Juan Carlos Monedero* Columnista invitado
El pensamiento crítico destaca por saber buscar las razones objetivas de lo mal que nos va. Y no es un error hacerlo. Cuando Lenin escribió “La revolución proletaria y el renegado Kautsky”, en 1920, dejó claro que el Poder (con mayúsculas) va más allá del aparato del Estado y ocupa todos los rincones, nacionales e internacionales, donde se perpetúan los grupos privilegiados y se hace todo lo posible y lo imposible para que las alternativas cuajen. Eso nos permite entender que, nieve o haga un sol de justicia, ahí están, incólumes, los medios que defienden el statu quo nacional o internacional. En España, contra viento y marea, no se mueven La Razón o La Gaceta, El Diario de Sevilla o El Heraldo de Zaragoza, y también El País o El Mundo, todos con pérdidas, todos aguantando con sus financistas bien firmes. El capital siempre sabe, en última instancia, dónde poner los puntales para sostener su edificio. Para los pueblos calculan a corto plazo. Para ellos, se dan más perspectiva. Pero, ¿qué hay de la izquierda? ¿Asume cada cual su parte de responsabilidad?
En primer lugar, nunca termina de saber utilizar lo público de una manera diferente a lo que marca el funcionamiento heredado del Estado. En segundo lugar, nunca sabe librarse de los cortesanos que pudren el cesto vestidos de rojo, que terminan por debilitar la mística, haciendo que los generosos se vean como pendejos. En tercer lugar, suele confundir su frustración con el derecho a exponer cualquier argumento, convirtiendo la política en religión y haciendo más fácil la construcción de sectas que la suma de voluntades. Siempre hay alguien más a tu izquierda, incapaz de levantar ningún proyecto pero, eso sí, lleno de ira bendita y profundas razones que justifican la inacción y la resignación. Pesan los siglos de cristianismo.
Por último, pero no lo menos importante, está lo que aquí y ahora nos convoca ante el anuncio de la posible desaparición del diario Público: La izquierda no es capaz de sostener sus propios referentes de izquierda, pensando que su financiación viene del cielo. Y si la izquierda no está dispuesta a sufragar sus medios, sus editoriales, su cine, su poesía ¿quién lo va a hacer? ¿Acaso la derecha, los banqueros, el FMI o el BCE? Dense una vuelta por el Corte Inglés y verán los estantes llenos de libros revisionistas dictados por los turiferios de Intereconomía. No los compra mucha gente, pero da lo mismo: ahí están, normalizando el discurso. Y lo mismo ocurre con los canales de la TDT madrileña, las ONG que no quieren cambiar ni una coma del guión neoliberal, las revistas reaccionarias, los seminarios de profesores deudores de Viriato y Von Hayek…
Como dijo Tucídides: “Descansad o sed libres”. Hoy, en cualquier caso, como siempre que se pierde un referente de la izquierda en los medios de comunicación, somos un poco menos libres. España sigue teniendo un tufo franquista escondido en sus ropajes de nuevo rico. Un país que se dice de izquierdas, pero deja campar a sus anchas a la derecha. Incapaz de rascarse el bolsillo para algo que no sea caritativo, incapaz de hacer suscripciones políticas, compras ideológicas, anuncios de apoyo. Una izquierda tutelada que sigue pensando que alguien se ocupa por ti de las cosas relevantes.
De ahí la grandeza potencial del 15-M. Solo en ese impulso parece estar la dinamita que derrumbe el viejo edificio nacional-católico, indolente, servil, obsequioso con el poder y arrogante con el débil. Porque ni los partidos de izquierda, ni los sindicatos, ni los movimientos sociales, ni los intelectuales críticos, ni los empresarios progresistas parecen interesados en sostener una mirada diferente en el castrado panorama mediático español. Quizá sea tiempo de aprender de otras experiencias, como la del diario cooperativo mexicano La Jornada, y atrevernos a hacernos cargo de nuestras propias responsabilidades. Aunque sea pidiéndoles que nos ayuden.
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