad logró organizar una elección presidencial según ‎los parámetros internacionales de los regímenes democráticos. En Venezuela es una novedad que ‎todavía no convence a todos. Un intento anterior, iniciado por el papa Francisco, había ‎fracasado. Esta vez, en cuestión de horas, los negociadores lograron ponerse de acuerdo sobre ‎prácticamente todo lo que el opositor Juan Guaidó decía haber reclamado… mientras se negaba ‎a hacer la menor concesión. Los chavistas anunciaron que sus diputados regresarán a la ‎Asamblea Nacional, el Consejo Nacional Electoral será reformado, el vicepresidente de la ‎Asamblea Nacional –detenido por haber participado personalmente en la intentona sediciosa del ‎‎30 de abril de este año [6]– fue ‎excarcelado de inmediato, etc.‎

Este importante progreso se hizo público después de la destitución del consejero de seguridad ‎nacional del presidente estadounidense Donald Trump y en momentos en que ese cargo estaba ‎vacante. La nominación de Robert O’Brien en el cargo que ocupaba el halcón John Bolton ‎favorece un cambio de discurso por parte de Washington. Aunque O’Brien y Bolton exhiben las ‎mismas referencias ideológicas –el «excepcionalismo» estadounidense– se trata de dos ‎personalidades diferentes: Bolton profería constantemente amenazas de guerra, O’Brien es un ‎negociador profesional. ‎

Carentes del pragmatismo del presidente Donald Trump, la Unión Europea y el Grupo de Lima –‎creado en Latinoamérica en contra de Venezuela, según el esquema de los «Amigos de Siria»– ‎condenaron de inmediato esos avances… porque los terroristas, o sea los yihadistas ‎‎«moderados» y los guarimberos de Juan Guaidó, han quedado excluidos. ‎



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