Libertad incondicional para el OjO del Culo |
Ya se ha dicho casi todo de la ley candado o mordaza, sí, esa que llama el PP pomposamente de Seguridad Ciudadana y que conseguirá la luz verde parlamentaria en breve. Prohibirá y multará cualquier movimiento de protesta, dando una vuelta de tuerca más al fascismo cotidiano que venimos padeciendo desde la llegada de Rajoy a Moncloa. Falta por comentar un hecho que ha pasado muy de puntillas o refilón: el ojo del culo está también en el punto de mira del ministro opusdeísta del interior Jorge Fernández Díaz. A los miembros numerarios o supernumerarios de la obra se advierte que les va la escatología trasera. Con tanta represión era de esperar.
Si Quevedo levantara la cabeza ahora mismo, se daría cuenta que hasta tirarse un simple pedo podría ser objeto de sanción punible caso de que se diera la casualidad de que el viento reparador, vulgo cuesco, hiciera ondear ergo mancillar, intencionadamente o no, la bandera española. Sería la antesala de una ofensa de lesa majestad, de la misma forma que un pedo puede serlo de una deposición aliviadora, metafórica, en tiempo y forma o mediante lluvia diarreica a discreción. Con la intención nunca se sabe, es algo tan íntimo y privado que es prácticamente imposible probar su existencia de modo indubitable desde fuera, salvo si se es ministro del PP o policía a su servicio. Pero si la enseña patria se mueve y nos hallamos cerca de ella, la sospecha nos hará infractores, imputados u otro rol jurídico inventado en la senda de la delincuencia política o social reprochable por las castas dominantes.
El mordaz, satírico e insigne escritor del Siglo de Oro nacional antes mentado, joya literaria de la Hispania gloriosa e imperialista, tuvo la genial ocurrencia de elaborar un intenso y prolijo tratado, de recorrido que puede hacerse en dos reconfortantes bajadas de pantalón o falda más o menos, que tituló Gracias y desgracias del ojo del culo. El aromático y frugal librito sería diana de interdicción absoluta en esta España mendaz y nacionalista de medio pelo y mucha corrupción ipso facto. Tirarse un pedo suele dejar a la intemperie y en zurraspas ideológicas a los meapilas que nos gobiernan a golpe de censura, bofetada represora y tentetieso ultraconservador.
Cagar es un placer, además de una necesidad fisiológica imperiosa. Nuestro cuerpo precisa evacuar los detritus inservibles, so pena de morir de exceso de suciedad biológica y social acumulada y nociva para la salud. Pero cagar o cagarse en esto o aquello es mucho más. Dioses, el propio país de nacimiento, tus muertos o los míos, la hostia sagrada, tu puta madre o la mía, el santoral en pleno y variedades autóctonas derivadas de estos conceptos tan coloquiales y próximos han servido desde tiempos remotos para que el pueblo llano tuviera un escape psicológico inmediato y gratuito a sus penurias vitales. Todos nos podíamos cagar mediante un grito liberador y aquí o allí jamás pasaba rien de rien. Incluso podíamos aliviarnos haciéndolo ecológicamente en el campo, tomando una piedra como papel higiénico cavernícola. Era un modo barato de reconciliarnos con la naturaleza y de repartir abono de fácil dispersión. Pues hasta en los alrededores campestres, un alcalde del PP ha prohibido plantar pinos feraces y anónimos.
Parece broma de mal gusto, pero no lo es. El asunto del ojo del culo es serio donde los haya. Afecta a una libertad natural que nos persigue desde que éramos monos, anterior a Sócrates, Franco, Hitler, Marylin Monroe, Pinochet, Rajoy y el ínclito Fernández Díaz. Muy anterior a cualquier dios o divinidad o trapo identificativo de nacionalismos y tradiciones seculares. Huelga señalar que nuestras madres son asimismo posteriores a la eclosión del ojo del culo, que incluso las misses y los beatos dan rienda suelta a sus inmundicias por idéntico lugar asociado a demoníacos y nefandos sucesos bien tejidos y manoseados hasta el vómito por las religiones monoteístas, sobre todo la católica. De ahí que mandar a alguien a tomar por el culo sea una invitación diabólica a un viaje reprobable sin vuelta atrás, valga la paradoja.
Antes de Fernández Díaz, pillarse los cojones con la tapa del piano, un resbalón al pisar una monda de plátano, que te dejaran a verlas venir en el altar o perder el AVE in extremis, tenían un premio de consolación seguro cagándose en el más allá o en el acá al alcance de la mano del manojo de iconos de la realidad diaria o histórica. El dolor se mitigaba. El golpe en las narices nos hacía reírnos de nosotros mismos. La espantada del novio o la novia nos abría nuevos horizontes insospechados. Y, en fin, el tren que partía sin nosotros no era el único que podríamos tomar: nos aguardaban otros destinos, otras inquietudes, otras utopías. Gracias a ese mecagüen entre volátil e inocuo, la cosa no iba a mayores y el exabrupto verbal impedía violencias innecesarias contra otros o levantar la mano contra el propio deyectador de improperios de expresión ligera y levantisca.
Cagar metafóricamente siempre ha sido un cortafuegos eficaz para prevenir estallidos personales volcánicos, de ira contenida o de rabia sin derroteros de desagüe. En poco tiempo ya no será posible explotar con libertad para conjurar nuestras pulsiones heridas por la realidad capitalista. Pedos orales que lleguen a más estarán proscritos desde ya de los hábitos y costumbres más comunes de la gente por el ordeno y mando del fascismo ramplón preconizado por Fernández Díaz y sus acólitos neofranquistas.
Dícese que por la boca muere el pez, mas cercando al ojo del culo puede asesinarse algo más precioso y fundamental: cagarse en ideas retrógradas, manipuladoras, represoras e irracionales de los que solo defienden sus orondos patrimonios y el sistema de prebendas del neoliberalismo capitalista. Cagar con entera libertad y cagarse en todo pertenece al pueblo llano, al pobre, al desposeído, al marginal, a la clase trabajadora. El día que ni cagar podamos, ¿en qué régimen viviremos? Lo cierto es que en una sociedad sin pedo ni su señora deposición, Quevedo se exiliaría al infierno. Hay que mimar al ojo del culo con cariño y dedicación exclusiva porque en ello nos va la vida en libertad y ¡a la mierda el PP! ¡Mecagüen en to! A partir de la entrada en vigor de la norma Fernández Díaz solo estará permitido exclamar ¡mecachis en la mar salada!, siempre y cuando el océano de referencia no se sitúe dentro de las aguas jurisdiccionales de España. Adiós libertad, hasta más ver Ojo del Culo. Bye bye, reparador, jovial y sabio cuesco quevediano.
Fuente: http://www.diario-octubre.com
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