viernes, 23 de noviembre de 2012

Las élites harán que todos seamos Gaza


Las élites harán que todos seamos Gaza

Gaza es una ventana a la distopía que nos aguarda. La espiral de violencia alimenta una creciente línea divisoria entre el mundo de la élite y las masas desposeídas de la humanidad. Muchas regiones empobrecidas del mundo, que han caído en el abismo económico, están empezando a parecerse a Gaza, donde 1,6 millones de palestinos viven en el campo de concentración más grande del planeta.

Fuente: Chris Hedges, Truthdig / Rebelión (Traducido por Silvia Arana para Rebelión.)

Estas zonas de sacrificio, repletas de mares de pobres atrapados en barriadas o en pueblos en la miseria, son cercados, más y más, por alambrados electrónicos, monitoreados por cámaras de vigilancia y drones, y rodeados por guardias o unidades militares que disparan a matar. Estas pesadillas distópicas se extienden del África sub sahariana, a Pakistán, a China. Hay lugares donde ocurren asesinatos selectivos, donde suceden brutales ataques militares contra gente indefensa, sin ejército, ni marina ni fuerza aérea. Todo intento de resistencia, hasta el más ínfimo, es contrarrestado con matanzas indiscriminadas, típicas del aparato de guerra militar moderno.
En el nuevo escenario global, tanto en los territorios ocupados por Israel como en los propios proyectos imperiales de EE.UU. en Irak, Pakistán, Somalia, Yemen y Afganistán, las masacres de miles de inocentes indefensos son llamadas guerras. A la resistencia la califican como provocación, terrorismo o crimen contra la humanidad. El cumplimiento de la ley, al igual que el respeto por las libertades civiles más básicas y el derecho a la autodeterminación es una ficción de relaciones públicas usada para aplacar las conciencias de los que habitan las zonas privilegiadas. Los prisioneros son torturados y "desaparecidos" de manera rutinaria. El recorte de alimentos y de insumos médicos es una táctica aceptable de control. Las noticias están impregnadas de mentiras. Se demoniza a grupos religiosos, raciales y étnicos. Los misiles caen sobre las humildes moradas de cemento, los comandos militares disparan sobre los pobladores sin armas, los barcos de guerra atacan los campos de refugiados con artillería pesada y los muertos, incluyendo niños, yacen en los pasillos de los hospitales sin electricidad ni medicamentos.
El inminente colapso de la economía internacional, los abusos que generan cambios climáticos a causa de los cuales se producen sequías, inundaciones, disminución de los cultivos y aumentos de los precios de los alimentos, están creando un universo en el que el poder está dividido entre las élites reducidas, que tienen en sus manos los sofisticados instrumentos de la muerte y las masas enfurecidas. La crisis alimenta una guerra de clases de una magnitud tal que ni Marx lo podría haber imaginado. Están generando un mundo en el cual la mayoría de los habitantes pasará hambre y vivirá atemorizado, donde unos pocos gozarán de lujos en barrios privados. Y más y más gente será sacrificada para sostener este desequilibrio.
Porque tiene el poder de hacerlo, Israel -como lo hace EE.UU.- se burla de la ley internacional para someter a un pueblo en la miseria. La presencia permanente de las fuerzas de ocupación israelíes desafían a, aproximadamente, cientos de resoluciones del Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas exigiendo su retiro. El bloqueo israelí de Gaza, establecido en junio de 2007, es una forma brutal de castigo colectivo que viola el Artículo 33 de la Cuarta Convención de Ginebra de 1949, que reglamenta la "Protección de los civiles en tiempos de guerra". El bloqueo ha transformado a Gaza en un fragmento del infierno, un gueto administrado por Israel en el que han muerto miles de personas, incluyendo los 1.400 civiles asesinados en la incursión israelí de 2008. Con el 95% de las fábricas cerradas, la industria palestina ha colapsado. El 5% restante opera con una capacidad reducida del 25 al 50%. Incluso la industria pesquera está punto de desaparecer. Israel se niega a autorizar que los pescadores se alejen más de tres millas de la costa, incluso disparan contra los barcos pesqueros dentro de la zona restringida. Las patrullas israelíes de la frontera se han apropiado del 35% del área cultivable de Gaza para usarla como zona tapón en la frontera. A causa del colapso de la infraestructura y de la apropiación de los acuíferos por parte de Israel, no hay agua corriente en muchos campos de refugiados, como el de Khan Yunis. La Agencia de Naciones Unidas de Ayuda para los Refugiados de Palestina (UNRWA) estima que un 80% de los pobladores de Gaza depende de la ayuda alimentaria. Y el reclamo israelí de auto-defensa oculta el hecho de que es Israel quien mantiene una ocupación ilegal violando la ley internacional al atacar y castigar colectivamente al pueblo palestino. Es Israel quien ha decidido llevar adelante una escalada de violencia mediante incursiones en Gaza a principios de este mes en las que sus fuerzas mataron a un niño de 13 años. Mientras el mundo se desintegra, esto se vuelve el nuevo paradigma -señores de la guerra modernos que derrochan tecnologías y armas aterrorizadoras con las que matan a pueblos enteros. EE.UU. hace lo mismo en Afganistán, Irak, Pakistán, Yemen y Somalia.
Las fuerzas del mercado y los mecanismos militares que protegen a esas fuerzas son la única ideología que rige en los estados industriales y en las relaciones de los seres humanos con el mundo natural. Es una ideología que causa millones de muertos y millones de personas desplazadas de sus hogares en el mundo en desarrollo. Y la espantosa álgebra de esta ideología implica que estas fuerzas serán, en algún momento, desatadas contra nosotros, también. Aquellos que no son útiles para las fuerzas del mercado son considerados prescindibles. No tienen ni derechos ni legitimidad. Su existencia misma, ya sea en Gaza o en las lúgubres ciudades post industriales como Camden, Nueva Jersey, es considerada negativa para la eficiencia y el progreso. Esas personas son visualizadas como desechos, y como tales no tienen no solo ni voz ni libertad; también pueden ser y son eliminadas o encarceladas. En este mundo, lo único sagrado son el poder corporativo y las ganancias. Es un mundo de la barbarie.
En La gran transformación Karl Polanyi escribió: "Al disponer de la fuerza de trabajo de un hombre, el sistema pretende disponer de la entidad física, psicológica y moral 'humana' que está ligada a esta fuerza. Desprovistos de la protectora cobertura de las instituciones culturales, los seres humanos perecerían, al ser abandonados en la sociedad: morirían convirtiéndose en víctimas de una desorganización social aguda, serían eliminados por el vicio, la perversión, el crimen y la inanición. La naturaleza se vería reducida a sus elementos, el entorno natural y los paisajes serían saqueados, los ríos contaminados, la seguridad militar comprometida, el poder de producir alimentos y materias primas destruido. Y para terminar, la administración del poder adquisitivo por el mercado sometería a las empresas comerciales a liquidaciones periódicas, pues la alternancia de la penuria y de la superabundancia de dinero tendría efectos tan desastrosos para el comercio como lo fueron las inundaciones y los períodos de sequía para la sociedad primitiva. Los mercados de trabajo, de tierra y de dinero, son, sin ninguna duda, esenciales para la economía de mercado. No obstante, ninguna sociedad podría soportar, incluso por un breve lapso de tiempo, los efectos de semejante sistema fundado sobre ficciones groseras, a no ser que su sustancia humana y natural, así como su organización comercial, estuviesen protegidas contra las devastaciones de esta fábrica satánica".
Hay 47,1 millones de estadounidenses que dependen de cupones de comida. Las élites están complotando para suprimir esos cupones, junto con otros programas "asistencialistas" que ayudan a que los pobres no caigan en la total indigencia. Los recortes de billones de dólares de los programas de asistencia social serán una realidad, dado el actual impasse político en Washington y el inminente "abismo fiscal". Hay 50 millones de personas que viven por debajo de la línea de pobreza, pero debido a que la línea de pobreza está ubicada a un nivel tan bajo -22.350 dólares anuales para una familia de cuatro- esta cifra ha perdido significado. Es preciso sumarle decenas de millones que viven en una categoría llamada "cerca de la pobreza", incluyendo aquellas familias que tratar de sobrevivir con menos de $45.000 al año. Con este estimado, tenemos al menos el 30% de la población viviendo en la pobreza. Cuando estas personas se den cuenta de que no habrá una recuperación económica, de que su estándar de vida continuará descendiendo, de que están atrapados, de que la esperanza en un futuro mejor es una ilusión, se enfurecerán como lo ha hecho la gente en Grecia, España, Gaza o Afganistán. Los bancos y otras corporaciones financieras transfirieron billones de dólares, libre de impuestos, provenientes la Reserva Federal, mientras que se apoderaron de $5 billones, gran parte de los cuales fueron saqueados del Tesoro de EE.UU. Cuanto más se perpetúe la disparidad e inequidad a nivel mundial, mayor será la revuelta de las masas y más rápidamente EE.UU., a nivel interno, se asemejará al modelo israelí de control doméstico -drones, criminalización del disenso, asaltos con comandos SWAT, fuerza letal como una forma aceptable de sometimiento, uso del alimento como arma y vigilancia constante.
En Gaza y en otros sitios devastados del planeta podemos percibir esta nueva configuración de poder. El modelo está representado por lo que está sucediendo en Gaza y por lo que está sucediendo en las comunidades marginales de EE.UU. Las técnicas de control -ya sea las implementadas por los israelíes, por las unidades policiales militarizadas en la guerra contra las drogas de los barrios pobres, por las fuerzas militares especializadas o por los mercenarios en Pakistán, Afganistán o Irak- han sido puestas a prueba y perfeccionadas contra los débiles e indefensos. Nuestra insensible indiferencia ante la dramática situación de los palestinos y de los cientos de millones de indigentes hacinados en las barriadas pobres de Asia o de África, o en nuestras propias villas miserias, significa que las injusticias infligidas en ellos serán también infligidas en nosotros. No hacer nada por ellos es no hacer nada por nosotros mismos.

Tomado de:
http://www.palestinalibre.org

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