sábado, 10 de diciembre de 2011

La Celac y Bolívar




Melania Mora Witt

Melania Mora Witt

La reunión de Celac, celebrada en Caracas el 1 y 2 de diciembre últimos, es considerada por muchos como el acontecimiento más trascendente en los 200 años transcurridos desde las guerras de independencia de nuestros países. Parecía imposible, pero se logró: reunir a los mandatarios de 33 repúblicas de América Latina y el Caribe en un ambiente de confraternidad y respeto mutuo, en el cual no hubo posiciones hegemónicas, para consolidar un proyecto  planteado por  el Libertador Simón Bolívar, que no pudo concretarse debido a la interferencia estadounidense,  que siempre aspiró al control de la región, para lo cual contó con aliados internos cuyos intereses coincidían con los de esa potencia.
Es penoso leer titulares que hablan del fracaso de la supuesta aspiración venezolana  de sustituir a la OEA -de triste presencia en la historia latinoamericana- con el naciente espacio fraterno,  en lugar de subrayar cuánto camino ha sido recorrido hasta lograr que representantes de variadas tendencias políticas y visiones a veces contrapuestas sobre la conducción de los Estados, encuentren un lenguaje común. Hace pocos años aquello era inimaginable, pues quienes buscaban la división  azuzaban  diferencias internas para desunirnos.
Revisando la historia transcurrida desde los procesos libertarios, cuánta sangre fraterna derramada en conflictos que llevaron casi a la desaparición de generaciones, como en el conflicto de El Chaco,  o en las guerras entre Chile y Perú y entre ese país y el nuestro. Las oligarquías nativas auspiciadas por intereses foráneos  fueron culpables de muchos de esos desencuentros. Por otra parte, los procesos de integración iniciados, con excepciones, carecieron de soporte real  al reducirse al impulso del comercio, regido por las reglas del sistema que impone la búsqueda del mayor beneficio económico posible para cada protagonista.
En las páginas de nuestra historia quedará el registro de una América Latina y Caribeña adulta, en la que es posible hablar con claridad a nombre de la derecha, el centro o la izquierda, sin ofensas, con reconocimiento a nuestra pluralidad en todos los ámbitos: raciales, idiomáticos, ideológicos, culturales, sociales. La comprensión de que nuestras raíces son comunes, así como nuestros problemas y retos, se afianza en esta nueva época en la cual nuestro continente,  desde el río Bravo hasta la Patagonia incluyendo las islas caribeñas, crea el escenario de esa futura América  en la cual soñaron nuestros próceres.

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