miércoles, 30 de septiembre de 2020

Estados Unidos al borde de la ‎guerra civil

por Thierry Meyssan

En este artículo, el autor llama nuestra atención hacia un hecho que el mundo ‎occidental no parece percibir: la población estadounidense está viviendo una crisis de ‎civilización. Los estadounidenses están tan divididos que la próxima elección ‎presidencial plantea algo más que la elección de un jefe. Se trata más bien de ‎determinar si Estados Unidos debe ser un imperio o una nación. Ninguno de los ‎dos bandos parece capaz de aceptar ser derrotado, al extremo que ambos podrían ‎acabar recurriendo a la violencia para imponer su punto de vista. ‎


Mientras se acerca la elección presidencial, Estados Unidos se divide en dos bandos que ‎sospechan cada uno que el de enfrente está preparando un golpe de Estado. De un lado están el ‎Partido Demócrata y los republicanos que de hecho actúan contra el candidato de su propio ‎partido. En el otro bando figuran los jacksonianos, que se han hecho mayoritarios en el Partido ‎Republicano sin compartir la ideología de esa formación política. ‎

No está de más recordar que ya en noviembre de 2016, una empresa dedicada a la manipulación ‎de los medios y encabezada por el maestro de la agitación-propaganda, David Brock, recogía más ‎de 100 millones de dólares para destruir la imagen del presidente electo, Donald Trump, antes de ‎su investidura [1]. Desde aquel ‎momento, o sea, antes de que hubiese tenido tiempo de hacer absolutamente nada, la prensa ‎internacional describió al presidente electo como un incapaz y como un enemigo del pueblo. ‎Varios diarios incluso exhortaron a asesinarlo. Durante los 4 años siguientes, su propia ‎administración lo ha denunciado como un traidor a sueldo de Rusia y la prensa internacional lo ‎ha estigmatizado constantemente con la mayor violencia. ‎

Otro grupo, el Transition Integrity Project (TIP), elabora actualmente varios guiones con vista a ‎derrocar a Trump en ocasión de la elección de 2020, independientemente de que gane o pierda el ‎escrutinio. El asunto alcanzó repercusión nacional desde que la fundadora del TIP, la profesora Rosa ‎Brooks, publicó un ‎largo artículo en el Washington Post [2], diario en el cual tiene el estatus de colaboradora.‎

El Transition Integrity Project organizó en junio pasado 4 “juegos” donde simuló diversos ‎resultados para anticipar las reacciones de los dos candidatos a la elección presidencial ‎estadounidense. Todos los participantes eran demócratas y republicanos, en el sentido ideológico ‎de esas denominaciones, pero no «republicanos» en cuanto a ser miembros del Partido ‎Republicano. No había jacksonianos entre los participantes. ‎

De manera nada sorprendente, todos los participantes consideran, sin excepción, que ‎‎«la administración Trump ha socavado sistemáticamente las normas fundamentales de ‎la democracia y del Estado de derecho. Ha adoptado numerosas prácticas corruptas y ‎autoritarias». Así que concluyeron que el presidente Trump trataría de dar un golpe de Estado y ‎que ellos tenían el deber de preparar, a título preventivo, un golpe de Estado “democrático” ‎‎ [3].‎

Una característica del pensamiento político contemporáneo consiste en proclamarse defensor de ‎la democracia mientras se rechazan las decisiones democráticas que contradicen los intereses de ‎la clase dirigente. Lo interesante es que los miembros del TIP reconocen de buena gana que ‎el sistema electoral estadounidense, que sin embargo defienden, es profundamente ‎‎«antidemocrático». Basta recordar que la Constitución estadounidense no pone la elección del ‎presidente en manos de la ciudadanía sino de un colegio electoral que se compone de ‎‎538 personas designadas por los gobernadores de los Estados. La participación de la ciudadanía ‎‎–que no estaba prevista en tiempos de la independencia– fue imponiéndose poco a poco en la ‎práctica, pero sólo a título indicativo para los gobernadores. Fue así como, luego de la ‎‎“elección” de George W. Bush, en el 2000, la Corte Suprema del Estado de la Florida recordó ‎que no tenía por qué aclarar cómo habían votado los electores de aquel Estado y que lo único ‎importante era lo que habían decidido los 26 “grandes electores” designados por el gobernador ‎de la Florida [4]. ‎

A pesar de lo que todo el mundo cree saber, la Constitución de los Estados Unidos de América ‎no reconoce la soberanía popular sino únicamente la soberanía de los gobernadores. Además, el ‎colegio electoral concebido por Thomas Jefferson –tercer presidente de Estados Unidos– dejó de ‎funcionar correctamente desde 1992 y el candidato electo ya no dispone de la mayoría de ‎los votos emitidos por la ciudadanía en los Estados donde se decide la elección [5].‎

El Transition Integrity Project o TIP sacó a la luz casi todo lo que pudiera ocurrir en los 3 meses ‎que separan el escrutinio y el momento mismo de la investidura. Y reconoce que el uso del voto ‎por correspondencia en periodo de pandemia hará difícil comprobar los resultados de la ‎votación. El TIP evitó deliberadamente explorar la hipótesis de que el Partido Demócrata ‎proclame la elección de Joe Biden aun sin respaldo de los resultados del escrutinio y de que la ‎presidente de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, juramente a Biden ‎sin que Donald Trump haya sido declarado perdedor. En ese caso, habría en Estados Unidos ‎dos presidentes rivales, lo cual podría llevar a una segunda guerra civil.‎

Esa posibilidad incita a muchos a plantearse la siguiente variante: declararse en secesión y ‎proclamar unilateralmente la independencia de su Estado. Eso pudiera ocurrir sobre todo en la ‎costa oeste. En previsión de ese proceso de desmoronamiento del país, algunos aconsejan dividir ‎el Estado de California para que la población californiana tenga más representantes en el colegio ‎electoral. Pero esa solución constituye en sí misma una forma de posicionamiento en el conflicto ‎nacional ya que privilegia la representación popular en detrimento del actual poder de ‎los gobernadores. ‎

Por otro lado, yo había mencionado, en marzo pasado, la tentación golpista de ciertos militares ‎‎ [6], a la que varios oficiales superiores hicieron referencia ‎después [7].‎

Estos diferentes puntos de vista son muestra de la profunda crisis que Estados Unidos atraviesa en ‎este momento. El «Imperio estadounidense» habría tenido que desintegrarse después de la ‎disolución de la Unión Soviética. Eso no sucedió y siempre apareció, ¿o se inventó?, un nuevo ‎conflicto exterior (división étnica de Yugoslavia, atentados del 11 de septiembre de 2001, etc.) ‎que viniera a revivir el imperio agonizante. Pero ya no parece posible seguir posponiendo el ‎desenlace [8]. ‎

Thierry Meyssan


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