Ilitch Verduga Vélez
Celac, antorcha mestiza de libertades, ha nacido para ser el foro regional fundamental de los Estados de nuestra América morena, y destinada a ser el interlocutor valido de comunicación intercontinental. Su génesis no podía ser más oportuna, cuando la crisis económica de los países ricos cual cataclismo engendra terribles afectos en su población, surge una estructura regional única que tendrá que desmontar el sistema satánico que la vesania imperial estableció sobre los pueblos latinoamericanos, con la complicidad de gobiernos de sus propias patrias, entre otros, y como parte de ellos, la Organización de Estados Americanos, el “Ministerio de Colonias”, como la calificara un gran hombre de nuestro hemisferio, el fallecido canciller cubano Raúl Roa.
La OEA, nacida en 1948, en la Bogotá ensangrentada por el asesinato de Gaitán y la muerte de cientos de colombianos, sustituyó a la añeja Unión Panamericana, fundada en 1910, bajo los principios sostenidos por Monroe y otros filibusteros del Derecho Internacional y ha sido la cómplice ufana y complaciente de todas las tropelías que contra las naciones pequeñas y grandes de las Américas ha ejecutado el gran imperio.
Recordemos al México de Pancho Villa, a la Nicaragua de Sandino, a la Guatemala de Arbenz, al Chile de Allende. Nuestro Ecuador sufrió la mayor mutilación de su heredad en 1942, en nombre del panamericanismo. Las dictaduras militares del Cono Sur, convictas y confesas de genocidio, las del plan Cóndor y la economía social de mercado en el siglo pasado, y en estos últimos años el golpe de Estado contra el presidente Zelaya en Honduras, son ejemplos fehacientes de lo que afirmo.
Pero hoy, 188 años después del alarido de “América para los americanos”, la creación de la Celac, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, nos muestra a un continente unido, fuerte, con economías sanas, con regímenes políticos generados por presidenta y presidentes que prefieren la libertad a la genuflexión, sin los entorchados de horca y cuchillo de décadas anteriores. Su alumbramiento, con identidad mestiza y voz propia, en palabras de Rafael Correa Delgado, “sin el peso desequilibrante de la visión anglosajona”, augura una existencia muy importante y una permanencia de siglos.
América Latina está dispuesta a dar la batalla por el progreso y el bienestar, sin tutelas de nadie, con la proyección de convertirse en una de las tres regiones más prósperas del planeta. En una franja territorial superior a los 20 millones de km cuadrados, habitada por más de 550 millones de seres humanos, con las mayores reservas de petróleo y agua de la Tierra, con la perspectiva -gracias a sus recursos naturales- de alimentar a toda la población del orbe y con caudales monetarios más allá de los 650 mil millones de dólares, dos centurias después de su independencia del coloniaje ibérico, está férreamente hermanada y absolutamente convencida de la necesidad imperiosa de la unión, como lo soñara Bolívar y los libertadores y fundadores de nuestras repúblicas.
La Celac, como flamante organización internacional naciente, debe ser la única representante de nuestros pueblos y su institucionalidad prevalecer sobre las existentes, sean estas subregionales o multilaterales, parafraseando al mexicano Porfirio Díaz.
La Celac viene al mundo. Muy lejos de los Estados Unidos y muy cerca de Dios.
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