por Thierry Meyssan
Alemania acaba de perder su acceso al gas ruso, sólo podrá obtener de Noruega una sexta parte de todo el volumen de gas que importaba de Rusia y se enreda cada vez más en el conflicto ucraniano. Al mismo tiempo, Alemania se convierte en trampolín de las acciones secretas de la OTAN, aunque ese bloque bélico actúa precisamente en contra de los intereses alemanes. El conflicto actual parece especialmente opaco si no se tienen en cuenta los vínculos entre los straussianos estadounidenses, los sionistas revisionistas y los nacionalistas integristas ucranianos.
La guerra en Ucrania tiene un efecto de distracción. Sólo vemos ese conflicto armado y olvidamos que sólo es parte de un enfrentamiento de mayor envergadura. Eso dificulta la comprensión de lo que sucede en el campo de batalla y también impide percibir correctamente como el mundo va reorganizándose y la evolución en el continente europeo.
Todo comenzó con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca. Biden se rodeó de una serie de colaboradores que ya había conocido cuando era vicepresidente: los straussianos, discípulos del filósofo Leo Strauss [1].
Los straussianos son como una pequeña secta que cambia de color político –son republicanos o demócratas, según la etiqueta política del presidente de turno. Sus miembros, casi todos judíos, siguen las enseñanzas orales del fallecido Leo Strauss. Están convencidos de que los humanos son malos y las democracias débiles, tanto que no fueron capaces de evitar el exterminio de los judíos y que tampoco podrán hacerlo en el futuro. Creen que sólo podrán sobrevivir si crean su propia dictadura y conservando el control de esta. En los años 2000, los straussianos crearon el Project for a New American Century (Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, PNAC según sus siglas en inglés). Esos fanáticos del predominio estadounidense decían abiertamente que querían un «nuevo Pearl Harbor» que afectaría al pueblo de Estados Unidos tan profundamente que ellos lograrían imponer sus puntos de vista. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 les proporcionaron la oportunidad que estaban esperando.
Todo lo anterior puede parecer chocante y difícil de creer. Pero existe mucha información al respecto y se han dedicado a ese tema numerosos libros considerados muy serios. Lo más importante es que el ascenso de los straussianos, desde 1976, fecha de la nominación de Paul Wolfowitz en el Pentágono [2], ya ha confirmado ampliamente las peores inquietudes. Sin embargo, en Europa nada se sabe de los straussianos –los europeos los consideran «neoconservadores». Por otro lado, es importante subrayar aquí que esta especie de secta judía nunca ha tenido apoyo entre los intelectuales judíos.
Volvamos a nuestro tema central.
En noviembre de 2021, los straussianos enviaron a Moscú a la subsecretaria de Estado Victoria Nuland, quien exigió que el gobierno ruso se sometiese a ellos. Pero el Kremlin respondió proponiendo al gobierno de Estados Unidos un Tratado que habría garantizado la paz –eso ya era una forma de cuestionar tanto el proyecto de los straussianos como la política estadounidense de seguridad [3]. El presidente Vladimir Putin cuestionó públicamente la extensión de la OTAN hacia el este, que constituye una amenaza para Rusia, y el hecho que Washington se dedica a atacar y destruir Estados, principalmente en el «Medio Oriente ampliado» o «Gran Medio Oriente».
Los straussianos se dedicaron entonces a provocar deliberadamente a Rusia. Animaron los «nacionalistas integristas» ucranianos a bombardear a los ucranianos rusoparlantes del Donbass y a preparar una ofensiva simultánea contra los habitantes del Donbass y de Crimea [4].
Moscú, consciente ya de que Kiev nunca pondría en aplicación los Acuerdos que había firmado en Minsk, venía preparándose desde 2015 para un enfrentamiento mundial y consideró que el momento había llegado. Una fuerza de 300 000 soldados rusos entró en Ucrania para «desnazificar» el país [5]. En el Kremlin consideran, con toda razón, que los «nacionalistas integristas» ucranianos, cuyos abuelos colaboraron con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, comparten la ideología racista del III Reich.
Eso también puede parecer chocante. Pero es sobre todo porque los libros de referencia de los “nacionalistas” ucranianos nunca fueron traducidos a las lenguas occidentales. Ni siquiera el Nacionalismo de Dimitro Dontsov, el padre del «nacionalismo integral». Es cierto que nadie sabe qué hizo Dontsov durante la Segunda Guerra Mundial… pero todo el mundo conoce los crímenes que perpetraron sus discípulos, Stepan Bandera y Yaroslav Stetsko, quienes se pusieron enteramente al servicio de Hitler y favorecieron, a menudo supervisándola, la liquidación de al menos 1,7 millones de sus compatriotas ucranianos, incluyendo 1 millón de judíos.
A primera vista puede parecer extraño que los seguidores contemporáneos de aquellos “liquidadores” de judíos puedan ser aliados de los straussianos o del presidente ucraniano Zelenski, quien también tiene ancestros judíos.
En todo caso, el primer ministro israelí Naftali Bennett se posicionó rápidamente contra ellos [6] e incluso aconsejó al presidente Zelenski que ayudara los rusos a barrer de Ucrania el «nacionalismo integral». Sin embargo, la influencia de la OTAN es grande, tan grande que el nuevo primer ministro de Israel, Yair Lapid, aunque piensa igual que su predecesor Bennett y se niega a enviar armamento a Ucrania, repite oficialmente el discurso atlantista. Ese es el resultado de la influencia de los straussianos a favor de los «nacionalistas integristas» ucranianos. En su momento, el propio Paul Wolfowitz presidió en Washington un gran congreso, con la participación de varios ministros ucranianos, ante los cuales proclamó que Estados Unidos siempre apoyaría la lucha de los «nacionalistas integristas» ucranianos contra Rusia [7].
Los vínculos entre los «nacionalistas integristas» ucranianos y los «sionistas revisionistas» de Zeev Jabotinsky son históricos. En 1921 negociaron un acuerdo para unirse contra los bolcheviques. Pero, debido a larga sucesión de pogromos que los «nacionalistas ucranianos» ya habían perpetrado, la revelación sobre la existencia de aquel acuerdo, cuando Jabotinsky ya había sido electo miembro del Comité de Dirección de la Organización Sionista Mundial, le valió el rechazo unánime de la diáspora judía. El polaco David ben Gurión, quien se hizo cargo de la milicia de Jabotinsky en Palestina, calificó al propio Jabotinsky de «fascista» y llegó a decir que el padre del «sionismo revisionista» era «quizás nazi». Jabotinsky se exiló después en Nueva York, donde se unió a él otro polaco, Benzion Netanyahu –el padre de Benyamin Netanyahu–, quien se convirtió en su secretario particular [8].
Después de la Segunda Guerra Mundial, los anglosajones dieron protección al “pensador” ucraniano Dimitro Dontsov y a sus dos asesinos en jefe, Stepan Bandera y Yaroslav Stetsko. Dontsov fue acogido como exiliado en Canadá y posteriormente en Estados Unidos, a pesar de que había sido administrador del Instituto Reinhard Heydrich, encargado por los nazis de coordinar la «solución final» [9]. Los otros dos personajes, Bandera y Stetsko, fueron instalados en Alemania como empleados en la radio anticomunista de la CIA [10]. Cuando Bandera fue asesinado, Stetsko se convirtió en copresidente (junto con Chiang Kai-schek) de la Liga Anticomunista Mundial, en cuyo seno la CIA reunió a sus dictadores y criminales preferidos –como el nazi Klaus Barbie [11].
Volvamos al presente.
Ucrania no significa absolutamente nada para los straussianos. Lo que les interesa es la dominación mundial y, por consiguiente, debilitar a todos los demás protagonistas, que son Rusia, China y… Europa. Wolfowitz ya escribía eso en 1992, calificando a esos protagonistas de «competidores», aunque en realidad no lo son [12].
Los rusos lo saben perfectamente. Por eso han enviado pocas tropas a Ucrania –tres veces menos que el total de efectivos que cuentan las fuerzas armadas ucranianas. Interpretar como una derrota del Kremlin lo que sucede en Ucrania es simplemente una estupidez. En realidad, Moscú se reserva para el enfrentamiento directo con Washington.
El 16 de octubre, al hacer uso de la palabra en una ceremonia de juramento de combatientes voluntarios, el primer ministro húngaro Viktor Orban subrayó: “Quien crea que esta guerra va a terminarse por negociaciones ruso-ucranianas no vive en este mundo. La realidad es diferente.” Según Orban, sólo una negociación entre Estados Unidos y Rusia podría poner fin a la contienda.
Ahora, los straussianos empujaron a la realización del sabotaje contra los gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2, operación cuyo objetivo no es destruir la economía rusa –Rusia tiene otros clientes– sino acabar con la economía alemana, que no puede prescindir del gas ruso [13].
Berlín tendría que haber reaccionado frente al sabotaje perpetrado por su amo estadounidense. Pero ha hecho exactamente lo contrario.
Desde que Olaf Scholz se convirtió en canciller, el gobierno alemán ha instaurado un gran mecanismo que se dedica a «armonizar las noticias» [14]. Ese dispositivo está bajo la supervisión de la ministro del Interior, la socialdemócrata Nancy Faeser.
Las “democracias” han cerrado el acceso a todos los medios de difusión rusos dirigidos al público occidental. Esa operación de censura contra los medios rusos comenzó el 24 de febrero de 2022, o sea cuando Rusia intervino en Ucrania para implementar la aplicación de la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU. Actualmente, citar en Alemania esa resolución del Consejo de Seguridad de la ONU y mencionar la interpretación rusa de ese texto es considerado «propaganda».
Resulta realmente sorprendente ver como los alemanes echan abajo sus propias instituciones. En el siglo XX, la Alemania que antes de la Primera Guerra Mundial había sido el faro de la ciencia y la técnica se convirtió en un país ciego que cometía los peores crímenes. Ahora, en el siglo XXI, cuando dispone de la industria con mejores resultados a nivel mundial, Alemania vuelve sin razón a un estado de ceguera. Berlín acepta su propia caída en beneficio de Polonia y también la caída de la Unión Europea en beneficio de la llamada «Iniciativa de los tres mares», también denominada «Intermarium» [15].
Mientras tanto, los straussianos estadounidenses utilizan sus privilegios en Alemania. Las bases militares de Estados Unidos en Alemania disponen de total extraterritorialidad y el gobierno alemán no tiene derecho a limitar sus actividades. En 2002, cuando el entonces canciller alemán Gerhard Schroder se opuso a la guerra que los straussianos imponían en el Medio Oriente, su gobierno no pudo impedir que el Pentágono utilizara sus instalaciones en Alemania como bases de retaguardia para la invasión y la destrucción de Irak.
Fue precisamente en la localidad alemana de Ramstein donde se reunió el Grupo de Contacto para la Defensa de Ucrania. Los delegados de la cincuentena de Estados allí convocados se vieron primeramente presionados para que equiparan a Kiev con grandes cantidades de armamento y sólo después recibieron algunas explicaciones sobre el «Concepto de Funcionamiento de la Resistencia» (Resistance Operating Concept o ROC), que no es otra cosa que la reactivación –por enésima vez– de las redes stay-behind creadas al final de la Segunda Guerra Mundial [16]. Al término de aquella guerra, las redes stay-behind fueron creadas por la CIA estadounidense y el MI6 británico y luego fueron integradas a la OTAN. Los antiguos nazis y los «nacionalistas integristas» ucranianos fueron sus principales componentes.
El stay-behind actual se coordina desde la base de la OTAN en Stuttgart-Vaihingen (Bade-Wurtemberg) donde tienen su sede las fuerzas especiales estadounidenses para Europa (SOCEUR). Se trata de crear un gobierno en el exilio y de organizar sabotajes, siguiendo el modelo de lo que hicieron el general Charles de Gaulle y el héroe de la Resistencia francesa Jean Moulin durante la Segunda Guerra Mundial. El experto en operaciones especiales Otto Fiala ha agregado a lo anterior el modelo de manifestaciones no violentas ya utilizado en el bloque del este por el profesor Gene Sharp y perfeccionado durante las llamadas «revoluciones de colores» [17].
Vale la pena recordar, a pesar de que él lo ha negado, que Gene Sharp siempre trabajó para la OTAN [18].
La primera acción del stay-behind ucraniano tuvo lugar el 8 de octubre de 2022, con el atentado contra el puente de Crimea, que atraviesa el estrecho de Kerch.
Thierry Meyssan
voltairenet.org
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