Y después de haber sido antimperialista, Irán vuelve a ser imperialista
por Thierry MeyssanEn la segunda parte de su estudio sobre el Irán contemporáneo, Thierry Meyssan muestra cómo Teherán volvió a abandonar el ideal antimperialista de la revolución de 1979 para regresar a una política imperial. Como la primera, la segunda parte de este estudio presenta numerosos elementos desconocidos. Además, termina planteando una sorprendente hipótesis.
Este artículo es la continuación del trabajo titulado
«De país imperialista, Irán pasa a ser antimperialista», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de agosto de 2020.
Ante la Asamblea General de la ONU, el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad solicita que se abra una investigación internacional sobre los hechos del 11 de septiembre de 2001. Su intervención desata una ola de pánico en Washington, donde el presidente Barack Obama levanta bandera blanca ante los iraníes.
La juventud iraní que había luchado por su país en la guerra impuesta su país alcanza la madurez. A los 51 años, un ex oficial de los Guardianes de la Revolución, Mahmud Ahmadineyad, es electo presidente de la República Islámica. Como el imam Khomeini, Ahmadineyad no comulga con los dignatarios clericales chiitas, que se las arreglaron para que sus hijos no fueran a la guerra. El objetivo de Ahmadineyad es reiniciar la lucha contra la injusticia y modernizar el país. Ingeniero de formación y profesor de tecnología, Ahmadineyad dota el país de una industria verdadera, emprende un programa de construcción de viviendas y, en materia de la relaciones internacionales, se alía al presidente de Venezuela –Hugo Chávez– y al presidente sirio –Bachar al-Assad– frente al imperialismo estadounidense. Irán, Venezuela y Siria se convierten así en centro del juego diplomático internacional, con un discreto apoyo de la Santa Sede.
A pesar del doloroso recuerdo de la guerra que Irak impuso a Irán, Mahmud Ahmadineyad ayuda a la resistencia iraquí frente a la agresión estadounidense –sin establecer diferencias entre sunnitas y chiitas. Más tarde también ayudará a Siria frente a los yihadistas. Pero entra en conflicto con ciertos círculos iraníes, debido a la ayuda que aporta a los sunnitas iraquíes y a los laicos sirios, en primer lugar, pero también porque considera más importante el ejemplo del Irán de la Antigüedad que el de la era islámica e incluso trata de autorizar que los hombres no porten barba y el uso facultativo del velo entre las mujeres. La cúpula de la iglesia chiita lo considera entonces una amenaza para su propio poder y para el predominio del Guía de la Revolución, el ayatola Alí Khamenei. Cuando Ahmadineyad resulta reelecto presidente de la República, el ex presidente Khatami y un hijo del también ex presidente Rafsanyani organizan con la CIA un levantamiento de la burguesía en Teherán y en Ispahan. Pero las clases más modestas de la sociedad iraní salen a las calles en defensa del presidente Ahmadineyad y hacen fracasar la «revolución verde» orquestada por la reacción interna y la CIA.
Según sus enemigos externos, el presidente Ahmadineyad es un dictador antisemita que pretende borrar Israel del mapa. Por su parte, sus enemigos internos lo insultan y ridiculizan su misticismo. En realidad, Ahmadineyad denuncia el enorme poder del Guía y llega a ponerse “en huelga” como presidente.
En su calidad de ayatola, Alí Khamenei es una alta personalidad jurídica y espiritual del islam chiita. Como Guía de la Revolución, es el jefe militar y político de la República Islámica.
En marzo de 2013, el Guía de la Revolución, Alí Khamenei, envía a Omán una delegación encargada de conversar en secreto con Estados Unidos. El presidente demócrata Barack Obama sigue adelante con la aplicación de la estrategia Rumsfeld/Cebrowski de destrucción de las estructuras mismas de los Estados en el «Gran Medio Oriente» o «Medio Oriente ampliado» [1], pero no quiere enredar indefinidamente a las tropas estadounidenses en ese enorme lodazal, como hizo su predecesor republicano George W. Bush al emprender la ocupación de Irak. Obama es más bien favorable a la idea de dividir a los musulmanes alimentando las diferencias entre sunnitas y chiitas. Sus diplomáticos aseguran entonces a los enviados del Guía Khamenei que Estados Unidos está dispuesto a permitirle organizar una «media luna chiita» y rivalizar con los sauditas sunnitas. Alí Akbar Velayati, representante del Guía en esa conversación secreta, ve en ello la posibilidad de restaurar el antiguo imperio safávida. A espaldas de otros miembros de la delegación iraní, Velayati se compromete a lograr que los seguidores de Ahmadineyad sean apartados de la próxima elección presidencial y a favorecer la candidatura del jeque Hassan Rohani, quien fue el primer contacto de Israel y Estados Unidos en Irán cuando se montó la operación de tráfico de armas que daría lugar al escándalo conocido como «Irángate» o «Irán-Contras».
Así sucederá, el Consejo de los Guardianes de la Constitución declara que Esfandiar Rahim Mashaie, candidato de los seguidores de Ahmadineyad, es un «mal musulmán» y le prohíbe participar en la elección presidencial. El Guía, Alí Khamenei, favorece a varios candidatos –cuya participación en la elección dispersa los votos de los revolucionarios– mientras que los prooccidentales presentan como único candidato a Rohani, quien saldrá electo y designará como ministro de Exteriores a Mohammad Javad Zarif, un hombre que ha pasado la parte más importante de su vida en Estados Unidos.
John Kerry y Mohammad Javad Zarif establecen los términos de un preacuerdo en Omán. Resucitan así la idea, concebida por Bernard Lewis y Zbigniew Brzezinski, de sembrar la división entre los pueblos musulmanes del Medio Oriente utilizando las diferencias entre sunnitas y chiitas.
El nuevo equipo gobernante iraní negocia públicamente la solución de la llamada «cuestión nuclear iraní» con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y Alemania. El shah Mohammad Reza Pahlevi había iniciado –con apoyo de las potencias occidentales– un programa militar de investigación nuclear, programa que la República Islámica prosiguió durante la guerra que le fue impuesta por Irak, pero que abandonó cuando el imam Khomeini prohibió las armas de exterminio masivo. Al llegar a la presidencia de la República, Mahmud Ahmadineyad había reactivado parcialmente la investigación nuclear pero limitándola a su uso civil. Israel emprendió entonces una campaña internacional de propaganda tendiente a hacer creer que Irán buscaba la manera de exterminar a los judíos –para imponer esa idea, los propagandistas israelíes no vacilan en falsificar la traducción de los discursos del presidente iraní. Pero las potencias occidentales saben que todo eso es falso y rápidamente se llega en Ginebra a un acuerdo que servirá de fachada, pero que no se firma de inmediato ya que, durante todo un año, el ministro iraní de Exteriores, Mohammad Javad Zarif, y el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, van a negociar en secreto una repartición del Medio Oriente. Sólo después de la firma de ese acuerdo bilateral secreto, en 2015, los otros países participantes en las negociaciones de Ginebra serán invitados a aceptar formalmente, en Lausana, el acuerdo alcanzado en público y finalmente a firmarlo en Viena. Se desbloquean entonces los litigios entre Washington y Teherán. Comienza un proceso de levantamiento de las sanciones impuestas a Irán, ambas partes proceden a la liberación de prisioneros y una primera entrega de 1 300 millones de dólares en efectivo es discretamente enviada a Irán por vía aérea.
Pero en Irán, mientras las familias de los miembros del equipo del presidente Rohani se dan la gran vida, la situación económica del pueblo iraní es cada vez peor. Las sanciones económicas occidentales obstaculizan el desarrollo del país, pero eso no explica totalmente la situación ya que Irán se ha convertido en un experto en comercio internacional, desarrollando alrededor de Dubai un extenso sistema de intermediarios que le permite disimular el origen y el destino de sus productos. Para Estados Unidos resulta imposible controlar las fronteras terrestres de Irán con 8 países y sus fronteras marítimas.
Después de haber sido vicepresidente bajo el mandato del presidente Ahmadineyad, Hamid Baghaie, quien planeaba crear una internacional contra la injusticia, fue condenado a 15 años de cárcel durante un juicio secreto.
En 2017, el Consejo de los Guardianes de la Constitución declara al nuevo candidato de los seguidores de Ahmadineyad, Hamid Baghaie, «mal musulmán» y le prohíbe participar en la elección presidencial. El jeque Hassan Rohani es reelecto para un segundo mandato presidencial pero el ex presidente Mahmud Ahmadineyad revela las malversaciones cometidas a favor del gobierno y del Guía. Las autoridades iraníes ponen al ex presidente Ahmadineyad bajo arresto domiciliario y arrestan, uno por uno, a todos los miembros de su entorno. Esfandiar Rahim Mashaei, quien había representado a los seguidores de Ahmadineyad con vista a la elección presidencial de 2017, es condenado a 15 años de cárcel al cabo de un juicio secreto sobre el cual se ignoran incluso los cargos presentados contra el dirigente condenado.
El gobierno iraní publica entonces un documento donde se propone la creación de una federación chiita que abarcaría el Líbano, Siria, Irak, Irán y Azerbaiyán, bajo la autoridad del Guía de la Revolución, el ayatola Alí Khamenei. En realidad se trata de restablecer el imperio safávida. Los Guardianes de la Revolución presentes en Siria abandonan la defensa del país y se dedican ahora únicamente a la protección de las poblaciones chiitas.
En cuestión de años, el Irán antimperialista se ha transformado en una nueva potencia imperialista. Sus aliados, estupefactos, no saben cómo salir de la trampa en la que ahora se sienten atrapados.
Las acciones actuales de Irán no corresponden a los discursos de sus dirigentes, que sólo disimulan su estrategia. En Occidente se cree que Irán es un país violentamente antiestadounidense, lo cual es absolutamente falso ya que los gobiernos del shah Mohammad Reza Pahlevi, de los presidentes Rafsanyani, Khatami y del actual presidente Rohani estaban enteramente alineados con Washington. El asunto de los “rehenes” estadounidenses retenidos en la embajada (1979-81) es una fábula total: no eran rehenes sino diplomáticos sorprendidos en flagrante delito de espionaje. Por cierto, es muy significativo el hecho que Estados Unidos nunca llegara a exigir compensaciones invocando la Convención de Viena sobre el personal diplomático. En cuanto al campo antimperialista, sus miembros se definen por su posición ante el imperialismo, no contra Estados Unidos. El ex presidente iraní Ahmadineyad llegó a escribirle a Donald Trump para animarlo a “limpiar” la administración estadounidense, como había prometido hacerlo durante su campaña electoral.
Irán no es está tampoco en contra de los judíos. Existe ciertamente un antisemitismo real en una fracción de su población, pero fue el emperador Ciro II quien liberó a los judíos de su cautiverio en Babilonia y desde aquella época los judíos siempre estuvieron protegidos en tierras persas. Irán e Israel se insultan públicamente y sabotean mutuamente sus sistemas informáticos… pero nunca se han enfrentado en el campo de batalla –hoy en día incluso explotan juntos el oleoducto Ascalón-Haifa, en pleno corazón del Estado hebreo, una realidad prohibida que nadie puede mencionar en la prensa israelí sin exponerse a 15 años de cárcel.
Personalidad militar, pero al mismo tiempo política y espiritual, el general Qassem Suleimani era el principal rival potencial del jeque-presidente Hassan Rohani. Pero fue “oportunamente” asesinado por Estados Unidos sin que hayan llegado a concretarse las grandilocuentes amenazas de represalias emitidas desde Teherán. Más bien ha sucedido lo contrario ya que el presidente Rohani aceptó que uno de sus asesinos se convirtiera en primer ministro de Irak.
Desorientado por el fracaso de Hillary Clinton en la elección presidencial estadounidense de 2017, el presidente iraní Rohani cuenta con una rápida destitución del ganador, Donald Trump, y se niega a conversar con el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Contrario a la estrategia Rumsfeld/Cebrowski, Donald Trump intima el bando sunnita –en su discurso de Riad – a poner fin al apoyo que aporta al terrorismo yihadista y saca a Estados Unidos del acuerdo firmado en Viena con el bando chiita. Los sauditas se adaptan al nuevo inquilino de la Casa Blanca, pero en Irán el equipo gubernamental persiste en ignorarlo. La única posibilidad de que el Irán de Rohani llegue a un acuerdo satisfactorio para los dos actores estadounidenses –la Casa Blanca y el Pentágono– sería acabar con los Guardianes de la Revolución iraníes, con el Hezbollah libanés y con cualquier otra forma de oposición al predominio de Occidente, así como aceptar la división de la comunidad musulmana en dos facciones –sunnitas y chiitas– como medio de garantizar que no se produzca un resurgimiento de la revolución.
Finalmente, Donald Trump reafirma su autoridad en la región asesinando, con pocas semanas de intervalo, al principal jefe militar sunnita –el “califa” Abu Bakr al-Baghdadi– y al principal jefe militar chiita –el general iraní Qassem Suleimani.
Sólo entonces el presidente iraní Rohani se decide a negociar con Donald Trump. En marzo de 2020, coordina la acción de las milicias huthis con la de las fuerzas emiratíes en contra de las tropas sauditas en Yemen; en mayo acepta que Mustafá al-Khadimi, uno de los asesinos del general Suleimani, se convierta en primer ministro de Irak; en junio, envía Guardianes de la Revolución a Libia, del lado de la OTAN, como ya había hecho su mentor, Hachemi Rafsanyani, enviando Guardianes de la Revolución a Bosnia-Herzegovina.
Al mismo tiempo, Rohani acepta la proposición china de comprar el petróleo iraní al 70% del precio del mercado internacional, con lo cual garantiza nuevamente la renta petrolera… pero hace peligrar su alianza con la India. Esa alianza preveía hacer transitar el comercio indio hacia Afganistán por el puerto iraní de Chabahar, evitando así el territorio de Pakistán. Sin embargo, lo lógico sería que Irán se integrara al proyecto chino de restablecimiento de la ruta de la seda, de la que ya fue parte durante la Antigüedad y en la Edad Media, lo cual exigiría una alianza entre Irán y Pakistán.
La historia del Irán contemporáneo se resume en un ir y venir entre dos visiones políticas opuestas: la del esplendor de un imperio basado en el legado del profeta Mahoma y la de la lucha por la justicia basada en el ejemplo de los profetas Alí y Hussein. Sorprendentemente, quienes optan por el esplendor imperial son designados en la prensa occidental como «moderados» mientras que a los partidarios de la lucha por la justicia se les llama «conservadores».
Hipótesis
Lo que expondré de aquí en adelante en este artículo debe, por supuesto, ser visto con mucha prudencia ya que sólo es una hipótesis. Se trata, no obstante, de una hipótesis que merece reflexión.
Todo indica que la muerte del general Qassem Suleimani, comandante de las fuerzas especiales de los Guardianes de la Revolución, llegó como anillo al dedo para el presidente Hassan Rohani. Y ya hemos visto que no sólo ese asesinato no recibió una respuesta de valor equivalente sino que además uno de los asesinos se convirtió en primer ministro de Irak, con el apoyo de Rohani. Al nombrar a un ilustre desconocido como sucesor del general Suleimani, el poder iraní ha neutralizado de hecho a los Guardianes de la Revolución. Lógicamente, la próxima personalidad por eliminar sería el secretario general del Hezbollah, el líder libanés Hassan Nasrallah.
El 23 de julio de 2019, el embajador israelí Danny Danon presenta al Consejo de Seguridad de la ONU lo que califica como violaciones de la resolución 1559 cometidas por el Hezbollah… y afirma que esa organización de resistencia dispone de instalaciones permanentes en el puerto de Beirut.
Pero no es eso lo que acabamos de ver en Beirut. Lo que vimos fue un depósito de descarga del Hezbollah alcanzado por un arma nueva que provocó una enorme explosión. Esa operación arroja un saldo de 150 muertos y al menos 5 000 heridos. Sólo voces provenientes de Israel, como la del diputado Moshe Feiglin, y de Irán afirmaban al día siguiente que toda desgracia trae algo bueno. Para la prensa oficial de Teherán, la destrucción del puerto de Beirut intensificará la actividad de la ruta terrestre Teherán-Bagdad-Damasco-Beirut y, por ende, el proyecto de federación chiita.
El 6 de agosto, el presidente francés Emmanuel Macron llegaba a Beirut. Según sus interlocutores, Macron dio a los dirigentes libaneses un plazo de 3 semanas para concretar la aplicación de la segunda parte de la resolución 1551: el desarme de la resistencia libanesa [2]. El 7 de agosto, Hassan Nasrallah aparecía en la televisora al-Manar, y pudo vérsele turbado, incómodo, incluso deprimido. Durante su intervención, negó en 4 ocasiones toda presencia del Hezbollah en el puerto de Beirut.
El hecho es que ya la máquina está en marcha. La primera parte de la resolución 1551 preveía sacar del Líbano la fuerza siria de paz que había puesto fin a la guerra civil libanesa. Esa retirada de la fuerza siria de paz se concretó en 2005, a raíz del asesinato del ex primer ministro libanés Rafic Hariri –atribuido entonces al presidente sirio– y de la subsiguiente «revolución del cedro». La segunda parte –el desarme del Hezbollah– se inicia ahora, en 2020, con la destrucción de la mitad de Beirut y con una nueva revolución de color. Precisamente todo lo que conviene a Benyamin Netanyahu y a Hassan Rohani, viejos cómplices en el tráfico de armas que dio origen al escándalo conocido como Irángate o Irán-Contras.
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