Lo dijimos en un poema hace treinta años: el Viejo terco volvería “a caballo de aurora, a galope de vida”. Y esto ha sucedido al cumplirse el centenario de la “Hoguera Bárbara”. Eloy Alfaro se halla nuevamente entre nosotros, esta vez para quedarse definitivamente. Remontando la larga noche neoliberal, que visualizara Rafael Correa, su resplandor alumbra desde las altas montañas de Gatazo, donde un ejército de diez mil indígenas diera la estocada mortal a la bestia conservadora en agosto de 1895, y en donde esta vez se reunieron catorce mil hombres y mujeres para rendir homenaje al General, y reclamar que se realice la Revolución Agraria que no pudo lograr la Revolución Alfarista.
La conmemoración ha sacudido al país. En Guayaquil y Yaguachi se efectuaron concentraciones y caminatas en homenaje del general Pedro J. Montero, brutalmente asesinado, mutilado e incinerado el 25 de enero, tres días antes de que en Quito se encendieran las hogueras de El Ejido. El 28 de enero, Montecristi y toda la provincia de Manabí vibraron de emoción en múltiples actos recordatorios de las hazañas del General y sus montoneras montubias, mientras en la capital las multitudes rugían un lema reivindicativo, que expresaba: “¡El pueblo de Quito no mató a Alfaro!”. Y en esa misma línea todo el Ecuador, con la nota especial de la participación masiva de mujeres y estudiantes en toda clase de actos y de marchas.
En todo lo cual se grafica el inmenso amor que el país en su conjunto guarda hacia “el mejor ecuatoriano de todos los tiempos”. Pero, ¿fue únicamente la emoción del recuerdo lo que puso de pie a todo un pueblo? No, con ello y dentro de ello se mostró con fuerza la decisión de continuar, profundizar y dotarle de contenido actual a la Revolución truncada con la “Hoguera Bárbara”. Una decisión que se hará cada vez más incisiva en el curso de este año, todo el cual está destinado a la memoria y al legado de Alfaro, a reencontrar la Revolución que heroicamente condujo, y exaltar el ejemplo de los hombres y las mujeres que lo acompañaron.
Claro que no todo lo que brilló en estos días fue oro puro. Los vicios y defectos de la política rutinaria también se hicieron presentes: el sectarismo que excluye a los otros, aunque sean iguales y estén por la misma causa; el oportunismo y el “paracaidismo” que permite que vivos y vivarachos caigan sobre mesa servida; los avivatos listos para la foto y las oportunidades mediáticas, aunque ningún trabajo realizaran en el duro y empeñoso trajín que demandó la fecha. Pero estas manchas no eclipsan el fulgor del acontecimiento; son más bien muestras de lo que se debe sepultar en el camino de la segunda y definitiva Independencia, que es otra forma de nombrar al alfarismo.
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