Fuimos los únicos en anunciarlo, a principios de este mes, y los hechos han venido a confirmar lo que escribimos en este sitio web. El 16 de septiembre, un paso decisivo hacia la paz tuvo lugar simultáneamente en Siria y en Venezuela. Esos países ya no se fuerzan a negociar con terroristas. Sus gobiernos han iniciado la construcción de un nuevo régimen en cooperación con la oposición patriótica.
Los presidentes de Siria, Bachar al-Assad, y de Venezuela, Nicolás Maduro.
Siria y Venezuela apuestan por el futuro en el mismo momento, aunque de forma paralela. Y es perfectamente normal ya que el origen de sus conflictos no era nacional sino resultado de la estrategia del Pentágono tendiente a destruir las estructuras de los Estados que no se pliegan a la globalización, primeramente en el «Medio Oriente ampliado» (o «Gran Medio Oriente») y ahora en la «Cuenca del Caribe», estrategia enunciada en la doctrina Rumsfeld/Cebrowski [1].
La situación y las capacidades de Siria y de Venezuela son muy diferentes. Pero la resistencia de ambos países frente al imperialismo global es idéntica. Hugo Chávez (presidente de Venezuela de 1999 a 2013) fue el portavoz de los pueblos de la periferia no globalizada ante las ambiciones de las transnacionales. Decepcionado por el Movimiento de Países No Alineados –al final de la guerra fría, ciertos miembros de ese movimiento se convirtieron en vasallos de Estados Unidos–, el presidente Hugo Chávez había pensado, con el presidente sirio Bachar al-Assad, refundarlo sobre bases nuevas en un Movimiento de Aliados Libres [2]. A quienes se interrogaban sobre el tiempo necesario para alcanzar ese objetivo, el presidente venezolano había respondido augurando que su homólogo sirio se convertiría en su sucesor en la escena internacional. En el plan quinquenal 2007-2013, que había redactado personalmente, Hugo Chávez impartía a todas las administraciones de Venezuela instrucciones claras para respaldar al lejano aliado político: Siria [3].
Hace 18 años que la guerra devasta el Gran Medio Oriente y hace 8 años que esa guerra se extendió a Siria, después de haber destruido Afganistán, Irak y Libia. Yemen es sometido a un cerco por hambre. En el caso de Siria, Estados Unidos y algunos de sus aliados reconocieron un gobierno en el exilio y todos los bienes del país en el exterior fueron confiscados. La Liga Árabe expulsó al gobierno constitucional sirio, otorgó el puesto de Siria en esa organización a un gobierno alternativo y los vasallos regionales del Pentágono se pusieron a las órdenes de la OTAN.
En la Cuenca del Caribe, ya se ha avanzado en sentar los pretextos para la guerra, principalmente contra Nicaragua y Cuba. En cuanto a Venezuela, Estados Unidos y algunos de sus aliados han reconocido a un presidente autoproclamado y todos los bienes del país en el exterior han sido confiscados. La Organización de Estados Americanos (OEA) aceptó ilegalmente que un gobierno alternativo representara –también ilegalmente– la República Bolivariana y los vasallos regionales del Pentágono activaron contra Venezuela el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR).
En Siria, la guerra está terminándose porque la presencia militar rusa hace imposible el envío de más tropas contra ese país, ya sean tropas regulares estadounidenses, mercenarios oficialmente contratados por el Pentágono o yihadistas reclutados extraoficialmente por los aliados de la OTAN. Sin embargo, la victoria del Ejército Árabe Sirio sobre las decenas de miles de mercenarios extranjeros lanzados contra Siria todavía no significa el regreso de la paz.
La paz sólo es posible, tanto en Siria como en Venezuela, si se repara la sociedad, fracturada en Siria por la guerra y en Venezuela por la creación de las condiciones para la guerra. En Siria, esa reparación de la sociedad se inicia a través de la redacción, y de la posterior adopción, de una nueva Constitución, paso previsto hace 4 años en la resolución 2254 del Consejo de Seguridad de la ONU. En Venezuela, idénticamente, esa reparación de la sociedad se dirige hacia la creación de un régimen de unión nacional entre los chavistas y la oposición patriótica.
Tanto en Siria como en Venezuela, la dificultad reside en lograr marginar a la oposición mercenaria –remunerada por Estados Unidos o por sus aliados y dispuesta a todo con tal de seguir cobrando su salario– y en movilizar eficazmente la oposición patriótica, la que se mantiene en el país y se preocupa por la defensa de la nación.
Con el consentimiento del presidente estadounidense Donald Trump y a pesar de la oposición de ciertos generales del Pentágono y de diplomáticos del Departamento de Estado, Siria y Venezuela lograron avanzar por esa vía el 16 de septiembre. Ese día, Irán, Rusia y Turquía anunciaron la formación de la «Comisión Constituyente siria» [4] y Venezuela anunció la apertura de una «Mesa de Diálogo Nacional» entre representantes del gobierno constitucional y de la oposición que rechaza la intervención extranjera [5]. Esta Mesa de Diálogo Nacional se anuncia en Caracas cuando el autoproclamado “presidente encargado”, Juan Guaidó, acababa de dar por «agotado» el diálogo que se había desarrollado en Barbados, y en presencia de mediadores noruegos, entre los representantes de su gobierno virtual y los del gobierno del presidente constitucional Nicolás Maduro. De forma similar, la Comisión Constituyente siria reemplaza las negociaciones que el gobierno sirio había desarrollado durante años con yihadistas «moderados» en presencia de un enviado de la ONU.
En Siria, el principio de la unión nacional fue imponiéndose gradualmente desde el inicio de la guerra. En 2014, el presidente Bachar al-Assad logró organizar una elección presidencial según los parámetros internacionales de los regímenes democráticos. En Venezuela es una novedad que todavía no convence a todos. Un intento anterior, iniciado por el papa Francisco, había fracasado. Esta vez, en cuestión de horas, los negociadores lograron ponerse de acuerdo sobre prácticamente todo lo que el opositor Juan Guaidó decía haber reclamado… mientras se negaba a hacer la menor concesión. Los chavistas anunciaron que sus diputados regresarán a la Asamblea Nacional, el Consejo Nacional Electoral será reformado, el vicepresidente de la Asamblea Nacional –detenido por haber participado personalmente en la intentona sediciosa del 30 de abril de este año [6]– fue excarcelado de inmediato, etc.
Este importante progreso se hizo público después de la destitución del consejero de seguridad nacional del presidente estadounidense Donald Trump y en momentos en que ese cargo estaba vacante. La nominación de Robert O’Brien en el cargo que ocupaba el halcón John Bolton favorece un cambio de discurso por parte de Washington. Aunque O’Brien y Bolton exhiben las mismas referencias ideológicas –el «excepcionalismo» estadounidense– se trata de dos personalidades diferentes: Bolton profería constantemente amenazas de guerra, O’Brien es un negociador profesional.
Carentes del pragmatismo del presidente Donald Trump, la Unión Europea y el Grupo de Lima –creado en Latinoamérica en contra de Venezuela, según el esquema de los «Amigos de Siria»– condenaron de inmediato esos avances… porque los terroristas, o sea los yihadistas «moderados» y los guarimberos de Juan Guaidó, han quedado excluidos.
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