Ilitch Verduga Vélez
Hace medio siglo, el mundo -o por lo menos buena parte de él- asistió a una progresión del avance financiero y empresarial de la comunicación masiva. Nuestra patria no fue ajena a esa evolución y surgieron varias entidades oligopólicas de comunicación.
La importancia de la difusión mediática, de la actual media centuria, no se encuentra en el correlato de los acontecimientos cotidianos ni en la divulgación científica cultural de antaño, sino más bien en la industrialización de la noticia y de los reportajes ideológicos, fundamentalmente aquellos relacionados con la administración y acción de los gobiernos; en definitiva, la crónica de los afectos y desafectos del órgano de difusión con la agenda gubernamental, sea local o nacional, de los mandatarios de turno. Dicho de otro modo, su posicionamiento, por cercanía o alejamiento del poder político.
En este panorama de persistente y perseverante mediatización de la sociedad, algunos medios de información sostenían y sostienen una relación con el sistema político imperante en cada país a todas luces evidente y real, sea apoyando al régimen dominante, cuando inicia el mandato, y atacándolo sin piedad a su término.
Los “mass media” presentes ya no son los difusores u orientadores de la gestión de los funcionarios, como sucedía en el pasado, ahora se han transformado en actores estratégicos de comunicación política, cuya conducta para monopolizar “su verdad” intentan colocarla como alternativa a los mandos elegidos, ignorando deliberada o inmoralmente la democracia y al tercer actor de la comunicación: la opinión pública.
En el horizonte mediático tienen más valor las interrogantes que las certezas, la búsqueda más que los hallazgos y las denuncias mucho más que las soluciones y, desde luego, las afirmaciones en sus columnas sin actitud responsable están escritas en piedra.
Las palabras y los hechos que se reseñan, el silencio y la ignorancia de los mismos pueden ser la expresión del contrapoder que impide el desarrollo y el progreso de las repúblicas, en Ecuador la inmolación de Alfaro y sus tenientes el 28 de enero de 1912 donde cierta prensa escrita -no existía otra- fue demonizante instigadora del crimen de la “Hoguera Bárbara”, donde paradójicamente fue descuartizado el periodista Coral.
Weber decía que “el poder es la probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social”; a su vez, Wolf solventó “los efectos sociales de los medios”, por lo que no es aventurado establecer su poderosa influencia, que le permitió fungir como una función del Estado burgués y que ahora quiere metamorfosearse en la actividad fáctica, que nos dice por qué vivir, cómo pensar, dónde trabajar, por quién votar, qué consumir.
La teoría de la reconfiguración de los poderes -el económico, el político y el mediático- podría tener una perversa posibilidad de que este último, a través de sus propietarios y de sus organizaciones nacionales e internacionales, asuma los tres poderes, no como instrumento de nadie, ni de personas, ni de grupos, ni de comunidades, solo de ellos y para ellos, ignorando con malicia y prepotencia la legitimidad de quienes han sido democrática y constitucionalmente designados para regir los destinos de sus naciones.
Qué sustancial es recordar ahora el gran grafiti estampado en las murallas de Quito: “No queremos medios, los queremos enteros”.
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