Retiro de tropas de Irak por Obama: preludio a una guerra más grande
noviembre 14, 2011
Por Bill Van Auken
1 Noviembre 2011
Presentado por el presidente Obama y sus apologistas como el cumplimiento de una promesa electoral y un giro hacia la paz, el retiro forzado del ejército estadounidense de Irak sólo establece el escenario para nuevos y más sangrientos conflictos.
El anuncio de Obama desde la Casa Blanca el viernes pasado de que todas las tropas estadounidenses saldrán de Irak para fin de año es el resultado de la incapacidad de Washington de asegurar que el gobierno iraquí del primer ministro Nuri al-Maliki apruebe una legislación garantizándole a las fuerzas estadounidenses completa inmunidad de la ley iraquí.
Tal impunidad es una mínima condición exigida por el Pentágono para la intervención militar estadounidenses por todo el mundo. Sin embargo, tan amargas son las experiencias de la población iraquí con una completa letanía de crímenes de guerra—desde las cámaras de tortura de Abu Ghraib al barbárico sitio de Faluya—que ningún partido político iraquí puede darse el lujo de ser identificado con otorgar protección al ejército estadounidense.
La pretensión de que el inminente retiro es el cumplimiento de una promesa de campaña va más allá de tratar de poner buena cara a una mala situación. La fecha de retiro de diciembre 2011 fue establecida no por Obama sino por la administración Bush en un Estatutos de Acuerdo Fuerzas negociado con Bagdad en 2008.
Aunque Obama ganase la elección en gran parte postrándose como un candidato anti-bélico, al igual que su predecesor republicano él intentó renegociar por completo este acuerdo tratando de mantener tantas como 20 mil tropas (posteriormente reducida a una propuesta de tan solo 3 mil) como “entrenadores” y “consejeros”. Para ello envío a Bagdad un continuo torrente de secretarios de su gabinete y altos funcionarios de la rama militar en un intento de forcejeo que fracasó.
“La oleada de guerra está en retroceso”, Obama declaró en un intento de presunción retórica durante su anuncio el viernes pasado. Por lo contrario, el oleaje se está alzando y rápidamente.
La guerra de casi 8 años y medio en Irak, un acto criminal de agresión lanzado sobre la base de mentiras, ha tomado la vida de casi 1 millón de iraquíes junto con casi 4.500 tropas estadounidenses, a un costo a Washington mayor a $1 billón. Se ha convertido en un debacle para el imperialismo estadounidense, habiendo sido incapaz de instalar un gobierno títere confiable y visto como los contratos de petróleo han ido a parar a sus rivales en China y Rusia junto con la creciente influencia política de Irán sobre Bagdad.
Y, sin embargo, Washington no ha abandonado en absoluto los objetivos depredadores que lo llevaron a la guerra. La iniciativa de esa guerra surgió fundamentalmente del declive histórico del capitalismo norteamericano, que se sigue profundizando con la economía estadounidense y mundial hundiéndose en la crisis más grande desde la Gran Depresión. En el intento de contrarrestar la pérdida de su posición como el principal productor del mundo y su antigua e indiscutida dominancia sobre los asuntos del capitalismo mundial, el imperialismo estadounidense ha recurrido cada vez más al militarismo como un medio de ejercer su hegemonía sobre regiones, mercados y recursos estratégicos.
Los EE.UU. de ninguna manera está dejando Irak a sus propios recursos. En lo contrario, está dejando allí 16,000 personal estadounidense, incluyendo a operatorios de la CIA y un ejército mercenario de 8,000 contratistas de seguridad bajo el control del Departamento de Estado. Mientras tanto, negociaciones continúan para alcanzar un acuerdo con el régimen de Bagdad en una misión de entrenamiento militar.
Un artículo por un tal Michael Knights, un consultor del Pentágono especializado en Irak, publicado por Foreign Policy sugiere otra alternativa para asegurar la dominación estadounidense. El artículo hace eco de la preocupación por el destino del ejército iraquí después del retiro estadounidense y la amenaza que representa la creciente influencia iraní sobre los intereses estadounidenses.
Knights escribe que “para muchos oficiales (iraquíes), la solución es otro autócrata”. Cita a uno quién afirma que “las armas y el entrenamiento son necesitados pero primero la política debe ser arreglada por un hombre fuerte, sólo entonces puede emerger un verdadero ejército”.
Describiendo al ejército como una “cáliz sagrado en el cual el nacionalismo arde brillantemente” y la institución “al menos susceptible a la influencia iraní”, Knight concluye: “Aunque el camino sea difícil, los lazos forjados en batalla por los ejércitos estadounidenses e iraquíes valen la pena luchar”.
Poco necesita ser añadido a esta pieza para convertirla en un argumento explícito para un golpe apoyado por los EE.UU. para poner en el poder a una nueva versión de Saddam Hussein como un medio de resolver la crisis creada por el derrocamiento y asesinato del otro.
Las proclamaciones de Obama, de que la paz está llegando, fueron seguidas prontamente por amenazas belicosas contra Irán por parte de la Secretaria de Estado Hillary Clinton y el Secretario de Defensa León Panetta.
Irán se equivocaría si piensa en la región entera sin notar nuestra presencia en muchos países en la región, tanto en bases y entrenamiento militar, con aliados de la OTÁN, como Turquía”, declaró Clinton a CNN el pasado domingo.
Panetta fue aún más explícito cuando señaló a las 40 mil tropas estadounidenses estacionadas por todo el Oriente Medio (23 mil a través de la frontera iraquí en Kuwait) y su notable distancia de Irán. “Por lo tanto siempre tendremos una fuerza presente, lista a lidiar con cualquier amenaza de Irán”, declaró.
A raíz del discurso belicoso de Obama por un bizarro “complot terrorista” que supuestamente implicaba a Teherán, estas advertencias señalan una intensificación de amenazas estadounidenses de la fuerza militar contra Irán. Washington ya se encuentra actuando para ganarse el apoyo de Europa para imponer a sanciones al banco central del país, una forma de bloqueo económico que asciende al nivel de un acto de guerra.
Aún más ominosamente, Panetta presenta el anunciado retiro de las tropas estadounidenses del territorio iraquí como un “punto de inflexión” en la reorientación del poder estratégico de EE.UU. hacia la región Asia-Pacífico, dirigido contra China.
Hablando desde la base aérea Yokota en las afueras de Tokio, Panetta se mencionó una lista de amenazas en Asia que, según él, requerían más atención. Prominente entre ellas era la de las “potencias emergentes” en alusión a Beijing.
Él expuso este tema en una columna de opinión en un periódico japonés, en el cual enfatizaba que los EE.UU. y Japón confrontan una amenaza común en China. “China está rápidamente modernizando a su ejército”, escribió, “pero con una problemática falta de transparencia, junto con una actividad asertiva cada vez más grande en Asia y el Pacífico”. En realidad, el presupuesto militar de China es menos que la sexta parta del de los EE.UU.
Las guerras en Afganistán, Irak y ahora Libia tienen como fin afirmar la hegemonía sobre las más importantes regiones productoras de petróleo, no tanto como para satisfacer las necesidades internas de EE.UU. sino para asegurar ventajas estratégicas al controlar recursos vitales necesitados por los rivales económicos del capitalismo estadounidense, principalmente China. Ahora Washington se encuentra optando cada vez más hacia la directa confrontación con la propia China.
De esta manera, el debacle en Irak no ha producido un “retroceso en la aleada de guerra” sino la amenaza de conflagraciones militares más grandes.
Fuente http://www.wsws.org/es/articles/2011/nov2011/esre-n01.shtml
By M
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