lunes, 5 de octubre de 2020

La pésima pieza de teatro del presidente ‎Macron en Líbano‎

por Thierry Meyssan

Como el Deus ex machina de las tragedias clásicas griegas, el presidente francés ‎Emmanuel Macron aparece otra vez para reprender a los dirigentes libaneses. ‎Convencido de su propia superioridad, este presidente de Francia dice sentir vergüenza ‎del comportamiento de la clase política libanesa. En realidad, Macron sólo está ‎interpretando una pésima pieza de teatro. Por debajo de la mesa, el presidente de ‎Francia se activa para acabar con el movimiento libanés de resistencia y para convertir ‎el Líbano en un paraíso fiscal.‎



El presidente francés Emmanuel Macron dedicó una de sus muy contadas conferencias de prensa a ‎hablar únicamente de la situación de otro país: el Líbano. Declaró que “El Hezbollah no puede ‎ser al mismo tiempo un ejército en guerra contra Israel, una milicia desencadenada contra ‎los civiles en Siria y un partido respetable en Líbano. No debe creerse más fuerte de lo que ‎es. Debe mostrar que respeta a todos los libaneses y ha mostrado lo contrario en estos últimos ‎días”. Este 29 de septiembre tendrá la respuesta del secretario general del Hezbollah, Hassan Nasrallah.‎

Ante la gigantesca explosión del 4 de agosto de 2020 en el puerto de Beirut, el pueblo libanés y la ‎prensa internacional estimaron que se trataba de un accidente imputable a la corrupción de las ‎autoridades portuarias. Nosotros, después de haber analizado los primeros indicios, cuestionamos ‎la tesis del accidente y nos inclinamos por la del atentado premeditado. ‎

Inmediatamente después de la explosión en el puerto de Beirut, el presidente francés Emmanuel ‎Macron viajó urgentemente al Líbano para “salvar” el país. Dos días después, ante las cámaras ‎de la televisora siria Sama, nosotros emitíamos la hipótesis de que todo el asunto era la continuación de la operación tendiente a imponer la aplicación de la resolución 1559. ‎
La hipótesis de la resolución 1559
‎¿Qué es la resolución 1559? Esta resolución franco-estadounidense, adoptada en 2004, ‎se redactó por orden del presidente estadounidense George W. Bush a partir de un texto ‎preparado por el primer ministro libanés de aquella época, Rafic Hariri, con ayuda del entonces ‎presidente francés Jacques Chirac. Dicho texto apuntaba a lograr que el Consejo de Seguridad de ‎la ONU legitimara los objetivos formulados por el entonces secretario de Estado Colin Powell:
expulsar del Líbano a la fuerza siria de paz desplegada en aquel país a raíz del Acuerdo de Taif ‎‎ [1];‎
acabar con el movimiento libanés de resistencia frente al imperialismo;‎
impedir la reelección del entonces presidente de la República Libanesa, Emile Lahoud. ‎

Al año siguiente, el 14 de febrero de 2005, Rafic Hariri, quien ya no era primer ministro y acababa ‎de reconciliarse con el Hezbollah, fue asesinado en un mega atentado, inmediatamente atribuido al presidente ‎libanés Emile Lahoud y al presidente sirio Bachar al-Assad. La fuerza siria de paz se retiró ‎entonces del Líbano y el presidente Emile Lahoud renunció a la reelección. ‎
Con el paso del tiempo, hoy podemos comprobar
que el atentado contra el ex primer ministro libanés Rafic Hariri no se realizó con explosivos ‎clásicos instalados en una camioneta blanca –eso es lo que todavía se finge creer– sino con una ‎arma que combina nanotecnología y materia nuclear enriquecida, algo que muy pocas potencias ‎tenían a su disposición en el momento de los hechos [2];‎
que la investigación internacional de las Naciones Unidas en realidad fue una operación ‎conjunta de la CIA estadounidense y el Mossad israelí contra los presidentes del Líbano, Emile ‎Lahoud, y de Siria, Bachar al-Assad, al igual que contra el Hezbollah. Esa operación se convirtió ‎en un fracaso cuando un enorme escándalo reveló que los “testigos” habían sido reclutados y ‎remunerados por los investigadores de la ONU [3];‎
que todos los cargos retenidos contra los “sospechosos” tuvieron que ser abandonados y que un ‎ente de la ONU, arbitrariamente denominado como «Tribunal Especial para el Líbano» a pesar ‎de que no reunía los atributos necesarios para ello, simplemente se negó a examinar las pruebas ‎y condenó en ausencia a 2 miembros del Hezbollah. ‎
En definitiva, nadie más se atrevió a mencionar de nuevo el fin de la resistencia libanesa ‎estipulado en la resolución 1559. ‎
La resistencia libanesa se formó alrededor de varias familias chiitas, durante la invasión israelí –la ‎llamada «Operación Paz en Galilea»– de 1982. Después de la victoria sobre las tropas israelíes, ‎la red de resistencia surgida en el fragor de la lucha fue incorporándose a la escena política bajo ‎el nombre de Hezbollah. Como reveló en 2011 su secretario general, Hassan Nasrallah, el ‎Hezbollah tuvo como referencia inspiradora inicial la revolución antimperialista de Irán y contó ‎desde sus inicios con la cooperación del Ejército Árabe Sirio. Sin embargo, después de la retirada ‎de la fuerza siria de paz desplegada en Líbano, el Hezbollah se volvió casi por entero hacia Irán. ‎Pero se volvió de nuevo hacia Siria cuando comprendió que la eventual caída de Damasco ante ‎la Hermandad Musulmana se traduciría no sólo en la destrucción de la República Árabe Siria sino ‎que también acabaría con el Líbano. ‎

Durante todos estos años, el Hezbollah adquirió un arsenal gigantesco y acumuló también una ‎enorme experiencia en el campo de batalla, convirtiéndose así en el ejército no estatal más ‎importante del mundo. Sus éxitos y los medios de los que hoy dispone han atraído hacia esa ‎organización a muchas personas que no siempre comparten sus ideales y su transformación en ‎partido político le ha hecho adquirir los mismos defectos que los demás partidos políticos ‎libaneses, incluyendo la corrupción. ‎

Hoy en día, el Hezbollah no es un Estado dentro del Estado libanés, pero ante muchas situaciones ‎el Hezbollah es el Estado capaz de enfrentar el caos. Ante este fenómeno, la reacción de ‎Occidente ha sido diversa: Estados Unidos lo ha clasificado como “organización terrorista” ‎mientras que los europeos tuvieron, en 2013, la sutileza de establecer una diferencia entre la ‎rama civil del Hezbollah, con la cual conversan y mantienen contactos, y la rama militar, que ‎condenan como «terrorista». Para justificar sus propias decisiones y opiniones públicas, las ‎potencias occidentales han implementado numerosas operaciones secretas tendientes a atribuir al ‎Hezbollah atentados anteriores a la existencia de esa organización (como acciones realizadas ‎contra contingentes militares de Estados Unidos y de Francia en Líbano) y atentados realizados en ‎el exterior (en Argentina y en Bulgaria). ‎

Completar la aplicación de la resolución 1559 [4] significa hoy ‎desarmar al Hezbollah y convertirlo en un simple partido político, tan afectado como los demás ‎partidos libaneses por la corrupción implantada por las potencias occidentales. ‎
La intervención francesa
El presidente francés Emmanuel Macron fue el primer jefe de Estado que llegó a Líbano después ‎de la explosión registrada en el puerto de Beirut, e incluso volvió allí el mes siguiente. Macron ‎se comprometió ante los libaneses a no abandonarlos y a ayudarlos a reformar su país. ‎Presentó una “hoja de ruta”, que contó con la aprobación de todos los partidos políticos y que preveía la formación de un gobierno «de misión» que se encargaría de realizar ‎reformas económicas y financieras. Pero, el primer ministro designado, Mustafá Adib, acabó ‎dimitiendo al darse cuenta de que no logra conformar tal gobierno. ‎

Ante la dimisión de Adib, el presidente Macron convocó –en París– una conferencia de prensa, el ‎‎27 de septiembre, donde criticó duramente a toda la clase política libanesa y acusó directamente ‎al Hezbollah y al movimiento Amal, e implícitamente al presidente de la República Michel Aoun, de ‎haber hecho fracasar “su” intento de salvar el país. ‎

Los argumentos del presidente francés Macron sólo pueden convencer a quienes no conocen la ‎historia del Líbano. Pero nuestros lectores saben [5] que el Líbano ‎no ha sido nunca una nación y, por consiguiente, nunca ha podido llegar a ser una democracia. ‎Desde la colonización otomana, el Líbano está dividido en comunidades confesionales que ‎coexisten en el país sin mezclarse unas con otras. En 1926, esa división fue institucionalizada por ‎la Constitución, inspirada por Francia y adoptada bajo el mandato que Francia ejercía entonces ‎sobre el Líbano. Posteriormente, la aplicación de esa división y la distribución de funciones entre los ‎diferentes grupos religiosos fue ratificada, en 1989, por Estados Unidos y Arabia Saudita en el ‎Acuerdo de Taif, que puso fin a la guerra civil libanesa. O sea, es cuando menos extraño ‎reprochar ahora a la clase política libanesa una forma de corrupción del Estado que sólo es la ‎consecuencia directa e inexorable de las instituciones que le fueron impuestas precisamente por ‎las mismas potencias extranjeras que ahora critican tal corrupción. ‎

Pero es ante todo inadmisible que un presidente extranjero se atribuya el derecho de dar ‎lecciones a los políticos nacionales y de declarar que siente vergüenza de los dirigentes libaneses, ‎sobre todo cuando ese presidente extranjero representa a una potencia sobre la que recae en ‎gran parte la responsabilidad histórica de la actual situación. ‎

Todo sucede como si en la práctica los padrinos del Líbano tuviesen la intención de derrocar la ‎clase política corrupta que ellos mismos entronizaron y sustituirla por un gobierno de ‎tecnócratas formados en las mejores escuelas de Occidente. Ese gobierno tendría como misión ‎reformar las finanzas, restaurar el paraíso fiscal de la época dorada libanesa y, principalmente, ‎destruir el sistema confesional para que el país siga dependiendo de sus padrinos, viéndose así ‎condenado a seguir colonizado –sin reconocerse como colonia– y hacer rodar las cabezas de ‎algunos de sus dirigentes cada 30 0 40 años. ‎

En las mentes de quienes se esconden detrás del presidente francés Emmanuel Macron, ‎los problemas que hoy enfrenta Arabia Saudita han hecho fracasar el proyecto de zona franca ‎para multimillonarios, presentado bajo el nombre de Neom. Así que resultaría conveniente poder ‎utilizar nuevamente el Líbano para escapar a sus propias obligaciones fiscales. ‎

No está de más recordar además que Francia se dotó de instituciones laicas pero privó de ellas a ‎todas sus colonias por estimar que la religión era el único medio de pacificar a los pueblos que ‎sojuzgaba. Ahora el Líbano es el único país del mundo donde un mollah chiita, un muftí sunnita y ‎un patriarca cristiano pueden imponer sus puntos de vista a los partidos políticos. ‎

Los ataques reiterados del presidente Macron contra el Hezbollah vienen a confirmar mi hipótesis: ‎el objetivo final de las potencias occidentales es destruir la resistencia libanesa y convertir el ‎Hezbollah en un partido tan corrupto como los demás.‎

En efecto, según Emmanuel Macron, el Hezbollah actual es simultáneamente una «milicia», una ‎‎«organización terrorista» y un partido político. Pero, como ya hemos visto, el Hezbollah es ‎en realidad el primer ejército no gubernamental consagrado a la lucha contra el imperialismo y ‎un partido político que representa la comunidad chiita. Por otro lado, el Hezbollah ‎nunca ha reivindicado actos terroristas en el extranjero. ‎

El presidente francés Emmanuel Macron también afirma que esa organización ha instaurado «un ‎clima de terror», que inhibe a las demás formaciones políticas. Pero el Hezbollah no ha utilizado ‎nunca su gigantesco arsenal frente a sus rivales libaneses –durante la breve guerra de 2008, el ‎Hezbollah no actuó contra sunnitas ni drusos sino contra quienes albergaban centros de ‎espionaje de las potencias extranjeras, como los locales de los archivos de FuturTV. ‎

En su conferencia de prensa, el presidente Macron dijo que el Hezbollah y Amal exigían elegir el ‎ministro de Finanzas. Esta solicitud, aparentemente irracional, es sin embargo vital para ‎la resistencia, pero no para saquear el Estado, como algunos lo dan por sentado, sino para ‎poder burlar las “sanciones” estadounidenses que tratan de estrangular el movimiento libanés de ‎resistencia. Incluso el ex primer ministro Saad Hariri, quien inicialmente se oponía a ello, acabó ‎siendo su partidario de esa medida cuando entendió lo que estaba en juego. Es por eso que, ‎al contrario de lo que afirmó el presidente francés Macron, el fracaso del intento de conformar ‎el gobierno no es imputable al Hezbollah ni a ninguna otra formación libanesa sino a la voluntad ‎francesa de acabar con la resistencia. ‎

Durante la campaña presidencial francesa que terminó con la elección del ya fallecido presidente ‎Jacques Chirac, Rafic Hariri financió muy generosamente a Chirac llegando incluso a provocar un ‎incidente memorable en el Consejo Constitucional de Francia. Exactamente de la misma manera, ‎Saad Hariri –hijo de Rafic– financió la campaña electoral del hoy presidente Emmanuel Macron, ‎aunque en menor escala. Así que cuando Macron anunció que la comunidad internacional ‎aportaría su ayuda financiera al Líbano si se cumplía la hoja de ruta que él había presentado ‎durante su estancia en Beirut, Saad Hariri exigió un 20% de los fondos que se otorgaran al Líbano. ‎Después de consultar a su principal donante, el israelo-estadounidense Henri Kravis [6], Emmanuel Macron rechazó la exigencia a amenazó con la adopción de ‎sanciones contra los presidentes de la República, del Parlamento y del gobierno libaneses. ‎

Francia hace sus cálculos basándose en su conocimiento de la historia de la región. Pero no ha ‎entendido los cambios que se han producido en ella –prueba de ello son los fracasos franceses ‎en Libia, en Siria y en las negociaciones entre Irán y Estados Unidos. París ve con inquietud la ‎influencia de Turquía en Líbano, pero subestima las de Arabia Saudita e Irán, resta importancia a ‎la de Siria y simplemente ignora la de Rusia. ‎

Quienes observan realmente de cerca lo que está sucediendo, ven que Francia no es honesta en ‎su fingida preocupación por el Líbano. Antes de los viajes del presidente Macron a Beirut, se ‎difundió una petición que llamaba a Francia a restablecer su antiguo mandato sobre el Líbano, ‎lo cual es simplemente un llamado a la recolonización. Pero pronto se supo que aquella petición ‎‎“espontánea” en realidad era resultado del trabajo de los servicios de inteligencia franceses. ‎

El segundo viaje del presidente Macron a Beirut coincidió con el centenario de la proclamación del ‎Gran Líbano por parte del general francés Henri Gouraud. No resulta difícil entender que Francia ‎espera ser recompensada por su accionar contra la resistencia libanesa. ‎



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