Durante el trimestre de confinamiento decretado en los países de Occidente, el mapa del Medio Oriente se tranformó profundamente. Yemen se dividió en dos países separados, Israel quedó paralizado por la entronización de dos primeros ministros con proyectos antagónicos, Turquía ocupa el norte de Siria y Arabia Saudita está al borde de la bancarrota. Todas las alianzas están en proceso de transformación y nuevas divisiones están apareciendo o más bien están resurgiendo.
En 2001, el secretario de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld y el almirante Arthur Cebrowski definían los objetivos del Pentágono en la era del capitalismo financiero. El estado mayor de Estados Unidos trazó entonces este mapa con una nueva división del Gran Medio Oriente. Pero en 2017, Donald Trump se oponía 1) a las modificaciones de fronteras, 2) a la creación de Estados gobernados por yihadistas, 3) a la presencia de tropas de Estados Unidos en esa parte del mundo. Desde ese momento, el Pentágono ha venido buscando cómo continuar el proyecto de destrucción de los Estados sin dividir los países y tratando de complacer a la Casa Blanca.
Hace dos décadas que Washington viene tratando de «rediseñar» el «Gran Medio» (o «Medio Oriente ampliado)», arbitrariamente definido como el espacio geográfico que va desde Afganistán hasta Marruecos. Sin embargo, dos estrategias han entrado en contradicción entre sí durante los 3 últimos años: por un lado, el Pentágono quiere destruir las estructuras de los Estados en todos los países de esa parte del mundo, mientras que el presidente Donald Trump querría más bien dominar la región en el plano comercial sin tener que ocuparla militarmente.
Cuando se decretó el confinamiento ante la epidemia de Covid-19, desde la Red Voltaire señalamos que había profundos cambios en marcha en el Gran Medio Oriente y que, después de la pausa, la región ya no se parecería a lo que conocimos antes. Nos basábamos entonces en la observación según la cual Washington había renunciado a destruir Siria, ahora convertida en zona vedada de Rusia. A partir de ahí la cuestión principal que se planteaba era saber cuál sería el próximo objetivo –más bien la próxima víctima– del Pentágono en la región. Había dos posibles blancos: Turquía o Arabia Saudita, aunque ambos países eran aliados de Estados Unidos. La otra interrogante era saber qué mercados la Casa Blanca pensaba abrir.
Este análisis era compartido por todos los que ven los últimos 20 años como la aplicación de la estrategia Rumsfeld/Cebrowski de destrucción de las estructuras mismas de los Estados en los países del Gran Medio Oriente [
1]. En cambio, este análisis encuentra el rechazo de quienes ingenuamente interpretan los acontecimientos de la región como una simple sucesión de guerras civiles (en Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen y quizás Líbano en poco tiempo) no vinculadas entre sí.
Sin embargo, al cabo de 3 meses, Turquía cuenta ahora con apoyo militar de Irán en Libia mientras que Arabia Saudita ha desaparecido del escenario, principalmente en Yemen, y Emiratos Árabes Unidos se convierte en el polo de la estabilidad regional. Como puede verse, los cambios en la región se han iniciado, en beneficio de Turquía y Emiratos Árabes Unidos y en detrimento de Arabia Saudita. Las transformaciones más radicales son el giro de Irán –que ahora se pone del lado de la OTAN–, la disminución de la tensión entre Estados Unidos y Turquía y el ascenso de Emiratos Árabes Unidos. Eso indica que teníamos razón y que quienes siguen creyendo en la tesis de las “guerras civiles” no relacionadas entre sí se engañan… o tratan de engañar a los demás. Por supuesto, eso no van a reconocerlo y ahora van a necesitar varios meses para adaptar su discurso erróneo a las realidades del terreno.
Es evidente que cada actor tendrá adaptar su posición y que nuestras observaciones son válidas sólo por ahora. Pero la región está transformándose muy rápidamente y quienes demoren en reaccionar ante esos cambios se convertirán automáticamente en perdedores, advertencia especialmente válida para los europeos. En fin, la nueva distribución del juego es muy inestable y Washington va a cuestionarla si el presidente Trump no es reelecto. También la cuestionaría Moscú, si el presidente Putin no lograra conservar el poder al final de su mandato; o Pekín, si el presidente Xi Jinping mantiene su intención de construir en Occidente ciertos tramos de las nuevas “rutas de la seda”.
Bajo el más profundo silencio mediático, Emiratos Árabes Unidos se ha separado de Arabia Saudita en el campo de batalla yemenita. Los emiratíes han apoyado tribus que sacaron a las tropas sauditas de Yemen y ahora ocupan, con los británicos, la isla de Socotra [también conocida como Socotora], haciéndose así con el control del estrecho de Bab el-Mandeb, a la salida del Mar Rojo. Emiratos Árabes Unidos ha dividido Yemen de facto, restableciendo las fronteras de la época de la guerra fría entre Yemen del Norte y Yemen del Sur [
2].
A pesar de su diferendo fronterizo con Emiratos Árabes Unidos y de la guerra que acaban de librar a través de las facciones yemenitas, Irán está satisfecho con esta nueva situación, que permite a los chiitas huthis lograr algo parecido a la paz, aunque aún falta vencer la hambruna. Aceptando por fin el hecho que el presidente de Estados Unidos es Donald Trump, Teherán ha retomado contacto con Washington… con 3 años de retraso. De manera espectacular, el gobierno del presidente iraní Hassan Rohani ha anunciado su apoyo militar al gobierno de al-Sarraj en Libia [
3]. Eso significa en la práctica que Irán apoya a la Hermandad Musulmana –como ya lo hizo en Bosnia-Herzegovina, en los años 1990–, así como a Turquía y la OTAN –como en tiempos del shah Mohamed Reza Pahlevi. En medio de ese contexto, ya no resulta claro qué hace Irán en Siria, donde tendría que luchar contra sus nuevos aliados –los yihadistas, Turquía y la OTAN.
Por supuesto, no se debe olvidar que Irán –como el nuevo Israel– tiene una dirigencia bicéfala. Las declaraciones del gobierno dirigido por el presidente Rohani no comprometen la política del Guía de la Revolución, el ayatola Alí Khamenei.
En todo caso, el viraje de Irán, pieza clave en el Gran Medio Oriente, deja al Hezbollah libanés en una postura incómoda. Ahora se ve que fue Estados Unidos quien provocó deliberadamente el desplome de la moneda libanesa, con ayuda del gobernador del banco central libanés, Riad Salamé.
Washington está tratando ahora de imponer al Líbano la aplicación de una ley estadounidense, la Caesar Syria Civilian Protection Act, que obligaría el Líbano a cerrar su frontera con Siria. Para sobrevivir a esa medida, el Líbano se vería obligado a aceptar una alianza con el otro único país con quien tiene una frontera terrestre: Israel, su antiguo colonizador y ocupante [
4]. Por supuesto, la llegada al poder de una coalición bicéfala en Israel, entre los defensores del antiguo proyecto colonial británico y los partidarios del nacionalismo pertenecientes a la tercera generación de israelíes, ya no permite volver a invadir el Líbano. Pero esa coalición es extremadamente frágil y puede romperse en cualquier momento –existen grandes probabilidades de que eso suceda. La única opción para el Líbano sería entonces no aplicar la “Ley César” estadounidense y alejarse de Occidente, acercándose a Rusia y China. Eso es lo que el secretario general del Hezbollah, Hassan Nasrallah, acaba de atreverse a decir públicamente. Hassan Nasrallah considera que Irán, a pesar de su acercamiento a Turquía –presente en el norte del Líbano con la Hermandad Musulmana [
5]) y con la OTAN (esta última también presente allí detrás de Israel)– sigue siendo culturalmente el intermediario entre China y Occidente. Durante toda la Antigüedad y la Edad Media, a lo largo de la antigua Ruta de la Seda no se hablaban las múltiples lenguas locales sino la lengua persa.
Históricamente, el Hezbollah libanés fue creado según el modelo de los Basij de la Revolución iraní, ambas organizaciones incluso comparten la misma bandera. Sin embargo, el armamento del Hezbollah, hasta la retirada siria del Líbano, no venía de Irán sino de Siria. Por consiguiente, el Hezbollah va a verse obligado a optar, ya sea por razones ideológicas o de índole material, por uno de sus dos padrinos. Hassan Nasrallah es partidario del modelo laico sirio, mientras que su segundo, Naim Qassem, es un incondicional del modelo teocrático iraní. Pero el dinero no está en Damasco sino en Teherán.
En todo caso, los libaneses quizás se equivocan de camino. No logran entender por qué Washington arremete contra su país porque no se les ocurre pensar que Estados Unidos pueden haber decido aplicar finalmente la repartición de la región que habían negociado en 2012 y que fue inmediatamente torpedeada por la entonces secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton y el hoy ex presidente de Francia Francois Hollande. En ese caso, es posible que, sin haber tenido conocimiento de ello, Beirut haya quedado incluido en la zona de influencia de Rusia.
Una vez más, y de manera constante desde hace siglos, los intereses de las potencias occidentales están del lado del modelo laico, pero su estrategia para dominar la región las conduce inexorablemente a apoyar a los religiosos en contra de los nacionalistas –con la única y breve excepción de Estados Unidos en 1953.
Siria, bajo el asedio de los aliados de Estados Unidos, no tiene otra opción que aprovisionarse en Rusia, algo que la clase dirigente siria no acaba de aceptar desde hace 6 años. Eso será posible únicamente cuando acabe de dirimirse el conflicto entre el presidente sirio Bachar al-Assad y su lejano primo, el multimillonario Rami Makhlouf, conflicto que también enfrenta al presidente Assad con todos los oligarcas sirios. El enfrentamiento entre el presidente Assad y Makhlouf está lejos de ser una disputa familiar, como pretenden los medios de difusión occidentales, y habría que compararla a la lucha del presidente Putin en los años 2000 por hacer prevalecer la autoridad del Estado ruso y los intereses de la Nación ante las ambiciones de los oligarcas, con lo cual Putin corrigió lo sucedido bajo la autoridad de Boris Yeltsin. En el caso de Siria, los 17 años de “sanciones” contra el gobierno de Damasco no han hecho más que posponer el inevitable enfrentamiento. Sólo después de resolver esa cuestión, Damasco podrá plantearse la recuperación de sus territorios: el Golán ocupado por Israel y la gobernación siria de Idlib parcialmente ocupada por Turquía y al-Qaeda [
6].
Irak fue el segundo país –después de Emiratos Árabes Unidos– en entender el viraje iraní. Así que Bagdad concluyó inmediatamente un acuerdo con Washington y con Teherán para instalar como primer ministro iraquí al jefe de los servicios secretos, Mustafá al-Kadhimi, a pesar de que desde Teherán se había acusado enérgicamente a ese personaje de haber participado activamente en el asesinato –en Bagdad– del héroe iraní Qassem Suleimani [
7]. En el nuevo contexto, Irak cesará de luchar contra el resurgimiento de los grupos yihadistas –organizaciones mercenarias de los anglosajones, ahora respaldadas por Teherán– y negociará con sus jefes.
Israel, convertido en el único país del mundo gobernado por dos primeros ministros, no podrá seguir desempeñando el papel de prolongación de las potencias anglosajonas y ya tampoco podrá convertirse en una nación como las demás. Toda su política exterior está paralizada, precisamente en momentos en que el Líbano está debilitado y constituye una presa importante. Para los defensores del proyecto colonial, unidos tras el “primer” primer ministro Benyamin Netanyahu –pero actualmente en plena pérdida de influencia– el viraje de Irán ya es visible en Irak y en Libia. Para ellos es urgente inventarse un nuevo enemigo para poder sobrevivir. Por el contrario, para los nacionalistas israelíes, agrupados tras el “segundo” primer ministro Benny Gantz, será más conveniente no meterse con nadie y negociar prudentemente con el Hamas –o sea con la rama palestina de la Hermandad Musulmana [
8].
Mientras tanto, Egipto se mantiene focalizado en su problema alimentario. Si ese país logra alimentar a su población es únicamente gracias a la ayuda de Arabia Saudita y está planificando su desarrollo con ayuda de China. El hecho es que Egipto está paralizado actualmente por el retroceso de Arabia Saudita y la ofensiva antichina de Estados Unidos, pero El Cairo sigue adelante con su política de rearme.
Para terminar, hay que señalar que Libia ha dejado de existir como Estado. Como Yemen, Libia está dividida en dos. Debido a la victoria de la OTAN en 2011 y a la ausencia de tropas estadounidenses en el terreno, Libia es el único lugar de la región donde el Pentágono puede seguir aplicando sin obstáculos la ya mencionada estrategia Rumsfeld/Cebrowski. Pero nadie debe dejarse engañar por los recientes éxitos militares obtenidos por el gobierno de al-Sarraj –o sea, de la Hermandad Musulmana– con el apoyo de Turquía y, a partir de ahora, con el respaldo de Irán. El gobierno del mariscal Haftar –respaldado por Emiratos Árabes Unidos y Egipto– resiste a la embestida. El Pentágono pretende prolongar el conflicto durante el mayor tiempo posible, en detrimento de toda la población libia. Así que Washington respalda simultáneamente a ambos bandos, como lo hizo en la guerra entre Irak e Irán –de 1980 a 1988– y acudirá en ayuda del que esté perdiendo para abandonarlo cuando esté nuevamente a flote.
Quedan los dos grandes perdedores de la nueva distribución de las cartas: China y Arabia Saudita.
La influencia china se termina en Irán. En Israel, el secretario de Estado Mike Pompeo acaba de ponerle fin. Pekín no construirá la instalación desalinizadora más grande del mundo y sus proyectos en los puertos israelíes de Haifa y Asdod están destinados al fracaso a pesar de las inmensas inversiones ya realizadas. Nadie se atreverá a eliminar los 18 000 yihadistas chinos en la frontera siria con Turquía [
9] que seguirá por consiguiente siendo fuente de inestabilidad, lo cual cierra la posibilidad de establecer el paso norte de la nueva ruta de la seda. Sólo quedará entonces la posibilidad del paso sur, por el Canal de Suez (en Egipto) pero este continuará bajo control de las potencias occidentales.
En cuanto a Arabia Saudita, nadie sabe en qué punto se halla la situación en ese país. En 3 años, el príncipe heredero Mohamed ben Salman, alias MBS, logró despertar locas esperanzas en Occidente y ganarse la enemistad de las demás potencias regionales con sus asesinatos de opositores. Arabia Saudita ha tenido que optar por la retirada en Yemen, después de haberse aventurado imprudentemente en ese país, y renunciar a sus grandes proyectos, como la construcción de la zona franca de Neom, que albergaría a los multimillonarios del mundo entero [
10]. Sus gigantescas reservas de petróleo ya no son objeto de especulación y han perdido la mayor parte de su valor. La mayor potencia militar de la región es un coloso con pies de barro que agoniza en las arenas del desierto que lo vio nacer.
En definitiva, el presidente Donald Trump está logrando alcanzar sus fines. Hizo fracasar el proyecto del Pentágono de instaurar un Estado dirigido por una organización terrorista –el Emirato Islámico (Daesh)– y ha logrado después reintegrar a la órbita económica estadounidense todos los países de la región, exceptuando Siria, perdida ya desde 2014.
Sin embargo, el Pentágono también triunfa en parte: ha logrado destruir las estructuras de los Estados en Afganistán, Irak, Libia y Yemen. Su único fracaso ha sido en Siria, debido a la intervención militar rusa y, sobre todo, porque los sirios representan el concepto mismo del Estado desde tiempos inmemoriales.
La aniquilación de las estructuras del Estado afgano, según el plan del Pentágono, y la retirada de las tropas estadounidenses por voluntad del presidente Trump, que se hará efectiva el día de la elección presidencial en Estados Unidos, podrían sido el inicio de una alianza entre el Pentágono y la Casa Blanca. Pero no es así. El Pentágono trató en vano de imponer la ley marcial en Estados Unidos usando como pretexto la epidemia de Covid-19 [
11] y después ayudó subrepticiamente a los «Antifas», a los que ya había utilizado y dirigido en Siria [
12], coordinando motines supuestamente «raciales» en suelo estadounidense. Rusia, que no ha cambiado nunca de posición, sigue esperando pacientemente el momento de cosechar los laureles de su implicación en Siria.