Como el Deus ex machina de las tragedias clásicas griegas, el presidente francés Emmanuel Macron aparece otra vez para reprender a los dirigentes libaneses. Convencido de su propia superioridad, este presidente de Francia dice sentir vergüenza del comportamiento de la clase política libanesa. En realidad, Macron sólo está interpretando una pésima pieza de teatro. Por debajo de la mesa, el presidente de Francia se activa para acabar con el movimiento libanés de resistencia y para convertir el Líbano en un paraíso fiscal.
El presidente francés Emmanuel Macron dedicó una de sus muy contadas conferencias de prensa a hablar únicamente de la situación de otro país: el Líbano. Declaró que “El Hezbollah no puede ser al mismo tiempo un ejército en guerra contra Israel, una milicia desencadenada contra los civiles en Siria y un partido respetable en Líbano. No debe creerse más fuerte de lo que es. Debe mostrar que respeta a todos los libaneses y ha mostrado lo contrario en estos últimos días”. Este 29 de septiembre tendrá la respuesta del secretario general del Hezbollah, Hassan Nasrallah.
Ante la gigantesca explosión del 4 de agosto de 2020 en el puerto de Beirut, el pueblo libanés y la prensa internacional estimaron que se trataba de un accidente imputable a la corrupción de las autoridades portuarias. Nosotros, después de haber analizado los primeros indicios, cuestionamos la tesis del accidente y nos inclinamos por la del atentado premeditado.
Inmediatamente después de la explosión en el puerto de Beirut, el presidente francés Emmanuel Macron viajó urgentemente al Líbano para “salvar” el país. Dos días después, ante las cámaras de la televisora siria Sama, nosotros emitíamos la hipótesis de que todo el asunto era la continuación de la operación tendiente a imponer la aplicación de la resolución 1559.
La hipótesis de la resolución 1559
¿Qué es la resolución 1559? Esta resolución franco-estadounidense, adoptada en 2004, se redactó por orden del presidente estadounidense George W. Bush a partir de un texto preparado por el primer ministro libanés de aquella época, Rafic Hariri, con ayuda del entonces presidente francés Jacques Chirac. Dicho texto apuntaba a lograr que el Consejo de Seguridad de la ONU legitimara los objetivos formulados por el entonces secretario de Estado Colin Powell:
expulsar del Líbano a la fuerza siria de paz desplegada en aquel país a raíz del Acuerdo de Taif [1];
acabar con el movimiento libanés de resistencia frente al imperialismo;
impedir la reelección del entonces presidente de la República Libanesa, Emile Lahoud.
Al año siguiente, el 14 de febrero de 2005, Rafic Hariri, quien ya no era primer ministro y acababa de reconciliarse con el Hezbollah, fue asesinado en un mega atentado, inmediatamente atribuido al presidente libanés Emile Lahoud y al presidente sirio Bachar al-Assad. La fuerza siria de paz se retiró entonces del Líbano y el presidente Emile Lahoud renunció a la reelección.
Con el paso del tiempo, hoy podemos comprobar
que el atentado contra el ex primer ministro libanés Rafic Hariri no se realizó con explosivos clásicos instalados en una camioneta blanca –eso es lo que todavía se finge creer– sino con una arma que combina nanotecnología y materia nuclear enriquecida, algo que muy pocas potencias tenían a su disposición en el momento de los hechos [2];
que la investigación internacional de las Naciones Unidas en realidad fue una operación conjunta de la CIA estadounidense y el Mossad israelí contra los presidentes del Líbano, Emile Lahoud, y de Siria, Bachar al-Assad, al igual que contra el Hezbollah. Esa operación se convirtió en un fracaso cuando un enorme escándalo reveló que los “testigos” habían sido reclutados y remunerados por los investigadores de la ONU [3];
que todos los cargos retenidos contra los “sospechosos” tuvieron que ser abandonados y que un ente de la ONU, arbitrariamente denominado como «Tribunal Especial para el Líbano» a pesar de que no reunía los atributos necesarios para ello, simplemente se negó a examinar las pruebas y condenó en ausencia a 2 miembros del Hezbollah.
En definitiva, nadie más se atrevió a mencionar de nuevo el fin de la resistencia libanesa estipulado en la resolución 1559.
La resistencia libanesa se formó alrededor de varias familias chiitas, durante la invasión israelí –la llamada «Operación Paz en Galilea»– de 1982. Después de la victoria sobre las tropas israelíes, la red de resistencia surgida en el fragor de la lucha fue incorporándose a la escena política bajo el nombre de Hezbollah. Como reveló en 2011 su secretario general, Hassan Nasrallah, el Hezbollah tuvo como referencia inspiradora inicial la revolución antimperialista de Irán y contó desde sus inicios con la cooperación del Ejército Árabe Sirio. Sin embargo, después de la retirada de la fuerza siria de paz desplegada en Líbano, el Hezbollah se volvió casi por entero hacia Irán. Pero se volvió de nuevo hacia Siria cuando comprendió que la eventual caída de Damasco ante la Hermandad Musulmana se traduciría no sólo en la destrucción de la República Árabe Siria sino que también acabaría con el Líbano.
Durante todos estos años, el Hezbollah adquirió un arsenal gigantesco y acumuló también una enorme experiencia en el campo de batalla, convirtiéndose así en el ejército no estatal más importante del mundo. Sus éxitos y los medios de los que hoy dispone han atraído hacia esa organización a muchas personas que no siempre comparten sus ideales y su transformación en partido político le ha hecho adquirir los mismos defectos que los demás partidos políticos libaneses, incluyendo la corrupción.
Hoy en día, el Hezbollah no es un Estado dentro del Estado libanés, pero ante muchas situaciones el Hezbollah es el Estado capaz de enfrentar el caos. Ante este fenómeno, la reacción de Occidente ha sido diversa: Estados Unidos lo ha clasificado como “organización terrorista” mientras que los europeos tuvieron, en 2013, la sutileza de establecer una diferencia entre la rama civil del Hezbollah, con la cual conversan y mantienen contactos, y la rama militar, que condenan como «terrorista». Para justificar sus propias decisiones y opiniones públicas, las potencias occidentales han implementado numerosas operaciones secretas tendientes a atribuir al Hezbollah atentados anteriores a la existencia de esa organización (como acciones realizadas contra contingentes militares de Estados Unidos y de Francia en Líbano) y atentados realizados en el exterior (en Argentina y en Bulgaria).
Completar la aplicación de la resolución 1559 [4] significa hoy desarmar al Hezbollah y convertirlo en un simple partido político, tan afectado como los demás partidos libaneses por la corrupción implantada por las potencias occidentales.
La intervención francesa
El presidente francés Emmanuel Macron fue el primer jefe de Estado que llegó a Líbano después de la explosión registrada en el puerto de Beirut, e incluso volvió allí el mes siguiente. Macron se comprometió ante los libaneses a no abandonarlos y a ayudarlos a reformar su país. Presentó una “hoja de ruta”, que contó con la aprobación de todos los partidos políticos y que preveía la formación de un gobierno «de misión» que se encargaría de realizar reformas económicas y financieras. Pero, el primer ministro designado, Mustafá Adib, acabó dimitiendo al darse cuenta de que no logra conformar tal gobierno.
Ante la dimisión de Adib, el presidente Macron convocó –en París– una conferencia de prensa, el 27 de septiembre, donde criticó duramente a toda la clase política libanesa y acusó directamente al Hezbollah y al movimiento Amal, e implícitamente al presidente de la República Michel Aoun, de haber hecho fracasar “su” intento de salvar el país.
Los argumentos del presidente francés Macron sólo pueden convencer a quienes no conocen la historia del Líbano. Pero nuestros lectores saben [5] que el Líbano no ha sido nunca una nación y, por consiguiente, nunca ha podido llegar a ser una democracia. Desde la colonización otomana, el Líbano está dividido en comunidades confesionales que coexisten en el país sin mezclarse unas con otras. En 1926, esa división fue institucionalizada por la Constitución, inspirada por Francia y adoptada bajo el mandato que Francia ejercía entonces sobre el Líbano. Posteriormente, la aplicación de esa división y la distribución de funciones entre los diferentes grupos religiosos fue ratificada, en 1989, por Estados Unidos y Arabia Saudita en el Acuerdo de Taif, que puso fin a la guerra civil libanesa. O sea, es cuando menos extraño reprochar ahora a la clase política libanesa una forma de corrupción del Estado que sólo es la consecuencia directa e inexorable de las instituciones que le fueron impuestas precisamente por las mismas potencias extranjeras que ahora critican tal corrupción.
Pero es ante todo inadmisible que un presidente extranjero se atribuya el derecho de dar lecciones a los políticos nacionales y de declarar que siente vergüenza de los dirigentes libaneses, sobre todo cuando ese presidente extranjero representa a una potencia sobre la que recae en gran parte la responsabilidad histórica de la actual situación.
Todo sucede como si en la práctica los padrinos del Líbano tuviesen la intención de derrocar la clase política corrupta que ellos mismos entronizaron y sustituirla por un gobierno de tecnócratas formados en las mejores escuelas de Occidente. Ese gobierno tendría como misión reformar las finanzas, restaurar el paraíso fiscal de la época dorada libanesa y, principalmente, destruir el sistema confesional para que el país siga dependiendo de sus padrinos, viéndose así condenado a seguir colonizado –sin reconocerse como colonia– y hacer rodar las cabezas de algunos de sus dirigentes cada 30 0 40 años.
En las mentes de quienes se esconden detrás del presidente francés Emmanuel Macron, los problemas que hoy enfrenta Arabia Saudita han hecho fracasar el proyecto de zona franca para multimillonarios, presentado bajo el nombre de Neom. Así que resultaría conveniente poder utilizar nuevamente el Líbano para escapar a sus propias obligaciones fiscales.
No está de más recordar además que Francia se dotó de instituciones laicas pero privó de ellas a todas sus colonias por estimar que la religión era el único medio de pacificar a los pueblos que sojuzgaba. Ahora el Líbano es el único país del mundo donde un mollah chiita, un muftí sunnita y un patriarca cristiano pueden imponer sus puntos de vista a los partidos políticos.
Los ataques reiterados del presidente Macron contra el Hezbollah vienen a confirmar mi hipótesis: el objetivo final de las potencias occidentales es destruir la resistencia libanesa y convertir el Hezbollah en un partido tan corrupto como los demás.
En efecto, según Emmanuel Macron, el Hezbollah actual es simultáneamente una «milicia», una «organización terrorista» y un partido político. Pero, como ya hemos visto, el Hezbollah es en realidad el primer ejército no gubernamental consagrado a la lucha contra el imperialismo y un partido político que representa la comunidad chiita. Por otro lado, el Hezbollah nunca ha reivindicado actos terroristas en el extranjero.
El presidente francés Emmanuel Macron también afirma que esa organización ha instaurado «un clima de terror», que inhibe a las demás formaciones políticas. Pero el Hezbollah no ha utilizado nunca su gigantesco arsenal frente a sus rivales libaneses –durante la breve guerra de 2008, el Hezbollah no actuó contra sunnitas ni drusos sino contra quienes albergaban centros de espionaje de las potencias extranjeras, como los locales de los archivos de FuturTV.
En su conferencia de prensa, el presidente Macron dijo que el Hezbollah y Amal exigían elegir el ministro de Finanzas. Esta solicitud, aparentemente irracional, es sin embargo vital para la resistencia, pero no para saquear el Estado, como algunos lo dan por sentado, sino para poder burlar las “sanciones” estadounidenses que tratan de estrangular el movimiento libanés de resistencia. Incluso el ex primer ministro Saad Hariri, quien inicialmente se oponía a ello, acabó siendo su partidario de esa medida cuando entendió lo que estaba en juego. Es por eso que, al contrario de lo que afirmó el presidente francés Macron, el fracaso del intento de conformar el gobierno no es imputable al Hezbollah ni a ninguna otra formación libanesa sino a la voluntad francesa de acabar con la resistencia.
Durante la campaña presidencial francesa que terminó con la elección del ya fallecido presidente Jacques Chirac, Rafic Hariri financió muy generosamente a Chirac llegando incluso a provocar un incidente memorable en el Consejo Constitucional de Francia. Exactamente de la misma manera, Saad Hariri –hijo de Rafic– financió la campaña electoral del hoy presidente Emmanuel Macron, aunque en menor escala. Así que cuando Macron anunció que la comunidad internacional aportaría su ayuda financiera al Líbano si se cumplía la hoja de ruta que él había presentado durante su estancia en Beirut, Saad Hariri exigió un 20% de los fondos que se otorgaran al Líbano. Después de consultar a su principal donante, el israelo-estadounidense Henri Kravis [6], Emmanuel Macron rechazó la exigencia a amenazó con la adopción de sanciones contra los presidentes de la República, del Parlamento y del gobierno libaneses.
Francia hace sus cálculos basándose en su conocimiento de la historia de la región. Pero no ha entendido los cambios que se han producido en ella –prueba de ello son los fracasos franceses en Libia, en Siria y en las negociaciones entre Irán y Estados Unidos. París ve con inquietud la influencia de Turquía en Líbano, pero subestima las de Arabia Saudita e Irán, resta importancia a la de Siria y simplemente ignora la de Rusia.
Quienes observan realmente de cerca lo que está sucediendo, ven que Francia no es honesta en su fingida preocupación por el Líbano. Antes de los viajes del presidente Macron a Beirut, se difundió una petición que llamaba a Francia a restablecer su antiguo mandato sobre el Líbano, lo cual es simplemente un llamado a la recolonización. Pero pronto se supo que aquella petición “espontánea” en realidad era resultado del trabajo de los servicios de inteligencia franceses.
El segundo viaje del presidente Macron a Beirut coincidió con el centenario de la proclamación del Gran Líbano por parte del general francés Henri Gouraud. No resulta difícil entender que Francia espera ser recompensada por su accionar contra la resistencia libanesa.
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