Cuando Edward Said escribió su famoso libro "Orientalismo" en 1978, probablemente ya vislumbraba que el paradigma que describía seguiría siendo el prisma a través del cual se vería el mundo islámico en las décadas siguientes.
Hace unos días, cuando el presidente estadounidense Joe Biden habló del "odio ancestral" como explicación de todo lo que ha ocurrido en la región desde el ataque del 7 de octubre de HAMAS, parecía confirmar la perspectiva de Edward Said.
Esta afirmación, realizada durante la llamada "Semana del Recuerdo del Holocausto", sugiere no solo un malentendido fundamental de la historia de la región, sino también una voluntad política de adoptar una visión específica que tiene implicaciones claras para la región. Al afirmar que HAMAS está "impulsado por un antiguo deseo de eliminar al pueblo judío de la faz de la tierra", Biden no solo está tergiversando la historia, sino que está dando voz al discurso sionista que intenta ocultar la realidad de su ocupación colonial de Palestina detrás de ese supuesto "odio ancestral musulmán contra los judíos".
Se puede argumentar que esta retórica del presidente de los Estados Unidos sirve para justificar las acciones genocidas de Israel al presentar al estado colonial como víctima del odio musulmán.
El problema para Biden es que no hay manera de explicar cómo HAMAS, un grupo creado en 1987 en respuesta a la ocupación sionista, puede ser responsable de ese supuesto "odio ancestral" hacia los judíos en la región. La única manera posible de explicar estas declaraciones del presidente estadounidense es, como ya se ha sugerido, que sirven como altavoz al discurso sionista que busca presentarse como una víctima inocente en medio del supuesto odio musulmán al que no tiene más remedio que responder para poder vivir en paz.
Si el sionismo trata de ocultar su dimensión colonial, es porque reconoce que el modelo colonial sigue siendo la mejor manera de analizar el sionismo. Es importante recordar que el discurso sionista en sus primeras etapas no tenía reparos en presentarse como un movimiento colonial de asentamiento. Aunque posteriormente se intentó desde el sionismo ocultar esa dimensión colonial, sin éxito, su objetivo siempre ha sido la construcción de un estado judío demográficamente exclusivo, lo que implica la expulsión y/o eliminación de los palestinos.
El discurso de Biden contribuye a los objetivos del sionismo al plantear la situación en Palestina como una lucha entre la civilización y la barbarie, sin abordar la cuestión principal de la ocupación. Esta supuesta división entre civilización y barbarie proporciona una justificación al proyecto colonial sionista.
Durante décadas, el discurso orientalista ha sido empleado tanto por el Estado de Israel como por sus aliados occidentales, especialmente los Estados Unidos, para retratar al estado sionista como un faro de democracia y progreso en una región hostil habitada por bárbaros.
No solo Biden utiliza este discurso para justificar el genocidio sionista en Palestina. En una publicación posteriormente eliminada en la red social X (anteriormente Twitter), el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, afirmó que el mundo estaba presenciando una "lucha entre los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad, entre la humanidad y la ley de la jungla". Un editorial del periódico israelí Jerusalem Post expresó que "el 7 de octubre, la civilización occidental perdió y prevalecieron los bárbaros". El presidente de Israel, Isaac Herzog, declaró que la guerra de Israel en Gaza "está destinada... a salvar la civilización occidental", argumentando que Israel estaba siendo "atacado por una red yihadista" y que "si no fuera por nosotros, Europa sería la siguiente, y los Estados Unidos le seguirían".
Cada vez que se emplea la acusación contra los "salvajes", se activa el mecanismo de la proyección. Es decir, se presenta la supuesta barbarie como necesaria para respaldar el proyecto colonial sionista y el imperialismo estadounidense bajo la excusa de representar y defender la civilización. Todo esto contribuye a justificar el genocidio en Palestina al crear la percepción del "peligro musulmán", una amenaza que, como se ha observado, no solo afecta a Israel, sino a todo el mundo occidental. Este temor a los "salvajes musulmanes" facilita el genocidio en Palestina, así como todas las medidas que forman parte de lo que podría denominarse como el aparato disciplinario de la islamofobia.
En este contexto, se puede citar la comparecencia del Director del FBI, Christopher Wray, ante el Senado estadounidense, donde advirtió sobre el aumento de la amenaza terrorista después del 7 de octubre: "La guerra en curso en Oriente Medio ha elevado la amenaza de un ataque contra estadounidenses en Estados Unidos a un nivel completamente diferente", declaró, a pesar de la falta de evidencia de amenazas inminentes.
El uso de este tipo de lenguaje, que representa a los palestinos y musulmanes como una amenaza, conduce a su deshumanización. La vida de la población palestina se convierte en un daño colateral, en algo que puede ser descartado para mantener la ilusión de seguridad y civilización. Lamentablemente, esta retórica deshumanizadora no es nueva, como señalaba Edward Said en 1979: "Prácticamente el único grupo étnico sobre el que en Occidente se toleran, incluso se fomentan, los insultos raciales son los musulmanes". Este análisis podría parecer exagerado hasta que recordamos las palabras del columnista del New York Times, Thomas Friedman, comparando a árabes e iraníes con insectos.
La persistencia del discurso deshumanizador subraya la necesidad de enfrentarse a la opresión y reconocer a Palestina como "la piedra de toque" de la lucha anticolonial a nivel global. Esta lucha es bloqueada por Estados Unidos para preservar el mito de la lucha contra "los bárbaros", mientras intenta evitar que la brutal realidad en Gaza socave ese mito. La preservación de este mito explica las acrobacias políticas en las que Biden y sus asesores se involucran diariamente desde el inicio del genocidio en Gaza.
Como explican varios autores, cuando Biden reiteró insistentemente que Israel no debería entrar en Rafah, donde más de un millón de palestinos malviven como refugiados, lo hizo para intentar defender el mito de una guerra defensiva contra un enemigo que tiene un "odio ancestral" en lugar de una guerra de ocupación colonial. Para mantener ese mito, Biden trató de argumentar que el ejército colonial sionista "aún no había entrado en el centro de la ciudad", como si la pequeña población costera fuera una megalópolis con un centro claramente diferenciado del resto del territorio.
Las palabras de Biden al hablar del "odio ancestral" de los musulmanes contra los judíos hacen que el análisis de Said suene tremendamente actual y relevante, al igual que la forma en que Said conectó el movimiento de liberación palestino con otras luchas anticoloniales en todo el mundo. "Cada estado o movimiento en los territorios anteriormente colonizados de África y Asia hoy se identifica plenamente con, apoya completamente y comprende la lucha palestina", escribió en "La cuestión de Palestina". "En muchos casos, hay una coincidencia innegable entre las experiencias de los palestinos árabes a manos del sionismo y las experiencias de esas personas negras, amarillas y marrones que fueron descritas como inferiores y subhumanas por los imperialistas del siglo XIX".
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