Un tanque militar abandonado en el distrito Zablatani de Damasco, 9 de diciembre de 2024. (Foto: AFP)
El presidente sirio, Bashar al-Asad, abandonó el país después de que los rebeldes armados tomaran el control de las principales ciudades de Alepo, Hama y Homs en un lapso de apenas dos semanas.
Por Xavier Villar
Este avance rebelde marcó el inicio de una nueva fase en el conflicto, con Siria sumida en el caos y las fuerzas leales a Al-Asad incapaces de frenar el avance opositor.
En este contexto, Turquía ha consolidado su estrategia a largo plazo en el país mediante la ocupación del norte de Siria y la creación de un corredor territorial bajo su control, lo que ha reforzado su presencia militar y geopolítica en la región. Esta maniobra se complementa con la permanencia de grupos armados en la provincia de Idlib, una zona clave que, en la actualidad, se ha convertido en el epicentro del conflicto y en el talón de Aquiles del Gobierno de Bashar al-Asad.
A pesar de los esfuerzos del proceso de Astaná, que en su momento buscaba gestionar la presencia de estos grupos en Idlib, el acuerdo alcanzado no logró frenar su expansión. En lugar de ello, el fortalecimiento de los grupos armados les permitió avanzar hacia el este de la provincia e incrementar su influencia en otras áreas estratégicas, como Alepo, Hama e incluso Damasco. Este avance territorial ha puesto en jaque la estabilidad del gobierno sirio y ha reforzado la posición de Turquía en la compleja ecuación geopolítica de la región, lo que agrava aún más la incertidumbre sobre el futuro de Siria.
Lo que comenzó en 2011 como una revuelta interna contra el régimen de Bashar al-Asad pronto se transformó en un conflicto de alcance regional e internacional. La intervención de potencias extranjeras, cada una con agendas propias—tanto regionales como globales—agudizó la complejidad del conflicto, lo que permitió la aparición de grupos extremistas takfiríes que contribuyeron a la escalada de violencia y caos en Siria.
Cada actor involucrado, desde potencias regionales como Turquía e Israel, hasta actores internacionales como Rusia y Estados Unidos, adoptó un enfoque centrado en sus propios intereses políticos, de seguridad y de control geoestratégico. Esta multiplicidad de intereses no solo profundizó la crisis en Siria, sino que también extendió su impacto a toda la región de Asia Occidental, desestabilizando a los países vecinos y alterando el equilibrio de poder en el Medio Oriente.
En 2017, Irán, Rusia y Turquía firmaron un acuerdo en el marco del proceso de Astaná con el objetivo de garantizar la paz en Siria y crear cuatro zonas de seguridad o zonas de desescalada. Este acuerdo tenía como principal meta reducir las tensiones en las áreas más afectadas por el conflicto y proporcionar un marco para la estabilidad y la paz en la región. No obstante, a pesar de las expectativas iniciales, la implementación de estas zonas ha resultado ser un desafío significativo.
A finales del verano de 2018, los líderes de Rusia y Turquía alcanzaron un nuevo acuerdo en Sochi, Rusia, donde Turquía se comprometió a desarmar o eliminar a los grupos terroristas en la región de Idlib sin recurrir a la violencia directa. Sin embargo, según diversos observadores, esta promesa no se ha materializado en la práctica. En lugar de una eliminación efectiva de los grupos extremistas, estos continuaron atacando a las fuerzas sirias y a la base militar rusa en la región. Esta situación ha puesto en evidencia las dificultades para llevar a cabo el acuerdo y las tensiones subyacentes entre los actores involucrados, complicando aún más el panorama de estabilidad en Siria.
Un día antes de la caída del gobierno de Bashar al-Asad, los ministros de Exteriores de Irán, Rusia y Turquía se reunieron en Doha, Catar, en el marco del Proceso de Astaná, con el objetivo de avanzar en la resolución del conflicto sirio. Este encuentro, según Abás Araqchi, ministro de Exteriores de Irán, fue calificado como "muy productivo".
Araqchi destacó que, al final de la sesión, se sumó a las conversaciones el enviado especial del secretario general de la ONU para Siria, lo que introdujo un componente internacional adicional al diálogo. La presencia de este actor clave subrayó la importancia de un enfoque multilateral en la solución de la crisis, y la necesidad de avanzar en un proceso que involucrara a diversas partes del conflicto.
Este encuentro, realizado en un contexto de creciente incertidumbre en Siria, se presentó como un esfuerzo por parte de las potencias regionales e internacionales de buscar una salida pacífica a un conflicto que ya llevaba más de una década.
Durante las conversaciones en Doha, se abordaron los asuntos más urgentes de Siria, con un énfasis particular en la necesidad de poner fin de manera inmediata a los enfrentamientos armados. Aragchi destacó que todos los participantes coincidieron en la importancia de respetar la integridad territorial y la soberanía de Siria, un principio alineado con las resoluciones de la ONU.
Todo cambió rápidamente, en cuestión de días. Según el ministro, Irán había estado plenamente informado sobre los desarrollos en Idlib y había transmitido esta información al gobierno sirio, incluyendo fotografías y documentos. Esta colaboración formaba parte de los esfuerzos conjuntos entre Irán y Siria para monitorear los movimientos de grupos armados en la región, especialmente en una de las zonas más conflictivas del país.
Lo que ha sorprendido a los expertos iraníes ha sido, en primer lugar, la incapacidad del ejército sirio para frenar el avance de los grupos opositores en la región de Idlib. En segundo lugar, la rapidez con la que se desarrollaron los acontecimientos causó gran alarma por las posibles repercusiones que la actual situación puede tener para el futuro de Siria y la región.
A este respecto, la integridad territorial de Siria es un principio clave para Irán, que lo considera fundamental para preservar su influencia en la región, especialmente ante las amenazas externas que busca contrarrestar, como las acciones de Israel. En el momento de escribir este artículo, Israel había invadido el sur de Siria, lo que aumenta las tensiones en la región y plantea nuevos desafíos para la soberanía siria.
Varios analistas iraníes han señalado que la estrategia de Israel en Siria podría implicar la división del país en tres áreas, lo que resultaría en una fragmentación significativa del territorio sirio. Esta posible división representaría un obstáculo crucial para los esfuerzos de reconstrucción y la estabilidad a largo plazo de Siria, al tiempo que pondría en peligro el equilibrio geopolítico de toda la región.
La caída de Bashar al-Asad podría tener consecuencias profundas no solo para la República Islámica de Irán, sino también para toda la región. Bajo el liderazgo de Asad, Siria ha sido un aliado clave para Irán y para Hezbolá en Líbano, facilitando una cooperación estratégica y militar entre ambos, especialmente en el contexto de sus intereses comunes en contrarrestar a Israel y otras potencias regionales. Sin embargo, un cambio de régimen podría transformar a la nueva Siria en un enemigo de Hezbolá, alterando gravemente las dinámicas de poder en Líbano y modificando el equilibrio entre los actores políticos y militares en el país.
Además, la instauración de un gobierno yihadista suní en Damasco podría tener repercusiones mucho más amplias, extendiéndose a toda la región. Irak, en particular, se vería afectado, ya que la inestabilidad en Siria podría trasladarse a las zonas suníes de Irak, exacerbando los problemas de seguridad y sectarismo en un país ya afectado por las tensiones internas y los conflictos entre sus comunidades. Esta situación podría desestabilizar aún más un territorio clave en el Medio Oriente y desencadenar un ciclo de violencia con repercusiones regionales.
La salida del gobierno sirio, marca el comienzo de una nueva y tremendamente incierta fase en la historia de Siria. Las diversas facciones que han participado en el conflicto, con intereses a menudo conflictivos, se convierten en el principal obstáculo para una transición política estable. En un contexto de profundas divisiones sectarias y geopolíticas, la posibilidad de lograr un gobierno unificado que represente los intereses de todas las partes se presenta como un desafío monumental.
Uno de los principales retos radica en si estas facciones podrán dejar de lado sus diferencias y formar una coalición que asegure una paz duradera. La inestabilidad política y la fragmentación del poder, que ha caracterizado a Siria desde el inicio del conflicto, podría continuar siendo una amenaza para la reconstrucción del país y para la cohesión social en el futuro.
Uno de los temas más complejos y divisivos en el futuro de Siria es la cuestión de la autonomía kurda. Los kurdos, que controlan una porción significativa del territorio en el noreste del país, han exigido una autonomía similar a la del Kurdistán iraquí. Sin embargo, este reclamo ha sido rechazado rotundamente por Turquía, que considera a los grupos kurdos sirios como una extensión del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), una organización que goza del estatus de grupo terrorista en Turquía. La tensión entre los intereses kurdos y las preocupaciones de seguridad turcas podría llevar a nuevos conflictos en el noreste de Siria, complicando aún más la ya frágil situación política en la región.
Por otro lado, las regiones centrales de Siria, como Tartus y Latakia, que albergan a una gran parte de la comunidad alauita chií, han sido históricamente bastiones leales al gobierno de Bashar al-Asad. Si estas regiones permanecen segregadas o se convierten en puntos de disputa por el control, esto podría generar aún más inestabilidad en una Siria post-Asad.
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