El asesinato del teniente general Qasem Soleimani ha dejado un legado indeleble en Asia Occidental, el cual puede depurar la zona, infestada de tropas de EE.UU.
Desde los primeros días de la aparición del grupo terrorista Daesh en Asia Occidental, y antes de que los altos funcionarios estadounidenses confesasen, quedó claro que esta banda extremista era títere de EE.UU. y sus aliados, entre ellos Israel, Arabia Saudí y Turquía, y que, en su agenda, figuraba el sabotaje de la seguridad y la soberanía de países como Irak, Siria, Yemen y El Líbano.
Con la creación de Daesh, este cuarteto diabólico buscaba promover el caos en los países que apoyan la Resistencia antisraelí y desintegrarlos para asegurar la supervivencia del régimen sionista, como poder absoluto de Asia Occidental, no obstante, los métodos para lograr dicho objetivo en cada país eran diferentes.
En Irak, por ejemplo, estos planes se llevaron a cabo masacrando a los chiíes. Los cabecillas del grupo terrorista hablaban con desparpajo de la agenda a materializar.
Algunos episodios de la estela de muerte y destrucción que dejó Daesh: la masacre de Camp Speicher, en la que los terroristas, con la colaboración de elementos del partido disuelto Baas, mató a más de 2000 jóvenes chiíes. La matanza de chiíes en las ciudades del centro y el sur de Irak, utilizando todo tipo de explosivos y tácticas suicidas.
Daesh cruzó la frontera siria y entró a Irak en 2014, ante la mirada cómplice de las tropas estadounidenses y en medio del colapso del Ejército iraquí. La banda criminal llegó a las puertas de Bagdad y amenazó las ciudades santas de Karbala y Nayaf.
El máximo clérigo chií, el ayatolá Ali Sistani pidió a los iraquíes que tomasen las armas para frenar la ofensiva de los extremistas que habían puesto en jaque al Gobierno de Bagdad. “Los ciudadanos que puedan empuñar un arma para combatir a los terroristas y defender a su país, su pueblo y los lugares santos, deben presentarse voluntarios y apuntarse a las fuerzas de seguridad para llevar a cabo ese objetivo sagrado”, instó Sistani.
Pues, cientos de miles de jóvenes iraquíes respondieron al llamado y se alinearon para enfrentar a los extremistas.
Irak se quedó solo ante el terrorismo y el mundo simplemente se quedó en silencio observando. Incluso Estados Unidos, que afirmó haber formado una coalición internacional contra Daesh, ha declarado oficialmente que tomó meses montar esa estructura.
Justo en ese momento de gran dificultad, Irán apoyó al Gobierno de Bagdad, y ofreció asesoramiento militar a las Unidades de Movilización Popular (Al-Hashad Al-Shabi, en árabe), y abrió sus depósitos de armas a su vecino y mandó al comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) de Irán, el teniente general Qasem Soleimani, para luchar contra el flagelo de Daesh.
La unidad entre los iraníes e iraquíes se intensificó en el campo de batalla hasta que lograron la victoria frente a la agrupación takfirí, de eso ya han pasado tres años. El 9 de diciembre de 2017, el entonces primer ministro iraquí, Haidar al-Abadi, anunció ‘el fin de la guerra’ contra Daesh.
Es obvio que Estados Unidos guarda un hondo resentimiento ante los dos héroes de la lucha anterrorista, es decir el teniente general Qasem Soleimani,y el subcomandante de las Unidades de Movilización Popular de Irak (Al-Hashad Al-Shabi, en árabe), Abu Mahdi al-Muhandis. Los héroes desempeñaron un papel importante en desbaratar la hoja de ruta imperialista en la región.
Los norteamericanos, incluso intentaron infiltrarse en las manifestaciones pacíficas, utilizando los elementos del partido del exdictador iraquí Sadam Husein para corear consignas contra Al-Hashad Al-Shabi. Los infiltrados en las protestas atacaron las oficinas de las fuerzas populares iraquíes y mataron a varios de sus miembros.
También atacaron e incendiaron los consulados iraníes. Pero, nunca dañaron los intereses de EE.UU., Arabia Saudí y Turquía en el territorio iraquí, un acto de pura lealtad hacia sus amos.
Estados Unidos cometió su mayor crimen en enero de 2020 contra las fuerzas populares de Irak, cuando asesinó a Qasem Soleimani, junto a Abu Mahdi al-Muhandis, en un bombardeo con aeronaves no tripuladas (drones) cerca del Aeropuerto Internacional de Bagdad, capital iraquí.
El ataque aéreo ordenado por el Gobierno estadounidense, presidido por Donald Trump, y con pleno conocimiento del régimen israelí, ha sido calificado, unánimemente, como un acto de terrorismo internacional, que debe ser castigado.
En su momento, EE.UU., acusó a Soleimani de estar preparando un ataque contra los intereses norteamericanos en el territorio iraquí. La falsedad de tales acusaciones generó la indignación de Bagdad, frente a los argumentos pueriles, indignos y claramente destinados a justificar un crimen, que debe ser juzgado por constituir una violación flagrante a la soberanía iraquí y constituir un asesinato contra un alto cargo estatal de un Estado soberano de visita en un país, con el cual se mantienen nexos bilaterales.
Días después del asesinato de Soleimani, el Parlamento iraquí aprobó la salida de las tropas de EEUU., y desmanteló todas sus bases.
¿Cómo intenta justificar Estados Unidos el atroz crimen contra los símbolos de la lucha contra el terrorismo, Soleimani y Al-Muhandi, quienes forjaron estrategias multiformes para evitar que Bagdad y las áreas sagradas de Irak caigan en manos de Daesh?
EE.UU. pensó que podría hacer avanzar sus planes en Irak, asesinando a esos héroes, pero todo les salió mal. En el actual Irak, nadie está tan presente como el teniente general Soleimani y Abu Mahdi al-Muhandis.
Es cierto que los dos mártires descansan en sus últimas moradas desde hace casi un año, pero sus ideologías, creencias y principios son como un faro para millones de iraquíes libres.
Tarde o temprano, las tropas estadounidenses serán expulsadas no solo de Irak, sino de toda la región de Asia Occidental, ya que Soleimani ha dejado un legado que ilumina el camino a los combatientes del eje de la Resistencia.
Por Mohsen Khalif Zade
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