Cuando el consenso entre la opinión pública era casi total sobre la necesidad de cooperar con el gobierno sirio para acabar con el terrorismo del Estado Islámico y el de al Qaeda, que amenaza con desestabilizar otros países e incluso con atacar a Europa de forma más intensiva, la masiva llegada de refugiados sirios al continente ha vuelto a poner en el punto de mira al conflicto. Muchos dirigentes occidentales están apostando por el inicio de operaciones terrestres para derrocar al gobierno de Siria en vez de acabar con la guerra y los grupos terroristas que la fomentan. Por el contrario, dirigentes de países de la izquierda o destacados dirigentes progresistas —no todos— acusan a Europa de haber creado un conflicto humanitario que ahora no es capaz de resolver, por su apoyo servil a las guerras de Estados Unidos e Israel en Oriente Medio.
Ante tantas dosis de propaganda y desinformación como están fluyendo estos días, se hace necesario reflexionar sobre las bases del conflicto con los datos de que disponemos hoy en día, huyendo de las informaciones que se usaron como arma de guerra y que, en muchos casos, forman parte del imaginario colectivo a pesar de su evidente y meridiana falsedad. Aquí van algunas píldoras contrainformativas:
1. La agresión a Siria no comenzó con una primavera árabe local o, si se prefiere, con una revolución ciudadana demandando democracia y libertad y violentamente reprimida por el estado. Ese argumento, comprado incluso por parte de la izquierda supuestamente anti imperialista, fue parte de la estrategia de guerra de la OTAN, difundida por las divisiones mediáticas, que son las que primero intervienen antes de dar paso a los bombardeos en los conflictos bélicos modernos, sobre todo en los de corte supuestamente «humanitario». Vayamos a los hechos que apoyan justo lo contrario:
El ex Ministro de Asuntos Exteriores francés Roland Dumas, declaró públicamente en televisión que existió una conspiración externa programada contra Siria, y que los acontecimientos no fueron espontáneos nunca, mas bien fueron actos planificados por la OTAN e Israel. Él mismo estuvo presente en una reunión en la que el gobierno del Reino Unido le propuso participar en un proyecto de invasión del país, varios años antes de que se produjeran las revueltas «primaverales».
Julian Assange, máximo responsable de Wikileaks, la organización que ha filtrado documentos secretos del gobierno norteamericano, afirmó que la intención de Estados Unidos de derrocar a Bashar el Assad se remonta a 2006, como así se afirma inequívocamente en un telegrama del embajador americano en Damasco que obra en su poder y que ha sido publicado por algunos medios internacionales.
Fue también Wikileaks, cuando desveló los papeles de la conocida como CIA en la sombra, quien descubrió que realmente fue la OTAN quien dirigió el golpe de estado en Siria, no únicamente con apoyo material o mediante el entrenamiento de terroristas en sabotajes y guerrilla urbana, sino también dirigiendo sobre el terreno las operaciones a través de comandos militares y mercenarios (que ahora llaman «contratistas de seguridad») de países de la organización, principalmente de Francia, Reino Unido y Estados Unidos.
En marzo de 2007 el general estadounidense Wesley Clark, ex-comandante de la OTAN declaró que su país tenía intención de invadir varios países, entre ellos Siria, después de los atentados del 11S. «Vamos a tomar 7 países en 5 años» —afirmó.
Podíamos seguir comparando el inicio de esta guerra con el origen de la agresión contra Libia, donde hasta los máximos líderes de los «rebeldes» declararon que sabían que Gadafi jamás bombardeó a manifestantes o a su pueblo, pero como les venía bien a su causa, no lo desmintieron en su momento. También de cómo mercenarios extranjeros montaron las revueltas —supuestamente reprimidas violentamente— que justificaron los derrocamientos, siguiendo un mismo patrón, con francotiradores atacando a ambos bandos, policía y manifestantes, en Bengasi (Libia), Deraa (Siria) o Kiev (Ucrania). Pero sería ahondar demasiado, quizá en otra ocasión.
2. Al contrario de lo que suelen afirmar los medios, lo que sucede en Siria no puede calificarse como guerra civil. La propia ONU, un organismo bastante poco proclive al gobierno de Damasco, en su informe más reciente sobre el conflicto, afirma quela guerra «está manejada por potencias internacionales y regionales, principalmente en relación con sus respectivos intereses geoestratégicos». Quien piense que se trata de un levantamiento interno espontáneo, promovido por un grupo de demócratas, quizá manifieste ser una persona bien intencionada, pero demuestra un desconocimiento sobre la realidad del país y una ingenuidad que puede llegar a ser bastante peligrosa por su grado de complicidad con los criminales y asesinos.
Es cierto que muchos sunitas sintieron simpatías iniciales por las revueltas y que hubo deserciones en el seno del ejército —bien pagadas con billetes verdes y petrodólares—, alentadas además con promesas de futuros cargos en el nuevo equipo gubernamental. Pero, tras la desorientación inicial, muchísimas personas abandonaron las filas de la OTAN y se volvieron al bando oficial, sobre todo al comprobar que los opositores eran radicales islamistas y terroristas sanguinarios venidos de multitud de países de todo el mundo.
Los datos que Occidente maneja en relación al apoyo al gobierno sirio lo cifran en alrededor de un 80%, mientras que el bando opositor no concita más del 5% y hay un 15% de indecisos. Las elecciones celebradas en el país y en los campos de refugiados extranjeros de los países limítrofes corroboran esta cifra. Aunque oficialmente, los resultados no son admitidos por los gobiernos agresores, sí que han reconocido que tienen que manejarse con ellos porque son incontestables, como han reconocido incluso los analistas de los mayores periódicos de Estados Unidos. ¿Acaso un gobierno que bombardea a su pueblo sistemáticamente podría tener esos índices de apoyo? Evidentemente no, algo falla en la construcción del discurso pro bélico…
En muchos de los frentes de la guerra contra Siria, la inmensa mayoría de los combatientes son extranjeros. Es casi imposible saber cuántos mercenarios y terroristas han infiltrado sus patrocinadores en Siria, los números fluctúan desde unas pocas decenas de miles, hasta los 150.000. La práctica de dotarlos de pasaporte sirio no es nueva, se lleva haciendo desde el inicio de la agresión para hacerlos pasar por civiles sirios y ser así contabilizados por el ubicuo “Observatorio Sirio de los Derechos Humanos” —un engendro británico diseñado para alentar la intervención occidental— como crímenes de guerra de al Assad.
3. El Estado Islámico (ISIS, EIIL o Daesh) no controla grandes extensiones del territorio sirio. En su afán por magnificar su poder y agitarlo como un señuelo para provocar miedo, dibujan las zonas desérticas del país como controladas por este grupo terrorista. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, en todo caso podrían dibujar unas pocas carreteras y ciudades con centro en su capital de facto (Ar Raqaa) y zonas del noroeste, pero poco más.
4. La coalición contra el Estado Islámico creada instancias de Estados Unidos es una auténtica pantomima. Nadie en su sano juicio puede pensar que países que se han estado beneficiando de las acciones del Daesh o que las han estado dirigiendo o sufragando, tengan ahora la firme determinación de acabar con su útil marioneta. Las vinculaciones de Arabia Saudí, Qatar, Turquía… y Estados Unidos con el terrorismo son más que evidentes.
A veces incluso algunos gerifaltes han llegado a reconocerlo de manera directa. El lenguaraz Joe Biden, vicepresidente de EEUU, dijo públicamente en la Universidad de Harvard que estos países «Estaban decididos a acabar con Assad con una guerra entre chiítas y sunnis que manipulaban desde afuera. ¿Qué hicieron? Enviaron cientos de millones de dólares y decenas, miles de toneladas de armas a todo el que quisiera luchar contra Assad. Lo malo fue que las organizaciones que estaban siendo así suministradas eran al Nusra y Al Qaeda y elementos extremistas yihadistas procedentes de otros lugares del mundo.»
Hillary Clinton ya reconoció que Estados Unidos creó al Qaeda, pero son muchos otros los políticos de alto nivel, incluida ella misma, los que reconocen que sus erróneas políticas en la región fueron las que crearon al Estado Islámico y que las armas entregadas para la guerra en la región han acabado en sus manos en múltiples ocasiones. Otras veces,documentos secretos filtrados a la prensa apuntan a que la relación no es tan indirecta como quieren hacernos parecer. Que cada cual saque sus propias conclusiones…
El New York Times afirmó que las intenciones de lucha contra el Estado Islámico eran poco más que una operación de relaciones públicas, pues los pilotos tienen órdenes de no atacar los centros de mando de los terroristas ni sus líneas vitales de aprovisionamiento. ¿Se puede ser más claro? Pues sí, el tristemente famoso ex ministro de defensa Israelí, Ehud Barak, afirmó que acabar con el Daesh llevaría sólo dos días de trabajo.
De todas formas, expertos militares han afirmado que acabar con Daesh desde el cielo es poco menos que imposible. Sin tropas de tierra jamás se conseguirán avances significativos, de hecho la coalición lleva más de un año operando y, en ese tiempo, los terroristas han cosechado algunos de sus éxitos más significativos, tanto en Irak, como en Siria. ¿Por qué se molestan tanto con la posibilidad de que Rusia ayude en esta tarea? Si de verdad persiguieran la eliminación física de los terroristas, deberían celebrar la ayuda militar rusa que está llegando en estos días a un ritmo antes desconocido. Pero en las mesas de negociación se ha visto una y otra vez que el verdadero objetivo de EEUU es el derrocamiento de Assad y que la existencia del terrorismo es su principal forma de chantaje para conseguir este fin. ¡Qué diferencia entre la postura defendida públicamente y los hechos sobre el terreno!
5. No se trata de llevar democracia al país, ni defender a los rebeldes. El objetivo de Estados Unidos al intentar cobrarse la pieza siria, no es otro que acabar con todos y cada uno de los países que no seguían sus dictados en la región. EEUU, junto con Israel y sus aliados del Golfo, encabezados por Arabia Saudí, han organizado una especie de guerra mundial contra los regímenes musulmanes gobernados por el chiismo y contra las minorías chiitas en países gobernados por líderes sunitas. El objetivo final no era otro que facilitar un ataque a Irán con la excusa de frenar su inexistente programa nuclear mllitar pero, para limitar su capacidad de respuesta y disuasión, había que acabar previamente con sus aliados, especialmente con los limítrofes con Israel. Así se atacó a Gaza, se invadió el sur de Líbano y se inició esta guerra interpuesta contra Siria.
No cabe duda de que también entran en juego como detonantes del conflicto factores de geopolítica energética, tanto de producción como de distribución de hidrocarburos. También se podrían mencionar como coadyuvantes de la guerra, la guerra fría 2.0 que Estados Unidos ha iniciado contra Rusia para evitar que logre desplegar la influencia regional e internacional que le corresponde e impedir la consolidación de una nueva situación multipolar en el mundo. Y es que Estados Unidos no tiene intención de permitir que nadie le haga sombra al poder omnímodo que lleva ejerciendo en solitario en las últimas décadas.
5. No hay rebeldes moderados en Siria. En realidad, nunca los hubo. El Ejército Sirio Libre (ESL) estuvo fundado y tutelado por miembros de al Qaeda de Libia, aunque contaba en sus inicios con un grupo de desertores del ejército regular. El ESL ha colaborado en numerosas ocasiones con al Qaeda y con el Estado Islámico y, cuando se ha llegado a enfrentar a ellos, la mayoría de las veces, sus milicianos se han cambiado de bando aportando además las armas suministradas por Occidente. «Curiosamente», muchísimas veces los terroristas han logrado pasar los controles establecidos por EEUU para seleccionar rebeldes y se han infiltrado en los programas de entrenamiento y equipamiento del imperio.
Quemada ya públicamente la estrategia de apoyo al ISIS, la última baza se llama «Ejército de la Conquista», un nuevo conjunto de milicias apoyada por Arabia Saudí y Turquía con la que mantienen vivos los intentos de derrotar al gobierno. Sin embargo, tras los éxitos iniciales en el oeste del país, sus avances se han detenido e incluso revertido. El problema es que, aunque traten de obviarlo, grupos de al Qaeda e incluso el temido Frente al Nusra, forma parte de esa iniciativa, por lo que tampoco pueden hacerla parecer legítima, interna y presentable a los ojos de la opinión pública. Tampoco es algo extraño, por muy mal que suene, esa es precisamente la postura que defiende el general David Petraeus, ex-director de la CIA.
La única opción realista para detener los flujos migratorios, absolutamente provocados, que se suceden en estas fechas y derrotar al terrorismo, es apoyar a los ejércitos de Irak y Siria. Hoy por hoy, quizá podría esperarse que Estados Unidos y la OTAN intervengan en Irak, pero en Siria esas tropas no serían en absoluto bienvenidas, por lo que sólo el ejército rojo podría jugar ese papel. Esto último es lo que puede estar sucediendo estos días a tenor de las informaciones que nos llegan desde el ámbito diplomático. Pero, oponerse a ello, sólo es otra forma de demostrar que no se quiere acabar de una vez por todas con el terrorismo de al Qaeda y el Estado Islámico.
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