miércoles, 10 de abril de 2013

Peligros de la “defensa” antimisil de los Estados Unidos en Asia-Pacífico: ¿Al borde de una guerra nuclear?


por Leyde E. Rodríguez Hernández

Peligros de la “defensa” antimisil de los Estados Unidos en Asia-Pacífico: ¿Al borde de una guerra nuclear?
El secretario de Defensa de los Estados Unidos, Charles Hagel, anunció, el 15 de marzo de 2013, que el Pentágono reforzará el sistema de “defensa” antimisiles en la costa occidental de su país, con 14 nuevos interceptores antibalísticos en tierra.
 Una parte de estos medios se ubicarán en la base militar de Fort Greely, en el estado de Alaska; y otros en Vandenberg, California, en un plazo de hasta dos años y a un costo total de más de 200 millones de dólares.

Según esas declaraciones, el objetivo es incrementar las capacidades para derribar en vuelo cohetes de largo alcance enemigos antes de que estos lleguen al territorio continental estadounidense. Esta concepción, típica de la “guerra fría”, está respaldada por unos 30 interceptores en Alaska y Vandenberg, pero la administración de Barack Obama había demorado desde 2009 la instalación de los nuevos medios. La declaración estadounidense tuvo lugar tras la reciente advertencia de la República Popular Democrática de Corea de lanzar un ataque preventivo contra los Estados Unidos; después de que a instancias de la nación norteña y otras potencias, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara más sanciones contra Pyongyang por su programa nuclear.

En estas notas, el lector podrá darse cuenta que este conflicto no es nuevo, y que, por sus serias implicaciones geoestratégicas, hace peligrar la paz y la estabilidad mundial, porque la más mínima guerra en la región Asia-Pacífico, podría convertirse en una catástrofe nuclear de imprevisibles consecuencias para la humanidad.

Para comenzar, hay que resaltar que la República Popular China, que históricamente rechazó los planes estadounidenses de militarizar el espacio cósmico, fue una de las primeras naciones opuestas al Sistema Nacional de Defensa Antimisil (SNDA), y a los intereses de extenderlo a la región asiática –una especie de “miniguerra de las galaxias”- con el objetivo de proteger a los aliados de los Estados Unidos en esa zona del planeta. La política exterior china fue invariable en los temas relacionados con el desarme y contra la carrera armamentista desde la década de los años 80’ del siglo XX, cuando los Estados Unidos iniciaron la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) o “Guerra de las Galaxias”, en los tiempos de la administración de Ronald Reagan.

Para China el establecimiento de un sistema de armas nucleares en el espacio resultó muy delicado. Su consecuencia principal sería unas relaciones soviético-norteamericanas aun más tensas, lo cual aumentaría el peligro de guerra mundial. La creación de armas espaciales acrecentaría la precisión de las armas nucleares como no nucleares, y las técnicas militares se aplicarían en nuevas direcciones. i

El gobierno chino de la época percibió que la expansión hegemónica estadounidense y el proyecto de “defensa” antimisil constituían una amenaza para la seguridad y para la estabilidad mundial. Estas acciones del Pentágono representaron las ansias de supremacía absoluta de los Estados Unidos, lo que en el ámbito militar acabaría con el equilibrio estratégico, desencadenaría una nueva carrera armamentista y minaría la seguridad internacional, porque los estados recurrirían al rearme para protegerse de la superpotencia mundial.

Desde el anuncio por la administración Clinton del SNDA y el Sistema de Defensa Antimisil de Teatro (SDAT), los líderes políticos y militares chinos no perdieron oportunidades para denunciarlo y exigir la eliminación completa de las armas nucleares. China consideró que si negociaba la eliminación completa de las armas nucleares, proceso que sería largo, no habría necesidad de establecer ningún sistema antimisil. De no ser así, China no podría quedarse con los brazos cruzados.ii De este modo, China solicitó a la administración Clinton que tuviese en cuenta a la opinión pública internacional y desestimara la continuación del despliegue de los sistemas antimisiles.

Con la insistencia de la diplomacia china y europea en los organismos internacionales y la presión del factor tecnológico, Clinton se vio compulsado a postergar el despliegue del SNDA, antes de abandonar sus responsabilidades en la Casa Blanca. Es importante tener en cuenta que Clinton había otorgado a la potencia asiática la condición de “socio estratégico”. Sin embargo, el fallo de Clinton a favor de suspender el controvertido sistema, aunque constituyó una victoria de todos los gobiernos, incluida China, duró muy poco tiempo. Con la llegada al poder de George W. Bush, la visión sobre el SNDA cambió sustancialmente y fueron desoídos los argumentos de los estados opuestos a las “defensas” antimisiles.

Los círculos militaristas estadounidenses impusieron una política exterior de fuerza en aras de afianzar, por un largo período, el rango de superpotencia de los Estados Unidos. Se percataron que ninguna potencia del sistema internacional podría enfrentar o cuestionar de modo decisivo, en los próximos 25 años, el enorme poderío militar de los Estados Unidos. El creciente fortalecimiento tecnológico y logístico del ejército chino, todavía no contaba con capacidades reales que contribuyeran a frenar, en una posición de igualdad de fuerzas, las agresivas acciones militaristas estadounidenses.

A pesar de la retórica de los Estados Unidos de que el programa del SNDA y el SDAT solo proporcionarían una defensa adecuada a Taiwán, Japón, Corea del Sur y Australia, ante los peligros de ataques de los llamados “estados villanos”, China consideró que el sistema antimisil estaba más bien dirigido contra su territorio y fuerzas armadas. Por su vulnerabilidad tendría que protegerse mediante la expansión de sus fuerzas estratégicas. Se pensó que podía dotarlas de ojivas nucleares múltiples, si los Estados Unidos desarrollaban la estrategia antimisil.

Evidentemente, China temió el efecto de estos sistemas en el balance de poder regional, por la sencilla razón de que su puesta en funcionamiento constituía una clara desventaja en materia de confrontación militar con los Estados Unidos en el sensible caso de Taiwán: la provincia separatista considerada, por razones históricas y culturales, parte indivisible de su territorio continental, sin renunciar a su reunificación con la aplicación del principio de “Una sola China” esgrimido, desde el año 1949, por el histórico líder Mao Zedong.

Un área de indiscutible conflicto en las relaciones chino-norteamericanas fue la objeción de China al SDAT, con la participación de Taiwán y Japón. Esta situación, el bombardeo estadounidense que, “por error”, destruyó la embajada china en Belgrado, en medio de la agresión de los Estados Unidos y la OTAN contra Yugoslavia, en el año 1999, y la crisis del avión espía que violó el espacio aéreo chino, exacerbó la conflictividad de las relaciones chino-estadounidense y paralizó el diálogo que sobre desarme desarrollaban ambas potencias. Para poder reactivar las conversaciones bilaterales de desarme, las autoridades chinas expusieron dos razones relacionadas directamente con la estrategia antimisil: el cese de la venta de armas a Taiwán y el retiro de la idea de cubrir ese territorio con un “escudo antibalístico”, que sería una versión reducida del diseñado para el territorio continental norteamericano. Los chinos valoraron en ese sistema una amenaza directa contra su integridad nacional.

Las motivaciones para el despliegue del SDAT trataron de justificarse en un estudio de los estrategas del Pentágono sobre la capacidad de China para cruzar, en caso de un ataque militar, en solo cinco minutos las 95 millas del estrecho de Taiwán. Con este escenario, el gobierno de los Estados Unidos proveyó a la isla separatista de novedosos armamentos. Por ejemplo, de un sistema de radares llamado “Strong Net” que proporciona la advertencia a los 90 segundos del comienzo de la ofensiva y de radares de alto rango que incrementaron la efectividad de los misiles Patriot taiwaneses, lo que demostró la preparación de la ínsula para una guerra.

Sin embargo, China hizo pocas pruebas de su fortaleza militar en la región. Solo recurrió a ellas durante las crisis provocadas por los dirigentes separatistas isleños o debido a la agresiva intromisión de los Estados Unidos en el conflicto. En los años de la “guerra fría”, y tras el deshielo en las relaciones Este-Oeste, China confirmó sus capacidades de potencia en las acciones diplomáticas emprendidas y en el manejo del poder destructivo de sus fuerzas armadas. Por otro lado, instigada por los Estados Unidos, la isla separatista, en su inferioridad territorial y demográfica, buscó dotarse de un sistema antimisil para reforzar su condición de punto clave en el balance de poder imperialista en el Asia-Pacífico, región que, por su importancia económica en la era de la globalización, activó los intereses geoestratégicos de los Estados Unidos.

No puede perderse de vista que, en la retórica y el pensamiento estratégico estadounidense, China representa una “amenaza” latente a la estabilidad de la región del Pacífico asiático, porque es una potencia con intereses vitales aún por resolver en lo relacionado con Taiwán y el mar meridional, además le molesta el papel hegemónico de los Estados Unidos en la zona. En las percepciones norteamericanas, a China le agradaría cambiar a su favor el equilibrio de poder en Asia. De ahí que, con la implantación del SDAT, las relaciones de China con los Estados Unidos, y su enclave Taiwán, entraron en una crisis de graves consecuencias, porque la potencia asiática tuvo legítimo derecho a desplegar misiles en su territorio para evitar la separación de la isla. La entrada de Taiwán en el SDAT representó una alianza militar con los Estados Unidos, afectando las relaciones entre las dos potencias nucleares.

Este sistema antimisil, que en una primera fase estuvo conformado por Japón, Corea del Sur, Taiwán y Australia, entraría en funcionamiento en la primera década del siglo XXI. Los Estados Unidos buscaron reforzar su presencia política y militar en la prometedora región Asia-Pacífico, con la presencia de unos 100 000 efectivos en sus bases militares, en Japón 50 000iii. y en Corea del Sur 37 000, los cuales en una situación de conflicto bélico encontrarían “protección asegurada” en el SDAT.

El temor de las naciones asiáticas a este proyecto militarista partió de la histórica alianza de los Estados Unidos con Japón, una suerte de apéndice de la OTAN en el lejano oriente. En el año 1999, el parlamento nipón votó una ley dirigida a reforzar la participación militar de Japón en el seno de la alianza. Esta iniciativa fue mal acogida por China y rechazada por otras naciones del área. Con esta decisión del órgano legislativo nipón quedó claro que “el futuro de las relaciones de los Estados Unidos con Japón constituye la piedra angular de la seguridad asiática”.iv

La idea del presidente William Clinton de transferir a Asia un SDAT, para enfrentar la supuesta amenaza de un grupo de países que desean romper el equilibrio de poder regional, tuvo receptividad en Japón, y sugirió solidificar la estrategia estadounidense hacia el Este asiático, a través del mantenimiento de sus posiciones militaristas en el área. De este modo, los Estados Unidos se mostraron proclives a proporcionar mayor apoyo a sus operaciones militares con el fin de que Tokio contribuyese con el peso financiero de esas misiones, expandiendo sus fuerzas militares, a despecho del artículo 9 de la constitución pacifista y de las preocupaciones de los países vecinos víctimas del pasado colonialista nipón.

No puede soslayarse que, desde las últimas décadas del siglo XX, para los Estados Unidos fue prioritario el fortalecimiento del lugar de Japón como garante de los intereses económicos y políticos occidentales en Asia, y la intención de tenerlo preparado para compartir las tareas de seguridad vinculadas con su estrategia en las proximidades de las islas japonesas.v

Corea del Sur resultó otro coligado incuestionable de los Estados Unidos que integraría el SDAT. Con el pretexto de que Corea del Norte lanzó, en junio de 1993, el primer misil balístico No-Dong-1 de un alcance de 1000 km y luego, en 1998, disparó, de forma sorpresiva, un misil balístico Taepo-Dong-1que sobrepasó el territorio de Japón, el ejército estadounidense continuó el desarrollo de las maniobras militares en los límites fronterizos con Corea del Norte, y, desde 1998, cambió su campo de batalla simulado para incluir un ataque aplastante contra ese país, debido a las “evidencias” sobre la vulnerabilidad de sus tropas, acantonadas en el sur, a un sorpresivo ataque de los misiles balísticos de Pyongyang.

Y en el Océano Pacífico, en la isla de Guam, el ejército norteamericano desplegó, en agosto del 2000, decenas de misiles cruceros en nítida señal de la capacidad de sus fuerzas misilisticas para alcanzar en muy pocas horas cualquier punto en la región Asia-Pacífico. En junio de 2001, el ejército taiwanés efectuó con éxito una prueba de los misiles Patriot, con el lanzamiento de tres misiles desde la base de Chiupeng, ubicada al sur de la isla. Estos fueron los primeros misiles de este tipo desplegados fuera del territorio continental de los Estados Unidos.

Con esta escalada, a pesar de los contactos y negociaciones al más alto nivel entre las dos Coreas, para la reunificación y la desnuclearización de la península, los Estados Unidos persiguieron perpetuar el clima de tensión en la península y las amenazas de guerra contra China, lo que certificó la persistente mentalidad de “guerra fría” contra la única región del sistema internacional que concentró varios estados socialistas tras el derrumbe de ese sistema social en el Este de Europa.

La administración de W. Bush consideró a China un rival estratégico que no sería “amenazado”, pero sí “controlado y contenido”. Los estrategas militares de los Estados Unidos se adelantaron a predecir que en el escenario asiático del año 2025, los conflictos, sobre todo con China, representarán, a largo plazo, el mayor reto para la “seguridad nacional”. Una estrategia eficiente y realista de los Estados Unidos hacia China propuso combinar el mantenimiento de la interacción económica a la vez que se contiene su poderío y sus aspiraciones en materia de seguridad.vi

En ese contexto, el estado de las relaciones chino-estadounidenses dependieron, en gran medida, de las acciones que los Estados Unidos proyectaron en respaldo a la política separatista de Taiwán, y los intentos de desplegar el Sistema de Defensa Antimisil de Teatro (SDAT), con el cual se pretendió la protección de la ínsula y los aliados de los Estados Unidos en Asia-Pacífico.

Después de que Corea del Norte aumentó la tensión con el lanzamiento de una prueba de siete misiles en el Mar de Japón, el 5 de julio de 2006, los Estados Unidos dieron el visto bueno para la instalación de un sistema de “defensa” antimisil en el sur de Japón, con el objetivo de mantener el poder militar disuasorio de los Estados Unidos en la región y fortalecer la seguridad nipona.

Por primera vez, los Estados Unidos desplegaron en Japón misiles tierra-aire destinados a defender al país asiático y a sus fuerzas estacionadas en él. El sistema consistió en la instalación de unas 24 plataformas de lanzamiento de misiles Patriot Advanced Capability-3 (PAC-3), en la base norteamericana de Kadena del archipiélago de Okinawa, en el extremo sur del país. Los misiles PAC-3 fueron diseñados para interceptar en el aire otros proyectiles en la última fase de su trayectoria, cuando ya han regresado a la atmósfera y descendido a altitudes de unos 12 kilómetros.

Los PAC-3 complementaron a los Standard Missile-3 (SM-3), que fueron instalados, en el año 2008, en barcos estadounidenses y japoneses dotados de un sistema de seguimiento y captación Aegis, con la misión de interceptar misiles cuando aún se encuentren fuera de la atmósfera. Con estos dos misiles y el sistema Aegis, con un radar capaz de registrar hasta cien blancos simultáneos y detectar misiles nada más ser disparados, se completó el controvertido sistema antimisil que blindaría los cielos japoneses.

En octubre del 2008, Israel acordó con su aliado de la OTAN las bases para el emplazamiento de un radar antimisil y la presencia permanente de militares de los Estados Unidos en el territorio hebreo. Este fue un nuevo paso de la militarización indirecta de Asia, que apuntó al acorralamiento de Rusia, China y sus aliados. Washington también contó con sus sistemas antimisiles en Japón, Alaska, California, Groenlandia y las Islas Aleutinas, en el mar de Bering. Es decir, desde Europa del Este, a Medio Oriente, y hasta el Extremo Oriente: todo bajo el control de los famosos sistemas de “defensa” antimisiles.

Algunas de las provocaciones estadounidenses en la península coreana fueron las siguiente: en un primer momento, a finales de julio del 2010, tras el hundimiento de la corbeta antisubmarina surcoreana "Cheonan"vii, los Estados Unidos y Corea del Sur pretendieron hacer ejercicios navales en el Mar Amarillo, pero, como recibieron las fuertes advertencias de China, lo trasladaron al mar del Japón. Luego Corea del Sur hizo sus propios ejercicios navales en sus costas occidentales. Y desde el 16 al 26 de agosto de ese año, los Estados Unidos y Corea del Sur continuaron con sus provocaciones, esta vez en el Mar Meridional de China. Estos ejercicios navales se denominaron "Ulchi Freedom Guardian" y contaron con la participación de 30 000 soldados estadounidenses y 56 000 soldados de Corea del Sur.

Los Estados Unidos pretendieron conformar una especie de OTAN en Asia con la participación de Corea del Sur, Japón y Australia. Incluso, en un término propagandístico, hicieron alardes de sus relaciones de cooperación con Vietnam, sin tener en cuenta que allí persiste el síndrome del "genocidio yanqui" de los años 70´ del siglo XX.

En ese contexto, China advirtió a los Estados Unidos que respete su área de influencia. Sus opciones abarcan las 200 millas marítimas sobre el mar frente a sus costas, pero los estadounidenses reclamaron que son aguas internacionales y exigieron la libre navegación en la zona. Desde Washington, se pretendió imponer sus intereses en la región, porque existe cierta desesperación por contener a China y aislarla del ámbito de naciones que conforman la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN).

Un "informe anual" del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, emitido el 16 de agosto de 2010, criticó los avances de China en materia defensiva. La defensa de un país es una opción única y exclusiva de esa misma nación sin injerencia de otras, pero la clase política estadounidense insistió en la emisión de juicios sobre la seguridad interna del gigante asiático, lo que constituyó una injerencia externa en sus asuntos internos.

Y fue de esa manera, porque la administración Obama corroboró la importancia geoestratégica de la región Asia-Pacífico, para los intereses de los Estados Unidos. Al punto de concebir el intervencionismo militar en esa región de forma permanente con el despliegue de un contingente de 2 500 infantes de marina en Darwin, Australia, entre los años 2011 y 2012. Al margen de las importantes relaciones económicas y políticas con Australia, el Pentágono planificó una significativa presencia militar en este país, recibiendo el rechazo de China, porque el acuerdo militar con Australia vulneró sus intereses pacíficos que son contrarios a la expansión de alianzas militares en la región. Ese destacamento militar en Darwin, aumentó la influencia de Washington en el Pacífico Sur, y estrechó su alianza con Camberra, en medio de una velada estrategia de contención hacia la República Popular China.

Esto ocurrió mientras los Estados Unidos anunciaba el cierre de la guerra en Iraq y la transición en Afganistán, lo que le permitiría concentrarse de forma vigorosa en la zona Asia-Pacífico, un mercado de enormes posibilidades de bienes y servicios, mientras Europa estaba devorada por la crisis económica. Las motivaciones estadounidenses en la región Asia-Pacífico, también se relacionaron con una presencia militar por pretensiones geoestratégicas, siempre justificadas con el argumento de las “garantías de seguridad”.

Esta tesis quedó ratificada con la firma de un acuerdo con Filipinas, aún en contra de la voluntad popular, para mantener allí sus marines, así como en el esfuerzo del Pentágono de perfilar una arquitectura de seguridad en la región, acorde con las necesidades estratégicas de los Estados Unidos en el siglo XXI.

Con la misma concepción, los Estados Unidos incrementó su presencia militar en la base sudcoreana de Kunsan, donde agregó nuevos aviones cazas de combate y tropas militares. Washington justificó esa acción con el pretexto de una reafirmación del compromiso de crear una fuerza disuasiva para defender a Corea del Sur. Se dispuso la construcción de una base naval estadounidense en la isla sudcoreana de Jeju, la cual permitiría la presencia de portaaviones nucleares y otras fuerzas similares en territorio sudcoreano, perturbando la paz y la seguridad en la zona. Lo anterior dio continuidad a las maniobras militares anuales que desarrollan, desde hace décadas, los ejércitos de Corea del Sur y los Estados Unidos, en medio de un clima de verdadera tensión y amenaza contra Corea del Norte.

El expansionismo militar estadounidense provocó que China tomara sus propias medidas de fortalecimiento militar. Una campaña de ensayos de misiles en el Mar Amarillo lanzó especulaciones sobre la obtención de un arma que podría cambiar las reglas del juego estratégico en la región, pues se trató de un liquidador de portaaviones capaz de enfrentar la hegemonía naval de los Estados Unidos en el Pacífico occidental. Este misil balístico antiportaaviones (ASBM, siglas en inglés), denominado Dongfeng 21-D, podría hacer más complicado el despliegue de un grupo aeronaval estadounidense en el mar de China, en caso de crisis en torno a Taiwán. China desplegó cinco nuevos satélites Yaogan, en apoyo a esa nueva arma. Los expertos reconocieron que el lanzamiento de un misil balístico contra un barco podría tener graves consecuencias porque, en caso de un error de cálculo, el adversario podría parecerle un ataque nuclear con ese tipo de arma.viii

El avance de China en el terreno científico y militar le permitió el lanzamiento al espacio del primer módulo de lo que será su primera estación científica espacial. La nave, bautizada con el nombre de Tiangong-1 o Palacio Celestial, despegó con éxito desde una plataforma en Jiuquan, en el desierto de Gobi. A fines del 2011, China había lanzado al espacio unos 20 cohetes y 25 satélites, cifras que evidencian el creciente desarrollo del país asiático en esta esfera de competencia entre las principales potencias mundiales.

China es la segunda potencia económica mundial, será también un influyente protagonista de la política internacional para el 2030-2050, y deberá comenzar a remodelar el sistema internacional junto a otras potencias: Brasil, Rusia, India, Sudáfrica, entre otras que, posiblemente, irían sumándose al grupo BRICS, que ya contiene en su seno la configuración multipolar de las relaciones internacionales del siglo XXI. Eso no implicaría, en las próximas décadas, una salida de los Estados Unidos del juego de la política mundial, sino que el sistema internacional será más equilibrado, como no lo ha sido desde hace 250 años, y que occidente está perdiendo su lugar central. Desde el punto de vista histórico, estas evoluciones representan el regreso a la configuración de relativa igualdad internacional que prevaleció antes de la revolución industrial europea.

Pero, aunque China juegue a un efectivo equilibrio del poder en la región, el plan de Obama se puso en marcha. Y fue mucho más amplio y militarista que el de su predecesor, con el fin de inclinar a los países asiáticos hacia la órbita de influencia de los Estados Unidos. Con Obama, al margen de la retórica del cambio, se ejerció sutiles presiones sobre China por la cuestión de Taiwán. Los portaaviones de propulsión nuclear dotados de decenas de aviones de combate, con bases permanentes en Japón, estuvieron activos para controlar la zona.

Aunque Washington asistió con impotencia a la consolidación de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), todo pareció indicar que seguiría aumentando su rol injerencista en la región Asia-Pacífico, en su tentativa de recrear una unipolaridad estratégico-militar -ya casi inexistente-, y restablecer los vínculos de dominación sobre otros estados soberanos en esa parte del sistema-mundo, al riesgo, incluso, de llevar el conflicto con Corea del Norte al borde de una guerra de carácter nuclear, en las condiciones del rearme actual de los principales actores políticos en la región Asia-Pacífico.


por Leyde E. Rodríguez Hernández

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