La capital siria, Damasco, y el espacio rural al este de esa ciudad, la Ghouta Oriental, son teatro de cruentos combates entre los yihadistas de al-Qaeda –respaldados por el Reino Unido y Francia– y las fuerzas de la República Árabe Siria. Esta última está tratando de liberar a la población de 7 años de ocupación y de imposición de la sharia. Pero las potencias coloniales se oponen a esos esfuerzos.
La capital siria, Damasco, está siendo constantemente bombardeada, desde hace 6 años, por los elementos armados de al-Qaeda atrincherados en la Ghouta Oriental, en el cinturón verde de la ciudad. Estas imágenes muestran los estragos causados por un obús disparado desde la Ghouta Oriental. El proyectil cayó sobre una vivienda del barrio damasceno de Ruk el-Dinh, el 23 de febrero de 2018, donde mató a 3 personas y dejó 15 heridos.
Durante los 6 últimos años, el ministerio sirio de la Reconciliación ha firmado más de 1 000 acuerdos de pacificación a lo largo y ancho del país y decenas de miles de elementos armados se han acogido a las numerosas amnistías decretadas a su favor. Esas personas se han reincorporado a la sociedad siria, incluso convirtiéndose a veces en miembros de sus cuerpos armados. Los elementos armados que combatían en la Ghouta Occidental aceptaron los acuerdos y se acogieron a la amnistía, posibilidad que siguen rechazando los de la Ghouta Oriental.
En esa parte del cinturón verde de Damasco, bastante extensa, vivían antes de la guerra más de 400 000 personas. Según la ONU, hoy quedarían allí unas 367 000. Según el gobierno sirio, la cifra es mucho menor y no pasan de 250 000 personas.
La principal ciudad de esa región, Duma, con una reputación bastante negativa, era conocida antes de la guerra por sus burdeles y su alta concentración de delincuentes y criminales.
El hecho es que esa zona se encuentra hoy bajo control de al-Qaeda, representada allí por el grupo armado que se hace llamar Yesh al-Islam, o sea «Ejército del Islam», y que recibe orientaciones de miembros de las SAS (fuerzas especiales británicas) y de oficiales de la DGSE francesa (inteligencia para el exterior) desplegados en la zona bajo la fachada de la ONG Médicos Sin Fronteras. A la cabeza de Yesh al-Islam está la familia conocida como Alloush o Allouche, poseedora de importantes bienes en Londres.
Desde julio de 2012 hasta su muerte, a finales de 2015, Zahran Alloush anunciaba varias veces por semana que iba a tomar Damasco y que cuando lo hiciera ejecutaría –sin juicio– a todos los «infieles», que son, a su modo de ver, todas las personas que no sean sunnitas. Este individuo impuso la sharia a todos los habitantes de la zona bajo su control, en aplicación de los principios enunciados por el predicador wahabita Abd al-Aziz ibn Baz. Encerró en jaulas a los que cuestionaban su autoridad, ejecutó a gran cantidad de personas, como mi vecino –un simple agente inmobiliario que vivía en el apartamento situado directamente debajo del mío– quien fue degollado en público porque se negó a decir que «Assad es un perro».
Zahran Alloush, quien hasta su muerte fue el jefe de Yesh al-Islam –la franquicia local de al-Qaeda, recordémoslo nuevamente–, recibía armamento de Arabia Saudita a través de Jordania. Con ese armamento llegó a organizar un desfile militar –con tanques y todo–, montado y filmado por el MI6 británico [1].
Cuando el Ejército Árabe Sirio –el ejército regular de la República Árabe Siria– emplazó artillería en el monte Qassium, la montaña que domina la capital, y comenzó a bombardear desde allí las posiciones de Yesh al-Islam, Zahran Alloush puso prisioneros en los techos, utilizándolos como escudos humanos.
Después de la muerte de este individuo, su primo Mohamed Alloush tomó el mando de Yesh al-Islam, a principios de 2016. Este otro miembro de la familia Alloush ya se había hecho célebre lanzando homosexuales desde los techos. No está de más resaltar que Siria protege a los homosexuales, siendo por ello una excepción entre los países musulmanes actuales e incluso en relación con lo que aún sucedía, hace sólo 30 años, en los países occidentales [2].
Sin embargo, Mohamed Alloush fue entronizado como jefe de la delegación de la oposición en las negociaciones de Ginebra, donde exigió –y obtuvo– que los cuadros y esculturas que decoraban el hotel donde se alojó fuesen recubiertos con velos. En medio de aquellas conversaciones, desde la sala de negociaciones, envío por Twitter varios mensajes orientando a sus secuaces que se prepararan para matar a los soldados del «puerco».
Hace sólo unos meses que el Ejército Árabe Sirio “selló” completamente la Ghouta Oriental. Hasta entonces sus habitantes tuvieron la posibilidad de huir. La ONU y la Media Luna Roja tienen libre acceso al lado bajo control de la República. Pero no tienen acceso al otro lado, de donde los yihadistas permiten la salida sólo a sus seguidores para recibir atención médica. Si el Ejército Árabe Sirio registra minuciosamente los camiones cargados de víveres antes de permitir su entrada en la Ghouta es porque en múltiples ocasiones los convoyes de la ONU fueron utilizados para introducir allí armas destinadas a los yihadistas. Los convoyes no pasan sólo si la ONU se niega a permitir que sean verificados.
La Ghouta es una zona agrícola que rodea la capital siria. Cuando la ONU envía productos que no se cultivan allí, su distribución a la población queda en manos de los yihadistas y son ellos quienes imponen precios considerablemente más elevados que los de la capital –a veces 4 veces más altos. Sólo los pobladores que juran lealtad a los yihadistas reciben de estos el dinero que les permite comprar esos productos [enviados por la ONU]. Los pobladores de la Ghouta que se mantienen leales a Damasco están condenados al hambre, impuesta a ellos por los yihadistas.
Durante 6 años, los yihadistas han estado atacando constantemente Damasco desde la Ghouta. Son muy numerosos los damascenos que han muerto desde entonces bajo los cohetes y obuses disparados desde la Ghouta, sin que la comunidad internacional se dignara a expresar ningún tipo de condena. Poco a poco, localidades ocupadas por los yihadistas en la periferia de Damasco han sido liberadas, Daraya, Muadamiyeh al-Cham, Qudsaya y al-Hameh, en agosto de 2016, y después Yobar, Barzeh, Qabun y Tichrin, en febrero de 2017. Los acuerdos firmados entonces estipulaban que los elementos armados que no quisieran acogerse a la amnistía se trasladaran –en medios de transporte facilitados por el gobierno sirio– a Idlib, en el noroeste del país [3]. La única condición era que liberaran a los pobladores.
La República Árabe Siria acaba de decidir ahora liberar de los yihadistas la Ghouta Oriental. La artillería y la aviación bombardean las posiciones de los yihadistas, tratando de eliminarlos con la menor cantidad de víctimas posible entre los civiles. Durante esa campaña, la circulación de convoyes humanitarios es imposible.
Por su parte, los yihadistas de al-Qaeda siguen disparando obuses hacia la capital. Antes del inicio de la ofensiva bombardeaban principalmente la embajada de Irán, en el barrio residencial de Mezzeh; las sedes de la televisión nacional y del ministerio de Defensa, en la céntrica Plaza de los Omeyas; el Centro Cultural ruso, en pleno centro de la ciudad, y la embajada de Rusia. Ahora los obuses y cohetes de los yihadistas caen en cualquier lugar. Los damascenos y los millones de sirios que rechazan la imposición de la sharia y que han buscado por eso refugio en la capital, bajo la protección del gobierno de la República Árabe Siria, tratan nuevamente de sobrevivir. Más de la tercera parte de los habitantes de Damasco prefieren mantenerse encerrados en sus casas por temor a morir alcanzados en plena calle por el bombardeo de los yihadistas. La cuarta parte de los comercios se mantienen cerrados y los servicios públicos y administraciones estatales han tenido que reducir sus actividades.
El Reino Unido y Francia tratan de imponer un cese de las hostilidades de 30 días en la Ghouta. Esos dos países no esconden su respaldo a la familia Alloush ni su hostilidad a la República Árabe Siria en general y a su presidente, Bachar al-Assad, en particular. El Reino Unido y Francia se negaron a asistir a la conferencia de paz de Sochi, donde estuvo representado más del 90% de los sirios –sin la familia Allush [4].
Como medio de solución de un conflicto, la guerra simplifica primeramente los problemas de forma extrema y divide a los hombres en dos bandos –nunca en tres–, contrariamente a lo que pretenden hacer creer los representantes del Reino Unido y Francia. Por desgracia, una guerra se hace matando la mayor cantidad posible de enemigos y tratando a la vez de matar la menor cantidad de partidarios propios, en la medida de lo posible. En todas las guerras, los contrincantes se ven obligados a sacrificar cierto número de sus propios seguidores, sin eso no sería una guerra sino una simple operación de policía.
Cuando la coalición occidental bombardeó la ciudad iraquí de Mosul, el año pasado, para liquidar a unos miles de yihadistas que allí quedaban, mató muchos más civiles que combatientes –entre 9 000 y 11 000 civiles, según las fuentes. Los medios de prensa occidentales saludaron con entusiasmo aquella victoria. Hoy, esos mismos medios occidentales difunden incansablemente las imágenes de dos niñas de la Ghouta en medio de los bombardeos. Ninguno se pregunta quiénes son los familiares de esas dos niñas, ni cómo aprendieron inglés. Ninguno piensa en los demás niños que mueren en Damasco bajo los obuses de los yihadistas. Todos imploran que cese la masacre.
La proclamación de un alto al fuego no tendría ninguna consecuencia práctica. Porque al-Qaeda estaría excluido de ese cese de hostilidades, además de que lo rechazaría. Y la Ghouta Oriental está únicamente bajo control de al-Qaeda.
En esas condiciones, lo que cabe preguntarse es por qué el Reino Unido y Francia promueven la idea de un alto al fuego irrealizable. ¿Por qué Londres y París se empeñan en dar un respiro a al-Qaeda, en detrimento de los civiles a los que oprime?
No hay comentarios:
Publicar un comentario